lunes, 27 de septiembre de 2010

Edición impresa No. 4, Octubre 2010


Editorial

¿Por qué no antes?, ¿por qué ahora?, ¿qué de particular tiene esta edición de Contrafirma® que amerita demarcar un espacio dentro del espacio, a través de una línea editorial?. Una publicación, per se es una clara línea editorial, ¿entonces? Muchas e interesantes plumas se han sumado a este laboratorio de ideas que tiene como finalidad la exposición de un pensamiento crítico encaminado a fortalecer y unificar, en la medida de nuestras disciplinas y posturas teóricas, un pensar lateral, más no marginal. La incursión de Contrafirma® a formato de revista tiene como mira dar más espacio a las tantas voces, que sabíamos, se dejarían escuchar. Contrafirma® demanda respuesta, la simple lectura sin el comentario subsecuente es suficiente. Textos demandando lecturas. ¿Es correcto? La demanda apunta a la nada, ¿entonces?, ¿quién querría participar en un espacio demandante que va a tener como réplica el silencio? Tema dificil. Diversas críticas internas fortalecen la identidad de este espacio: desde un debatible encuadre pop hasta un asumible forcejeo por espacios físicos concretos. ¿Quién aquí firma cuando lo que reconocemos son nombres propios?, se escucha en Donar la muerte. ¿El nombre propio que respalda ese escrito en particular lo hace más coherente o incoherente? Es dificil concretarlo. Una editorial mes a mes dará cuenta del debate desde adentro.

Más allá de una respuesta clara a la pregunta de la Edición 2, ¿Contrafirma® productor o trasmisor de cultura? o a la pregunta que ronda la edición 4, ¿Es éste un ejercicio de contrafirma? lo que tenemos son más interpelaciones: ¿cómo seguir manteniendo la crítica interna que posibilite el constante cuestionamiento? Si acaso éste no es un ejercicio de contrafirma ¿cómo hacer para que lo sea? Quizá no exista una respuesta concreta, quizá sean varias y se hallen repartidas entre las líneas de los múltiples escritos que le dan forma. Cada escrito desde su individualidad, y no desde el soporte material de la revista, debe intentar donar la muerte, su muerte, esa donación que entrega al texto a quien realmente le pertenece: al lector.

Este proyecto está armado con trozos diversos de carne, hilvanados finamente para presentarse como un todo. Como en la novela de Mary Shelley, se escucha en cada edición It´s a live!, a manera de conato de recompensa que recuerda que la contrafirma, como esfuerzo  escritural se intentará, la concreción de dicho anhelo es un tema diferente. ¿Dónde colocarnos, entonces?, ¿cómo productores o simples transmisores?, ¿cómo demandantes pagando el precio de la no-escucha?, ¿cómo donadores de muerte? Muchas interrogantes para una pequeña columna editorial. Eso es bueno. Preocupante sería que en este espacio encontráramos abundantes respuestas que inmovilicen el debate y anulen, aunque sea el intento, de la contrafirma desde Contrafirma®.

Finalmente, nuestro agradecimiento sincero a todos los colaboradores, lectores y patrocinadores que crean este espacio.

¿Dónde termina el rinoceronte de Durero?

Embiste como ariete, con un solo cuerno de toro blindado, embravecido y cegato, en arranque total de filósofo positivista.
Juan José Arreola, Bestiario.

Cuando el primer rinoceronte desembarca en Europa, en 1513, la jaula que lo contenía cae al agua ahogándolo. Al sacar el cuerpo inerte, es disecado días después cuando empezaba el proceso de descomposición. Y aquí empieza la polémica. Alberto Durero pudo grabar a la bestia de oídas, pudo hacerlo observando el mal resultado de disección o pudo hacerlo mirando directamente al original. Las primeras dos tesis reinvindican la maestría  de Durero, por ello se inscriben de manera natural en la historia del arte. Por otro lado, la tercera tesis deja abierta la puerta al historicismo, particularmente en lo que ilustración científica se refiere. ¿Vemos lo que existe o los paradigmas dictaminan nuestros juicios?, ¿las formas que construyen nuestra realidad están inscritas en lo más profundo de nuestras creencias y recluidas en nuestros más pequeños pliegues o es más poderosa la vision que capta la verdad e ilumina todo de manera totalizadora? Muchas ilustraciones de la Edad Media estaban filtradas por los Bestiarios y fábulas emanadas de viajeros. El juicio de los artistas estaba mediado por ideas preconcebidas, no se pintaba lo que se veía, lo que se sabía era más poderoso. ¿Dónde termina el rinoceronte de Durero y empieza el original?, ¿existe un original?, ¿existe acaso alguna diferencia? Concebir al rinoceronte no como uno más de los animales de la tierra, sino como una bestia emanada de algún rincón del mundo que (…) se prepara para la pelea afilando su cuerno contra las rocas y ataca especialmente al vientre, pues sabe que es más vulnerable (Plinio, Libro VIII-20),  además que (…) está muy protegidamente cubierto de gruesas escamas, y en tamaño es similar al elefante (Durero, mismo), podría intervenir en el juicio de cualquier artista. Las fabulosas escamas que acorazan al rinoceronte de Durero es claro que no existen en el animal mismo. ¿Fue la imagen de bestia fabulosa la que se impuso al grabado?

Al ver King Kong (1933) o Jason y los Argonautas (1963), con los efectos visuales de Willis H. O'Brien y Ray Harryhausen, respectivamente, cuesta trabajo entender el nivel de credulidad  de la audiencia durante la proyección, con un simio humanoide y unos esqueletos con movimientos robóticos. A pesar de ello, o por ello, quizá, estas cintas resultaron altamente realistas para sus espectadores. El trabajo de los amos del Stop Motion no demerita al paso de los años, hicieron lo que tenían que hacer para impactar al asistente de las salas de cine. Con la transición de los efectos visuales de análogos a digitales se dió un salto cualitativo en el terreno de lo fantástico, criaturas míticas salidas de obscuros rincones inconscientes o parajes imposibles a la manera de Escher, son hoy construidos con un realismo que sobrecoje. Aquí la trampa. Pensar ésto es pensar que la construcción de la realidad se encuentra en su etapa final, que lo que vemos está en clara correspondencia con el mundo, como si nos acercaramos cada vez más a un lenguaje que diera cuenta de los objetos y nos posibilite fumar la inexistente pipa de Magritte que, sin embargo, vemos. Un lenguaje común para la realidad de diferente época es de hecho imposible, los cambios epistemológicos, axiológicos y ontológicos determinan nuestros conceptos de verdad y falsedad, y provocan la ruptura de un ciclo introduciéndonos en otro de manera imperceptible, a la manera en que el rinoceronte de Durero empezó a parecer amorfo a partir del siglo XVIII. La incomensurabilidad, sea desde Fayeraben o desde Kuhn, se impone de una época a otra. Pensar la historia y lo humano como un continuo, tiene consecuencias fatales para el desarrollo del conocimiento. Los hechos son teorías y éstas están constituidas por los valores de una época.  Los grandes relatos que daban armonía se derrumban, entender ésto es pasar de la modernidad a la posmodernidad (Lyotard, Jean-François, La condición posmoderna, Edit. Cátedra, España 1992). ¿Qué nos queda, entonces?, ¿cuántos Durero se encuentran ahora realizando una recreación de la realidad, recreación que será replanteada en un futuro? Los criterios de demarcación de lo verdadero se mueven. La subjetividad, la ilusion del yo, el lenguaje, los pequeños relatos, éstas son las verdaderas piezas que dan cuerpo a lo que llamamos realidad.

Alejandro Ahumada

Donar la muerte

Contrafirma y muerte son una con otra. La contrafirma porta la muerte como posibilidad anunciada que al estamparse me niega como repetición de mi firma, respondiendo a la promesa gestionada que intenta asegurar lo escrito como mío y no de otro. Salva lo que mi nombre es incapaz de hacer, poniendo a la muerte en su lugar. Anuncia y asegura mi ausencia, no como el nombre propio, memoria anticipada de mi desaparición. Siendo cumplimiento de muerte y ausencia, la contrafirma juega con la presencia y la muerte transgrediendo la temporalidad, haciéndola lugar inevitable para la escritura.

¿Quién aquí firma cuando lo que reconocemos son nombres propios? ¿Cuál es la promesa que circula en la escritura que se asegura como enunciaciones donadas? ¿Dónde es que la muerte ha dejado de ser solamente anunciada en cada uno de los textos que conforman esta edición? ¿Es éste un ejercicio de contrafirma? Quizá sólo jugamos con nombres propios.

La muerte circula en la escritura y la lectura, en el autor y el lector, es ya por si muerte en tanto anuncia la ausencia del autor en presencia del lector, que a su vez muere cuando el autor escribe en ausencia del lector, incluso cuando éste aún no lo es. De ahí que la contrafirma no es la repetición de mi firma, porque esta es sujeta a falseamiento y falsificación. Ilusión y deseo vano sostenerse en que el nombre propio se repite en la firma. Ésta ya ha puesto en duda mi presencia sin que nada garantice un cumplimiento más que la contrafirma del lector, ese que afirma mi muerte. ¡Escritura que me das la muerte desde que naces de la inspiración! Aún si el texto no tiene remitente, si se extravía mientras muero. No por demás está exenta de aberración y locura la carta del suicida que escribe “estoy muerto” instantes antes de su acto… el lector lo asegura en contrafirma, aún si se ha salvado milagrosamente.

El psicoanálisis termina donde la escritura empieza en un goce extasiado con la muerte comprometida en la íntima complicidad de autor y lector. Goce exaltado desde la presencia de ausencias mutuas y de firmas y contrafirmas cruzadas, hace de la hospitalidad que se otorgan la posibilidad de la promesa ya desprendida del logocentrismo fundante de la fuerza del nombre propio.

La escritura se dona, se obsequia, irrumpe la casuística antropológica de los salvajes que demandan lectores de textos sin firma, indicados con nombres propios sobrevivientes y afanados de presencia y por la lógica del dar/recibir. Donar la muerte que el texto porta no reclama más de lo que en alteridad circula mientras la contrafirma del lector anónimo realiza la metáfora anunciada. Porque igual, la lectura es un don sometido a la alteridad de la escritura y a la hospitalidad del autor que dona la muerte. La propia y la del otro.

Sin duda paradójica, la imposibilidad de firmar este texto, parece resaltar mi nombre propio. La tekné se venga, tarde que temprano, de la usurpación de su originalidad y anticipación al pensamiento y prepara una celada para que yo caiga en la trampa de creerme vivo en quien me lee. Mas no así, claro de tal diferimiento, estampo mi nombre.

René Montero

La transmisión: "Sin palabras", de Yasunario Kawabato

En febrero del 2009 viajé a México sin equipaje, era la primera vez que lo hacía, olvidé incluso mi diario -el cual habría podido meter en mi bolsa de mano-, fue así como me sentí ligera y me vi frente a una hoja de papel en blanco esa noche sintiendo que se trataba de la escena central del cuento de Kawabata: sin palabras.  El muchacho loco mira las hojas blancas en el hospital donde ha sido internado, es lo único que puede tener, no le dan lápiz o pluma  porque temen se lastime. Él, antes de enloquecer escribía y enviaba sus escritos al maestro que ahora está imposibilitado de escribir a causa de un derrame cerebral. Lo imagino ahora mirando las hojas (que yo misma miro) solo, confinado al lugar donde las palabras se han ido. La madre lo visita y al darse cuenta de esta ausencia empieza a contarle historias en voz alta como si las leyera en esas hojas blancas, como si él las hubiera escrito; esto anima al hijo que también cuenta las suyas y las palabras se tejen sin saber realmente quién de los dos escribe.

Durante los períodos en que ella lee estos maravillosos textos él deja de estar loco porque ambos caen en un estado de tranquilidad en el que la vida vuelve. La historia se construye, el silencio habla; los lazos familiares rompen el hechizo de la locura. 

Pero este es un cuento dentro de otro cuento en que la hija del escritor enfermo se ha sacrificado por su padre (como una Antígona) y habla con un joven escritor que los visita sobre los efectos que este cuento escrito por su padre ha tenido en ella. La hija al leerlo tiene la idea de escribir por él. Ella tiene la intención de revivirlo  escribiendo lo que su padre le ha contado en tantos años de vivir juntos.

El escritor viejo al enviudar, decide no volver a casarse porque su hija se ofrece a ir a vivir con él para cuidarlo. Él tiene en cambio aventuras amorosas que le cuenta a su hija, de esto es lo que ella quiere escribir como si fuera él, ella quiere darle voz a su padre. El escritor joven a quien ella le habla de sus planes se horroriza con la idea de la continuidad y opina que ella sería una buena escritora pero lo que ella escribiera sería de ella, no del padre.

Y hay otra historia entretejida en estas dos: la de la mujer fantasma. Entre el pueblo donde habita el escritor joven y la casa del escritor viejo afectado por el accidente vascular cerebral hay varios kilómetros y se cuenta que al pasar por el crematorio en el camino de regreso al pueblo, una mujer suele subirse a los taxis para ser transportada en silencio al lugar donde nació. La mujer fantasma cuya imagen no se refleja en el espejo, aparece de pronto en el asiento trasero, ella viaja en silencio, sin palabras.

El cuento además de ser bellísimo me hizo reflexionar sobre la transmisión del psicoanálisis que en tanto experiencia subjetiva tiene que dar vueltas, tejerse y pasar de uno a otro, o de uno a otros por caminos no habituales, subjetivos también.

El paciente habla y la hoja en blanco se escribe en mí que leo ese texto construido al alimón en otro escenario: ¿quién es el autor?

La advertencia de este pasaje inter-subjetivo (o más bien trans-subjetivo) es lo que lo distingue del chisme donde el que cuenta pretende excluirse del mensaje.

El cuento nos cuenta que no es posible lavarse las manos. Finalmente es Kawabata quien firma, es él quien se hace cargo de las consecuencias de su escritura y, el que lo lee, en este caso yo, asume sus propias consecuencias.

Carmen Tinajero

Sobre ir al teatro y criticar la obra

-¿Es  una “obra gay”?-, le preguntamos al director de Mi nombre es Jasón, tengo 28 años; -¡no!, respondió con una sonrisa en el rostro pues sabía que su respuesta no nos sorprendía. Sin embargo eso nos llevó a cuestionarnos qué hacía una “obra no gay” en lo que muchos todavía conocemos como el Centro Cultural de la Diversidad Sexual.
Las dudas estaban lejos de despejarse mientras avanzaba la fiesta del estreno y los tequilas circulaban, preguntábamos a espectadores, reparto, productores y todo aquel dispuesto al análisis sobre la interpretación de algunas partes de la puesta en escena pero todos nos daban una respuesta diferente. Y entonces nos concentramos: ¿debíamos ver personajes travestidos o personajes femeninos en los coros?

Buscamos respuesta pero ésta no llegó pues, el contrato espectatorial no era claro. El teatro así como todas las artes performativas, desde un punto de vista general, establecen que la realidad es aquella que se presenta y representa en el escenario; y el espectador no debe cuestionar esta realidad a menos que errores internos la hagan inverosímil. ¿Debemos creer en aquello que no comprendemos?, ¿qué relevancia tiene el género de los personajes en una obra que no gira explícitamente en torno a ello?

Con esas dudas podemos pasar al oficio de la crítica. ¿Cómo se evalúa una obra de teatro? ¿guión?, ¿ejecución?, ¿dirección?, ¿producción?, ¿contrato? ¿Qué puede hacer el crítico cuando lo que observa falla en lo técnico pero entretiene y conmueve?

Oscar Wilde en el prefacio de El retrato de Dorian Gray apunta: “el crítico es aquel quien puede traducir en otras formas y/o materiales su impresión de las cosas hermosas”. Si esto es cierto, ¿debemos concentrarnos solo en los aciertos y olvidar los errores de aquello que pretendemos criticar? ¿Todo es hermoso y nuestros defectos de carácter nos hacen ver algo diferente cuando nos enfrentamos a la necesidad de externar una opinión?

¿A quién le importa en realidad si una película se apega al libro de su origen?. El cuerpo de éste texto se compone principalmente de preguntas, las cuales no es conveniente responder, vivimos en la post-modernidad y lo queer está de moda; la imposibilidad de construir una teoría general a partir de la realidad de individuos concretos es algo con lo que hemos aprendido a vivir. Disfrutar del teatro se vuelve cada día más difícil cuando el oficio de la crítica se convierte en vicio y buscamos hasta el más mínimo error para sentir que tenemos un poco de poder. Existen ocasiones en que solamente debemos dejarnos llevar  a ese mundo donde nosotros no existimos y el universo no es tal más allá del escenario; el show debe continuar, y la vida también. Cuando las luces del teatro se encienden somos expulsados, cual neonato a través del canal de parto, del mundo al que apenas fuimos invitados; y ya que existimos, es tiempo entonces de ver atrás y encontrar cualquier error para que así, en comparación, nuestro mundo sea más hermoso.

Un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar. Esa es la invitación que hoy te hago, ¡ve al teatro y acepta que tu no existes ahí!, no te preguntes si la obra es buena o mala; si es “gay” o no; si es comedia, drama o musical; si los actores son buenos; si el guion tiene errores; si la vas a recomendar... no te preguntes nada. Una obra de teatro dura en promedio 90 minutos, olvida que existes durante ese tiempo; después tendrás toda una vida para criticarla.

Pablo Herrera

Tu orgasmo es mi orgasmo

Hace unos años me encontré con una página web de fotografías de caras. Las caras eran extrañas, obscenas, ligeramente burdas; intenté leer las expresiones faciales como un rompecabezas de la sensación humana, dolor, tristeza, angustia, felicidad, desesperación, interrogación… pero no eran ninguno de ellas con exactitud, era algo más, inexplicable. Eran las caras de los orgasmos.

Al seleccionar cualquier fotografía se desplegaba el video del orgasmo de la persona en cuestión. Sí, únicamente la cara. ¿Pornografía facial? Lo dudo, más bien el erotismo facial en todo su esplendor.

No se ven cuerpos, la cara, el cabello, los hombros y el cuello es todo lo que se permite de la persona que subió su video para compartir con el mundo uno de sus momentos más íntimos.
Los personajes se acomodan frente a la cámara conociendo las reglas, no se les deben ver ciertas partes del cuerpo, se acuestan con blusas o se tapan con sábanas. Miran a la cámara de reojo, frontalmente. Intentan seducir-se con el reflejo del lente, intentan seducirnos con lo que están grabando. Algunos usan aditamentos y los muestran antes de comenzar, un dildo, un vibrador, lubricante, la mano que sube y baja, de la boca a ensalivarse, al clítoris a mojarse. Se ve el movimiento de los brazos, y el observador puede intuir lo que están haciendo abajo, donde la cámara no llega, donde  las piernas se abren para que salga el éxtasis. Las expresiones faciales van cambiando, de la timidez, el desenfreno, la lujuria, hasta llegar a la expresión irrepetible e imposible de describir: la del orgasmo.

Este experimento se ha repetido muchas veces más, hoy en día basta con buscar en la red para encontrar muchas páginas y videos de esta exposición facial, pero fue hace años que inició una, ya desaparecida, con la invitación a grabar tu orgasmo facial y compartirlo en la red. Las de hoy en día invitan al orgasmo solitario, al orgasmo compartido, al orgasmo provocado.
Con o sin repeticiones actuales, la fascinación continúa. El ver tanta intimidad en un solo recuadro, ver el instante en el que cada una de estas personas alcanzan el grado máximo de su placer sexual, es intrigante, incómodo. Surgen dos preguntas, ¿Por qué es tan perturbador y a la vez, excitante? ¿Por qué lo hacen?

La segunda respuesta incluye al primer cuestionamiento. Lo hacen para compartir uno de los momentos más íntimos en el espacio de la vida de un ser humano. Lo podría comparar, y no es broma, con ir al baño. El sexo anónimo es común, es parte del devenir cotidiano, pero he preguntado por ahí y la respuesta, casi siempre, es la misma. No, no les importa hacer el amor con un extraño, compartir su cuerpo y su sudor, siempre y cuando el otro no les vea la cara al momento de venirse. Ese gesto desinhibido, incontrolable, ese, precisamente, no lo quieren compartir. El resto de su cuerpo sí, pero ese instante, esa cara irrepetible, ésa sólo se comparte con alguien de confianza.

Y justamente por eso la comparten en la red, es una de las exhibiciones más profundas que hay, una cavidad dentro de la intimidad del otro. Escribir un diario o subir un video de mi orgasmo, cae en lo mismo, en mostrarle al mundo, en el anonimato del no nombrarse, lo que uno tiene por dentro, lo que está tan cerca, pero a la vez, tan lejos. Se puede ver, pero no se pueden sentir los jadeos, se puede escuchar el grito, pero no susurrado en el oído, se puede ver el sudor, pero no saber a qué huele. Es un coqueteo más con la curiosidad y la atracción del Voyeur.  El mostrar el orgasmo es un mírame y no me toques, una provocación para… ¿tal vez buscar nuestra propia cara de orgasmo? ¿la conoces?

Kelly A. K.

Psicomagia

Si alguna vez tecleamos el nombre de Alejandro Jodorowsky en un buscador de Internet encontraremos referencias acerca de su trabajo como mimo, actor, guionista, director, compositor, tarotista y psicomago, sí leyó usted bien, Psicomago, y es muy probable que si tomamos este concepto literalmente lo estaríamos definiendo como un mago de la psique, un hombre con una vida llena de misticismo, literatura y arte, discípulo de hombres y mujeres emblemáticos en el campo de la filosofía oriental, espiritualidad y hasta el esoterismo, y cuyas enseñanzas lo llevaron, a como bien él dice, “robar para sanar”, empresa que dio origen a un método, poco ortodoxo, de “sanar” desde el punto de vista de la medicina y psicología formal; él le llama Psicomagia.
Acuñado por Jodorowsky, la Psicomagia tiene como finalidad sanar los bloqueos materiales-corporales, sexuales, emocionales e intelectuales que nos impiden realizar nuestro destino en la vida. Según Jodorowsky La psicomagia se basa en las siguientes premisas fundamentales: Fracasar no existe, en cada fracaso cambiamos de camino. Para llegar a lo que eres, debes de ir por donde no eres. Llegar a ser lo que uno es, es la más grande felicidad. En toda enfermedad hay: Una prohibición: Te prohíben ser lo que eres. Una falta de consciencia: Cuando no te das cuenta de lo que eres. Una falta de belleza: cuando pierdes la belleza, enfermas.
Veamos pues un ejemplo de Psicomagia descrito por Jodorowsky: “Una persona no creyente va a EEUU y le leen el Tarot: -Alguien cerca tuyo va a morir y te va a costar mucho dinero-. Esta persona obsesionada acude a mí y dice:-¿qué hago?, cuando hay una predicción no te puedes liberar de ella, tienes que realizarla-. El inconsciente acepta la metáfora. Le digo:-Vamos a realizar tu predicción. Cierra tu ventana, echa insecticida, una mosca va a morir. 'Alguien cerca tuyo muere'. Ahora toma un billete de 20 euros y le pones seis ceros, tienes veinte millones, envuelve la mosca en él y entiérralo, así la predicción queda realizada y tú te liberas de ella-.”

Definitivamente podemos pensar que el método de Jodorowsky es fuera de serie, sin embargo no se aleja de lo que se conoce como Catarsis (catharsis) palabra griega utilizada por Aristóteles para designar el proceso de purga o eliminación de las pasiones que se produce cuando el espectador asiste en el teatro a la representación de una tragedia. Freud y Josef Breuer denominaron método catártico al procedimiento terapéutico mediante el cual un sujeto logra eliminar sus afectos patógenos, y después abreactarlos (Abreaccion, del latín ab: fuera de, reo: vuelta, retorno, y actio: acción. Reaparición en la conciencia de una emoción pasada, olvidada o mantenida en el subconsciente por barreras psíquicas., al revivir los acontecimientos traumáticos a los que aquéllos están ligados), sin embargo el trabajo de Alejandro Jodorowsky explota mas el aspecto teatral por medio de una situación-acción que permite al individuo confrontar su problema y solucionarlo, aparentemente, sin mas esfuerzo que la disposición y fe del individuo en lo que está haciendo.

Las características de la psicomagia hacen que no sea bien vista por la comunidad médica y mucho menos por los psicoanalistas, y el escepticismo aumenta cuando su creador advierte al mundo de la existencia de charlatanes que buscan lucrar con su método ya que este conocimiento sólo puede ser puesto en practica por él y nadie más; esto complica las cosas para quien desea probar con este tipo de terapia como alternativa porque Jodorowsky actualmente reside en París y sólo se le puede ver en sus conferencias por el mundo así como los martes en un café al cual acude frecuentemente para leer el Tarot a quien así lo desee.

Edoardo Vargas

¿Somos libres o independientes? Guerra de definiciones

Dos vocablos tan parecidos que a doscientos años de iniciada la lucha, se siguen celebrando. Hay quienes les encuentran distintas definiciones prácticas en la cotidianeidad, y otros que sostienen que la independencia se logra una vez ganada la libertad.

La libertad tiene varias acepciones, una de ellas y la que encuentro más representativa es la similitud con la palabra facultad. Ser libres es tener el talento, las condiciones, la autoridad y el don para poder crear. Así entonces, la libertad es amiga de la creatividad, y no importa qué sea creado, pues mientras ésto sea positivo, la creatividad y la libertad mantendrán la amistad,  de lo contrario la primera se convertirá en
libertinaje, siendo éste el producto de la deslealtad entre esas dos amigas.

El libertinaje finalmente se entiende, por ende, como el desenfreno de los impulsos humanos, y generalmente incurrimos en ello por la falta, durante tanto tiempo, de la merecida libertad que todos nos debemos y privamos, gracias a los constantes errores que naturalmente siempre tendremos en la forma de dirigir nuestra vida.

De igual forma, la palabra independencia encuentra su mejor sinónimo en autosuficiencia. Y así como libertad hizo de la creatividad su amiga, del mismo modo independencia encuentra en la autodeterminación y en la individualización el soporte necesario para que ésta pueda ser gozosamente pronunciada y aplicada.

Ser independiente significa por lo tanto poder decidir, vivir, soñar o volar sin esperar el consentimiento de una segunda opinión o parte.

¿Entonces en verdad se logra la independencia una vez ganada la libertad? ¿O acaso sucede al revés? Tratemos de definirlo, investigando de qué forma se vive día a día.

Ixchel Carolina Rodriguez

Televisión, periódicos, revistas y el 11-S

Conocía yo las intensiones de este proyecto desde sus primeros bosquejos. El formato tabloide no era el límite, quería crecer, ser una medio comprometido con las diversas verdades que moldean nuestro mundo. El paso de periódico a revista era un asunto de tiempo. Y henos aquí, yo escribiendo y usted leyendo, para y desde, repectivamente, una revista. El cambio físico me alegra, las consecuencias conceptuales son las que me hacen reflexionar. El pase de periódico a revista tiene más aristas que la cantidad de pliegos encabalgados y engrapados. El formato mismo de la revista la hace depender de patrocinios disfrazados de mecenazgos que cohartan las posibilidades críticas que en ella se pueda vertir. Pierre Bourdieu, escribe su ensayo Sobre la Televisón (Edit. Anagrama, 1998) derivado de un programa transmitido en ese medio. Empieza su análisis dejando claro lo paradójico que resulta hablar de libertad a través de un canal que en su naturaleza misma está el no ser libre. La televisión y las revistas son medios masivos, eso las hace uniformar su contenido, instalar pantallas para hacer creer al consumidor de información que consume prescisamente eso: información. Los mass media, participan de la mano del sistema capitalista para mantener engrasada la maquinaria de consumo y el status quo. Canales como Discovery Channel quieren crear la idea de debate hacia la opinión pública, el televidente creé que participa en la producción de contenidos. Con revueltas, revolución e inestabilidad, el mercado local no funciona (más sin embargo, sí el internacional, a través de la economía de guerra, claro). La televisión y la revistas, como parte de los medios masivos, en términos generales no propician el debate, ni la producción cultural. Contamos con programas televisivos de “crítica periodística”, crítica que desde el transmisión sabemos qué temas están fuera del debate: los patrocinadores y los diversos intereses que hacen posible la señal televisiva. Las frecuencias de TV, dadas por el Gobierno solicitaban un diezmo a través de tiempo aire, hoy ese pago se da a través de la moderación crítica. El periódico tiene en su estructura informativa el mayor frente de batalla contra el sistema. El precio mismo del rotativo sustenta la veracidad de las opiniones, la publicidad es circunstancial. Menos costos operativos, menos publicidad, menos intereses, más veracidad. Las revistas, con sus múltiples páginas, en papeles encerados, tirajes relativamente bajos y en selección a color, organizan un equipo de trabajo alrededor de un negocio que se vende como canal de comunicación, pero ¿qué comunica?, y más interesante aún ¿cómo? El New York Times con un tiraje de más de 1 millón de ejemplares diarios recordó en el 2001, el 11-S, por qué se ha mantenido por más de 150 años como un medio verás (al menos del American way life). El rotativo marcó la tendencia informativa, que sirvió de ejemplo para los demás diarios, al verter datos fidedignos sobre la relación entre los árabes saudíes y el ataque. Las revistas, por otro lado, se mostraron mesuradas en los comentarios. Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, toma el título de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. El papel y la democracia arden, el primero a los 451°F y la segunda cuando los canales informativos se venden a intereses. Contrafirma®, la revista, deberá establecer una clara línea crítica para posibilitar el debate, debate limpio y respetuoso que cualquier sociedad requiere. Psicoanalistas, sexólogos, semióticos, diseñadores, literatos, comunicólogos, pornógrafos, filósofos, todos deverán vaciar contenidos sosteniendo su verdad y nada más que ella. Mis saludos a todos. 

Oscar Contreras

La magia de la percepción

Domingo. Siete de la tarde. Entro al supermercado para realizar las compras habituales de cada fin de semana. El recorrido me lo sé hasta con una venda en los ojos. No llevo lista, no es necesaria; tampoco es que presuma de una gran memoria, pero después de hacer lo mismo durante tantos años los artículos que debo comprar los tengo bien grabados. Es quincena y el lugar se encuentra atiborrado de gente, es un caos, pero lo disfruto; no me pregunten por qué, ni yo lo entiendo, siempre ha sido así; supongo que tal vez me desconecta de mi ajetreada vida y me permite comportarme como lo que en realidad soy: un simple mortal haciendo el súper.

Me dirijo al área de frutas y verduras y escojo las que, a mi juicio, son las más frescas. Después, paso por la leche, la mantequilla, los cereales, el pan de caja, la mermelada, las galletas... ¡las galletas! Esta sección me encanta. Me detengo. Miro con detenimiento a lo largo y ancho del pasillo y voy decidido a tomar mi paquete favorito. Justo a mi lado una joven pareja discute. Él: “mi amor, estas son las galletas que siempre llevamos, las que le encantan a Pablito”. (Pienso, “estoy de acuerdo, esas galletas son insuperables”). Ella, insistente: “sí, Pablo, pero éstas hasta se antojan y las tuyas... Ay, no. Míralas bien”. No puedo evitar detenerme a escuchar con disimulo tan singular discusión. Así que actúo como si buscara algún producto mientras aguzo el oído. Él: “a ver, enséñame la caja”. Ella le pasa el empaque y de reojo veo la cara principal. ¡Guau! ¡Qué galletas! Perdón, quise decir, ¡qué empaque! La caja es negra, sofisticada; muy gourmet. Unas letras elegantes con filos en dorado describen el producto. Al centro se aprecia una fotografía bien trabajada (photoshopeada) de dos galletas, una de ellas partida por la mitad, mostrando el cremoso relleno que prácticamente se derrite en mi boca. Mmm... (imagino) de-li-cio-so. Estoy salibando. Son idénticas a las galletas que siempre compro, pero éstas tienen un no sé qué que qué sé yo. Todavía no las pruebo y ya las quiero. Él revisa con detenemiento la caja, la mira a ella, vuelve a ver la caja, piensa y dice, “tienes razón, se ven muy ricas, se nota que son mejores. ¡Ah, jijo! (abre los ojos de forma desmesurada) ¿Ya viste cuánto valen?”. Ella,  con actitud seria, levanta una ceja. Él: “está bien, está bien, tú ganas” Ella, triunfante, responde: “verás cómo tengo razón, las mujeres siempre tenemos la razón”. Sonríe divertida y le guiña un ojo. En cuanto se retiran me paro frente a la fila de empaques y tomo las mismas galletas. La caja, y sus argumentos, los de la pareja, me convencieron. No hay duda, me estoy llevando las más sabrosas de la tienda.

Todo lo anterior no tendría nada de particular a excepción de un detalle: soy diseñador gráfico y con frecuencia doy charlas acerca de la percepción, la intuición y la persuasión, pero desde la óptica del diseño y la mercadotecnia. La escena que acabo de presenciar antes es una evidente muestra de lo que se denomina “calidad percibida”. Dicho en otras palabras, no compramos el mejor producto sino el que parece serlo.

La percepción es, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, “la sensación interior que resulta de una impresión material hecha en nuestros sentidos”; en este caso, el de la vista. Todo, absolutamente todo lo que compramos en nuestro mundo consumista lo hacemos por percepción. Las galletas, las del ejemplo, cumplen dos satisfactores: uno físico y otro emocional. El físico es calmar nuestro apetito; el emocional, disfrutar un sabor único y complacer nuestro capricho; incluso, nuestro ego.

La intuición es un cúmulo de experiencias que hemos guardado a lo largo de nuestra vida y que nos permite tomar una decisión no razonada. La percepción y la intuición van de la mano en este caso. Mediante la vista aprecio un producto con taste appeal (apetitoso), a la vez que mi subconsciente me envía mensajes con base en experiencias pasadas; es algo así como una voz interior que me dice: “llévalo, luce confiable y, además, ¡sabroso!”.

La persuasión es una serie de argumentos visuales (y tal vez literarios) que el empaque de las galletas me envió para que yo me decidiera a escoger ese producto, en vez de otro u otros que estaban en ese momento exhibidos, compitiendo, tratando de destacar.

Las grandes marcas analizan muy bien a su mercado antes de lanzar un producto, y para ello se llevan a cabo complejos estudios de tipo sensorial, al igual que cualitativos y cuantitativos. No es fortuito que ciertos empaques o diseños nos enamoren a primera vista; detrás de ellos hay toda una estrategia.

Los productos, si no se trata de commodities (bienes que tienen demanda en el mercado pero que no presentan una diferenciación de tipo cualitativo), deben expresar valor, valor agregado; de lo contrario, será difícil que sobrevivan. Y ahí es donde entra la gran mayoría: ropa, automóviles, abarrotes, enseres domésticos, perfumes, cosméticos, y la lista se vuelve interminable. Esto también aplica para los intangibles, como los servicios. Dicho valor, cuando no puede demostrarse de manera evidente, como en el caso de los metales y piedras preciosas, tiene que hacerse obvio por otros medios; uno de ellos, y quizá el más importante, es la percepción. El producto / servicio debe hablar por sí mismo, sin más ayuda que la imagen que logra imprimir en el receptor (consumidor).

Resulta que cuando llegué a casa entré a la alacena y me di a la tarea de acomodar lo que había comprado. Curiosamente me encontré con una bolsa vacía de las que habían sido, hasta ese día, mis galletas favoritas. Por alguna razón comencé a leer la información legal (ingredientes, cuadro nutrimental, dirección y nombre del fabricante). Para mi sorpresa, era la misma de la caja de las nuevas galletas que me habían seducido y por las que, aparte, había pagado más. Fue entonces que descubrí que, con una pequeña etiqueta que había sido colocada en el extremo superior izquierdo, aparecía la siguiente leyenda: nueva imagen.

Juan Carlos García

Enfermos de Binarismo

El pensamiento binario regula nuestra visión del mundo: Amante-amado, víctima-victimario, vida-obra ¿Por dónde pasa la línea divisoria de estos pares aparentes? Nada es menos evidente. Aunque la dialéctica, la lógica, la topología, el psicoanálisis, nos enseñan que no hay tal dos, nos a ferramos a los pares, opuestos o complementarios. ¿Y si la división estuviera dentro y no afuera? ¿Por qué no podemos admitir divisiones móviles e inestables? Es lo que llamo la zona gris y que aparece por todos lados: amados en un lugar, amantes en otro; la secretaria es esclava de su jefe en la oficina y soberana en el reino del hogar.  Aunque todo grita que nada es binario, y aunque Freud nombra con una sola palabra “sadomasoquismo”, y aunque Lacan pone los tres registros para romper el dos, ¡nos gustan las parejitas! El pensamiento binario es atractivo: Una comprensión inmediata, una sencillez aparente, una generosidad al embotarlo todo con la crema del sentido. Uno es llevado casi naturalmente hacia las dicotomías y los pares de opuestos, como una especie de virus que mina y formatea realidades en una estética nada amable: Basta un “nosotros” para crear el “ellos” como enemigo.

Susana Bercovich

La iglesia Católica y el Fin de la Humanidad

La sexualidad es algo personal. Cada quién decide con quién hacer qué y con quién no (claro, siempre debe haber un acuerdo de los involucrados).

Una gran mayoría de la población prefiere a personas del sexo opuesto (sexualmente hablando) y menos prefieren a personas de su mismo sexo. Ésto difícilmente va a cambiar.

Sin embargo, personas y grupos creen que por el mero hecho de reconocer como algo normal la homosexualidad y reconocer a las parejas del mismo sexo como matrimonios (cuando así lo decidan las parejas), habrá una desbandada del bando heterosexual que tan rápido como se promulga una ley se volverán homosexuales.

Más aún, la Iglesia Católica que por un lado predica que deberíamos tener hijos como conejos pero por el otro les niega eso mismo a sus clérigos, cree ver un peligro inminente por cada persona que no se reproduce lo suficiente. Olvida que de reproducirnos como ellos predican, terminaríamos por colapsar el planeta y con él la Humanidad.

Ilán A. Goldfeder

Ausencia

Ese extravío de uno mismo por la causa no es nada voluntario
Margaritte Duras

Cuando una persona que forma parte de tu vida se va inesperadamente de ese capítulo que compartían, la vida da un vuelco como trompo chillador.  No es que la vida pierda el sentido, más bien se pierde un sentido que es irrecuperable, cada relación se llena de una diversidad singular. Singularidad que jamás se podrá compartir con alguien más.

Cada relación es como un pilar que sostiene nuestra subjetividad. De ahí la importancia que la caracteriza. Ese pilar no podrá ser derribado ni aún con la partida, pues esa partida se produce sólo en la no presencia de una de las personas que conforman el pilar. Su ausencia, por fortuna, no se da en el imaginario, y mucho menos en el recuerdo, las líneas que escribieron el capítulo no se borran.

El recuerdo es un recurso poderoso para seguir produciendo.  Las imágenes insertas en esa escena, en la creación de esa columna, de sus detalles, de sus acabados postulan un horizonte inigualable.  También enmarca sentimientos que seguirán presentes en cada encuentro con el pasado, deviene como desesperación o soledad.

Los capítulos que le siguen contienen vacios, vacios que se producen entre las letras, letras no menos importantes pero incapaces de reproducir  lo que en la vivencia quedó situado sobre la historia.

Un capítulo, salvo el primero, no se escribe sin uno que lo antecede, el anterior marca lo que sigue por escribir, pero lo que se escribe es indiscutiblemente, a mi parecer, nuevo. De ese acontecer surge algo maravilloso, la creación de nuevos destinos que encumbran otros bosques por conquistar.  En esa nueva conquista te lanzas sin querer -y deseando así-a la búsqueda de esa grieta que jamás será resanada, fantasma que lo inaugura, soledad que lo acompaña. Sentimiento de soledad en el que te encuentras. Ausencia que te conquista.

Miras a tu alrededor buscando palabras que puedan describir la ausencia.  Ausencia que te acosa. ¿Cómo describirla? No hay palabras, no hay textos que puedan nombrar claramente un sentimiento que te arrebata, que te enajena y que como un trampolín te lleva irremediablemente al encuentro de un vacío., vacío que no es ausencia.

Cuando uno siente la ausencia se produce esa presencia que da cuenta de un vacío por la falta de eso que se añora. Sólo con esa ausencia se puede articular una palabra que pretende llenar lo que falta. Entonces, uno se encuentra en la necesidad de continuar con la búsqueda interminable de satisfacer eso que nos aqueja sin atinar al objeto que satisfaga nuestro deseo. Esa presencia ausente proveerá de nuevas búsquedas, búsqueda que nos llevarán a un fracaso para poder continuar deseando.

Miriam Fuentes

(sin título)

No lo puedo creer, he sido despojado del cetro de máxima autoridad doméstica. Todo comenzó unos días atrás: me encontraba sumido en un estado de semi-inconsciencia frente al televisor, canal tras canal desfilo en un parpadeo, una inusual inestabilidad en el volumen y para rematar  el aparato me abandonó, se apagó. Sobresaltado, como si de una máquina de respiración artificial se tratase, sólo que en este caso, en lugar de dar paso a un apacible final, desperté de la muerte idiota. Con pensamientos funestos, -ya se chispó esta maquinita, no la he terminado de pagar, la garantía ni siquiera pasé a sellarla. Era tal mi desconcierto que en absoluto noté que el despojo había sido consumado. Ahora que lo pienso fui victima de un típico tratamiento de Shock, mientras que me encontraba sumido en el más profundo desconcierto producido por la perdida del equilibrio económico e incluso  emocional, al verme aislado de mi dosis diaria y vital de aislación intelectual, se cerraba la pinza y era, como ya lo dije, y usted querido lector seguramente a anticipado, privado del acceso al control remoto del televisor.
Mi hijo, un niño muy de su época, se apropió de mi autoridad para acto increíble: modificar el valor simbólico y reducirlo a micrófono improvisado. Su tiranía me plantó ahí algo así como cinco minutos reducido a masa, cuyas únicas opciones son aplaudir o pasar a cantar.
Una vez recuperado del susto y terminado el recital, pensé en lo sorprendente que es cómo un mismo objeto no sólo adquiere funciones mecánicas distintas de acuerdo al usuario sino simbólicas si bien ambos casos mi cetro como su micrófono terminan siendo objetos de los cuales emana poder, el primero embota en la más impune pasividad, mientras que el segundo, por el contrario irrumpe con las más radicales tomas de posición respecto a la propia existencia.
El cambio mecánico es probablemente el más complicado de constatar. Para poder entenderlo se tendría que aclarar que un cambio mecánico no implica un cambio físico. En el caso del hijo cantaor, la forma de agarrar las cosas convierte una herramienta para controlar las funciones de la televisión y cambia al ser tomada como una herramienta, en este caso, para remarcar el canto. Un ejemplo probablemente más cercano a nuestra vida es la bendición visual que representa un par de tacones en unas largas piernas, que intempestivamente ante la mal interpretación de un piropo, se pueden empuñar como arma obligando a cualquiera a pasar del disfrute visual a la huida.
En efecto el supuesto cambio es más bien perceptual, depende de cómo veas el objeto ya sea el control, ya sean los tacones, o los piropos. Pero estos cambios son fundamentales y se encuentran profundamente inmiscuidos en el desarrollo de tecnologías, formas de administración y políticas. Cuando como niños tomamos ideas de aquí y las aplicamos en funciones que no les corresponden lo que hacemos es establecer relaciones novedosas que fundan una forma de existencia distinta de los objetos, las técnicas o las estrategias. Esta relación es pues una idea en términos bastante corporativos. En esa idea se basa por ejemplo la consigna que reza: los conflictos no son malos por el contario son oportunidades. Lo cual en la práctica ya no es tan abstracto ni volado como suena. Es más, es el grito de guerra que la mayoría de nosotros asalariados conocemos y antecede a la tormenta. Después viene la paranoia de los procesos de certificación, el reajuste de los reglamentos y las reestructuraciones infamemente famosas hoy por hoy.
Las ideas tienen un peso que de alguna manera las personas de a pie, atrapadas en el día a día, en la trama televisiva y en llegar a la quincena ante que el hambre, nos resultan risibles y como buenos adultos pues no estamos para jueguitos. Estos jueguitos imaginativos valen e implican formas de producción de relaciones que, quien quit,e sean más justas que el amiguismo, el tráfico de influencias o del estado policial que nos cuida en las calles pero que no ve por nuestros intereses. No lo sé, la imaginación no tiene límites, lo que no quiere decir que lo pueda todo, sólo que es impredecible.

Alejandro Espinoza

Niños que se arrojan contra los vidrios

Cuando se aborda el metro en la Ciudad de México es muy frecuente encontrar niños pidiendo monedas mientras su hermana mayor (de no más de 12 años) toca el acordeón, niños vendiendo paletas, niñas conduciendo ancianos ciegos que cantan “la guadalupana” mientras solicitaban “una caridad por amor de Dios”. Y quizá lo más impresionante: chicos sin camisa, con la espalda y los brazos llenos de cicatrices, que arrojan una sabana llena de vidrios al suelo del vagón y se anuncian: “buenas tardes señores pasajeros, en vez de asaltarles, secuestrarles o hacerles algún daño, venimos solicitando su apoyo y por eso preferimos lastimar nuestros cuerpos, para pedir una monedita”; acto seguido, uno de ellos se arroja de espaldas contra los vidrios, se azota con fuerza, repite esto dos o tres veces. En suma, niños sin presente, sin futuro, a merced de todos los abusos.
Las acciones con que las Iglesias, políticos y grupos conservadores atacan los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, los jóvenes, la diversidad sexual y todo aquello que según ellos “atenta contra la vida” son incompatibles con la vida y la dignidad humana que ellos mismos dicen defender. Basta abrir los ojos a lo cotidiano: ni podemos seguir reproduciéndonos como conejos, ni imponer la maternidad a las mujeres, ni negarles a los niños sin techo y sustento la posibilidad de ser adoptados por dos hombres o dos mujeres que han decidido fundar un hogar juntos y desean darles a estos chicos casa, educación, y la posibilidad de construirse un futuro digno.
Seguramente ni los obispos ni los políticos de derecha se suben cotidianamente al metro. Me inquieta pensar que no ignoran lo ocurre en esos vagones, pero les mueve más el inconfesable odio  hacia quienes tienen una orientación sexual diferente que el amor a los niños que proclaman. El cardenal Iñiguez preguntó a sus fieles en una misa, “¿quién de ustedes querría ser adoptado por un par de maricones o de lesbianas?” Si ser adoptados les permitirá librarse de la pobreza y cambiar su destino, muchos de esos niños querrían. ¿Que los van a discriminar? Bueno, posiblemente: los mismos que siguiendo las enseñanzas de sus líderes religiosos llaman “maricones” a sus prójimos mientras comentan la Biblia.

Moisés Hernández

Julio Cortazar: el espejo del Axolotol

Agradezco a Dany-Robert Dufour por sugerir
durante una plática leer un cuento de Julio Cortázar: Axolotl.

El cuento trata de la relación del humano con el mundo del espejo y en particular, con la imagen de su cuerpo. Una imagen no es el cuerpo, es la imagen. El humano con el Axolotl vive la experiencia de una naturaleza perdida y al mismo tiempo, se establece para él su condición de vivir en el desamparo.

Esa experiencia llevó a Lacan a subrayar que: Nuevamente aquí lo que me parece eminente es precisamente esto por lo que nos abre también la estructura psicótica como algo en lo que tenemos que sentirmos como en casa. Si no somos capaces de percibir que hay un cierto grado no arcaico para ponerlo en alguna parte del lado del nacimiento, sino estructural en el nivel en el cual los deseos son, hablando con propiedad locos, si el sujeto no incluye en su definición, en su articulación primera, la posibilidad de la estructura psicótica, nunca seremos más que alienistas. Pero cómo no sentir vivamente, como les ocurre todo el tiempo a aquellos que vienen a escuchar lo que se dice aquí en este seminario cómo no percibir que todo lo que comencé a articular este año a propósito de la estructura de superficie del sistema y del enigma referido a la manera en la que el sujeto puede acceder a su propio cuerpo, que no va de suyo, lo que todo el mundo ha advertido siempre ya que esta famosa y eterna distinción de unión o desunión del alma y el cuerpo constituye siempre después de todo el punto de aporta en el que se hacen añicos todas las articulaciones filosóficas. ¿Y porqué no nos sería posible precisamente a nosotros analistas, encontrar el pasaje? Sólo que esto necesita una cierta disciplina y en primer lugar saber cómo hacer para hablar del sujeto.

Siguiendo con su descubrimiento Lacan dice: El nacimiento del sujeto se sostiene en que no puede pensarse más que como excluido del significante que lo determina.

Cada humano está hecho de aquello que lo determina y de eso está excluido. El desamparo indica como condición primera la locura y además que allí se juega la suerte de la constitución de un sujeto. Lacan lanzo un escrito mítico sobre El estadio del espejo…, se trata de un momento primigenio estudiado por él a partir de la  “psicopatología” de la imagen, en particular de la identidad y de las identificaciones consecuentes. Así Ernst Wagner ¡Ecce animal!, aquello que lo constituía era lo que lo volvía loco. Su locura era la locura de tener un cuerpo.
 
Veamos cómo y a dónde nos conduce Julio Cortazar, en su recorrido por Tabasco: Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardin Des Plantes  y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl. Consulté un diccionario y supe que los axolotl eran mexicanos.

Julio describe un animal que pertenece a dos mundos: está aquí y allá, tiene una dificultad para ubicarse en el espacio y en el tiempo, en la medida en que antes era una cosa y después otra, una situación semejante a los avatares de la identificación

No hay nada de extraño en esto (se trata del encuentro), porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos

Se suele pensar que un encuentro resuelve una falta, no se le da el lugar a que el encuentro permita encontrarse con algo que falta, una falta que no habíamos perdido ¿Dónde estaba?

Y entonces descubrí sus ojos, su cara. Un rostro inexpresivo, sin otro rasgo que los ojos, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente, carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior...Sus ojos, sobretodo, me obsesionaban...Los ojos del axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía, inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos...Los ojos  de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo

Aquí aparece un elemento nodal del encuentro especular, su cuestión  no está en la imagen sino en el objeto no-visible presente allí.

La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles...Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales...Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lucido, me penetraba como un mensaje: “Sálvanos, sálvanos”... Me sentía innoble frente a ellos (los axolotl). Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas, inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable , ¿qué imagen esperaba su hora?...Usted se los come con los ojos”, me decía riendo el guardián...No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos, en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía más que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia...Los ojos del axolotl no tenían párpados.

Cortazar ofrece al psicoanalista un trazó interesante: ubicar el tema de la ingesta en su correlato con eso que se llama anorexia: sus relaciones con el superyo concretizado en un objeto evanescente: la mirada. En espejo está adentro lo que aparece como si estuviera afuera donde  es no-visible.

Ellos y yo sabíamos…Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojoso trataban una vez más de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía muy de cerca la cara de un axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.

Alberto Sladogna