domingo, 1 de mayo de 2011

Edición impresa, Mayo: Posmodernismo


 


Editorial: Posmodernismo


En el actual Contrafirma® hemos querido reflexionar sobre un tema que, fuera de los círculos académicos o filosóficos, no tiene mucha difusión. Escribir sobre posmodernidad ha resultado difícil de a ratos; y esto probablemente debido a la poca disposición señalada del concepto. Aún así, en esta edición disponemos de varias perspectivas intelectuales y artísticas que han tomado de modo personal aquello vinculado para cada escritor con la palabra posmoderno.

El concepto fue empleado desde mediados del siglo XX en diversos ámbitos, pero fue el filósofo Jean-François Lyotard quien lo popularizó a partir de su memorable obra “La Condición Posmoderna”. Este trabajo le fue encomendado en los años 70´s del siglo pasado por el ministerio de educación de Quebec. Ellos quería saber cómo reestructurar sus planes de estudio y sistema educativo a fin de brindar a sus jóvenes una formación acorde a los tiempos, los cuales ha de recordarse, habían visto dividirse al mundo entero en dos grandes núcleos de poder político y militar, así como habían visto también el frenético avance de la tecnología y la amenaza de exterminio nuclear.
En ese texto, Lyotard explica cómo las condiciones del conocimiento en el mundo habían cambiado, los discursos en los cuáles éste se manifestaba tenían ahora una función y una estructura radicalmente distinta de lo que habían sido en el largo periodo llamado “era moderna”. Si bien no es fácil precisar las fechas de tal era, sí podemos señalar algunas de sus características: Pretensión de completud explicativa (la física de Newton, la filosofía de Aristóteles), de exactitud representativa y rigurosa perspectiva (Leonardo Da Vinci, Botticelli), de antropocentrismo en cuanto al agente de la voluntad humana (René Descartes, Augusto Comte).

Así también, Lyotard muestra explícitamente el papel que juega en la aceptación de los discursos (y no en su verdad) la autorización. Ya no es la palabra de una gran autoridad la que garantiza la veracidad de los discursos sino su carácter performativo, es decir, la capacidad de los discursos para “hacer cosas” o mover a las personas a aceptar cierto estado de realidad social. En un mundo que ha dejado de creer en los maestros, los padres, los dioses, se imponen cientos de micro discursos que pretende llevarnos a donde le conviene a tal o cual grupo humano. Ha dejado de ser primordial la justicia y la verdad para dar peso a la utilidad de las cosas y los actos humanos. De allí, de acuerdo a Lyotard, que el capitalismo y el consumismo sean ahora los criterios de validación de los discursos y no ya la ciencia o la religión.
Los invitamos pues, amables lectores, a acompañarnos en la visión que nuestros contrafirmantes han plasmado en esta edición a propósito de tan peculiar temática.

El cambio desde las formas


Es la arquitectura uno de los espacios que de manera críptica, pero una vez revelada, clarísima, se crean escenarios para advertir el choque filosófico del pase de una época a otra. Sus curvas, muros, ornamentos o inexistencia de éstos, reflejan el pensamiento de un período. El fordismo participó de manera directa en los cambios que impulsaron el desarrollo filosófico del siglo XX. En el ámbito de los espacios, y lo que en ellos se puede diseñar, la posición moderno y pos tuvo que luchar frontalmente con la vieja escuela. Ver enclavado el edificio Flatiron entre la 5ta. Avenida y Broadway con su estilo del siglo XIX, tratándose de identificar entre marcas y luces del s. XX, símbolo de una época, indica el sincretismo que desde la arquitectura plantea lo posmoderno. Edificio ornamental (racionalista), el Flatiron convive en una zona donde el cristal y el acero pretenden ganar terreno por una tendencia que apuesta a lo práctico, tendencia que entra en la frase La forma sigue a la función. Este lema de la filosofía proyectual del arquitecto Henry Sullivan (estandarte de la Escuela de Chicago), intenta postrar cualquier esfuerzo estético a favor de la función final, la forma de un objeto depende del propósito. Esta premisa es incuestionable desde el discurso fordista, nadie, pues, diseñaría algo que fuera más estético que funcional, nadie desde el marco capitalista, resultado de ver al diseño como aliado directo del sistema de producción. Sin discutir si lo es o no, aunque parece evidente la respuesta, el diseño bi o tridimensional debe recorrer nuevos caminos sin separarse de su razón de ser. La lucha estética entre la arquitectura racionalista, dada a los remates góticos o barrocos, y la arquitectura funcionalista, concentrada por el contrario en resolver problemas, arroja como resultado el cuestionar la palabra propósito. Si el propósito es lo que se tienen que tomar en cuenta al momento de conceptualizar la forma, debemos intentar definir qué propósitos y para quién. El posmodernismo arquitectónico abreva del mismo arroyo que la filosofía posmoderna, por lo que no difiere mucho. La llegada del fordismo catapultó la idea de una estética supeditada a la función (¡Cualquier color siempre y cuando sea negro!, sentenció Henry Ford, para vender a bajo precio el mítico Modelo T), el ingeniero sustituyó al obrero manual, proyectar para un propósito era la norma, el ingeniero que proyectaba no siendo ni consumidor ni obrero, era el enclave entre el capitalista que paga y el consumidor final. No son los que producen quienes determinan el propósito y el aspecto de un producto, sino quenes ganan con él, nos recuerda el diseñador Otl Aicher, visto así, el propósito es fácilmente desdoblado, puesto sobre la mesa y desenmáscarado.

Sin abandonar la premisa, cuestionar la estética como esclava de la función es parte de esta cruzada pos que insiste en derrumbar las ideas modernistas. Llevada a la praxis la idea de proyectar, una postura de pragmatismo estético, hace definir al teórico de la arquitectura y diseñador Charles Édouard Jeanneret-Gris, Le Corbusier, a la vivienda como La machine à habiter (la máquina para habitar). Este concepto, heredado de la frase de Sullivan, inscribe al hombre en el discurso mecanicista de producción en serie, cambio ontológico que coloca al ser humano en una práctica línea de montaje capitalista, viéndolo como un mero ser biológico, que, cubriendo sus necesidades básicas, puede abandonarse al hedonismo que la compra proporciona. 

Ver lo posmoderno como un vulgar todo vale es una desacreditación barata, cuestionar los fundamentos abre caminos y vías discursivas, no ofrece soluciones inmediatas y respuestas fáciles carentes de polémica, pero intenta contrarestar los atolladeros de su corriente antecesora: el modernismo se fue metiendo de a poco en un callejón sin salida que imposibilitaba un más allá. Desde la estética, y en particular desde la arquitectura, podemos realizar la analogía entre lo moderno y lo posmoderno, y al igual que el Flatiron se abre paso con su proa hacia Times Quare, así el enfrentamiento ideológico trata de abrirse paso para propiciar el desarrollo. 



Alejandro Ahumada, Diseñador y Psicólogo

Mi bermellón

Hoy
Cuando encuentres mi cuerpo abierto
y tus ojos se detengan en mí,  
sólo permitiré la penetración de tu mirada 
el roce en puerta de tu lengua con la mía.
Hoy
cuando de rehacer el amor se trate
sólo permitiré un vals que postergue en lo imposible el derrame de 
           mi lava en tu boca
en mis muslos sedieantos de ella.
Hoy
cuando entres en mí
haz que mi oquedad siga vaciándose en la soledad de tu cuerpo.

Magnolia Vázquez, Mtra. en Letras

Please, don´t stop the music!

Filas interminables entran y apenas y se difuminan al interior del local, mientras los pasos hormiguean buscando un rincón donde detenerse a degustar una chela, pues aquí el alcohol es barato y la música, que lo invade todo, también emborracha. El ambiente es delirante, alucinógeno, luces de colores, muñecas decapitadas en las paredes, arte kitch, sillas y mesas de metal plegable como en las  viejas cantinas arrabaleras, fotos del centro histórico, y presidiendo la asamblea de trasnochados, un enorme retrato sacrílego, que parodia el símbolo religioso más popular de México: un atlético “chacal” (como se llama a los chavos de rasgos chilangos que venden su amor en las calles de esta vieja ciudad), dentro de unos jeans entallados con el mismo diseño floral del vestido de la Virgen, una playera entalladísima color rosa con un cuello idéntico al de la santa  y un gorro con estrellas, todo rodeado del resplandor guadalupano sin olvidar las rosas  que adornan sus pies…

Mientras algunos que se creen intelectuales pontifican sobre “la posmodernidad”, los habitantes de esta ciudad fastidiada, sobrepoblada, de este país que se precipita a los infiernos a pesar de los gritos que exigen “¡No más sangre”; los desempleados como yo, los ninis, también los chicos bien, que se aburren de sus antros costosos con aromatizante y floreros en los baño; las parejas de casados, (juntos o por separado), los ejecutivos, los universitarios, los militares y los curiosos, en fin, los cazadores de emociones  nos jugamos el pellejo para ir a perder la consciencia en estos arrabales de las calles del centro de la ciudad, que repentinamente se han puesto de moda. No importa que en la esquina la noche le saque brillos de ira al cuchillo, pues  como dijo la canción, “aquí la vida no vale nada”.

Tan solo entrar, repentinamente ya tengo una chela en la mano,  mientras María Daniela y su sonido laser  nos introduce al delirio nocturno: “Me provoca el bar, cada vez más fuerte, /sentimientos encontrados / relaciones peligrosas / me voy acercando, bailo caminando / dame una copa que sea triple en las rocas / Si me toca el bar me provoca / torbellino de emociones / la estoy pasando bien”. Fluye el alcohol, cubetadas de cerveza clara y oscura, bara, bara… Y junto con el alcohol, la música, ahora es Kinky,   que evoca el calderónico desastre de nuestra vida cotidiana: “La vida está por arrollarnos sobre el cruce de peatones / allá en el cielo llueven flores, aquí se llenan los panteones / Quiéreme, quiéreme, que el tiempo es humo / quiéreme, quiéreme que me esfumo.” Luego suena Shakira y un par de jotitas toman la barra y se contonean,  “una loba en celo, tiene ganas de salir, auuuuuuuu”. Los ríos de gente me empujan, nos empujan, se han convertido en un mar que ahoga la consciencia,  el antro está lleno, pero yo tengo otra chela, el alcohol comienza a tomar dominio de mi cuerpo, de repente hay un paréntesis a la música en español, y todo el antro se vuelve uno, todos cantamos a coro  con Rihana,  como una plegaria dirigida a ningún lado, desde el abismo de  nuestras vidas posmodernas “I wanna take you away /  Let's escape into the music DJ let it play / I just can't refuse it /Like the way you do this/ Keep on rockin to it / Please don't stop the, please don't stop the music! Sí, es una suerte de plegaria, ante el desastre cotidiano, ante el país que se cae en pedazos, ante la obscena incompetencia de los políticos, ante los intelectuales que prefieren buscar la posmodernidad en los libros y no en la realidad que padecemos; ya que no está en mis manos cambiar nada de ello,  please, don´t stop the music!

Ana Osorio, Educadora (desempleada)

Orientación y movilidad

El que tenga una canción 
tendrá tormenta.
Silvio Rodríguez

A Manuel Alfonso Ovando Ovando
In memoriam


Manuel Ovando fue profesor de ciegos por más de nueve años. Durante ese tiempo enseñó a decenas de ellos a ver el camino donde la vida parecía más que oscura. No es una metáfora. En contraparte, descubrió con ellos que somos los demás, los normo-videntes, los que con demasiada frecuencia nos negamos a ver lo que es tan evidente: que el otro es, en última instancia, un otro yo.

Aferrados al paradigma de la Modernidad, con la racionalidad científica como valor fundamental, los docentes suponemos que el saber existe y que hay que transmitirlo al alumno. Pero ¿cómo enseñar a ver a un ciego? En su trabajo con personas que padecen ceguera adquirida, Manuel partió de una premisa diferente: “el ciego ya sabe hacer muchas cosas, pero la pérdida de la vista le hace suponer que ahora no las puede hacer”. Por consiguiente, la tarea educativa consiste en solicitarle al estudiante (a veces animarle, otras veces exigirle) que nos enseñe aquello que sabe hacer. Y el alumno se convierte en maestro.

Con este proceder pedagógico, un alumno de Manuel regresó a la carpintería y nos conmovió de alegría y angustia al verlo introducir la madera en la veloz y afilada sierra circular de banco. Otro estudiante recuperó su confianza (y su trabajo) como músico tecladista. Uno más estudia ingeniería en sistemas computacionales. Algunos más alcanzaron logros tan elementales pero significativos como salir de su casa y hacer nuevamente vida social. Todos con grandes aprendizajes para la vida, en el sentido más literal de la expresión. Y cuando el exceso de trabajo y las complicaciones institucionales le impidieron pasear por las calles de la ciudad con sus estudiantes, instauró una nueva estrategia: los ciegos con mayor destreza en orientación y movilidad acompañaron a los nuevos estudiantes.

Sabemos que después de una propuesta de innovación el docente es otro, o por lo menos no vuelve a ser el mismo de antes. Lo mismo ocurrió con Manuel. Sus preguntas por las capacidades de los sujetos con ceguera adquirida lo llevaron a preguntarse por las posibilidades de aquellos con ceguera de nacimiento y de ahí por las capacidades de los sujetos sin ceguera y por sus propias capacidades y por su ceguera personal y por la ceguera de los normo-videntes y por tantas y tantas cosas. 

En este proceso de construcción de la vida del otro, el maestro se construye a sí mismo. Se pregunta por su ser. Pocos días antes de su muerte Manuel reflexionaba sobre el sentido de su vida y su labor docente. Apoyado en los tres principios de la orientación que utilizaba para dar clase a los ciegos se preguntaba para sí mismo ¿Dónde estoy? ¿Hacia dónde está mi objetivo? y ¿Cómo puedo llegar a ese objetivo? En el contexto de tal reflexión escribía que “Hay un propósito en la educación que no comprendemos. Se está en la búsqueda de respuestas, y quisiera poder ser quien les acompañe en ese caminar, pero reconozco que no se puede continuar desde la soledad, desde la individualidad”.
Esta reflexión no fue casual ni aislada. Se gestó en el intercambio frecuente con el grupo en que estudiaba la maestría en Educación Especial. Espacio en el que también nos dejó grandes aprendizajes. Con él aprendimos que su forma de trabajo es aplicable a todas las discapacidades (ceguera, sordera, discapacidad intelectual o motora), porque las mismas no están en la persona del otro, sino en nuestra propia incapacidad para confiar en ellos, para formarnos expectativas elevadas en torno a ellos.

En este sentido, con Manuel aprendimos que la educación no es un acto científico sino un acto humano integral. No implica sólo el saber racional del docente. Depende además de la relación de amor entre maestro y discípulo. No es un acto Moderno sino Posmoderno.

Es verdad que en la época denominada Modernidad el proyecto filosófico consistió (y consiste) en imponer la razón como norma trascendental a la sociedad y que la Posmodernidad se caracteriza -entre otras cosas- por el desencanto hacia la primera. No obstante, la época actual no renuncia (necesariamente) a los aportes de la ciencia, sólo reniega de su supremacía sobre los valores humanos.

La Posmodernidad trajo nuevas reglas del juego social. Si bien es cierto que se renunció a las utopías y a la idea de progreso comunitario para abrir el camino a la superación individual e individualista -lo cual constituye una de sus más fuertes críticas- también trajo la posibilidad de redirigir la mirada hacia el sujeto que mira. 
Ese fue el último gran proyecto de Manuel: mostrar en su tesis de maestría su propia transformación. La de un maestro ciego que se creía normo-vidente en otro que aprendió a ver  a través de la mirada de sus alumnos ciegos. Ya no podremos ver esa tesis, pero la leeremos con el corazón.

Miguel Angel Escalante, Docente y Dr. en Linguística

El horror postmoderno a la dialéctica


Los planteamientos iniciales de la postmodernidad comenzaron siendo incisivamente críticos y transformadores. Se planteaba que los ideales de la modernidad no se habían alcanzado, que el proyecto moderno de bienestar educativo y económico para la mayoría, había ya fracasado y se debía pasar a una nueva era, un nuevo proyecto de civilización. Pero estas propuestas pronto fueron sustituidas por las propuestas que conocemos, más adaptadas y conformistas. Una arqueología de la historia del pensamiento filosófico nos muestra como en México la posmodernidad se ha convertido en una paradoja psicopolítica. Sin haber vivido plenamente la modernidad con sus beneficios plenos en el ámbito educativo, la tradición crítica y el laicismo,  la postmodernidad contribuyó al crecimiento del conservadurismo filosófico. Las consecuencias negativas que ha procreado la proliferación postmoderna  han propiciado entre otras, mantener al margen la concepción dialéctica de la filosofía, la razón y la conciencia.  Descartes no dialectizado. Esta fenomenología de la postmodernidad a la mexicana se puede observar en lo que sucede hoy en México, en la calidad del debate y el nivel en que se presentan los argumentos del conservadurismo neokantiano y racionalista, y la manera en que pueden explayarse a sus anchas, ciertos personajes de una intelectualidad contraria al espíritu de la ilustración, sabiendo que  su formación, escasamente superior al término medio, los faculta para situarse en una posición ideológica activamente conservadora, y aún así manifestarse como herederos de la tradición liberal. En los hechos políticos se trata de los defensores, por omisión o comisión, del gobierno de derecha, preferible para ellos, con todo y sus excesos sangrientos, a la posibilidad de un gobierno de izquierda. Las consecuencias del postmodernismo despolitizado se puede ver también en la continuidad del desastre educativo y la deplorable cultura política de la militancia de izquierda. La mayoría de los líderes de opinión de la izquierda son fácilmente rebasados por los tecnócratas en su actual estado de horfandad intelectual. La heroica voluntad y la posición combativa no suplen la necesidad estratégica del pensamiento político ilustrado tan imprescindible para hacer un frente de debate que desenmascare a los adversarios políticos. Se trata de un frente de batalla en el ámbito de las ideas que se propagan demasiado lentamente no digamos entre la población esencialmente joven y universitaria, sino entre la militancia más decidida. No existen las condiciones ni el tiempo necesario para propiciar un clima intelectual que naturalmente pueda avanzar más allá de la gazmoñera pudibundez mediática acompañada de su obscena radicalidad proclive a la militarización represiva y sangrienta que estamos viviendo. ¿Hasta cuándo? Es un tema altamente postmoderno.

Edwin Sánchez, psicoanalista y catedrático

Un cadaver que goza de mucha salud

Desde finales del siglo XX con Nietszche se habla de la muerte de Dios y ahora que está en boga lo que se ha dado a llamar “posmodernismo” esa idea ha sido desarrollada con los trabajos académicos que tratan sobre la caída de los metarrelatos, de los sostenes del funcionamiento social de la modernidad; uno de ellos por supuesto, la figura de Dios. Ésto en teoría implicaría la renovación de nuestra manera de pensarnos y de estar en el mundo, la invención de nuevas formas de humanidad que dejando atrás los lastres del pensamiento occidental, pudieran abrirse a la novedad de los nuevos tiempos.

 Por otra parte, la primera década del nuevo milenio ha venido a contradecir ésta idea de renovación y de caída de los metarrelatos, particularmente de la idea de Dios. Los enterradores de Dios han cantado muy pronto sus himnos fúnebres, pues en los albores del siglo XXI el cadáver que pretendían entregar al polvo de la historia se les ha levantado de la tumba, demostrando gozar de cabal salud. Desde la tragedia de las Torres Gemelas, vemos la fuerza a veces espeluznante que aún tiene la divinidad en la vida de las sociedades; más allá de los intereses económicos en juego, las guerras y actos terroristas de los últimos años en el mundo han sido en gran medida por guerras de religión.

Veo signos de la salud del supuesto difunto en muchos ámbitos de nuestro mundo posmoderno y globalizado: los dólares siguen circulando con la leyenda in god we trust (“en Dios esperamos”),  los presidentes del país más poderoso  del orbe siguen jurando sobre la biblia al iniciar su mandato; en nuestro país los prejuicios religiosos siguen mermando las facultades propias y ajenas  para decidir sobre el cuerpo, la educación, el bien común. Aunque se supone somos una nación laica, nuestros funcionarios participan cotidianamente y en su carácter de representantes públicos, de la vida y los intereses eclesiásticos, como el gobernador de Jalisco, quien se recordará había desviado 90 millones de pesos a beneficio del cardenal Juan Sandoval Iñiguez, para construir un santuario dedicado a los cristeros. Tampoco entrarle al narcotráfico parece ser una forma de alejarse de Dios; en el número 1775  de la revista Proceso podemos leer un reportaje sobre las “narcocapillas” (las cuales de pequeñitas y austeras muchas veces no tienen nada) que florecen en el centro y norte del país, como testimonio de la fe de aquellos que los medios de comunicación nos suelen pintar como “criminales desalmados”. Y a propósito de los personajes creados por los medios de comunicación, Dios sigue saliendo en la televisión, en programas como “La rosa de Guadalupe” y, se cuela aún en películas del cine mexicano que se supone se abren a la posmodernidad, como “La otra familia”, la cual si bien trata sobre familias homoparentales (tema que a la jerarquía católica repugna), incluye  un personaje encarnado por Carmen Salinas, quien se dedica a  rezar por el feliz desenlace de la trama, en su perene papel de devota guadalupana.

Los medios contemporáneos de comunicación no han podido ahogar a Dios, sino que sus supuestos representantes les han sacado provecho, como Juan Pablo II, de quien ya he hablado (ver Contrafirma n.9). Sin los medios, el suyo no podría haber sido el funeral más multitudinario, fastuoso y el mejor difundido que haya disfrutado cadáver humano alguno.  Frente a los despojos de Woytila desfilaron jefes de gobierno y funcionarios de la ONU como nunca se reunieron tantos para enterrar a cualquier otro líder político del mundo en toda la historia. Y por si fuera poco, a partir de los primeros días de Mayo este papa será oficialmente objeto de culto público por los católicos, al elevarlo la Iglesia al rango de beato, frente a los ojos del mundo, en una ceremonia retransmitida a todo el orbe por televisión e internet. Las acusaciones de encubrimiento a sacerdotes pederastas y su indiferencia farisaica hacia los afectados le hicieron a su imagen de santo creada por los medios  lo que el viento a Juárez. Y a propósito, este acto litúrgico es ocasión una vez más para ejemplificar como en pleno siglo XXI los intereses espirituales se anteponen al funcionamiento esperado de nuestro país: el Lic. Calderón, tan pronto recibió la invitación del Vaticano, canceló un viaje de trabajo a Sudamérica para irse a la ceremonia de beatificación del papa Juan Pablo II, donde, “en el nombre del pueblo de México”, va a poner  las rodillas en el suelo para venerar la urna enjoyada con los restos putrefactos de tan infame personaje.

 Dios no ha muerto y quizá a nivel colectivo difícilmente lo haga. Parecería que los seres humanos, arrojados a la existencia y huérfanos en un mundo incomprensible e intolerable, marcados por el dolor y la muerte,  siempre desearán  la existencia de alguien que garantice que hay un fin último, que no hay muerte, que el dolor es superable o comprensible. Y aún luchar contra la idea de Dios como algunos ateos militantes creen hacerlo, no es más que vivir aún en relación a  él. 
Últimamente he reflexionado mucho sobre la posibilidad de un mundo sin dioses; esta idea me parece ahora quimérica y tan inalcanzable como el cielo y el infierno. A pesar de la labor crítica de la ciencia, la filosofía, el psicoanálisis y otros saberes y dispositivos; aún a pesar de los avances de lo que llamamos “civilización”, la necesidad de dioses (tan ligada al desvalimiento, a la necesidad de leyes, de orden, de amos, de control) seguirá reeditándose en cada nuevo nacimiento que arroje a este mundo inhóspito más pequeños homo sapiens.

En todo caso, desprenderse de Dios, si acaso es posible, es una labor personal, un esfuerzo titánico, en muchos aspectos solitario y difícil de sostener. Al final de cuentas, nada nos garantiza la existencia o la inexistencia de Dios, pero lo que es concreto como el cuerpo humano, es el rosario de consecuencias muchas veces terribles, que la idea de Dios ha tenido en nuestro  mundo, conviviendo pacíficamente con  las más loables. 

Moisés Hernández, Filósofo


Sexo: una construcción mítica

Ni siquiera la categoría de sexo queda fuera de la crítica. Si el género se refiere al  modo en que el cuerpo sexuado es interpretado culturalmente, entonces el sexo, tomado como dato inmediato, como una lista de rasgos físicos del orden de lo natural no es más que una construcción mítica y compleja, una formación imaginaria, que reinterpreta los rasgos físicos a través de la red de relaciones en que se perciben; es decir, el sexo atribuye y asigna una unidad artificial al cuerpo, que de no ser por esa marca que el lenguaje impone el cuerpo sería un conjunto de atributos discontinuos; de esto se desprende que el sexo es discursivo  y perceptual. El sexo no es más que un lenguaje que forma   la percepción y ordena el modo en que los cuerpos físicos son percibidos. El sexo, aparentemente funciona como pegamento que le dará coherencia y significado al cuerpo
Digámoslo de otro modo, el hecho de que algunos atributos físicos sean nombrados bajo la categoría de sexo no deja de ser sospechoso. Preguntémonos, entonces, cómo se concibe la discriminación de los rasgos físicos como sexuales. El modo en que el pene, la vagina, los senos y otras partes del cuerpo son designados como partes sexuales no deja de ser una restricción del cuerpo erógeno y una fragmentación del cuerpo como totalidad. Pero esa seudo unidad que la categoría de sexo impone sobre el cuerpo no es más que una desunidad y una fragmentación, ¿acaso no todo nuestro cuerpo, sin importar la parte, es susceptible de sentir placer?, ¿no es todo nuestro cuerpo un cuerpo erógeno? La categoría sexo no hace más que fragmentar el cuerpo y esclavizarlo. El cuerpo desde el momento mismo que adquiere género, no es más que un esclavo del lenguaje. El sujeto, al adquirir la marca del género en su cuerpo, está desde ya atado a las cadenas de un decálogo, sea este femenino o masculino.

Daniela Hernández, Mta. en Teoría Psicoanalítica


Filosofía es filosofar

Han transcurrido muchos siglos desde que se formalizó con Platón el nacimiento de esa práctica peculiar llamada filosofía. Nuestra vida contemporánea como hijos de un tiempo radicalmente distinto a la Grecia clásica, pareciera impregnada por muchas necesidades prácticas y sociales. Hoy día el hombre pos moderno (es decir, aquel que vive después de la modernidad marcada por el siglo de las luces, la física clásica, el racionalismo, la ciencia normal, etc.) se halla impregnado por una cultura que lo hostiga sin cesar con imperativos de competitividad, calidad, éxito, y, al mismo tiempo, se ve rodeado de un entorno hostil, peligroso, inseguro.  No es un tiempo propicio para la filosofía. ¿Quién se dedica profesionalmente a ese ámbito tan poco redituable? Pocos ciertamente.

Preguntado por el sentido de una introducción a la filosofía en 1928, Martin Heidegger inicia con ese cuestionamiento su curso semestral en la universidad de Friburgo y nos participa de lo esencialmente ligado a la vida humana. En aquel tiempo también Heidegger era buscado en la universidad por estudiantes de diversas especialidades que, no sólo querían su título de ingeniería o especialidad sino también un certificado de haber cursado el diploma de filosofía con el gran filósofo; es decir, añadir un trapo más a su currículo.

La filosofía no es una ciencia ni una especialidad, no es un asunto de habilidad y técnica, ni un simple juego de ocurrencias indisciplinadas. Ha ocurrido que tradicionalmente se enseña filosofía en las universidades, no siempre ha sido así, se ha transmitido en las calles, en los pórticos, en las tabernas, en domicilios particulares pero, sólo con la pretensión de transmitirla a la gran población es que se ha optado por incluirla en la currícula universitaria.  Pero allí está y es en ese espacio en el cuál el filósofo de Friburgo la propicia.

Introducir a la filosofía implica que de algún modo nos encontramos fuera de ella, sin participar en absoluto de ella y, por tanto, necesitamos de otro para introducirnos en ese ámbito ajeno. Pero si deseamos introducirnos allí es porque conocemos algo de filosofía, porque no estamos totalmente en blanco ¿podemos querer algo absolutamente desconocido y radicalmente ajeno a nosotros? Por ello entonces algo ya está en nosotros de la filosofía, al menos en un sentido de preconcepción. “Aún cuando no sepamos nada de filosofía, estamos ya en la filosofía, porque la filosofía está en nosotros y nos pertenece y, por cierto, en el sentido de que filosofamos ya siempre.” Todo el tiempo estamos filosofando, aún sin proponérnoslo,  constantemente lo hacemos pues ser hombres, existir como hombre (hombre y mujer por supuesto) implica filosofar. “El animal no puede filosofar, Dios no necesita filosofar. Un Dios que filosofase no sería Dios porque la esencia de la filosofía consiste en ser una posibilidad finita de un ente finito.”
Para filosofar se necesita entonces de límites, de un tiempo siempre agotándose, de la muerte. En la medida en que nos preguntamos por el sentido de nuestras vidas y qué hacer con ellas, filosofamos.  Allí participamos ya de la filosofía, ciertamente no del todo pues aún es menester “poner en marcha el filosofar”. Heidegger para referirse al ser humano usa la expresión  Dasein que resulta compleja de traducir por las connotaciones que permite en alemán y que se pierden al reducirlas a un solo término en castellano. “da” con minúscula significa allí o aquí y, “sein” significa ser. Al unirlo y escribirlo con mayúscula, hace referencia al “ser que somos cada uno de nosotros en éste momento”. Se vuelve un sustantivo con movimiento, somos cada uno de nosotros en todo caso.

Nuestras vidas corren tranquilas y sin sobresaltos mientras no sepamos nada de nuestros límites y vulnerabilidades, paradójicamente, es con la finitud que se posibilita la aparición del límite, del reloj con la cuenta regresiva, sin duda ello trae a nosotros a la angustia y, si no la ignoramos con pastillas u otras adormideras, podríamos “encontrarnos”. Duro trance.

Así que poner en marcha el filosofar significa avocarnos con prisa a la pregunta por el Ser, ¿quién soy, qué sentido tiene vivir en un mundo como éste, qué quiero y con quién, que quiero para mí? Estas y otras preguntas sin consuelo son abiertas en el corazón del sujeto cuando el filosofar está en marcha. A Sócrates lo consideraban sus contemporáneos como un tábano molesto, un bicho que obligaba a despertar, alguien alejado de las preocupaciones “normales” de sus conciudadanos; por ello no era fácil estar cerca de él. Tenía la ingrata costumbre se preguntar aquello que uno prefiere no pensar ni preocuparse por.

Finalmente, Heidegger apunta que, estando alerta del peligro del subjetivismo, es preciso hacerse radicalmente la pregunta por la verdad del sujeto. “Y así, hay una gran verdad en la exigencia que ya la filosofía antigua planteaba: (gnothi seautón), conócete a ti mismo, es decir, conoce lo que eres y sé aquello como lo que te has conocido. Este autoconocimiento en tanto que conocimiento de la humanidad en el hombre, es decir, en tanto que conocimiento de la esencia del hombre, es filosofía, y está tan lejos de la psicología, el psicoanálisis y la moral que, ciertamente, no podría estarlo más.”

Angel Pereyra, Mto. en Filosofía



Posmodernismo: la corrupción cotidiana


La posmodernidad se caracteriza por algo: haber lanzado la guerra contra todo, es decir, en particular, contra todo rastro de humanidad. La humanidad es lo que representa a un humano ante otro humano. La posmodernidad le declaró la guerra.

Freud, en Consideraciones acerca de la guerra y la muerte, escribe: Los pueblos obedecen más a sus pasiones que a sus intereses. Se sirven a lo sumo de los intereses para racionalizar las pasiones; ponen en el primer plano sus intereses para poder fundar la satisfacción de sus pasiones.

Se dibuja un hecho,  cuando se despliegan los intereses -sólo hay, en extremo, discurso interesado- satisfacen una pasión elidida que mantiene esos intereses. La pasión que enturbia el entendimiento no es nueva, lo nuevo radica en las vías e imposibilidades de un pensamiento. No se trata del enigma de la muerte y del nacimiento sino del “conflicto sentimental”. Se trata de un tema demasiado visto, el de la ambivalencia, quizás por ello se puede localizar allí lo que está  no visible.

El conflicto sentimental  enturbia el entendimiento, es una señal de la presencia del cuerpo, los sentimientos son corporales. Los sentimientos abren el juego de las diferencias entre la imagen del semejante, aquello que tiene un trazo singular del amor- llamado narcisista- y las apariciones de un objeto corporal que carece de imagen. Es raro pero ese objeto sostiene las prendas del narcisismo. El sentimiento pese a su difícil localización- es atópico-, ese objeto causa dificultades de acomodación en la vida tal o cual persona. Los sentimientos, pese a la posmodernidad, no se reprimen.

El sentimiento delata el kakon, objeto “interno” extrañado frente a la formación -militar- del yo, sea en la versión de su construcción sucesiva de sus diversas capas -la introyección de los objetos amados-, sea en su formación respecto de la imagen del semejante. El kakon permite construir los nudos singulares del amor costado incorporando su erótica.

Ese objeto se localiza en áreas diferentes según el amor o según el odio: en el amor quedaría del costado de Narciso; en el odio abriría la puerta a una alteridad no visible y en muchas circunstancias insoportable por hacerse visible -los crímenes calificados de homo fóbicos. Cuando Freud  formula el enigma de la melancolía y el duelo en términos de suponer que se sabe qué “objeto” se perdió, quizás sería más pertinente decir que “persona” se ha perdido, y que, al mismo tiempo, no se sabe qué se ha perdido con ella. Al pie de la letra nos encontramos con una sorpresa: el objeto que tratamos de localizar es un objeto sin concepto, al menos sin concepto visible para quien lo perdió.

Kant, en Crítica de la razón pura, hace una tabla de la nada y el ser, más bien de cuatro formas de la nada: 1.- El concepto vació sin objeto, la nada “trivial”; 2.- la intuición vacía sin objeto como el tiempo y el espacio; 3.- la negación de algo, concepto de la falta de objeto, como el frío o la sombra; 4.-  el objeto vacío sin concepto. Este último objeto admite una nota específica para el análisis: un objeto vacío sin concepto, objeto que no puede ser tomado en la palma de la mano, al mismo tiempo en que está en el… ¡hueco de la palma de la mano!

Se puede hacer una objeción: ese objeto vacío sin concepto, cuya propiedad central es no  acomodarse a concepto alguno sólo que por hecho de tener una definición es ya concepto. Eso es posible, sólo cabe otra posibilidad: estamos frente a un objeto constituido en el régimen de excepción. El fetichismo de la mercancía  pone en juego el estatuto de un objeto sin concepto, organizado por  la excepción: “No lo tiene pero le va a crecer”. Esto es ilustrado por un coleccionista de cajas  ¿Colecciona el vacío?

 Freud en Lo perecedero deja  una sorpresa insignificante, se trata de un trazo no visible  en la obra de Freud hasta este escrito. El pregusto -versión Amorrortu-, sensación anticipada -versión de Biblioteca Nueva- uno como otro término indican una actividad de fantasear con aquello que sólo se presentaba como dolor, el dolor es una de las formas de instituir un objeto singular, no visible, que causa y sostiene esa misma fantasía.

El duelo es una de las formas de la constitución subjetiva. Donde ello era yo ha de advenir, allí donde ello, el objeto perdido por un duelo era, en eso que ese personaje familiar o no era para nosotros, en ese lugar el Yo ha de advenir. Esa operación de transito marca el punto de partida  de una pérdida y un excepcional punto de llegada de una falta, con lo cual nos acercamos  y nos alejamos a lo que Freud desarrollará como las servidumbres del Yo:

El duelo por la pérdida de algo que hemos amado o admirado parece al lego tan natural que lo considera obvio. Para el psicólogo, empero, el duelo es un gran enigma, uno de aquellos fenómenos que uno no explica en sí mismos, pero a los cuales reconduce otras cosas oscuras. Nos representamos así la situación: poseemos un cierto grado de capacidad de amor, llamada libido, que en los comienzos del desarrollo se había dirigido sobre el yo propio

Dejemos de lado consideraciones críticas sobre el “trabajo del duelo”(¿¡!?).  Si aceptamos que el joven poeta está tomado por la pasión “Tiene que haber sido la revuelta anímica contra el duelo la que debe haberlos malogrado el goce de lo bello”. La rebeldía se erige en defensa del  yo contra el goce del objeto no visible. Siguiendo el filo del texto podemos establecer una  diferencia entre  los objetos del yo y aquellos objetos que sostienen al Yo.

Esta rebeldía al “trabajo del duelo” surge de la economía de la libido. Este tema puede seguirse en las posiciones de Freud y Abraham. Frente a la conferencia XXVI de 1915-1917, así como  en Duelo y melancolía,  Lacan toma una posición -seminario oral, de  1962-1963, L'angoisse-allí teje con Abraham e indica que la boca es la sede la pulsión invocante,  la boca es un agujero cuyo tejido sostendrá el kakon.

Freud de manera semejante de Torcuato Acetto, La disimulación honesta, comparte la constatación que aquellos que no se dejan de agobiar por el afecto que el duelo implica, no loran desprenderse de esa situación sino mediante un largo camino. Freud toma la postura ética de no clausurarlo ni de combatirlo, como lo hace la guerra actual en el mercado de los fármacos por la generalización de antidepresivos para salir rápido del duelo. Es una opción ética del análisis acompañar el despliegue del afecto doloroso, son los signos vivibles de elementos humanos vitales. 

Freud continua: Ensució la majestuosa imparcialidad de nuestra ciencia, puso al descubierto nuestra vida pulsional en su desnudez, desencadenó en nuestro interior los malos espíritus que creíamos sojuzgados duraderamente por la educación que durante siglos nos impartieron los más nobles de nosotros.

A los analistas se nos paso esa crítica “Ensució la majestuosa imparcialidad de nuestra ciencia”, quizás, convendría aclarar a qué ciencia está dirigido: al análisis. Se trata de una posición política analítica o analítica de la política ante una situación social y cultural como es la guerra.

Después de eso cómo se podría sostener que el territorio del freudismo quedaría amputado de la política o la política sería algo ajeno al análisis en su experiencia y en su doctrina. La política es una materia más de la experiencia cotidiana del psicoanalista pues el individuo no es más que el sujeto del colectivo. 

Alberto Sladogna, psicoanalista, un miembro de la École lacanianne de Psychanalyse (elp)

La fotografía no es inocente

Primero, una cita de Roland Barthes:
“La fotografía es violenta no porque muestre violencias, sino porque cada vez lleva a la fuerza la vista y porque en ella nada puede ser rechazado ni transformado”1   

Susan Sontang delinea algunos elementos coincidentes con Barthes, entre ellos, el señalar que la foto es una cita, ella dice  que el azar o la suerte hacen que las fotografías muchas veces borren las distinciones entre fotógrafos profesionales y aficionados, cuestión que resulta claramente manifiesta en la medida que un fotógrafo toma una fotografía y un artista hace un dibujo, una escultura, una pintura. Más allá de que siempre se trata de un punto de vista, un marco, un borde… una forma de excluir. Pero el eje de su texto es la idea de que “la apetencia por las imágenes que muestran cuerpos dolientes es casi tan viva como el deseo por las que muestran cuerpos desnudos”2
  
Sontang señala que se espera del fotógrafo una mirada atrevida o tal vez transgresora pidiéndole que “sea un espía en la casa del amor y la muerte”. 

Tal relación entre la fotografía y la muerte también fue señalada por Barthes, pero el trabajo de Sontang está orientado más claramente a las imágenes de tormento de otros, de cuerpos muertos o heridos. Y hace todo un recorrido que se inicia con los grabados de Goya, los desastres de la guerra, pasando por los primeros fotógrafos de guerra, hasta nuestras épocas, en que algunos fotógrafos son perseguidos por ser considerados cazadores de carroña fresca Y no falta en ella precisamente la referencia a Bataille.  
Hay una curiosa coincidencia entre Sontang y Barthes. Sontang expresa claramente el problema de la contemplación y la conmoción de imágenes de muerte y destrucción pero no publica en su texto ninguna fotografía. Barthes escribe todo un libro bajo la conmoción de la muerte de su madre y el hallazgo de una fotografía de ella. Y esa fotografía llamada “la fotografía del invernadero” no la publica. A pesar de que publica otras fotografías en las que se ocupa detalladamente de cincunscribir su punctum.3 

El no hacer público lo que a cada uno de ellos les ha conmovido de la fotografía los coloca en una posición totalmente distinta a la de Bataille que a orillas de la muerte, tomado por las fotografía de los Cien Trozos se vio compelido a comunicarla, bajo el anuncio “aun hoy no puedo imaginar otra cosa más loca, más angustiante...”4 que esa imagen.

1Barthes Roland, La cámara lúcida, Paidós, Barcelona, 1999
2S. Sontang, Ante el dolor de los demás, Alfaguara, Buenos Aires, 2003 (Regarding de Pain of others, es el título en inglés), p. 52
3El punctum es un detalle, dar ejemplos de punctum es, dice Barthes en cierto modo entregarme, en el punctum de una fotografía algo va al encuentro del sujeto, pero eso ocurre porque también se trata de algo que habita al sujeto. Un buen síntoma de ese encuentro es la incapacidad de nombrar lo que punza, la incapacidad de dar nombre a lo que provoca el trastorno.
4Bataille George, Las lágrimas de Eros, Tusquets, México p.247


Carmen Tinajero, psicoanalista, miembro de la elp