jueves, 30 de diciembre de 2010









































Editorial: Melancolía



Inicia el año y Contrafirma® continúa bregando en el ámbito de la cultura y las ideas. En enero nos convoca la melancolía e invitamos a nuestros amables lectores para acompañarnos en un recorrido con múltiples bifurcaciones y periplos en torno a esta temática, -tal estilo es ya característico de nuestras ediciones. A contrapelo de lo habitual hemos preferido tratar sobre la melancolía al inicio y no al final del calendario porque tal vez ahora corramos menos riesgo de quedar entrampados en ella que si lo hiciéramos a la inversa (¿o no?). 

En el ámbito médico la palabra “melancolía” resulta anacrónico para referirse a los estados de salud del individuo, particularmente a la casi transparente “salud mental”, sí en cambio, suele hablarse de “depresión”; en portada presentamos un artículo avocado a polemizar ésta cuestión, tema que continua Carmen Tinajero. Alberto Sladogna, desde la teoría psicoanalítica, discurre con una mirada clínica distinta apropósito de la articulación afortunada que un paciente suyo le regaló: soy un melalcohólico -le dijo. Tratando sobre la ingesta de alcohol y la melancolía nos escribe sus puntos de vista sobre la dinámica del placer en torno al cuerpo y a sus agujeros.  Por otro costado de la cuestión, en el terreno del arte, melancolía sigue siendo tan actual como cuando inspiró a una generación de poetas (los románticos) cuyas vidas fueron trastocadas muchas veces por la desdicha y, de allí, florecieron sus obras nutriéndose del negro sol de la melancolía; dedicamos a ello un espacio al célebre soneto de Nerval. 

Característico de la melancolía es la ausencia del objeto al cual se refiere, como en aquella canción de J. M. Serrat “No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí. Perdóname si…” En esta vertiente del tema se hallan nuestros colaboradores Eduardo Vargas, tratando la nostalgia como trampa y proponiendo salidas, Ana Lilia Herrera haciendo una acérrima crítica a la actitud misógina de cierto panfleto que circula en internet, y Miguel Escalante quien nos ayuda a comprender con el análisis de una película de antaño, las fallas de la educación llamada “tradicional” y las innovaciones que exigen los tiempos actuales para dar respuesta a dicha falla. Vemos en la riqueza de estas producciones textuales y aquellas no mencionadas aquí, pero presentes en la actual edición, que la ausencia de objeto estimula búsquedas e incentiva creaciones tendientes a llenar (sin lograrlo por supuesto) el vacío, el agujero de nuestros anhelos, en este sentido, la falta de completud signada con el matiz de la melancolía, no siempre es una peste a eliminar o un mal, sino, al contrario, motor fértil.

Por último, como fe de errata hacemos público un equívoco aparecido en la editorial Contrafirma® de Diciembre: allí se alude a una “reflexión sobre el tema de la traducción” escrita por Pablo Herrera que no apareció entonces pero lo hace ahora.

A todos nuestros lectores y colaboradores, les auguramos un muy provechoso año y les deseamos la mejor de las fortunas, al mismo tiempo agradecemos con afecto su gentil compañía en este camino de letras e imágenes llamado Contrafirma®.

Ya no seré feliz


La forma de vida contemporánea, impregnada por las incansables propuestas televisivas acerca de incontables aspectos de la existencia humana, privilegia ciertos valores y experiencias que, a diferencia de siglos anteriores, no se fundan en una moral trascendental o práctica sino, simple y llanamente en los caprichos del comercio. A decir del historiador de la muerte, Philippe Ariés, la sociedad industrializada del siglo XX operó un cambio respecto al gran tabú que la regía desde el siglo XVIII, el poder normalizador y las prohibiciones relativas al sexo pasaron su relevo a la muerte; en la sociedad contemporánea ya no son censuradas con tanto rigor las manifestaciones de la sexualidad, como sí las de la muerte. El sexo pasó de la represión a la exhibición y la desinhibición pública, en tanto las manifestaciones del duelo, la tristeza, la enfermedad, el pesimismo y la melancolía, se han vuelto incómodas; para cierto ideal de sociedad es preciso ser feliz a toda costa. Ariés ubica en los E. U. de principios del siglo XX el inicio de una actitud nunca antes vista en la sociedad, a la par de los avances en la medicina, la familiaridad con la muerte (por siglos las personas morían en sus casas tras un cierto ritual dramático que incluía la despedida, el perdón, las recomendaciones a la familia, etc., a partir del siglo XX comenzaron a hacerlo más y principalmente en el hospital, rodeado de médicos y fríos aparatos) se convirtió en repulsión, en evitación, en molestia. Si se analizan un poco los contenidos televisivos actuales y los estereotipos cinematográficos imperantes, podremos observar una constante incitación, casi hostigamiento, a ser feliz, a no manifestar signos de muerte (desánimo, tristeza, pesimismo, miedo).

Desde su cuño, la melancolía ha sido objeto desconcierto, Hipócrates, quien la bautizó así haciendo con ello alusión a que  en las personas melancólicas prevalecía la bilis negra más que los otros tres humores, describía casos donde ésta se hallaba mezclada con el frenesí y otros en los cuales precedía al delirio. En el siglo XIX se trató a los melancólicos como enfermos morales, es decir, su enfermedad se debía a su “mal comportamiento” o al de sus padres (degenerescencia, puede consultarse un capítulo entero de la Historia de la Psiquiatría de Quetel y Postel del FCE), así, se los duchaba con agua fría, se los mantenía ocupados y se les imponían trabajos constantes para evitarles pensamientos tristes. Su aparición simultánea con su opuesto ya había sido notada en la antigüedad, y en 1667 es presentada así por Willis como una de las cuatro grandes entidades nosológicas: “[…]  el frenesí, especie de furor acompañado de fiebre, y del cual debe distinguirse, por su mayor brevedad, el Delirio. La Manía es un furor sin fiebre. La Melancolía no tiene furor ni fiebre: se caracteriza por una tristeza y por un miedo que se aplican a objetos poco numerosos, a menudo a una preocupación única”.  Esta cercanía con otras manifestaciones mórbidas llevan a los famosos psiquiatras franceses del siglo XVIII a  clasificar a la melancolía como una de las vesanias (locuras), Pinel: “la melancolía, la manía, la demencia y la idiotez, a las cuales se añade la hipocondría, el sonambulismo y la hidrofobia” y Esquirol a su vez la incluye en la serie de manía, demencia e imbecilidad (Foucault, Historia de la locura en la época clásica). Por último, transcribimos la definición de melancolía aparecida en la Enciclopedia (siglo XVIII): “también es un delirio, pero un “delirio particular”, que gira sobre uno o dos objetos determinados, sin fiebre ni furor, en lo que difiere de la manía o del frenesí. Ese delirio con la mayor frecuencia va aunado a una tristeza insuperable, a un humor sombrío, a una misantropía, a una decidida tendencia a la soledad”.

Actualmente ya no se habla de melancolía en los ámbitos medico-psiquiátricos, su célebre lugar a sido ocupado por la depresión, palabra operativa, simple, descriptiva de síntomas observables, es decir, clínica. La depresión hace referencia a una forma contemporánea de clasificar a las llamadas “enfermedades mentales” en la cual se enlistan los signos de cierto comportamiento humano apartado de la norma, de lo que más se repite. La depresión mayor, como la llaman los manuales diagnósticos americanos,  se caracteriza por un cuadro en el cual se manifiesta un estado de ánimo triste y decaído, pérdida de interés por actividades placenteras, perdida de energía, ideas recurrentes de muerte o suicidio, insomnio, etc. Todo esto por lo menos durante dos semanas consecutivas. Al igual que la gran mayoría de las “enfermedades mentales” consignadas en dichos manuales, la depresión no tiene una causa específica; cuando aparece después de un duelo o una pérdida significativa la llaman reactiva, pero, cuando simplemente está allí sin justificación aparente suele decirse que es endógena. El problema de convertir a la melancolía, padecimiento humano, en enfermedad mental, radica en despojar al sufriente, a la persona de toda responsabilidad por sus síntomas, los cuales, desde el momento de establecerse un diagnóstico psiquiátrico dejan de pertenecerle al sujeto para convertirse en parte de un ente incorpóreo e impersonal llamado depresión mayor. El melancólico no encuentra sentido a la vida pero, convirtiéndolo en deprimido, resulta ahora que ello no es su culpa, no es que encontrara una verdad en la vida sino que ha sido “infectado” por la enfermedad de la depresión y por ello no es su culpa, no tiene nada que ver con  sigo mismo. Si a ello se le suma que las nuevas familias de medicamentos antidepresivos son capaces de modificar la química cerebral involucrada en la manifestación de las emociones, podemos decir que es posible robar la tristeza del melancólico. Los psicofármacos no curan la depresión puesto que “depresión” no es “algo” que el sujeto traiga inoculado (como sí ocurre con el virus AH1N1 en el caso de la influenza) y deba ser curado al igual que alguien se cura de la malaria por ejemplo; “depresión” es una palabra escogida para describir objetivamente los signos clínicos de una persona, los cuales, al repetirse estadísticamente configuran un cuadro típico al cual abusivamente se le llama enfermedad. ¿Por qué no recoger los signos clínicos de las personas enamoradas y llamar enfermedad psiquiátrica al enamoramiento?, ¿Por qué no hacer lo mismo con las personas en quienes se repiten constantemente signos de avaricia y ambición? Sencillamente porque la sociedad competitiva en la cual vivimos ve con buenos ojos a las personas emprendedoras y a los líderes que poseen dichas “cualidades”. Así también porque se aprecia en alto grado al enamoramiento y a su supuesto poder para hacernos felices. El paso de una cualidad a una enfermedad reside en el valor dado a ellas por la moral social en turno y no en realidades trascendentes e inmutables, menos en causas genética (ahora que el genoma está de moda).

No sostengo la inexistencia del sufrimiento sino la ciega repulsa dada al mismo por la sociedad contemporánea marcada por el tabú de la muerte, por la repulsa a admitir la falta, la castración, los límites, por un lado, y azuzada por la exigencia absurda a centrar el sentido de la vida en buscar la felicidad per se y a toda ultranza, desestimando con ello varias otras regiones de la experiencia humana tanto más valiosas que la felicidad ingenua estilo Disney (“...y fueron felices para siempre”) cuanto más indispensables. La vida es corta.      


     

Angel Pereyra, Mto. en Filosofía

Traducir o no traducir; esa es la cuestión

To be, or not to be: that is the question” se pregunta el príncipe Hamlet en la primer escena del tercer acto de la célebre obra de William Shakespeare: The Tragedy of Hamlet, Prince of Denmark. La primer línea del soliloquio del Hamlet es una de las más citadas en la historia de la literatura universal, y en México es regularmente traducida como “¿ser o no ser?, esa es la cuestión”. Sin embargo me gustaría llamar tu atención, estimado lector, a un asunto de índole traductológica (si es que estamos cerca de hacer de la traducción una ciencia). Qué te parecería si tradujéramos la línea como: “¿estar o no estar?, esa es la pregunta”; suena extraño, pero parece conservar el sentido y tiene cierta lógica, después de todo el verbo to be retiene en sí mismo ambas acepciones. ¿Es importante para la comprensión del soliloquio o de la obra que ambos significados compartan el mismo espacio? Sin lugar a dudas, no soy el primero en preguntarlo.

Sobre lo anterior regresaré más adelante, pero todo esto viene a colación debido a que asistí al teatro para ver A Chorus Line (La línea del coro). Una de las cosas que me llamó la atención, fue la traducción. Debo confesar que, en la medida de lo posible, evito leer cualquier texto si no se encuentra en su idioma original o no está traducido por el autor, porque fui entrenado para saber que siempre se “pierde algo” cuando un texto se traduce. Sin embargo, quedé sorprendido, la música y diálogos de La línea del coro me produjeron básicamente las mismas emociones y sensaciones que el original de Broadway. Todavía recuerdo con desdén las puestas en escena de El Fantasma de la Ópera y La Bella y la Bestia, gracias a esas producciones perdí la esperanza de encontrar un buen musical traducido.
No intento aquí buscar culpables, pero revisando los musicales que guardo en casa noté que rara vez la música es traducida en ellos. Cabaret, Chicago, Annie, A Chorus Line, Singing in the Rain, The Red Shoes, The Wizard of Oz, Sweeney Todd, Across the Universe, The Phantom of the Opera, Hello Dolly, Moulin Rouge, My Fair Lady, Rent, y otros son memorables gracias a sus canciones, a pesar de que las letras no están disponibles en español (me refiero a versiones para cantar ya que estas se subtitulan la mayoría de las veces), y cuando ha habido intentos de hacer versiones en español la crítica las más de las veces no es favorable (recuerdas la versión en cumbia de My Hearth Will Go On, tema insignia de la película Titanic).

Revisando también mis apuntes sobre teoría literaria me detuve un poco en la cuestión de ¿qué es la literatura?, y ¿qué hace que un texto sea literario y otro no?, la respuesta, era la literaturidad, y una de las características que podían apuntar a ello era el proceso de desnaturalización del lenguaje. Como diría Eduardo Casar “no es lo mismo burro de un año, que añal borrico”, entre más extraña sea una construcción gramatical y/o sintáctica parecerá más literaria. Y que más extraño y alejado de nuestro lenguaje cotidiano puede existir que un idioma extranjero… como el inglés. Esa puede ser una de las principales razones por las cuales un texto, o las letras de algunas canciones con regularidad “nos gustan más en inglés”.
Definitivamente no quiero decir con esto que este proceso sea universal, ha habido canciones que son resultado de la traducción y que están inscritas en parte de los imaginarios colectivos de México como las de películas del corte de La sirenita, El Rey León, Mary Popins, Encantada, Cenicienta, Hércules, La Bella y la Bestia, El Jorobado de Notredame, Mulán, y muchos otros disneys. Pero al parecer existe un patrón que nos está indicando que sólo vale la pena hacer las traducciones para un público infantil porque sería muy difícil para ellos establecer un vínculo emocional con las películas si las canciones estuvieran en otro idioma.

En La línea del coro una de las cosas que me agradó de la traducción, extrañamente fue que muchas veces se alejaba del texto original. Me parece que no puede existir peor traducción que una forzada. Google puede traducir palabra-por-palabra un texto, sin embargo el resultado, las más de las veces, es ininteligible. Quedaron ya atrás los tiempos (si es que acaso existieron) cuando lo que se buscaba en la traducción era apego total al texto original (aunque parece que algunos productores no han entendido todavía esto), la traducción se preocupa ahora más por la retórica y la recepción; esto no es algo nuevo, para traducir un texto, primero hay que entenderlo, y una buena traducción tendrá el mismo sentido aunque las palabras estén totalmente alejadas del original.

¿Traducir o no traducir?, esa es la cuestión. Si queremos leer a Charles Dickens ¿será mejor A Christmas Caroll, o Un cuento de navidad?, si queremos estudiar a Oscar Wilde ¿será mejor The Importance of Being Earnest, o La importancia de llamarse Ernesto?, si queremos ver un buen musical ¿será mejor buscar uno en idioma original o uno en español? ¿Ser o estar?, ¡esa es la pregunta!

Pablo Herrera, estudiante de literatura

Ilustraciones melancólicas


Un debate más o menos reciente es el que coloca al diseño gráfico como una corriente artística más en las muchas que el arte nos ofrece. Para algunos la diferenciación entre arte y diseño puede estar bastante clara, pero en terrenos como la ilustración es donde los límites se traslapan y resulta confuso entender dónde empieza uno y termina otro. Artistas que tomen a la melancolía como su tema de inspiración hay muchos, sin embargo, encontrar una ilustradora que asuma esta posición desde su trabajo no es tan común. Es precisamente la propuesta de Nicoletta Ceccoli la que toma una posición de arriesgue y nos muestra que la melancolía puede representarse desde la gráfica contemporánea. Si es arte o no es un tema complicado, más ahora que se habla del afterpop, es decir, la entremezcla de la anteriormente clara separación entre la cultura pop y la alta cultura.

Temas tristes, anhelantes, colores sobrios y trazos particulars envuelven la obra de Ceccoli. Su amplia formación se ve recompensada por los multiples premios recibidos, reflejo del gusto popular y de la crítica especializada. Como en el caso del gran arte, es el tiempo el que decidirá si le corresponde a Nicoletta Ceccoli quedarse con nosotros o tan sólo ser una nota a pie de página de quien intentó llevar la ilustración un paso más allá.


Oscar Contreras, Mto. en Diseño Gráfico y Semiótica

Melalcohólico, una tristeza embotellada

La risa es signo de la locura. El que ríe no cree en aquello de lo que ríe, pero tampoco lo odia. Por tanto, reírse del mal significa no estar dispuesto a combatirlo, y reírse del bien significa desconocer la fuerza del bien, que se difunde por si solo (…).
Aristóteles 


En lengua castellana el término melancolía mantiene una alianza sonora con  melancólico. Un analizante hizo en sesión el siguiente regalo, al hablar pronuncio así su estado: soy melalcohólico ¿Cuál era su regalo? Era un  aporte a la doctrina del psicoanálisis: un estado de ánimo, la melancolía, sentimiento muy compartido y democráticamente distribuido, está organizada por la circulación de un líquido. Los griegos hablaban de la circulación de la bilis negra. El líquido siempre tiene una compañía: su envase, su recipiente, el objeto que lo contiene. En resumen no hay melalcoholía sin botella. 

Un ensayista, Zygmunt Bauman, escribió Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Es interesante observar que su propuesta no deja de ser “melancólica”, de tener una cierta saudade por un tiempo que se fue  al que el autor le supone, en exceso, haber sido mejor.  Interesa subrayar la presencia del líquido del amor, los fluidos no dejan de tener articulación con los cuerpos que los transforman. El human@ se caracteriza por ser una máquina deseante de hacer circular secreciones (sudor, saliva, flatos, olores, orines, excremento, semen, flujos…) En efecto, el cuerpo es una botella.
Veamos el continente doctrinario del psicoanálisis. Detallemos un dato, Freud con su teoría del inconsciente introdujo un frasco: un recipiente que contiene en su interior un inconsciente. Esa botella freudiana tenía un inconveniente ¿Cómo se llenaba ese recipiente interior? El inconsciente freudiano se asemeja al fondo de la botella, quizás debido a ello, para Freud, el análisis era interminable. La lógica de su propuesta lo conducía a una práctica muy alegre de la melancolía presente en las cantinas: La última y nos vamos… ¡No te inquietes! La última es la próxima. Convengamos que esa propuesta de lógica freudiana se ubica de forma más alegre que la práctica de la clase política revolucionaria: Investigaremos hasta el fondo y hasta las últimas consecuencias… En ambas casos encontramos ingredientes de la melancolía: siempre lo peor está por venir y además no hay forma de tocar el fondo, más aún, así, el fondo inagotable de la queja melalcohólica queda protegido,  ni siquiera rosado -o blanco o tinto o… 
Una melalcoholía protege el fondo como su causa inmaculada e intocable. Aquello que causa esa retórica subjetiva queda en cubierto con el fondo de la botella.

Freud en su clásico Duelo y melancolía [1915-1917] escribió Las situaciones que dan lugar a la enfermedad en la melancolía van más allá del caso transparente de la pérdida por muerte del objeto amado, y comprenden todas aquellas situaciones de ofensa, postergación y desengaño, que pueden introducir, en la relación con el objeto, sentimientos opuestos de amor y odio o intensificar una ambivalencia preexistente.

El escrito data de una fecha cercana a la aparición de un líquido gaseoso mortífero: el gas mostaza. Se abrían botellas conteniendo el gas y el viento hacia un estrago mediante la convocatoria a la pulsión nasal: el enemigo -y los amigos-al meter las narices perdían su vida. 

Regresemos al texto escrito por Freud, nos interesa, mediante un sacacorchos extraer un elemento  contenido allí. Los escritos son botellas lanzadas a la mar de la lectura, para leer los destapamos ¿Cuál elemento extraemos? Esa afección deja ver la presencia de un objeto que convoca sentimientos opuestos de amor y odio. Un objeto nunca se presenta sin tener un recipiente: cada regalo viene con una envoltura. El primer analizante de Jacques Lacan conocido por sus embotellamientos fijó sus honorarios por el costo del alcohol que consumió en la cena donde le solicitó análisis. Al pie de la letra sólo podía analizarse si desplegaba en la sesión el costo erótico que daba a su melalcoholía. 

Una botella contiene a la melancolía; ese recipiente contiene a un objeto. Un cuerpo humano contiene objetos. La melalcoholía suele aparecer  ante la presencia de un objeto. Freud y los analistas constatamos que en muchas ocasiones el  “melancólico” no pierde oportunidad alguna para degradarse, en sus comparaciones no deja de tratarse como excremento o inmundicia. Esas descalificaciones ¿A qué objeto se dirigen? Nada indica que sea un objeto exterior, nada indica que sea un objeto interior, quizás sea un objeto del sí mismo, caracterizado por no ser ni interior ni exterior sino todo lo contrario. Ese objeto en la melalcoholía es tratado con el estilo de Woody Allen  cuando, apoyándose en Groucho Marx, decía: Nunca pertenecería a un club que me aceptara como socio. Recordemos que los desperdicios son para algunos, una fuente enorme de riqueza erótica (Cfr: La historia de la mierda)

En efecto, un momento difícil para la melancolía es ver si tiene condiciones para no taponar con el desperdicio su salida. En ocasiones no quiere o no acepta o no tiene condiciones para asociarse con ese objeto que constituye el territorio del cuidado de sí (Foucault), el cuidado de sí…mismo. Nadie puede indicarle desde afuera su buen camino. En estas situaciones vitales la pastoral psicoanalítica del bien o de la ética o de no retroceder ante el deseo conduce a lo peor.

Woody Allen con su forma de vivir y de filmar su vida -suele aparecer en cada una de sus películas- su estilo enseña una manera de arreglárselas con ese objeto que es parte del cuidado de sí. Más aún, gracias a eso, junto con su análisis, ha logrado tener y sostener su lugar  en el campo del arte cinematográfico y otros. Subrayemos, W. Allen no deja de ser irónico con su práctica del psicoanálisis, gracias a ello, él revela que su análisis es una compañía que él se da de por vida ¿Quién puede decirle que se equivoca, si gracias a eso él vive con su estilo? El psicoanálisis es un cuidado de sí para lograr vivir con un estilo fuera de lo políticamente correcto.

Iniciamos este breve recorrido, esta navegación, haciendo presente a un objeto: la botella ¿Qué clase de objeto es una botella? La pregunta es sencilla…mente complicada. Aparece como siendo un recipiente que contiene un agujero. Pequeña sorpresa, la botella carece de agujero, no tiene ninguna, su forma en cubierta, hace aparece un agujero que es un falso agujero o un agujero aparente: la botella es un disco plano, ¡Es una tortilla! Sí, cuando plegamos la tortilla hacemos un tubo con dos falsos agujeros, allí en ese rollo le damos continente a los frijoles o a las carnitas o a la… Lo falso sirve de recipiente  y nos permite deleitarnos.

La botella es un disco sin agujero, es un disco que tiene dos caras separadas por su borde; cada una de sus caras está separada por el borde. Cuando en la melalcoholía se busca llegar al fondo de la botella ¿A cuál de los dos fondos del disco se llega? ¿A la cara interna del disco o a la cara externa? Cada uno de ellos es un fondo.

En la melalcoholía está presente como objeto el líquido. Ese objeto es pulsión cuya energía erótica no ha sido desplegada, la apuesta es esa, lograr desplazarlo del valor excremental para situarlo en su alta intensidad erótica. Foucault decía respecto a su apuesta erótica: Me gustaría morir de una sobredosis de placer. Cuando esa apuesta lo condujo a la muerte, como cualquier otra apuesta, los intelectuales franceses reaccionaron ocultando las causas de su muerte: no murió por el SIDA, sino por la sobredosis de placer. 

Esa forma de vivir la vida pone en juego el cuerpo, nuestro cuerpo ¿ De qué clase es? Es una botella rara, extraña: un tubo plegado en sus extremos, y además, al plegarse el tubo atraviesa sus paredes. A ese objeto extraño en el mundo del arte se lo conoce como botella de Klein. No exagero poco sino demasiado. El tubo de la boca se conecta con su salida, el ano;  cada oído es un tubo donde sus extremos están conectados; algo semejante le ocurre le ocurre a los ojos gracias a sus agujeros vemos adentro las cosas de afuera.

El cuerpo humano es un queso gruyere: su consistencia,  su existencia proviene de sus agujeros. Los agujeros corporales son los lugares gracias a los cuales estamos en articulación con los otros: a través de los ojos miramos y vemos lo que otros hacen y cómo nos miran, gracias al agujero del tubo bocal nos alimentamos ¡Quién chilla come más pinole!

Los objetos que se apoyan en esos agujeros son una parte de sí mismo que cada quien ha de ver si quiere apostar o no a reconocerlos como siendo la causa de sus ganas de vivir… Ese es el desafío que a cada quien lanza esa melancolía compartida que como human@s cada un@ vive ¿Cómo sobre vivir con esa locura que está circulando en la botella de nuestro cuerpo? 


Alberto Sladogna, psicoanalista, miembro de la elp

"Ay, que tiempos aquellos Sr. Don Simón"


Estando escribiendo mi participación en Enero para Contrafirma (Titulado La ausencia, muy ad hoc para el tema señalado: la melancolía), me llega un correo electrónico titulado “Ay que tiempos aquellos señor Don Simón”. Jugando con el título de la película estelarizada por Joaquín Pardavé, en 1941. El correo transmitía a manera de broma un supuesto volante repartido entre las mujeres casadas en el año de 1956, en donde se les enseñaba a tratar a su conyugue, el volante se titulaba Guía de la buena esposa. Dejé entonces el tema que escribía y decidí redactar éste. Pedí a Contrafirma que reproduzcan el diseño del citado volante (que más bien es una especie de folletín de múltiples dobleces) para que usted, lector, tenga una idea más concreta.

La nostalgia con que el título del correo da a entender que aquellos tiempos ya no se dan, resulta tan indignante como la postura misógina imperante en los 50´s (año de circulación del volante) y puesta en circulación a través de un chiste que vela una gran verdad: la relación servicial que se da desde dentro del matrimonio, donde el papel de recolector asignado a la mujer, se le suma actualmente el de cazador al tener que trabajar para contribuir a la manutención del hogar. Mirar el volante enviado como una broma machista a través de la red con un dejo de nostalgia contribuye a reafirmar la posición de sometimiento a la que se ve sometida la mujer. Los espacios creados para dar voz a las mujeres son de pronto acallados por bromas sexistas que otorgan al hombre un derecho natural a ser servidos, mostrando, como en el caso de nuestro ejemplo, a la mujer orgullosa de su actividad sumisa, dedicada y no participativa más allá de lo que el hombre requiera y desee. Miremos el volante: la mujer teje, barre, limpia, cocina, tan sólo para complacer al hombre, ¿dónde queda la mujer como individualidad?, ella está borrada, no existe, no estaba contemplada en el esquema de la postguerra más que para fortalecer la supremacía masculina. Actualmente la situación, aunque ha cambiado, sí se ve desde el mismo título del correo lo hilarante que resulta para muchos los tiempos pasados, la melancolía de un tiempo de atención y cuidados unidireccionales. La misogínia se expresa ahora a través del humor, múltiples chistes, en resistencia al cambio, en lucha constante por regresar al pasado, por recuperar el terreno perdido, son el equivalente de la postura de décadas atrás.

Posiblemente esta posición me pueda presentar como carente de sentido del humor, no es el caso, creo tenerlo, mi pregunta es ¿por qué encontrar humor en la posición humillante en la que la mujer fue colocada durante siglos? Ser feminista quemabracieres está desfasado, no es la renuncia al género la solución, es la ocupación de roles ornamentales lo que debemos cuestionar. Lo siento, no puedo reirme y retransmitir un correo que arranca del supuesto que la relación hombre/mujer era mejor hace años, aunque de una broma se trate. “Ay que tiempos señor don Simón” se ha convertido en una frase que habla de la nostalgia del pasado, de esa melancolía que nos inunda al mirar hacia atrás y ver que los tiempos pasados fueron mejores. No lo creo. Televisión en blanco y negro, matanza de animales por diversión, nulos derechos a los niños, expectativas menores de vida y sometimiento sexista, no forman parte de mi concepto de añoranza por el pasado.



Ana Lilia Herrera, activista Queer

Nostalgia


La añoranza es el camino previo a convertirse en estatua de sal
Enrique Múgica Herzog (1932-?) Político español





El planeta está invadido por la nostalgia, ese sentimiento se respira, se come, se viste, se ve, se escucha, se odia, se quiere, pero no se ignora, nadie está ajeno a ella, sí ella, el hecho de no ser de carne y hueso no quiere decir que no se le puede dar un sexo y tratarla como algo más que un sentimiento. Si bien siempre nos acompaña en algún momento de nuestra vida, la nostalgia ha sido utilizada en beneficio de las televisoras, disqueras, diseñadores, comerciantes, artistas, escritores, pintores y muchos más, la esencia de la nostalgia es la creencia generalizada de muchas personas que pensamos que en años y décadas pasadas las personas estaban mejor de lo que están ahora.

La vida tumultuosa en la que nos desempeñamos en la actualidad nos hace añorar los tiempos pasados, tal vez porque cuando éramos niños no teníamos responsabilidades, no conocíamos bien a bien las crisis, las guerras, los asesinatos, la mala política, etc. Y qué decir de las historias que escuchamos de gente mayor a nosotros, gente que nos cuenta de la buena música, los grandes escritores, los grandes actores, los inventos maravillosos, la ingenuidad del planeta, un mundo maravilloso.

Desde la víspera de entrada del año 2000 a nuestro calendario, una oleada de nostalgia se dejó sentir en el mundo, el hecho de saber que se terminaba un siglo para dar paso a otro hizo que las personas entráramos en un estado de añoranza por lo que fue y nunca mas volverá a ser, sin embargo, han transcurrido 10 años de eso y aún seguimos inmersos en los recuerdos, como esperando a que el pasado se haga presente, estamos aferrados a nuestra memoria colectiva como si se tratase de una mantita que nos ofrece seguridad  y confort mental.

Estamos estancados, y lo peor del caso es que de ese pasado que tanto anhelamos no hemos sido capaces de aprender cosas prácticas, como civilización seguimos cometiendo los mismos errores, las mismas imprudencias, ignoramos estrategias que pudiéramos explotar en beneficio de los habitantes del planeta, la historia, se dice, está condena a repetirse una y otra vez como una mala película en un canal de televisión abierta de bajo presupuesto, es película que a pesar de ser tan mala seguimos mirando cada vez que la programan en un domingo de ocio y apatía.

Si nos quedamos pensando en la inmortalidad del cangrejo, como se dice popularmente, corremos el riesgo, ya no de añorar los buenos tiempos, sino el “tiempo” a secas, la contemplación y adoración de un objeto o cosa que nos atrae de sobremanera ejerce en nuestra mente un efecto hipnótico que nos hace perder la noción del tiempo y el espacio, y es precisamente lo que nos ocurre con la añoranza del pasado.

Hemos convertido un sentimiento totalmente puro en una especie de droga que nos mantiene al margen de la acción para cambiar nuestro presente, necesitamos dar el siguiente paso, romper ataduras con lo que ya sucedió y con mucha mas razón si lo sucedido fue algo que nos retrasó como individuo y como grupo, ¿pero de qué manera se puede usar el pasado en nuestro favor?, es una tarea un tanto complicada, pero basta con agudizar nuestra capacidad de observación, nuestra capacidad de análisis, ver el pasado como una escuela de la cual podamos robar para aprender, informarnos sobre lo que pasa a nuestro alrededor, porque todo nos afecta directa e indirectamente, en fin simple y sencillamente no estancarnos en la no-acción, es pues momento de consumir el valioso tiempo dedicado a la contemplación y la añoranza e invertirlo en la búsqueda de estrategias que nos permitan la evolución de nuestro entorno, avancemos con la frente en alto, por más que el pasado nos llame para atraparnos y secuestrar nuestra atención no miremos atrás, de lo contrario podríamos convertirnos en estatuas de sal.

Eduardo Vargas

Metáforas de la melancolía

Fue su amante, pero pasa a la historia del arte gracias a su amplia documentación fotográfica del proceso de formación de El Guernica, de Picasso. La imagen de Dora Maar (Henriette Theodora Markovitch), fotógrafa secuestrada por el genio artístico y la personalidad de Pablo Picasso, llega a nosotros a través de una serie de pinturas que le realiza el malagueño. Es interesante la transformación sufrida por Dora ante los ojos del artista. Mujer segura de sí misma, altiva, sóbria, elegante, es plasmada en los primeros cuadros, cuando recién salía el artista de su relación con Marie-Thérèse Walter, como una mujer hermosa, seductora, respondiendo con coquetería ante la mirada intrusiva del artista, de piel rosagante, manos delicadas, juguetonas, seguras de ser mostradas. Unos hermosos ojos y una sonrisa que envidiaría Francesca del Giocondo; un misterio cautivador, un entregarse y no, es lo que para Picasso tenía Dora Maar que ofrecer al mundo. Aproximadamente 3 años después esa misma mujer llena de vida y sueños, pintada por él, es retratada nuevamente para convertirse en el famoso cuadro Mujer Llorando (1937): Los hermosos y vibrantes ojos de la primera pintura dan paso a ojos tristes, inundados por lágrimas, tan fuerte es la tristeza que emanan esos ojos, que Picasso los pinta como dos barcas a medio sumergir. La metáfora del dolor queda genialmente convocada en esos trazos. Las lágrimas, surgidas de sus ojos naufragantes, no corren su trayecto natural marcado por la gravedad, en vez de ello la lágrimas recorren parábolas caricaturescas en señal de la inmensa fuerza que las hace abandonar los ojos/barcas. La otrora sonrisa misteriosa cede su espacio a una boca que deja mostrar la dentadura, el dolor de la modelo desprende la mandíbula de su posición natural, cual animal rabioso, muestra los dientes, pero, a diferencia de éste, ella lo hace como parte del rictus del dolor que la aqueja. Entre la primera pintura, la de una Dora Maar seductora, y Mujer llorando es claro que algo pasó, se interpuso Picasso, específicamente, su amor por él. Después de mí, solamente Dios, le dijo a su siguiente amante, Françoise Gilot.

Esta transformación, de venus a gárgolas es común en las pinturas de Picasso, es posible rastrearlas en algunas de sus obras, ninguna de manera tan obvia como las dedicadas a Dora. El estilo, en este caso cubista, sirve como la metáfora perfecta para colocar imágenes que las palabras no podrían aprehender. La poesía, a través de sus multiples recursos da cuenta de un dolor tan grande que no cabe en el cuerpo, la pintura, por su parte, hace lo mismo. La tristeza profunda, la melancolía, esa de la que habla el poeta e intenta recrear la paleta del pintor está muy lejos del cuadro clínico de la depresión. Podemos intentar acercarnos a ese sentimiento, pero ¿cómo es, sino a través de las metáforas, que podemos describir unos ojos tan tristes que naufragan en sus mismas lágrimas? La apuesta del arte conceptual es intentar representar la realidad de una manera más clara, no se trata, en el caso de una mujer llorando, plasmarla con los ojos tristes y las lágrimas surcando el rostro, se trata de proponer un nuevo modelo de tristeza que nos introduzca en la situación. Describir la melancolía de manera operativa nos deja fuera de ese registro subjetivo que la hace humana. El perverso placer experimentado ante la pérdida de un amor (en este caso la de Picasso por Dora) no puede exponerse plácidamente como quien describe la anatomía del rostro y la fisiología del acto de llorar. Este sentimiento pertenece a cada uno, pero se comparte un común denominador: la sensación de desborde, la intuición de que nuestro cuerpo es demasiado pequeño para contenerlo y la necesidad de metáforas para exponerlo. ¿No es acaso cuando vemos una pintura o leemos un poema que sentimos que eso que el autor intenta decirnos lo sabemos ya? Cada quién encuentra las metáforas que se reencuentren con su propia novela. Van Gogh escribió: Tengo una terrible necesidad de… ¿diré la palabra?, de religión,… entonces salgo por las noches y pinto las estrellas. Esas estrellas que buscaba Van Gogh y las barcas semihundidas de Picasso son algunas de las metáforas que el arte nos ofrece a través de cualquiera de sus manifestaciones. Mujer llorando, representa la tristeza particular de Dora captada por Picasso, sin embargo, más de 70 años después, esa tristeza nos sigue conmoviendo. Ese resistirse al paso del tiempo sin necesidad de actualizar algún trazo del cuadro, como se actualiza en los manuales médicos el concepto de melancolía/depresión, es lo que hace Mujer llorando una de las mejores expresiones de tristeza y melancolía que se conozcan.

Alejandro Ahumada, Diseñador y Psicólogo

Melancolía




La melancolía como todas las palabras tiene su historia y no podemos atropellarla pensando que es sinónimo de la depresión tan traída y llevada por los psiquiatras y los laboratorios como “la enfermedad” de la era moderna.

Según Aristófanes (444-385 a.C) fue a fines del siglo V cuando la palabra melancolía que era de uso coloquial fue tomada por los médicos atribuyéndole el significado de estar loco. Los Hipocráticos usan el término melancolía para significar un ataque de locura y la incluyen en la teoría de los humores diciendo que las personas que tienen permanentemente más bilis negra que los demás son propensas a enfermedades relacionadas con la locura y adoptan ciertas formas de ser.

En el Siglo IV Aristóteles (384-322 a.C.) en sus escritos sobre la Ética atribuía al melancólico una naturaleza violenta e impulsiva y así la palabra adquirió un sentido doble. El problema XXX escrito por Aristóteles constituye un pilar para la noción que tenemos hoy de nuestra melancolía occidental formada a partir de tres tradiciones:

La primera fuente es el nacimiento de la melancolía como enfermedad con Hipócrates (460-370 a.C). “Si la tristeza y el llanto dura largo tiempo, tal estado es melancólico” (aforismo 23 del Libro VI de los aforismos de Hipócrates). Entendiéndose que tal estado deriva del humor bilis negra, por lo que emergiendo de la naturaleza del cuerpo es no obstante una enfermedad del alma. La segunda fuente es el texto mismo del problema XXX que inicia con la pregunta ¿por qué razón todos aquellos que han sido hombres de excepción, bien en lo que respecta a la Filosofía o bien a la ciencia del Estado, la poesía o las artes resultan ser claramente melancólicos? Y termina con la afirmación: todos los melancólicos son seres excepcionales y no por enfermedad si no por naturaleza.

Aristóteles un siglo después de Hipócrates afirma que la fuerza de la bilis negra es inconstante porque es a un tiempo demasiado fría y demasiado caliente. El frío y el calor modelan el carácter que se ve influido también por factores externos. Y la tercera fuente está en un documento que data de la segunda mitad del Siglo I a.C. llamado Cartas del pseudohipócrates donde se relata la historia de Demócrito que se ríe de todo y se aparta de la sociedad y el problema estriba en distinguir al sabio del loco pues ocurre que ambos tienen el mismo comportamiento.

Todos estos temas constituyen en su entrecruzamiento un discurso médico filosófico en torno a la melancolía porque ésta implica la relación del alma con el cuerpo y la relación del individuo con el otro, con la sociedad.

El Renacimiento usó la palabra principalmente en dos sentidos como nombre de una enfermedad y de un temperamento, pero la base de todos estos significados  diferentes fue la bilis negra.
El problema XXX conecta al genio y la inspiración con la melancolía, lo negro de la naturaleza humana lleva la simiente pero los efectos de una naturaleza melancólica difieren como el vino según las personas. Todos los melancólicos son excepcionales y a la vez tienen propensión a una particular serie de enfermedades.

¿Y cuáles son las causas externas de la melancolía? En el siglo XIX un escritor que más tarde se mató en la calle de la vieja linterna en París junto al Sena, nos da luz al elaborar una imagen de la locura como algo externo que actúa sobre el yo, se trata de Gérard de Nerval cuya poesía da cuenta del daño subjetivo causado por la pérdida del objeto amado. 

Yo soy el tenebroso, el viudo inconsolado
Príncipe de Aquitinia de la torre abolida
mi sol estrella ha muerto, mi laud constelado
sostiene el negro sol de la melancolía

Escribe Nerval por su Aurelia muerta dejándose arrastrar por la sombra de los rayos de un sol negro que lo envuelve y lo lleva a preguntarse si la existencia misma no será un pecado.


Carmen Tinajero, psicoanalista, miembro de la elp

El desdichado, Gérard de Nerval

Je suis le ténébreux, - le veuf, - l'inconsolé,
Le prince d'Aquitaine à la tour abolie :
Ma seule etoile est morte, - et mon luth constellé
Porte le soleil noir de la Mélancolie.

Dans la nuit du tombeau, toi qui m'as consolé,
Rends-moi le Pausilippe et la mer d'Italie,
La fleur qui plaisait tant à mon coeur désolé,
Et la treille où le Pampre à la rose s'allie.

Suis-je Amour ou Phoebus ?... Lusignan ou Biron?
Mon front est rouge encor du baiser de la reine;
J'ai rêvé dans la Grotte où nage la sirène...

Et j'ai deux fois vainqueur traversé l'Achéron:
Modulant tour à tour sur la lyre d'Orphée
Les soupirs de la sainte et les cris de la fée.



Yo soy el tenebroso, -el viudo-, -el desconsolado,
El príncipe de Aquitania de la torre abolida:
Mi sola estrella ha muerto, -y mi laúd constelado
Ostenta el negro sol de la Melancolía

En la noche del túmulo, tú que me has consolado,
Devuélveme el Posilipo y la mar de Italia,
La flor que amaba tanto mi corazón desolado,
Y la parra donde la rosa se une a la vid.

¿Soy Amor o soy Febo?... ¿Lusignan o Biron?
Mi frente aún está roja del beso de la reina;
He soñado en la gruta donde nada la sirena…

Y vencedor dos veces traspasé el Aqueronte:
Modulando por turno en la lira de Orfeo
Los suspiros de la santa y los gritos del hada.

Traducción Dr. Adriana Yáñez

...y los maestros conocían todo, menos Simitrio





No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás existió / Joaquín Sabina





Había una vez una escuela que prometía desarrollo personal y movilidad social para sus egresados. En ella cultivamos la ilusión de un final del tipo “y fueron felices para siempre”. Probablemente esta ilusión provoca que muchos traten de sostener, recuperar o resucitar algo que tal vez nunca existió, pero que recordamos con mucha nostalgia.

La escuela llamada tradicional nació en la época moderna y prevalece hasta la fecha, por lo menos como intento. Está vinculada al desarrollo de los estados nacionales en el siglo XIX, cuando la industrialización configuraba la esencia del desarrollo económico y político. Se consideraba un medio eficaz para la transformación sociocultural. No sólo tenía el encargo de transmitir cierto tipo de conocimientos, de corte científico-tecnológico, sino de generar expectativas de estilos de vida: hábitos de trabajo, de higiene, de diversión, de interrelación comunitaria. En fin, la escuela debía crear ciudadanos distintos.

Con este espíritu, el proyecto educativo nacional se contrapuso a un pueblo clasificado como pobre, ignorante y supersticioso. Por ello mismo, la pobreza y las desigualdades sociales se interpretaron como consecuencia de la falta de educación. Idea prevaleciente  hasta la fecha en el discurso político dominante.
  
Los maestros fueron los apóstoles de estas cruzadas educativas y como tales fueron tratados tanto por los diversos sectores de la ciudadanía como por las autoridades y lo que ahora llamamos “opinión pública”. Un ejemplo de ello lo podemos apreciar en la película Simitrio, estrenada en 1960 y proyectada por televisión con cierta frecuencia, especialmente el día del maestro. En ella, José Elías Moreno interpreta al maestro Cipriano, hombre cuya edad avanzada lo tiene al borde de la ceguera, quien -sin embargo- se ha ganado tal aprecio por parte de la comunidad que los pobladores se organizan para protegerlo de una supuesta jubilación obligatoria, motivada por su estado de salud y la consecuente incapacidad para ejercer la docencia.

El maestro Cipriano (San Cipriano, si me permiten aludir al tratamiento moral dado al personaje por el director de la cinta) lo sabe todo. Para dictar su clase a los seis grados de la escuela primaria memorizó todas y cada una de las páginas de los libros. Conoce a todos los del pueblo por el tono de su voz y su historia personal. Aconseja al cacique y presidente municipal sobre las decisiones correctas en torno a la familia. Ha convertido a todos los hombres del pueblo -ya que todos fueron sus alumnos- en “hombres de bien, honestos y trabajadores”. Su autoridad ética no tiene parangón. 

Lo único que no sabe es cómo tratar a Simitrio. No entiende los deseos o pretensiones de este alumno y su conducta traviesa, aunque altamente creativa. No encuentra los procedimientos para conseguir de este muchacho el comportamiento que se espera de un estudiante. Y la tarea para comprenderlo no es fácil, sobre todo si consideramos que el tal Simitrio es un personaje ficticio construido por el resto de los niños del grupo, quienes se aprovechan de la ceguera del maestro para jugarle infinidad de maldades, por demás ingeniosas.

Es importante hacer notar que los niños han decidido usurpar colectivamente la identidad de Simitrio apoyados en dos premisas: 1) a todos los estudiantes les gusta hacerle maldades a los maestros y; 2) a pesar de su debilidad visual, el profesor Cipriano puede “adivinar” quien hizo la travesura porque conoce bien a sus alumnos y lo que es capaz de hacer cada uno de ellos.

Después de cinco décadas de haber sido estrenada la película Simitrio y más de un siglo de esperar que la educación sea el motor del desarrollo social, no podemos sino constatar que el maestro puede saber mucho, pero eso no es suficiente. Según Freud existen tres profesiones imposibles, una de ellas es la de enseñar. Tal vez una de las razones de esa imposibilidad estriba en que la educación se imparte para construir el futuro y eso no lo puede conocer el maestro, ni nadie.

Pero justamente las ignorancias del maestro -y no sus certezas- producen el acto educativo. Entre estas ignorancias podemos mencionar tres: 1) el maestro no conoce los deseos del alumno, de hecho, la mayoría de las veces el alumno tampoco los conoce, por lo menos no para el futuro a mediano y largo plazo; 2) el maestro no sabe lo que la sociedad le depara al estudiante una vez egresado de la escuela y, en consecuencia; 3) el maestro no sabe cómo puede aprovechar el estudiante los conocimientos adquiridos. 

Estas incertidumbres, especialmente la primera, convierten a don Cipriano en maestro. Durante cuarenta años se dedicó a transmitir información de manera mecánica a niños de conducta predecible, cuya desviación de la norma era inmediatamente castigada y corregida, con el apoyo de los padres de familia. No es sino hasta la llegada de Simitrio -niño inquieto, impredecible, tolerante al castigo y de familia ausente- cuando el docente se apasiona por la enseñanza. Simitrio se convierte en su leitmotiv. El maestro no deja de pensar en él, es su pesadilla y su fascinación: lo admira. Entonces sueña a su alumno como un gran ingeniero, abogado o doctor. Por él se convierte en un maestro creativo. Prueba una estrategia tras otra hasta descubrir, al final de la película, que Simitrio es el espíritu albergado en el corazón de todos sus alumnos.

Ahora como nunca las escuelas están llenas de Simitrios. Los estudiantes simulan ser otros, falsifican tareas escolares tomadas de cualquier rincón del vago y los maestros se enfrentan cada día a conductas infractoras completamente ajenas a lo que antaño era una “travesura infantil”. Los alumnos no admiran, ni respetan, ni temen, ni les importa quién es el maestro. En ocasiones esto es recíproco. Ambos saben que sus respectivos futuros se construyen en otros espacios, no en la escuela.

Esa escuela prometedora que aseguraba una buena vida si le “echábamos ganas” ya no existe. Quienes crecimos con ella la extrañamos, no sólo porque allí vivimos infinidad de aventuras de nuestra infancia, sino porque perdimos la promesa de un futuro mejor.

Miguel Escalante, 
Docente y Dr. en Linguística