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miércoles, 11 de agosto de 2010
Tres principios en enfermería
La difícil situación en la cual una persona previamente enferma, o no, se ve reducida al llano mantenimiento de sus funciones vitales, no deja de ser ominosa para quienes deben asumir los cuidados de quien, hasta ese momento, vivía tan consciente e independiente como el que más; como cualquiera de nosotros.
Las enfermeras –también hay enfermeros, lo sé- se forman para cuidar; a diferencia de la educación médica, ellas han de apegarse a una serie de actitudes encaminadas no directamente a quitar la enfermedad como a ocuparse en…, como a acompañar el delicado curso de una vida en peligro, en fin, a cuidar.
Primer principio: cuidar la individualidad del paciente.
Recién, la realidad cotidiana de mi amiga V., maestra de enfermería, se vio trastocada por un doloroso acontecimiento: su madre, bella mujer y enfermera jubilada, debió ser intervenida quirúrgicamente a fin de salvar su vida de un tumor en el cerebelo.
Al verme inmerso entonces como asistente en los cuidados post-operatorio de aquella mujer, ya inconsciente y en cama, no imaginaba la dura pero luminosa lección por venir. A pesar de que solo participaba en sus cuidados pocas horas a la semana, quedó huella en mi de aquella experiencia artesanal. Por hablar solo del aseo personal de la paciente -el cual tomaba más de una hora-, recuerdo el énfasis que hacíamos en tratar a la paciente con mucho pudor y respeto; su individualidad se refería a ello: aún en condición de impotencia, ella seguía siendo persona.
Segundo principio: mantener sus funciones fisiológicas en equilibrio.
La limpieza de catéteres, sondas y demás artefactos de acceso a su cuerpo, así como la alimentación forzada y la aplicación de medicamentos varios, tomaba alrededor de dos horas más. Aúnense a ello los cambios de posición corporal cada dos horas a fin de evitar las temibles escaras (o llagas en la piel), consecuencia de la prolongada postración en cama.
Tercer principio: protegerlo(a) de causas externas a su enfermedad.
Tras varios días de aquella labor desgastante y meticulosa, comencé a admirar el tecnicismo riguroso de mi amiga quien, a pesar del dolor y la desesperación por la condición de su madre, ejecutaba con determinación, a cada paso, aquellas directrices que la habían forjado como enfermera. Uno puede ser incapaz de dimensionar la gran atención que debe tenerse para atender a un paciente reducido a una completa vulnerabilidad: riesgo de caídas, asfixia con su propia saliva, hipotermia por no poder cobijarse sólo, ulceraciones por mantener un miembro sobre la misma posición sobre el colchón durante horas, etc.
Un principio no es solo un punto de partida sino una norma o idea para dirigir nuestra acción, las enfermeras han elegido una dirección en sus vidas que las conduce muy cerca del rasgo más propio del ser humano: su fragilidad. Tratándose de un tesoro, la fragilidad no es una patología a curar, sino un bien a cuidar, uno que posibilita a los humanos buscar, moverse, inventar, crear… Ciertamente nos causan angustia las inevitables pérdidas pero ellas también son un principio, el de una vida nueva.
Con gratitud para Vic. Ca.
Angel Pereyra
Las enfermeras –también hay enfermeros, lo sé- se forman para cuidar; a diferencia de la educación médica, ellas han de apegarse a una serie de actitudes encaminadas no directamente a quitar la enfermedad como a ocuparse en…, como a acompañar el delicado curso de una vida en peligro, en fin, a cuidar.
Primer principio: cuidar la individualidad del paciente.
Recién, la realidad cotidiana de mi amiga V., maestra de enfermería, se vio trastocada por un doloroso acontecimiento: su madre, bella mujer y enfermera jubilada, debió ser intervenida quirúrgicamente a fin de salvar su vida de un tumor en el cerebelo.
Al verme inmerso entonces como asistente en los cuidados post-operatorio de aquella mujer, ya inconsciente y en cama, no imaginaba la dura pero luminosa lección por venir. A pesar de que solo participaba en sus cuidados pocas horas a la semana, quedó huella en mi de aquella experiencia artesanal. Por hablar solo del aseo personal de la paciente -el cual tomaba más de una hora-, recuerdo el énfasis que hacíamos en tratar a la paciente con mucho pudor y respeto; su individualidad se refería a ello: aún en condición de impotencia, ella seguía siendo persona.
Segundo principio: mantener sus funciones fisiológicas en equilibrio.
La limpieza de catéteres, sondas y demás artefactos de acceso a su cuerpo, así como la alimentación forzada y la aplicación de medicamentos varios, tomaba alrededor de dos horas más. Aúnense a ello los cambios de posición corporal cada dos horas a fin de evitar las temibles escaras (o llagas en la piel), consecuencia de la prolongada postración en cama.
Tercer principio: protegerlo(a) de causas externas a su enfermedad.
Tras varios días de aquella labor desgastante y meticulosa, comencé a admirar el tecnicismo riguroso de mi amiga quien, a pesar del dolor y la desesperación por la condición de su madre, ejecutaba con determinación, a cada paso, aquellas directrices que la habían forjado como enfermera. Uno puede ser incapaz de dimensionar la gran atención que debe tenerse para atender a un paciente reducido a una completa vulnerabilidad: riesgo de caídas, asfixia con su propia saliva, hipotermia por no poder cobijarse sólo, ulceraciones por mantener un miembro sobre la misma posición sobre el colchón durante horas, etc.
Un principio no es solo un punto de partida sino una norma o idea para dirigir nuestra acción, las enfermeras han elegido una dirección en sus vidas que las conduce muy cerca del rasgo más propio del ser humano: su fragilidad. Tratándose de un tesoro, la fragilidad no es una patología a curar, sino un bien a cuidar, uno que posibilita a los humanos buscar, moverse, inventar, crear… Ciertamente nos causan angustia las inevitables pérdidas pero ellas también son un principio, el de una vida nueva.
Con gratitud para Vic. Ca.
Angel Pereyra
Les Paul: el Gepeto de la música.
Cualquiera de ustedes esperaría un artículo sobre Les Paul lleno de datos históricos con cifras rimbombantes, hazañas impresionantes y anécdotas geniales, bueno, para ser honesto yo también lo hubiera querido así, pero imagínense las cosas que tendría que saber sobre aquel hombre llamado Lester Wlliam Polsfuss, al que su madre solía llamar Polfus, al que los cuates alguna vez llamaron “Red Hot Red” y al que terminaríamos conociendo como Les Paul.
Puede ser frustrante el hecho de no haber tenido una edad madura para comprender la obra de un tipo como este, hay que reconocer que dejó un legado único en el mundo de la música, ¿se lo imaginan en 1945 presentando a los directivos de la empresa Gibson una especie de caja semidesmontada con un tablón en el medio y con una facha que daba pena?, no le fue muy bien que digamos, a decir del propio Les Paul le “cerraron la puerta en las narices” ya que por aquellos años se dice que lo que estaba de moda realmente eran las guitarras clásicas y pues no confiaban en que la idea del señor Paul les iba a permitir generar ganancias, sin embargo cuando las guitarras solidas de Fender comenzaron a colocarse en el mercado, los de Gibson decidieron buscar al loco que había construido “una escoba con pastillas” para seguir apoyando su proyecto, el cual, después de varios prototipos, se cuenta que más de 50, decidieron bautizar como Les Paul, no sin dejar de lado el hecho de que Maurice Berlín, presidente de la compañía, no quería imprimir el nombre de la marca Gibson en la guitarra por aquello de que no se vendiera, pero como si desde el cielo le hubieran iluminado la mente cambió de opinión porque no fuera a ser la de malas y siempre si tuvieran éxito, cosa que así fue.
Yo pensaba que Les Paul solo se dedicaba a experimentar con cuerdas, pastillas y madera, y esto lo digo porque antes de convertirse en el creador de una guitarra tan emblemática en la música, Les también creó música y grabó discos dándole a sonidos como el Jazz, porque, como la mayoría de los músicos talentosos comenzó desde muy pequeño a la edad de 8 años tocando la armónica, después intentó tocar el banjo quedándose finalmente con la guitarra.
En lo personal no sé tocar guitarra, lo intenté, en verdad lo intenté, pero el hecho de no saber tocar guitarra no me hace desear menos el tener una Gibson Les Paul 1957, año en el cual se fabricaron las guitarras Les Paul que hoy en día se encuentran entre las más caras y mejor construidas de la historia; por cierto que le comentaba a un amigo que desear una guitarra Gibson Les Paul 1959 (la mejor según expertos), es como desear tener de novia una mujer infinitamente hermosa, no basta con desearlas, hay que saber tocarlas.
Me atrevería a decir que aquel prototipo (llamado “THE LOG” tablón) de Les Paul en 1945, el cual fue rechazado por los directivos de Gibson, fue lo que para Gepeto el tronco del cual creó a pinocho, génesis de una creación maravillosa.
Como les decía, este no pretendía ser un artículo impresionante, pero fue difícil resistir la tentación de comentar cosas sobre el hombre que en la búsqueda de una herramienta para comunicar sentimientos por medio de la música, terminó dándole un pedazo de su alma a una guitarra, es por ello que a un año de su muerte, 13 de agosto de 2009, no se pude decir que el viejo Les Paul se ha ido: cada vez que una de sus niñas toca música él está presente.
Edoardo Vargas, Comunicólogo.
Puede ser frustrante el hecho de no haber tenido una edad madura para comprender la obra de un tipo como este, hay que reconocer que dejó un legado único en el mundo de la música, ¿se lo imaginan en 1945 presentando a los directivos de la empresa Gibson una especie de caja semidesmontada con un tablón en el medio y con una facha que daba pena?, no le fue muy bien que digamos, a decir del propio Les Paul le “cerraron la puerta en las narices” ya que por aquellos años se dice que lo que estaba de moda realmente eran las guitarras clásicas y pues no confiaban en que la idea del señor Paul les iba a permitir generar ganancias, sin embargo cuando las guitarras solidas de Fender comenzaron a colocarse en el mercado, los de Gibson decidieron buscar al loco que había construido “una escoba con pastillas” para seguir apoyando su proyecto, el cual, después de varios prototipos, se cuenta que más de 50, decidieron bautizar como Les Paul, no sin dejar de lado el hecho de que Maurice Berlín, presidente de la compañía, no quería imprimir el nombre de la marca Gibson en la guitarra por aquello de que no se vendiera, pero como si desde el cielo le hubieran iluminado la mente cambió de opinión porque no fuera a ser la de malas y siempre si tuvieran éxito, cosa que así fue.
Yo pensaba que Les Paul solo se dedicaba a experimentar con cuerdas, pastillas y madera, y esto lo digo porque antes de convertirse en el creador de una guitarra tan emblemática en la música, Les también creó música y grabó discos dándole a sonidos como el Jazz, porque, como la mayoría de los músicos talentosos comenzó desde muy pequeño a la edad de 8 años tocando la armónica, después intentó tocar el banjo quedándose finalmente con la guitarra.
En lo personal no sé tocar guitarra, lo intenté, en verdad lo intenté, pero el hecho de no saber tocar guitarra no me hace desear menos el tener una Gibson Les Paul 1957, año en el cual se fabricaron las guitarras Les Paul que hoy en día se encuentran entre las más caras y mejor construidas de la historia; por cierto que le comentaba a un amigo que desear una guitarra Gibson Les Paul 1959 (la mejor según expertos), es como desear tener de novia una mujer infinitamente hermosa, no basta con desearlas, hay que saber tocarlas.
Me atrevería a decir que aquel prototipo (llamado “THE LOG” tablón) de Les Paul en 1945, el cual fue rechazado por los directivos de Gibson, fue lo que para Gepeto el tronco del cual creó a pinocho, génesis de una creación maravillosa.
Como les decía, este no pretendía ser un artículo impresionante, pero fue difícil resistir la tentación de comentar cosas sobre el hombre que en la búsqueda de una herramienta para comunicar sentimientos por medio de la música, terminó dándole un pedazo de su alma a una guitarra, es por ello que a un año de su muerte, 13 de agosto de 2009, no se pude decir que el viejo Les Paul se ha ido: cada vez que una de sus niñas toca música él está presente.
Edoardo Vargas, Comunicólogo.
“La” pornografía XXX: una ventana abierta a nuestro closet.
Sigmund Freud informó de las experiencias visuales de Serguei Constantinovich Pankejev apodado “El hombre de los lobos”. Serguei cuando era niño soñó con una ventana a través de la cual veía lobos, el sueño fue cercano al momento en que vio por la ventana de sus ojos a sus padres manteniendo un coito a tergo. Lacan observó en “El arrebato de Lol.V-Stein” – novela de Margarite Duras- que la protagonista accedió a su erótica al observar por una ventana las actividades eróticas de su hombre con otra mujer. Las fantasías fueron pensadas en psicoanálisis como una ventana que permite acceder a nuestros deseos eróticos.
En la actualidad, en plena era de la modernidad o posmodernidad, aparece en el curso de los análisis un relato semejante: tal o cual psicoanalizante, sea de l a identidad sexual que viva, relata que en soledad o con su pareja ve películas pornográficas.
La vista de esas películas en los encuentros eróticos es vecina o ocupa el lugar de las fantasías. Las fantasías al respecto tiene una abertura: son la ventana al mundo real del objeto erótico. Objeto que pone en juego las pasiones en el lecho –o donde sea. Esto es un fenómeno que solo en tiempos recientes es compartido. Indico: compartido socialmente, en el país se han abierto cadenas de sex-shop legales, abiertas a determinado público. Subrayo: las restricciones de acceso a esos comercios no son mayores ni menores que las que se aplican en las salas de exhibición de películas sean o no calificadas de pornográficas.
La pornografía dejó el circuito clandestino, ya no es necesario pertenecer a él para obtener esos materiales, en algunas ciudades se las puede adquirir en el estanquillo de periódicos junto a las clásicas revistas del género se ofrecen películas en formato DVD. La videocasetera su pasaje al reproductor del DVD e incluso la distribución de copias “piratas” ha logrado un hecho: se ha democratizado el acceso a los filmes pornográficos.
Los hoteles de paso para encuentros eróticos ofrecen películas para ver en el cuarto o anuncian que esa TV da acceso a canales de sexo directo. Canales tres equis “XXX” ¿Seguirá siendo una incógnita ese género? ¿Cuál es su actual incógnita? Algunos moteles ofrecen un sistema de vídeo cámara que registrará las actividades corporales de los alojados. Existen habitaciones especiales cubiertas de espejos. La erótica del mirar localiza esos componentes para su despliegue. La pasión se desplaza del sexo a la erótica del mirar que puede conducir a ciertas cumbres del gozar más.
En la actualidad las películas con escenas de sexo explicito, calificadas con las letras “XXX” han dejado de lado el misterio de la clandestinidad o la privacidad del erotismo. Los jóvenes, y los no tan jóvenes, mantienen encuentros no solo para bailar o tomar sino también para ver esos filmes en espacios compartidos por diversas identidades sexuales. La pornografía ha dejado de ser el monopolio –si es que alguna lo fue- de quienes se calificaba como degenerados o perversos. Esos filmes han dejado ser pervertidores pues verlos está difundido entre tirios y troyanos.
El filme pornográfico hizo estallar la discriminación entre los sexos: no solo hay películas destinadas solo a los “hombres”, sino que además ya están desde hace tiempo películas porno destinadas a las “mujeres”. Se añade que hombres y mujeres suelen verlas juntos. Esas películas abren interrogantes: son una ventana al closet de la intimidad erótica. Mostrando algo del orden de una incógnita –sea con una o varias “X”: una erótica íntima sin referencia a la visión establecida como la “natural o normal” de la división de los sexos. Formulemos preguntas: Cuando en un encuentro erótico se ven esos filmes ¿Cuántos son los participes de la escena? El filme participa en la producción de una visión borrosa de los sexos, se pierde la distinción entre los protagonistas y sus géneros, se mezclan actores del filme con quienes lo están viendo ¿Cuáles son los géneros que efectúan el ejercicio? ¿A quién pertenecen esas identidades fugaces producidas por la visión de esas películas?
Avancemos algunos pasos: las películas con prácticas eróticas entre mujeres son vistas por hombres y mujeres; ese público ¿A qué genero pertenece o se trata de un público donde el género ya no cuenta? y solo cuenta la mirada erótica. Un dato curioso, las películas con actividades lésbicas atraviesan los géneros, mientras las películas con actividades de hombres homosexuales por el momento quedan circunscriptas a esas comunidades ¿A qué se debe esa diferencia? Por último: así como han aparecido espectáculos de strip tease destinados a las mujeres –ver el filme Full Monty (1997)-, varias analizantes relatan reuniones con sus amigas para ver esas películas y comentar sobre acciones, ejercicios, formas y tamaños del erotismo. La erótica, pornográfica o no, en su reiteración, una vez y otra vez y …, no deja de ofrecer incógnitas.
¿Será que los filmes pornográficos revelan un cambio de las intimidades eróticas cuando quedan alejadas de la camisa de fuerza de las identidades sexuales? Es solo una pregunta.
Alberto Sladogna
En la actualidad, en plena era de la modernidad o posmodernidad, aparece en el curso de los análisis un relato semejante: tal o cual psicoanalizante, sea de l a identidad sexual que viva, relata que en soledad o con su pareja ve películas pornográficas.
La vista de esas películas en los encuentros eróticos es vecina o ocupa el lugar de las fantasías. Las fantasías al respecto tiene una abertura: son la ventana al mundo real del objeto erótico. Objeto que pone en juego las pasiones en el lecho –o donde sea. Esto es un fenómeno que solo en tiempos recientes es compartido. Indico: compartido socialmente, en el país se han abierto cadenas de sex-shop legales, abiertas a determinado público. Subrayo: las restricciones de acceso a esos comercios no son mayores ni menores que las que se aplican en las salas de exhibición de películas sean o no calificadas de pornográficas.
La pornografía dejó el circuito clandestino, ya no es necesario pertenecer a él para obtener esos materiales, en algunas ciudades se las puede adquirir en el estanquillo de periódicos junto a las clásicas revistas del género se ofrecen películas en formato DVD. La videocasetera su pasaje al reproductor del DVD e incluso la distribución de copias “piratas” ha logrado un hecho: se ha democratizado el acceso a los filmes pornográficos.
Los hoteles de paso para encuentros eróticos ofrecen películas para ver en el cuarto o anuncian que esa TV da acceso a canales de sexo directo. Canales tres equis “XXX” ¿Seguirá siendo una incógnita ese género? ¿Cuál es su actual incógnita? Algunos moteles ofrecen un sistema de vídeo cámara que registrará las actividades corporales de los alojados. Existen habitaciones especiales cubiertas de espejos. La erótica del mirar localiza esos componentes para su despliegue. La pasión se desplaza del sexo a la erótica del mirar que puede conducir a ciertas cumbres del gozar más.
En la actualidad las películas con escenas de sexo explicito, calificadas con las letras “XXX” han dejado de lado el misterio de la clandestinidad o la privacidad del erotismo. Los jóvenes, y los no tan jóvenes, mantienen encuentros no solo para bailar o tomar sino también para ver esos filmes en espacios compartidos por diversas identidades sexuales. La pornografía ha dejado de ser el monopolio –si es que alguna lo fue- de quienes se calificaba como degenerados o perversos. Esos filmes han dejado ser pervertidores pues verlos está difundido entre tirios y troyanos.
El filme pornográfico hizo estallar la discriminación entre los sexos: no solo hay películas destinadas solo a los “hombres”, sino que además ya están desde hace tiempo películas porno destinadas a las “mujeres”. Se añade que hombres y mujeres suelen verlas juntos. Esas películas abren interrogantes: son una ventana al closet de la intimidad erótica. Mostrando algo del orden de una incógnita –sea con una o varias “X”: una erótica íntima sin referencia a la visión establecida como la “natural o normal” de la división de los sexos. Formulemos preguntas: Cuando en un encuentro erótico se ven esos filmes ¿Cuántos son los participes de la escena? El filme participa en la producción de una visión borrosa de los sexos, se pierde la distinción entre los protagonistas y sus géneros, se mezclan actores del filme con quienes lo están viendo ¿Cuáles son los géneros que efectúan el ejercicio? ¿A quién pertenecen esas identidades fugaces producidas por la visión de esas películas?
Avancemos algunos pasos: las películas con prácticas eróticas entre mujeres son vistas por hombres y mujeres; ese público ¿A qué genero pertenece o se trata de un público donde el género ya no cuenta? y solo cuenta la mirada erótica. Un dato curioso, las películas con actividades lésbicas atraviesan los géneros, mientras las películas con actividades de hombres homosexuales por el momento quedan circunscriptas a esas comunidades ¿A qué se debe esa diferencia? Por último: así como han aparecido espectáculos de strip tease destinados a las mujeres –ver el filme Full Monty (1997)-, varias analizantes relatan reuniones con sus amigas para ver esas películas y comentar sobre acciones, ejercicios, formas y tamaños del erotismo. La erótica, pornográfica o no, en su reiteración, una vez y otra vez y …, no deja de ofrecer incógnitas.
¿Será que los filmes pornográficos revelan un cambio de las intimidades eróticas cuando quedan alejadas de la camisa de fuerza de las identidades sexuales? Es solo una pregunta.
Alberto Sladogna
Lo pornográfico, lo obsceno y el negocio del sexxxo, desde múltiples miradas (Infografía)
Por la puerta grande
Con una inversión de 25,000 y una recaudación de 600 millones de dólares, Garganta Profunda es considerada la película más rentable de todos los tiempos en cualquier género. Vista como un referente obligado en los inicios de la industria del cine porno, esta cinta abre la puerta a todo un género. Linda Lovelace, su protagonista, muere en un accidente de auto a principios de los 80´s tratando de desmarcarse de la vida que le dió fama la década anterior. En su autobiografía, Ordeal, insiste en que solo fue victima. Garganta profunda es también el nombre del informante del caso WaterGate, en honor a esta cinta.
Un industria a la alza
Sólo en el 2000, la industria porno tuvo ganancias del orden de 13, 000 millones de dólares, cifra que año con año aumenta. La desaparición del cine porno, o las Salas XXX como tal, movió el centro de entretenimiento a la comodidad (y privacidad) de la casa. Desde la internet se accede a un universo sexual inimaginable hasta hace pocos años.
Símbolo de la Cultura Pop
Ron Jeremy, es la estrella masculina más visible en el mundo porno. Más de 1500 películas en casi 4 décadas lo colocan en la cima del ranking de AVN Magazine en su “100 Top Porn Stars of All Time". Cómo dato al margen: si cada una de las mujeres que han actuado junto a Ron se tomara de la mano de la otra, darían más de 3 vueltas a la Cd. Deportiva de Villahermosa.
El tamaño sí importa
Intelectuales como Gilles Lipovetsky critican la necesidad de la sociedad posmoderna por los records. Aunque no es la cualidad no. 1, el actor porno debe poseer un miembro viril superior en tamaño al promedio. La media en México es de 14.1 cms. La media en la industria porno es de 20.4 cms. Situaciones como ésta incrementa la idea errónea de que más es mejor.
Una mirada que no va a ningún lado
Para el provocador S. Zizek, es el espectador quien ocupa la posición de objeto y no los actores porno, como comúnmente se piensa. Al mirar una escena porno la mirada cae en nosotros mismos ya que no encuentra ningún punto sublime misterioso desde donde nos mire la escena misma. En este revelar todo, la escena porno nos coloca en una posición perversa a priori.
Barthes y la repetición
La palabra resulta erótica “si es repetida hasta el cansancio o, por el contrario, si es inesperada, suculenta por su novedad”, escribe Barthes en El placer del texto. Para Gimenez Gatto, investigador del fenómeno porno, ese erotismo, bajo esa premisa, puede aplicarse a la imagen misma. La imagen pornográfica construye su carga erótica en cuanto elemento constante y cíclico. Es precisamente esa monótona composición del mundo porno que la hace irresistible para algunos. La misma escena, repetida un sin número de veces, acaba por integrarse a nuestros más apreciados fetiches. Palabra e imagen unida en la erótica de la repetición
Las caricias en el rostro en los films porno son casi inexistentes, En opinión de J. P. Sartre las caricias tienen por objetivo “…impregnar de conciencia y libertad el cuerpo del otro”. Por otro lado, se lee en La pornographie et ses images “La actriz porno no goza: es el gozo”. Esta situación le ha servido a la sociedad como escudo moral para justificar la pornografía en un espacio donde cohabitan sus valores más preciados. La sociedad presenta a las actrices porno como víctimas de una sistema falocentrista y emblemáticas del capitalismo extremo creando el mito de la anulación del placer en esta actividad por parte de ellas. A la pregunta morbosa, “¿Cómo te iniciaste en ese mundo?” se espera una historia triste y de abuso atrás, que, aunque existen casos así, no son la constante. Actrices como Jenna Jameson reinvica a la mujer desde la pornografía. Su exitosa autobigrafia How to Make love like a pornstar, describe su paso por el porno de una manera desenfadada y en ocasiones apológica. En la contraportada cita una nota de su Diario, cuando tenía 15 años: “Odio que me vean desnuda (…). Lo superaré algún dia”. Más de 200 películas para adultos parecer corroborar que lo logró.
Alejandro Ahumada.
Con una inversión de 25,000 y una recaudación de 600 millones de dólares, Garganta Profunda es considerada la película más rentable de todos los tiempos en cualquier género. Vista como un referente obligado en los inicios de la industria del cine porno, esta cinta abre la puerta a todo un género. Linda Lovelace, su protagonista, muere en un accidente de auto a principios de los 80´s tratando de desmarcarse de la vida que le dió fama la década anterior. En su autobiografía, Ordeal, insiste en que solo fue victima. Garganta profunda es también el nombre del informante del caso WaterGate, en honor a esta cinta.
Un industria a la alza
Sólo en el 2000, la industria porno tuvo ganancias del orden de 13, 000 millones de dólares, cifra que año con año aumenta. La desaparición del cine porno, o las Salas XXX como tal, movió el centro de entretenimiento a la comodidad (y privacidad) de la casa. Desde la internet se accede a un universo sexual inimaginable hasta hace pocos años.
Símbolo de la Cultura Pop
Ron Jeremy, es la estrella masculina más visible en el mundo porno. Más de 1500 películas en casi 4 décadas lo colocan en la cima del ranking de AVN Magazine en su “100 Top Porn Stars of All Time". Cómo dato al margen: si cada una de las mujeres que han actuado junto a Ron se tomara de la mano de la otra, darían más de 3 vueltas a la Cd. Deportiva de Villahermosa.
El tamaño sí importa
Intelectuales como Gilles Lipovetsky critican la necesidad de la sociedad posmoderna por los records. Aunque no es la cualidad no. 1, el actor porno debe poseer un miembro viril superior en tamaño al promedio. La media en México es de 14.1 cms. La media en la industria porno es de 20.4 cms. Situaciones como ésta incrementa la idea errónea de que más es mejor.
Una mirada que no va a ningún lado
Para el provocador S. Zizek, es el espectador quien ocupa la posición de objeto y no los actores porno, como comúnmente se piensa. Al mirar una escena porno la mirada cae en nosotros mismos ya que no encuentra ningún punto sublime misterioso desde donde nos mire la escena misma. En este revelar todo, la escena porno nos coloca en una posición perversa a priori.
Barthes y la repetición
La palabra resulta erótica “si es repetida hasta el cansancio o, por el contrario, si es inesperada, suculenta por su novedad”, escribe Barthes en El placer del texto. Para Gimenez Gatto, investigador del fenómeno porno, ese erotismo, bajo esa premisa, puede aplicarse a la imagen misma. La imagen pornográfica construye su carga erótica en cuanto elemento constante y cíclico. Es precisamente esa monótona composición del mundo porno que la hace irresistible para algunos. La misma escena, repetida un sin número de veces, acaba por integrarse a nuestros más apreciados fetiches. Palabra e imagen unida en la erótica de la repetición
Las caricias en el rostro en los films porno son casi inexistentes, En opinión de J. P. Sartre las caricias tienen por objetivo “…impregnar de conciencia y libertad el cuerpo del otro”. Por otro lado, se lee en La pornographie et ses images “La actriz porno no goza: es el gozo”. Esta situación le ha servido a la sociedad como escudo moral para justificar la pornografía en un espacio donde cohabitan sus valores más preciados. La sociedad presenta a las actrices porno como víctimas de una sistema falocentrista y emblemáticas del capitalismo extremo creando el mito de la anulación del placer en esta actividad por parte de ellas. A la pregunta morbosa, “¿Cómo te iniciaste en ese mundo?” se espera una historia triste y de abuso atrás, que, aunque existen casos así, no son la constante. Actrices como Jenna Jameson reinvica a la mujer desde la pornografía. Su exitosa autobigrafia How to Make love like a pornstar, describe su paso por el porno de una manera desenfadada y en ocasiones apológica. En la contraportada cita una nota de su Diario, cuando tenía 15 años: “Odio que me vean desnuda (…). Lo superaré algún dia”. Más de 200 películas para adultos parecer corroborar que lo logró.
Alejandro Ahumada.
Ley y culpa
...Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco
conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el
pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí
toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto.
Romanos, 7:7-8
Hace ya algún tiempo poco más de un año descubrí una nueva lectura que me apasionó tanto como el psicoanálisis, La biblia. Otros le llaman la palabra; Y me es totalmente curioso darme cuenta que lo escrito en ambos textos, uno religioso y el otro una teoría clínica de lo particular, no están distantes el uno del otro. Me han atrapado tanto que no puedo dejar de percatarme de la semejanza en el discurso de ciertas tesis que se desarrollan en ambos, por ejemplo la cuestión de la culpa. Cuando lo leí por vez primera quede paralizada, fue una cuestión de redescubrir algo ya leído. Cito a la letra: Pero yo no conocí el pecado sino por la ley. ¿Donde había de alguna manera escuchado esto?. Claro!, en un texto de J. Lacan: porque existe lo prohibido, existe el deseo. Ambos provocan en el sujeto el deseo.
En el caso de la biblia al dar los mandamientos que son la ley de Dios nos remite a la cuestión del pecado, el violar la ley es pecar desde lo religioso y que por lo general deja en el sujeto una sensación de culpa. Por eso tiene que admitir su culpa y confesarse con Dios, porque sino termina pagando mas, el confesar su culpa lo libera, porque Dios perdona en su gran misericordia.
En el psicoanálisis es una tesis un poco mas complicada que explica de alguna manera esa cuestión que desata el deseo, no necesariamente lleva a pecar, pero si en muchos de los casos a sentir culpa y me parece que lo importante en ambos casos es que la culpa llega después de cometer un acto o pensamiento que trasgreda la ley en uno y la prohibición en otro. Lo curioso aquí es que la ley es prohibición y la prohibición hace ley.
Y bueno, los dos casos son fundamentales porque una apunta a la relación que el sujeto tiene con Dios y en otra la relación del sujeto con su deseo. En la relación con Dios no hay posibilidad de Deseo, es decir queda anulada la posibilidad de Desear aunque la ley desata paradójicamente el deseo de pecar. Y ¿Si el sujeto no peca de que será perdonado por Dios?
Miriam Fuentes
conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el
pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí
toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto.
Romanos, 7:7-8
Hace ya algún tiempo poco más de un año descubrí una nueva lectura que me apasionó tanto como el psicoanálisis, La biblia. Otros le llaman la palabra; Y me es totalmente curioso darme cuenta que lo escrito en ambos textos, uno religioso y el otro una teoría clínica de lo particular, no están distantes el uno del otro. Me han atrapado tanto que no puedo dejar de percatarme de la semejanza en el discurso de ciertas tesis que se desarrollan en ambos, por ejemplo la cuestión de la culpa. Cuando lo leí por vez primera quede paralizada, fue una cuestión de redescubrir algo ya leído. Cito a la letra: Pero yo no conocí el pecado sino por la ley. ¿Donde había de alguna manera escuchado esto?. Claro!, en un texto de J. Lacan: porque existe lo prohibido, existe el deseo. Ambos provocan en el sujeto el deseo.
En el caso de la biblia al dar los mandamientos que son la ley de Dios nos remite a la cuestión del pecado, el violar la ley es pecar desde lo religioso y que por lo general deja en el sujeto una sensación de culpa. Por eso tiene que admitir su culpa y confesarse con Dios, porque sino termina pagando mas, el confesar su culpa lo libera, porque Dios perdona en su gran misericordia.
En el psicoanálisis es una tesis un poco mas complicada que explica de alguna manera esa cuestión que desata el deseo, no necesariamente lleva a pecar, pero si en muchos de los casos a sentir culpa y me parece que lo importante en ambos casos es que la culpa llega después de cometer un acto o pensamiento que trasgreda la ley en uno y la prohibición en otro. Lo curioso aquí es que la ley es prohibición y la prohibición hace ley.
Y bueno, los dos casos son fundamentales porque una apunta a la relación que el sujeto tiene con Dios y en otra la relación del sujeto con su deseo. En la relación con Dios no hay posibilidad de Deseo, es decir queda anulada la posibilidad de Desear aunque la ley desata paradójicamente el deseo de pecar. Y ¿Si el sujeto no peca de que será perdonado por Dios?
Miriam Fuentes
De la anorexia a la pederastia
No basta con decir a las adolescentes que la belleza es relativa y que la delgadez no es más que un modelo impuesto por los medios masivos de información. Ellas no quieren explicaciones, quieren ser atractivas a los ojos de los muchachos. Y a ellos les gustan los prototipos impuestos por la televisión.
No basta con informarles a los jóvenes que la anorexia y la bulimia son trastornos de la alimentación que pueden ocasionar graves consecuencias a la salud. Ellos lo saben, de la misma manera que saben que el tabaco, el alcohol y las demás drogas son nocivos. A pesar del conocimiento al respecto, el consumo entre la juventud se incrementa día con día.
Para entender el problema de la anorexia es importante preguntarnos –entre otras cosas– por las condiciones socioculturales que posibilitan la proliferación de este fenómeno social.
En relación con lo primero, preguntémonos ¿cómo es que los ideólogos de los medios masivos, que tienen la posibilidad de imponer las modas, han decidido que la delgadez extrema es un ideal de belleza? Una explicación puede encontrarse en las motivaciones o propósitos de la economía neoliberal, apoyada por los valores promovidos por la posmodernidad.
Por una parte, la posmodernidad ha exacerbado la crítica a los valores tradicionales, relativizándolos al grado de su difuminación y aniquilamiento. Por otra, el neoliberalismo –con su voracidad por las ganancias monetarias exageradas y a corto plazo– ha buscado ampliar sus mercados hacia nuevos consumidores. La promoción de la sexualidad, con su consecuente consumo (condones, cigarrillos ligth, cervezas “ligeras”) son sólo una muestra del intento por incorporar a los jóvenes al consumo. Ambos procesos (posmodernidad y neoliberalismo) han impuesto el valor por “lo nuevo”, y con ello, la cultura de “lo desechable”, con una alta rentabilidad inherente.
Los comerciantes son conscientes de esto. Ellos lo han hecho posible. De esta manera, la estética y el comercio se han infantilizado, con lo cual podemos ver en los anuncios comerciales que los modelos –mujeres y hombres– son cada vez más jóvenes. Son ellos los principales protagonistas de la oferta de toallas sanitarias, cremas faciales, golosinas, refrescos y un sinfín de mercancías. La evidencia la puede constatar el lector con unas cuantas horas frente al televisor.
Y en una lógica comercial salvaje, que no respeta valores ni se hace responsable de las consecuencias sociales, no sólo ha transformado a la infancia en consumidores potenciales sino en mercancía en sí misma. Porque en la difusión de artículos para el consumo no sólo nos bombardean con las imágenes de sus productos, sino con los modelos de belleza –humana– que la representan.
La delgadez no es un ideal de belleza que emerja arbitraria o inocentemente. El patrón de belleza está determinado por la imagen de lo infantil, de lo joven, de lo “nuevo” y “sin estrenar”.
Es verdad que esto no conduce a la pederastia. Para ello se requiere un sujeto sin control de impulsos, sin escrúpulos, con una falta de respeto por los deseos y necesidades del otro. Pero la oferta es social. Se encuentra por todos lados, flotando en el aire.
Miguel A. Escalante
No basta con informarles a los jóvenes que la anorexia y la bulimia son trastornos de la alimentación que pueden ocasionar graves consecuencias a la salud. Ellos lo saben, de la misma manera que saben que el tabaco, el alcohol y las demás drogas son nocivos. A pesar del conocimiento al respecto, el consumo entre la juventud se incrementa día con día.
Para entender el problema de la anorexia es importante preguntarnos –entre otras cosas– por las condiciones socioculturales que posibilitan la proliferación de este fenómeno social.
En relación con lo primero, preguntémonos ¿cómo es que los ideólogos de los medios masivos, que tienen la posibilidad de imponer las modas, han decidido que la delgadez extrema es un ideal de belleza? Una explicación puede encontrarse en las motivaciones o propósitos de la economía neoliberal, apoyada por los valores promovidos por la posmodernidad.
Por una parte, la posmodernidad ha exacerbado la crítica a los valores tradicionales, relativizándolos al grado de su difuminación y aniquilamiento. Por otra, el neoliberalismo –con su voracidad por las ganancias monetarias exageradas y a corto plazo– ha buscado ampliar sus mercados hacia nuevos consumidores. La promoción de la sexualidad, con su consecuente consumo (condones, cigarrillos ligth, cervezas “ligeras”) son sólo una muestra del intento por incorporar a los jóvenes al consumo. Ambos procesos (posmodernidad y neoliberalismo) han impuesto el valor por “lo nuevo”, y con ello, la cultura de “lo desechable”, con una alta rentabilidad inherente.
Los comerciantes son conscientes de esto. Ellos lo han hecho posible. De esta manera, la estética y el comercio se han infantilizado, con lo cual podemos ver en los anuncios comerciales que los modelos –mujeres y hombres– son cada vez más jóvenes. Son ellos los principales protagonistas de la oferta de toallas sanitarias, cremas faciales, golosinas, refrescos y un sinfín de mercancías. La evidencia la puede constatar el lector con unas cuantas horas frente al televisor.
Y en una lógica comercial salvaje, que no respeta valores ni se hace responsable de las consecuencias sociales, no sólo ha transformado a la infancia en consumidores potenciales sino en mercancía en sí misma. Porque en la difusión de artículos para el consumo no sólo nos bombardean con las imágenes de sus productos, sino con los modelos de belleza –humana– que la representan.
La delgadez no es un ideal de belleza que emerja arbitraria o inocentemente. El patrón de belleza está determinado por la imagen de lo infantil, de lo joven, de lo “nuevo” y “sin estrenar”.
Es verdad que esto no conduce a la pederastia. Para ello se requiere un sujeto sin control de impulsos, sin escrúpulos, con una falta de respeto por los deseos y necesidades del otro. Pero la oferta es social. Se encuentra por todos lados, flotando en el aire.
Miguel A. Escalante
¿Qué significa ésto?
¿Qué es esta publicación?, no lo inmediato y aparente. Mi campo de trabajo, la semiótica en la gráfica contemporánea posiblemente dilucide la respuesta. Este proyecto dice algo escondido en su ser-Contrafirma. La semiótica, la trabajada por Eco, propone un método de análisis único que permite interpretar cualquier acto cultural como un sistema regido por códigos, y, en consecuencia, al margen de cualquier interpretación metafísica. ¿Cuáles son los códigos alrededor de Contrafirma? El tipo de letra, los colores, el tipo de papel, el cuidado gráfico, los excelentes escritores, el formato, el mes del año en que sale, la periodicidad, tantos y tantos signos que nos gritan algo, al margen de las voces de sus colaboradores. La semiótica subyacente en este proyecto es tan importante como el proyecto mismo. Descubrir cómo se inscribe una propuesta editorial así, en nuestra contemporaneidad, dará luz no sólo a la propuesta misma sino a nuestra posición en el sistema incubador. Apoyarnos en la Teoría Cultural funciona. Un análisis temprano arroja un sentido contestatario. Los colores huelguistas presuponen un sentido sindical, a la manera de George Sorel, como opuesto a lo burgués y a lo institucional. Mi análisis quedará incompleto. ¿Un mensaje inconcluso es un mensaje semiótico?, seguro lo es. El significado está abierto.
Oscar Contreras
Oscar Contreras
El caldo de cultivo social
La vida social no es fácil. ¿Cuál es el camino correcto para alcanzar el éxito, el respeto y la valoración de aquellos a quien uno valora? El odio a veces es justificado por injustos maltratos no merecidos. ¿Quién define lo que es justo y lo que no lo es?
El éxito económico de la corrupción en los altos niveles de la administración humana contradice los discursos de los políticos prometiendo la justicia social para todos. Somos tanto víctimas como cómplices de un juego imposible de modificar. Cubierto de un manto de silenciosa y elegante hipocresía que resulta peligroso denunciar. La salud mental consiste en vivir en sociedad sin cuestionarse la misma hipocresía y ser cómplice del pacto de silencio. La enfermedad mental denuncia que algunos no pueden soportar este “juego” y quedan intoxicados con la angustia y el odio.
La meta es lograr un lugar digno en la sociedad.
Una meta fundamental de la competencia social es el dinero que permite disfrutar de la exuberante tecnología desarrollada, adquiriendo los infinitos objetos que otorgan su categoría al status. Con la sofisticada tecno-logía que el ingenio humano ha desarrollado, la competencia no tiene límite. El dinero que se obtiene por el trabajo personal es el reconocimiento que la comunidad otorga. Para una amplia mayoría, resulta significativamente negativo. La hostilidad que esto genera, comienza un proceso donde la locura social, la guerra y el genocidio están en el extremo de un camino de corrupción social que a nivel individual puede traducirse en alcohol, droga, prostitución, robo, locura o suicidio. El desprecio al otro semejante es la contraseña para justificar la conducta hostil hacia él, siendo la lucha de clases (el desprecio a las clases inferiores) la mas habitual. En la pirámide social todos quieren estar arriba y entonces someter a los de abajo. Subir en la escala social es sumamente agradable, bajar es doloroso. Igual que despertar envidia produce placer; mientras que sentir envidia duele. La situación social puede justificar la hostilidad que produce, por las injustas frustraciones que impone. Reclamamos a la familia la responsabilidad de criar a los nuevos miembros de la comunidad. Pero si el ambiente social no es capaz de imponer una jus-ticia social en su me-dio, lo que es utópico, éste será el caldo de cultivo donde la perversión y la locura estarán a sus anchas. Y decidir entre la justificación o la condena de una actitud hostil no siempre es una tarea fácil.
Si el odio surgido por la frustración toma forma en la clase social sometida a las injusticias impuestas por la clase dominante, puede manifestarse en una de las tantas revoluciones cruentas que ilustra la historia. Lamentablemente jamás se concretó su intención de imponer una justicia social, lo que la ética teórica pretende para la especie humana. Demostrando una vez más que la naturaleza humana se opone a que esta utopía se concrete.
Manfredo Teicher
El éxito económico de la corrupción en los altos niveles de la administración humana contradice los discursos de los políticos prometiendo la justicia social para todos. Somos tanto víctimas como cómplices de un juego imposible de modificar. Cubierto de un manto de silenciosa y elegante hipocresía que resulta peligroso denunciar. La salud mental consiste en vivir en sociedad sin cuestionarse la misma hipocresía y ser cómplice del pacto de silencio. La enfermedad mental denuncia que algunos no pueden soportar este “juego” y quedan intoxicados con la angustia y el odio.
La meta es lograr un lugar digno en la sociedad.
Una meta fundamental de la competencia social es el dinero que permite disfrutar de la exuberante tecnología desarrollada, adquiriendo los infinitos objetos que otorgan su categoría al status. Con la sofisticada tecno-logía que el ingenio humano ha desarrollado, la competencia no tiene límite. El dinero que se obtiene por el trabajo personal es el reconocimiento que la comunidad otorga. Para una amplia mayoría, resulta significativamente negativo. La hostilidad que esto genera, comienza un proceso donde la locura social, la guerra y el genocidio están en el extremo de un camino de corrupción social que a nivel individual puede traducirse en alcohol, droga, prostitución, robo, locura o suicidio. El desprecio al otro semejante es la contraseña para justificar la conducta hostil hacia él, siendo la lucha de clases (el desprecio a las clases inferiores) la mas habitual. En la pirámide social todos quieren estar arriba y entonces someter a los de abajo. Subir en la escala social es sumamente agradable, bajar es doloroso. Igual que despertar envidia produce placer; mientras que sentir envidia duele. La situación social puede justificar la hostilidad que produce, por las injustas frustraciones que impone. Reclamamos a la familia la responsabilidad de criar a los nuevos miembros de la comunidad. Pero si el ambiente social no es capaz de imponer una jus-ticia social en su me-dio, lo que es utópico, éste será el caldo de cultivo donde la perversión y la locura estarán a sus anchas. Y decidir entre la justificación o la condena de una actitud hostil no siempre es una tarea fácil.
Si el odio surgido por la frustración toma forma en la clase social sometida a las injusticias impuestas por la clase dominante, puede manifestarse en una de las tantas revoluciones cruentas que ilustra la historia. Lamentablemente jamás se concretó su intención de imponer una justicia social, lo que la ética teórica pretende para la especie humana. Demostrando una vez más que la naturaleza humana se opone a que esta utopía se concrete.
Manfredo Teicher
Diz(que) capacidad
Ocurrencia A- Un general, ¿podría argumentar ante un tribunal de guerra que cuando dijo “Avancen” sólo sugirió que avancen?
Ocurrencia B- Si notamos que un sacerdote dice “Bautizo a tal” estando distraído ¿podremos acusarlo de no haber bautizado?
Detenerse en estas ocurrencias, intentar contestarlas, posibilitan apreciar un aspecto crucial de las palabras: Hablar es hacer algo, se hacen cosas con las palabras, más allá del estado de quien habla, más allá de las buenas o las malas intenciones. La práctica del psicoanálisis da cuenta de que la palabra es una moneda corriente que circula entre los seres humanos, y que lleva consigo cierta fuerza, cierta magia, que proviene de la cultura en la cual esa palabra es proferida.
El general y el sacerdote de nuestras ocurrencias, po drían alegar en su defensa que las palabras como las armas las carga el diablo. A esa diabólica potencia algunos filósofos del lenguaje la designan: fuerza performativa: propiedad del acto de lenguaje que hace que decir sea hacer algo (jurar, prometer, pedir, ordenar, etc.) distinto al sólo hecho de hablar (J. L. Austin).
Vivimos en un tejido de lenguaje por el cual somos producidos, un aspecto de esa fuerza performativa se presenta, por ejemplo, en la pasión por clasificar.
Los medios de comunicación cuentan con el recurso de la performatividad, un caso reciente da cuenta de ello. En el mes de marzo una noticia recorrió los periódicos de México y voló por la red digital: Una niña, Paulette había desparecido, a partir de lo cual los avatares de la investigación el resultado de la misma, fueron motivo de escándalo y debate. Sin embargo, desde el comienzo unas palabras estuvieron tan a la vista que nadie pareció prestarles atención:
“No puedo valerme por mi misma necesito a mis papás” “… soy discapacitada.”
Así decía la manta exhibida para la búsqueda de la niña, colocando esas palabras en boca de Paulette.
Ese decir: “…(él o ella ) es discapacitada/o” produjo el caso de Paulette, ese decir fue el performativo que realizó esa vida, fue el lugar que generó a Paulette.
Señalemos que esas palabras al pronunciarse, también marcan una cicatriz en la espalda de lo cuerpos de quienes habitamos este lazo social. La manta también decía “llevo una cicatriz en la espalda del lado izquierdo” ¡Del lado del corazón!
Pero el performativo no es sólo poder de un discurso que profieren los medios, o sea los otros y los ajenos. El psicoanálisis nos muestra que podemos hacer una maniobra apostando a la singularidad.
¿La discapacidad nos llega de un discurso impuesto?, pues bien comencemos por preguntarnos:
¿En qué cada uno de nosotros, tiene la suerte y el honor de llevar la cicatriz de la discapacidad? Es un paso.
Claudia Weinner
Ocurrencia B- Si notamos que un sacerdote dice “Bautizo a tal” estando distraído ¿podremos acusarlo de no haber bautizado?
Detenerse en estas ocurrencias, intentar contestarlas, posibilitan apreciar un aspecto crucial de las palabras: Hablar es hacer algo, se hacen cosas con las palabras, más allá del estado de quien habla, más allá de las buenas o las malas intenciones. La práctica del psicoanálisis da cuenta de que la palabra es una moneda corriente que circula entre los seres humanos, y que lleva consigo cierta fuerza, cierta magia, que proviene de la cultura en la cual esa palabra es proferida.
El general y el sacerdote de nuestras ocurrencias, po drían alegar en su defensa que las palabras como las armas las carga el diablo. A esa diabólica potencia algunos filósofos del lenguaje la designan: fuerza performativa: propiedad del acto de lenguaje que hace que decir sea hacer algo (jurar, prometer, pedir, ordenar, etc.) distinto al sólo hecho de hablar (J. L. Austin).
Vivimos en un tejido de lenguaje por el cual somos producidos, un aspecto de esa fuerza performativa se presenta, por ejemplo, en la pasión por clasificar.
Los medios de comunicación cuentan con el recurso de la performatividad, un caso reciente da cuenta de ello. En el mes de marzo una noticia recorrió los periódicos de México y voló por la red digital: Una niña, Paulette había desparecido, a partir de lo cual los avatares de la investigación el resultado de la misma, fueron motivo de escándalo y debate. Sin embargo, desde el comienzo unas palabras estuvieron tan a la vista que nadie pareció prestarles atención:
“No puedo valerme por mi misma necesito a mis papás” “… soy discapacitada.”
Así decía la manta exhibida para la búsqueda de la niña, colocando esas palabras en boca de Paulette.
Ese decir: “…(él o ella ) es discapacitada/o” produjo el caso de Paulette, ese decir fue el performativo que realizó esa vida, fue el lugar que generó a Paulette.
Señalemos que esas palabras al pronunciarse, también marcan una cicatriz en la espalda de lo cuerpos de quienes habitamos este lazo social. La manta también decía “llevo una cicatriz en la espalda del lado izquierdo” ¡Del lado del corazón!
Pero el performativo no es sólo poder de un discurso que profieren los medios, o sea los otros y los ajenos. El psicoanálisis nos muestra que podemos hacer una maniobra apostando a la singularidad.
¿La discapacidad nos llega de un discurso impuesto?, pues bien comencemos por preguntarnos:
¿En qué cada uno de nosotros, tiene la suerte y el honor de llevar la cicatriz de la discapacidad? Es un paso.
Claudia Weinner
Robar la muerte
No era el primer muerto con quien me pedían ayuda para amortajar; muchas veces había apoyado a las enfermeras en el aburrido ritual de rellenar orificios con algodón, vestir y envolver en sábanas a un paciente para el cual la ciencia médica no tuvo más para ofrecer. Sin embargo, esa tarde en “terapia intensiva”, quedé atónito: por primera vez perdí el aplomo frente a un cuerpo sin vida. Vestí guantes de látex, bata quirúrgica, gorro, cubre boca y una faja lumbar, dispuesto, como tantas otras ocasiones y frente a tantos otros pacientes (en muy malas condiciones médicas), a disponer un cuerpo en condiciones para entregar a la funeraria. Al ver aquel bulto informe, amasijo de carne, plástico y electrodos, mi temple laboral de indiferencia y desenfado, se vino abajo. Cuando se trabaja por años en un hospital, es necesario desarrollar esa peculiar actitud frente a los enfermos y la muerte de otros: en medio de las peores escenas mórbidas, enfermeras, médicos y camilleros, suelen conservar un clima privado de cómica frivolidad y camaradería. Sin ello, el sufrimiento ajeno permearía la vida toda del personal y les impediría realizar las maniobras cuasi inhumanas indispensables para mantener un cuerpo con vida más allá del tiempo que la naturaleza y el destino, le han regalado al hombre.
Aquel bulto había sido forzado a respirar y funcionar fisiológicamente (no mejor que un hongo o una planta) dos semanas después de quemarse en una explosión que lo abrazó por completo, no tenía región intacta. Ventilador mecánico para respirar, catéteres intravenosos, colostomías, sonda vesical y naso gástrica, monitores de temperatura, tensión arterial, ritmo cardiaco, amén de un tremendo arsenal de fármacos, mantenían en aquel desdichado algo semejante a la vida. No se bien cómo, pudimos alistar al difunto y mi turno terminó sombrío a las dos en punto.
La medicina contemporánea me parece ahora como uno de esos dones peligrosos que los antiguos dioses obsequiaban a los hombres: A Tiresias y Edipo la clarividencia a cambio de sus ojos, a Hércules la fuerza a cambio de la cordura, para Sísifo la astucia y la vida eterna a cambio del conocido castigo de empujar ad infinitum una roca.
Los consabidos avances en la medicina, ciertamente prodigiosos, fecundan la humana fantasía de la invulnerabilidad; es sabido que una de las actitudes de quienes realizan conductas nocivas para la salud, es la insensata confianza de que podrán ser curados por la ciencia. No menos común es la creencia en quienes tienen sexo sin protección, de que pronto será inventada una vacuna contra el VIH.
Hace poco leí un par de capítulos del libro “Historia de la muerte en occidente” de Philippe Ariès, El autor analiza el cambio de actitudes y valores de las civilizaciones contemporáneas frente al fenómeno inevitable de la muerte. Al contrario de lo que ocurría en el “mundo civilizado” hace dos siglos, actualmente existe desesperación y angustia frente al hecho ineludible, las civilizaciones han medicalizado la muerte al grado en que es posible vivir cotidianamente sin haber visto morir a alguien nunca: se muere en el hospital, solo, ya no más en la alcoba rodeado de familiares. Trágicamente, la medicina moderna, con sus promesas de vida a toda costa, también promueve sentimientos de repulsión y angustia ante lo inevitable: nos ha robado la muerte. ¿No es frente a la convicción del límite cuando podemos apurar la vida? Mientras soñamos con la inmortalidad vamos desperdiciando el tiempo. Sólo quien sabe que va a morir se apresura a vivir.
Angel Pereyra
Aquel bulto había sido forzado a respirar y funcionar fisiológicamente (no mejor que un hongo o una planta) dos semanas después de quemarse en una explosión que lo abrazó por completo, no tenía región intacta. Ventilador mecánico para respirar, catéteres intravenosos, colostomías, sonda vesical y naso gástrica, monitores de temperatura, tensión arterial, ritmo cardiaco, amén de un tremendo arsenal de fármacos, mantenían en aquel desdichado algo semejante a la vida. No se bien cómo, pudimos alistar al difunto y mi turno terminó sombrío a las dos en punto.
La medicina contemporánea me parece ahora como uno de esos dones peligrosos que los antiguos dioses obsequiaban a los hombres: A Tiresias y Edipo la clarividencia a cambio de sus ojos, a Hércules la fuerza a cambio de la cordura, para Sísifo la astucia y la vida eterna a cambio del conocido castigo de empujar ad infinitum una roca.
Los consabidos avances en la medicina, ciertamente prodigiosos, fecundan la humana fantasía de la invulnerabilidad; es sabido que una de las actitudes de quienes realizan conductas nocivas para la salud, es la insensata confianza de que podrán ser curados por la ciencia. No menos común es la creencia en quienes tienen sexo sin protección, de que pronto será inventada una vacuna contra el VIH.
Hace poco leí un par de capítulos del libro “Historia de la muerte en occidente” de Philippe Ariès, El autor analiza el cambio de actitudes y valores de las civilizaciones contemporáneas frente al fenómeno inevitable de la muerte. Al contrario de lo que ocurría en el “mundo civilizado” hace dos siglos, actualmente existe desesperación y angustia frente al hecho ineludible, las civilizaciones han medicalizado la muerte al grado en que es posible vivir cotidianamente sin haber visto morir a alguien nunca: se muere en el hospital, solo, ya no más en la alcoba rodeado de familiares. Trágicamente, la medicina moderna, con sus promesas de vida a toda costa, también promueve sentimientos de repulsión y angustia ante lo inevitable: nos ha robado la muerte. ¿No es frente a la convicción del límite cuando podemos apurar la vida? Mientras soñamos con la inmortalidad vamos desperdiciando el tiempo. Sólo quien sabe que va a morir se apresura a vivir.
Angel Pereyra
Lo rarito en el psicoanálisis ¿Qué queremos los raritos?
La vida de cada humano cuando logra sobrevivir al desamparo es rarita, es rara, en inglés se decía, con tono despectivo e insultante: queer. El psicoanálisis revela que cada vida -al margen de nuestras identidades sexuales- que cada vida es una vida rara, rarita. Lo único normal es lo raro, lo rarito, mientras que lo más patológico y cargado de gran sufrimiento son las normas del deber ser. Por ejemplo, este periódico es raro, es rarito pues sale en tiempos de crisis, se lanza al público, en tiempos donde se afirma –con un exceso de imprudencia- de que no se lee. En estos tiempos sale este periódico: sí, él es raro pues implica una apuesta, sólo apostar permite decir que una vida es vivible. Lanzar esta publicación ¿No es un movimiento raro o rarito? Sí, lo es, pues se trata de una apuesta dar vida a tal o cual lugar de la cultura, incluso nadando a contracorriente.
La vida rarita es la que cada uno de nosotros vive, para el psicoanalista, si hay vida vivible, siempre es una vida rarita. Una mujer, un hombre, un joven, los infantes, los adolescentes, una anciana, un anciano tiene vidas raritas. La sociedad se encarga con demasiado énfasis de imponer el deber ser ante todo y por encima de todo, de ahí que el deber sea aplastante para cada quien.
¿Qué es lo que queremos aquellos que somos considerados raritos? Un psicoanalista es considerado un ejercicio rarito pues se ocupa de las cuestiones abyectas del espíritu, del alma. ¿Cómo es que el psicoanalista está tanto tiempo escuchando y leyendo los padecimientos de sus analizantes? ¿Qué personaje raro?¿Cómo hace para escuchar esas cosas? Si escucha, lee las abyecciones que nos muestran, cada noche, nuestros sueños, mismas que suelen provocarr inhibiciones, síntomas y angustias. Esa triada del sufrimiento está sostenida por el infierno del debe ser.
Según las más recientes novelas de autoayuda, los humanos, sean del sexo que sean sólo “quieren” que los abracen y recibir trato maternal, o más aún que los “apachen” ¿Será así? Estudios catalogados de científicos sobre la prevención del VIH/ SIDA, entre los adolescentes, lanzan una idea curiosa, para ser suaves en su calificación: las y los adolecentes “quieren” ser matados, por eso no se cuidan, ni previenen y de ahí que se infectan con el VIH/SIDA. Esos estudios a partir de calificar de rarita las respuestas adolecentes, dejan de lado una sencilla, y complicada, pregunta ¿Qué es lo que quieren y desean los raritos, sean del sexo o de la edad que sean cuando practican su erótica sin protección?
La psiquiatría, la psicología lleva ya mucho tiempo tratando de convertir la diversidad de vivir la vida en una “patología”, una” psicopatología”, un ”diagnostico” para darles a esas formas y , en particular, a esas vidas la calificación de enfermedad o de enfermos. Ante esa tendencia propia del control y del deber ser ¿Cuál será la salida posible?
Ante esos callejones sin salida, tenemos una respuesta en la superficie: salimos por el mismo lugar donde entramos al callejón. Al salir por allí localizamos que los callejones sin salida no son tales. Si se entra en un lado, por allí mismo se puede salir. Al salir del callejón del control o del debe ser nos encontramos con otro camino, más sencillo, más complicado y la vez más cercano a una vida vivible ¿Cuál es el objeto que mueve nuestros deseos? Preguntarnos por el objeto causante de nuestro deseo permitir desplegar la infinita variedad de respuestas a una pregunta cotidiana, que cada quien se hace a diario ¿Qué es lo quiero?
Esa pregunta se nos aparece al margen de nuestro sexo, de nuestra forma de vivirlo, de nuestra edad. Esa pregunta nos enfrenta a un hecho particular de los humanos: somos el resultado de un desamparo, y en el combate cotidiano para sobrevivir a él, se forjan nuestra vida del alma, eso que los griegos llamaron psique. Al recorrer varias veces, durante un psicoanálisis, los caminos abiertos por ese interrogante, a cada quien se le presenta un horizonte extraño y a la vez nuevo: la vida humana, en tanto vida del deseo erótico no se explica por una herencia biológica o un trastorno genético, nuestra vida subjetiva no corresponde a ninguna estructura de patología y/o psicopatología.
Carlos Pellicer con su obra, con forma de vivir al pie de la letra su poesía abría un horizonte que era más amplio que su individualidad. Se ha pretendido sostener –quizás de forma pre juiciosa- que eso sólo le pertenecía a él como hombre de letras. El psicoanálisis sostiene por la experiencia de cada analizante que eso no es así; al contrario, cada vida, una por una, es una vida rarita particular y singular. La vida rarita es la única forma posible de vivir el riesgo de una vida de manera que sea vivible.
¿El riesgo de una vida? Al caer en este mundo, ser arrojado en el mundo –Martin Heidegger- requerimos enfrentar ese desamparo que la caída; gracias a esa caída estamos en este mundo, Se requiere correr el riesgo de vivir, de arriesgarse para hacer, concretar y realizar aquello que nuestros deseos raritos nos proponen. Esa propuesta es la que una vida digna de ser vivible. Ante esa apuesta crucial, a cada quien le aparecerá otro interrogante ¿Has retrocedido ante la apuesta que tu deseo requiere?
Alberto Sladogna
La vida rarita es la que cada uno de nosotros vive, para el psicoanalista, si hay vida vivible, siempre es una vida rarita. Una mujer, un hombre, un joven, los infantes, los adolescentes, una anciana, un anciano tiene vidas raritas. La sociedad se encarga con demasiado énfasis de imponer el deber ser ante todo y por encima de todo, de ahí que el deber sea aplastante para cada quien.
¿Qué es lo que queremos aquellos que somos considerados raritos? Un psicoanalista es considerado un ejercicio rarito pues se ocupa de las cuestiones abyectas del espíritu, del alma. ¿Cómo es que el psicoanalista está tanto tiempo escuchando y leyendo los padecimientos de sus analizantes? ¿Qué personaje raro?¿Cómo hace para escuchar esas cosas? Si escucha, lee las abyecciones que nos muestran, cada noche, nuestros sueños, mismas que suelen provocarr inhibiciones, síntomas y angustias. Esa triada del sufrimiento está sostenida por el infierno del debe ser.
Según las más recientes novelas de autoayuda, los humanos, sean del sexo que sean sólo “quieren” que los abracen y recibir trato maternal, o más aún que los “apachen” ¿Será así? Estudios catalogados de científicos sobre la prevención del VIH/ SIDA, entre los adolescentes, lanzan una idea curiosa, para ser suaves en su calificación: las y los adolecentes “quieren” ser matados, por eso no se cuidan, ni previenen y de ahí que se infectan con el VIH/SIDA. Esos estudios a partir de calificar de rarita las respuestas adolecentes, dejan de lado una sencilla, y complicada, pregunta ¿Qué es lo que quieren y desean los raritos, sean del sexo o de la edad que sean cuando practican su erótica sin protección?
La psiquiatría, la psicología lleva ya mucho tiempo tratando de convertir la diversidad de vivir la vida en una “patología”, una” psicopatología”, un ”diagnostico” para darles a esas formas y , en particular, a esas vidas la calificación de enfermedad o de enfermos. Ante esa tendencia propia del control y del deber ser ¿Cuál será la salida posible?
Ante esos callejones sin salida, tenemos una respuesta en la superficie: salimos por el mismo lugar donde entramos al callejón. Al salir por allí localizamos que los callejones sin salida no son tales. Si se entra en un lado, por allí mismo se puede salir. Al salir del callejón del control o del debe ser nos encontramos con otro camino, más sencillo, más complicado y la vez más cercano a una vida vivible ¿Cuál es el objeto que mueve nuestros deseos? Preguntarnos por el objeto causante de nuestro deseo permitir desplegar la infinita variedad de respuestas a una pregunta cotidiana, que cada quien se hace a diario ¿Qué es lo quiero?
Esa pregunta se nos aparece al margen de nuestro sexo, de nuestra forma de vivirlo, de nuestra edad. Esa pregunta nos enfrenta a un hecho particular de los humanos: somos el resultado de un desamparo, y en el combate cotidiano para sobrevivir a él, se forjan nuestra vida del alma, eso que los griegos llamaron psique. Al recorrer varias veces, durante un psicoanálisis, los caminos abiertos por ese interrogante, a cada quien se le presenta un horizonte extraño y a la vez nuevo: la vida humana, en tanto vida del deseo erótico no se explica por una herencia biológica o un trastorno genético, nuestra vida subjetiva no corresponde a ninguna estructura de patología y/o psicopatología.
Carlos Pellicer con su obra, con forma de vivir al pie de la letra su poesía abría un horizonte que era más amplio que su individualidad. Se ha pretendido sostener –quizás de forma pre juiciosa- que eso sólo le pertenecía a él como hombre de letras. El psicoanálisis sostiene por la experiencia de cada analizante que eso no es así; al contrario, cada vida, una por una, es una vida rarita particular y singular. La vida rarita es la única forma posible de vivir el riesgo de una vida de manera que sea vivible.
¿El riesgo de una vida? Al caer en este mundo, ser arrojado en el mundo –Martin Heidegger- requerimos enfrentar ese desamparo que la caída; gracias a esa caída estamos en este mundo, Se requiere correr el riesgo de vivir, de arriesgarse para hacer, concretar y realizar aquello que nuestros deseos raritos nos proponen. Esa propuesta es la que una vida digna de ser vivible. Ante esa apuesta crucial, a cada quien le aparecerá otro interrogante ¿Has retrocedido ante la apuesta que tu deseo requiere?
Alberto Sladogna
El arte y la incertidumbre
De pie, frente a pinturas de los grandes maestros, nos extasiamos admirando cada trazo, intentando descifrar los elementos que hacen el total de un Gaugin, Manet o Rembrandt. Sentados en butacas, los asistentes a un concierto se dejan seducir por las notas de Vivaldi, Mozart o Verdi. Mikhail Baryshnikov danza, corre y brinca por el escenario mientras Miguel Ángel, a golpes de cincel, deja entrever lo que el mármol se empeña en ocultar. Así sea el simple e incoherente Dadá o el maniqueo estilo de Magritte, pasando por la fuerza del expresionismo o el dulzón romanticismo, todos estos estilos intentan acercarse a lo que se denomina “arte”. Si partimos de la tesis de Gombrich acerca de la inexistencia del Arte (“lo que existe son artistas” decía él), nos quedamos entonces con meras manifestaciones humanas que tienen como finalidad sacarnos de nuestras endebles construcciones que llamamos certezas bajo el amparo del goce estético. El arte nos recuerda que tenemos certezas hasta que nos enfrentamos a la experiencia artística y su retórica nos atravieza ¿Qué vió Dalí en el Angelus de Millet?, ¿qué se preguntó?, más aún ¿qué se atrevió a responder, cuya respuesta redefinió una pintura realizada hacía más de 70 años?
“Cuando el arte sirve para... ¡entonces no es arte!”, sentencia el semiólogo Joan Costa. El arte no debe darnos un piso firme sobre el cual caminar, más aun, debe ponernos dificultades en el paso, colocando preguntas ahí donde creíamos existían certezas, ¿cómo?, ¿porqué?, ¿cuándo?, esa es la función del arte, preguntar, inquietar al sujeto, convertirlo en espectador, esto es, tenderle la expectativa pero sin posibilidad de respuesta inmediata. Ahí donde la mutilación se une con el mito, entra a escena Caravaggio, ahí donde la armonía aspira al infinito está Bach, pero ¿Caravaggio o Bach nos dan acaso respuestas acerca del porqué de lo erótico de la mutilación o lo atrayente de lo infinito?, no, ellos sólo lo exponen a su manera, siendo deber de cada espectador al arte intentar responder la gran interrogante que éste plantea: ¿por qué?, ¿por qué?
Cada trazo, cada nota, cada cincelada no es más que un intento árido por parte del artista de darse respuestas. A nosotros como espectadores no nos va mejor, no encontramos con facilidad las respuestas, si ésto fuera así, al ver un sólo cuadro, al escuchar una sóla melodía en nuestra vida fueran suficientes para saciar nuestra sed de arte. En la repetición está la falta de respuestas.
Alejandro Ahumada
“Cuando el arte sirve para... ¡entonces no es arte!”, sentencia el semiólogo Joan Costa. El arte no debe darnos un piso firme sobre el cual caminar, más aun, debe ponernos dificultades en el paso, colocando preguntas ahí donde creíamos existían certezas, ¿cómo?, ¿porqué?, ¿cuándo?, esa es la función del arte, preguntar, inquietar al sujeto, convertirlo en espectador, esto es, tenderle la expectativa pero sin posibilidad de respuesta inmediata. Ahí donde la mutilación se une con el mito, entra a escena Caravaggio, ahí donde la armonía aspira al infinito está Bach, pero ¿Caravaggio o Bach nos dan acaso respuestas acerca del porqué de lo erótico de la mutilación o lo atrayente de lo infinito?, no, ellos sólo lo exponen a su manera, siendo deber de cada espectador al arte intentar responder la gran interrogante que éste plantea: ¿por qué?, ¿por qué?
Cada trazo, cada nota, cada cincelada no es más que un intento árido por parte del artista de darse respuestas. A nosotros como espectadores no nos va mejor, no encontramos con facilidad las respuestas, si ésto fuera así, al ver un sólo cuadro, al escuchar una sóla melodía en nuestra vida fueran suficientes para saciar nuestra sed de arte. En la repetición está la falta de respuestas.
Alejandro Ahumada
Francis Allÿs, Heisenberg y el analista
Francis Allÿs, artista contemporáneo belga radicado en México, expone en estos días "Walking distance from the studio / Diez cuadras alrededor del estudio" en la Ciudad de México. Sus piezas son registros de su caminata incansable por el Centro del Distrito Federal. A través de video, diapositivas, instalaciones, chicles, músicos ciegos que tocan un corrido que él compuso, Allÿs muestra la gris ciudad llena de colores, de perros callejeros, de mendigos; le propone a un grupo de barrenderas (sí todas mujeres), que a las tres de la madrugada, su hora de trabajo habitual, barren la basura hasta generar una montaña inamovible. Y lo consiguen.
Se trata, pues, de mirar la vida de la
ciudad en esa área ancestral.
De manera inesperada, Alÿs presenta una hoja de papel que es una transcripción a máquina del “Principio de incertidumbre” de Heisenberg, que explica que en el mundo subatómico es imposible para el observador situar al mismo tiempo la ubicación y la velocidad de una partícula, lo cual se debe a que la presencia del observador y sus instrumentos modifican lo que se observa. Al concluir la visita, el público comprende la razón de ser de esa pieza. La observación que hace Alÿs de la ciudad la ha modificado, pues la exposición de sus piezas forma parte ya de la vida citadina y con la ciudad, el público también ha cambiado. La modificación que la observación de Alÿs inflinge a la ciudad afecta incluso a quien no la presencie, pues nadie puede sustraerse a los anuncios de gran formato en las paradas de autobús que se encuentran hoy en todo el Distrito Federal.
¿No es eso lo que sucede con el analista en relación con el síntoma? La “evaluación diagnóstica” que depende de la psicopatología supone que cualquier observador apreciaría el mismo fenómeno, es decir, que hay posibilidades de una “observación objetiva” pues se trataría de un fenómeno sintomático independiente del observador. Nada de eso. Dado que la transferencia es la condición de posibilidad de cada análisis, el analista forma parte del síntoma. Esta aseveración de Lacan es una forma precisa de explicar lo que sucede en lo que Freud llamó la “neurosis de transferencia”.
Manuel Hernández
Se trata, pues, de mirar la vida de la
ciudad en esa área ancestral.
De manera inesperada, Alÿs presenta una hoja de papel que es una transcripción a máquina del “Principio de incertidumbre” de Heisenberg, que explica que en el mundo subatómico es imposible para el observador situar al mismo tiempo la ubicación y la velocidad de una partícula, lo cual se debe a que la presencia del observador y sus instrumentos modifican lo que se observa. Al concluir la visita, el público comprende la razón de ser de esa pieza. La observación que hace Alÿs de la ciudad la ha modificado, pues la exposición de sus piezas forma parte ya de la vida citadina y con la ciudad, el público también ha cambiado. La modificación que la observación de Alÿs inflinge a la ciudad afecta incluso a quien no la presencie, pues nadie puede sustraerse a los anuncios de gran formato en las paradas de autobús que se encuentran hoy en todo el Distrito Federal.
¿No es eso lo que sucede con el analista en relación con el síntoma? La “evaluación diagnóstica” que depende de la psicopatología supone que cualquier observador apreciaría el mismo fenómeno, es decir, que hay posibilidades de una “observación objetiva” pues se trataría de un fenómeno sintomático independiente del observador. Nada de eso. Dado que la transferencia es la condición de posibilidad de cada análisis, el analista forma parte del síntoma. Esta aseveración de Lacan es una forma precisa de explicar lo que sucede en lo que Freud llamó la “neurosis de transferencia”.
Manuel Hernández
¿A dónde fueron los buenos maestros?
Durante muchas décadas los maestros fueron figuras respetables y respetadas en la sociedad. Se les consideró personas capaces, comprometidas con el desarrollo, responsables, honorables y en suma, modelos a seguir por parte de los diversos sectores de la población. Sin embargo, desde hace un par de décadas la imagen del maestro ha sufrido un creciente deterioro, tanto por los ataques sistemáticos de la prensa como por los resultados educativos cada vez más desastrosos y también más conocidos por todos.
Ante esto, no podemos sino preguntarnos: ¿A dónde fueron los buenos maestros? ¿Qué pasó con ellos? Para responder a esta pregunta me valdré de una analogía que con frecuencia utilizan los detractores del magisterio: compararlos con los médicos. Si a un médico incompetente no se le permite atender pacientes, en virtud del daño que puede causar –dicen– ¿por qué se le permite ejercer a un mal maestro a sabiendas de que pone en riesgo la formación y por ende el futuro de los alumnos?
Abundaré en ello con la intención explícita de refutar los mecanismos argumentativos que se esgrimen frecuentemente para desvalorar la figura del maestro. En este sentido, si el lector tiene por sí una mala imagen del maestro y no está dispuesto a cuestionarla, tal vez este sea el momento de suspender la lectura.
Dado que el lector sigue mis palabras continuaré con una pregunta: ¿Podemos considerar que si la mayoría de los pacientes de un médico mueren, es un mal médico? Es probable que la primera respuesta que se nos ocurra sea afirmativa. Sin embargo, los médicos oncólogos tienen una alta tasa de mortalidad entre la población que atienden. Más aún, hace algunos años escuché que cierto médico cirujano que ejercía su labor en un hospital de la localidad era conocido como el “doctor muerte” debido a que una gran cantidad de los pacientes que intervenía quirúrgicamente fallecían. No obstante, el médico al que me refiero era muy respetado entre su comunidad, en virtud de que la causa de sus fatales resultados no obedecía a su incompetencia profesional, sino por el contrario, a que era uno de los pocos galenos dispuesto a intentar la recuperación de su paciente a pesar de la poca probabilidad de éxito.
¿Y si el paciente no toma el medicamento? ¿Y si el médico no cuenta con el equipo necesario para ejercer su función: equipo diagnóstico, material de curación, estudios de laboratorio? De la misma manera, muchos maestros continúan en su intento de educar a sus alumnos a pesar de las condiciones en que éste último llega a las aulas. A veces, sin las condiciones mínimas necesarias para acceder al conocimiento, sin la intención de aprender, sin esperanzas de que la educación le servirá para mejorar su vida futura, sin las condiciones sociales y familiares necesarias para el estudio. ¿Son éstos malos maestros?
A la pregunta inicial “¿A dónde fueron los buenos maestros?” yo responderé: siguen en las aulas. No pretendo que esta –excesivamente– breve reflexión haya cambiado la forma de pensar de un solo lector. No aspiro a tanto. Todos podemos evocar con facilidad a muchos maestros que se alejan radicalmente de la analogía del “doctor muerte”, pero también se encuentran en nuestra memoria los que siguen intentando salvar la vida de sus alumnos, a pesar de que saben de antemano que llegaron a la escuela prácticamente desahuciados.
Miguel Escalante
Ante esto, no podemos sino preguntarnos: ¿A dónde fueron los buenos maestros? ¿Qué pasó con ellos? Para responder a esta pregunta me valdré de una analogía que con frecuencia utilizan los detractores del magisterio: compararlos con los médicos. Si a un médico incompetente no se le permite atender pacientes, en virtud del daño que puede causar –dicen– ¿por qué se le permite ejercer a un mal maestro a sabiendas de que pone en riesgo la formación y por ende el futuro de los alumnos?
Abundaré en ello con la intención explícita de refutar los mecanismos argumentativos que se esgrimen frecuentemente para desvalorar la figura del maestro. En este sentido, si el lector tiene por sí una mala imagen del maestro y no está dispuesto a cuestionarla, tal vez este sea el momento de suspender la lectura.
Dado que el lector sigue mis palabras continuaré con una pregunta: ¿Podemos considerar que si la mayoría de los pacientes de un médico mueren, es un mal médico? Es probable que la primera respuesta que se nos ocurra sea afirmativa. Sin embargo, los médicos oncólogos tienen una alta tasa de mortalidad entre la población que atienden. Más aún, hace algunos años escuché que cierto médico cirujano que ejercía su labor en un hospital de la localidad era conocido como el “doctor muerte” debido a que una gran cantidad de los pacientes que intervenía quirúrgicamente fallecían. No obstante, el médico al que me refiero era muy respetado entre su comunidad, en virtud de que la causa de sus fatales resultados no obedecía a su incompetencia profesional, sino por el contrario, a que era uno de los pocos galenos dispuesto a intentar la recuperación de su paciente a pesar de la poca probabilidad de éxito.
¿Y si el paciente no toma el medicamento? ¿Y si el médico no cuenta con el equipo necesario para ejercer su función: equipo diagnóstico, material de curación, estudios de laboratorio? De la misma manera, muchos maestros continúan en su intento de educar a sus alumnos a pesar de las condiciones en que éste último llega a las aulas. A veces, sin las condiciones mínimas necesarias para acceder al conocimiento, sin la intención de aprender, sin esperanzas de que la educación le servirá para mejorar su vida futura, sin las condiciones sociales y familiares necesarias para el estudio. ¿Son éstos malos maestros?
A la pregunta inicial “¿A dónde fueron los buenos maestros?” yo responderé: siguen en las aulas. No pretendo que esta –excesivamente– breve reflexión haya cambiado la forma de pensar de un solo lector. No aspiro a tanto. Todos podemos evocar con facilidad a muchos maestros que se alejan radicalmente de la analogía del “doctor muerte”, pero también se encuentran en nuestra memoria los que siguen intentando salvar la vida de sus alumnos, a pesar de que saben de antemano que llegaron a la escuela prácticamente desahuciados.
Miguel Escalante
Nicolái Gogol
Cuando terminé de leer las Almas muertas de Nicolái Gógol me conmovió su tristeza y empecé a pensar en él como su personaje errante que pretendiendo engañar se engaña a sí mismo. Desde que leí el prólogo me llamó la atención su historia porque encuentra en sus antepasados el germen de la locura, de la magia y del tormento. Me estremece la inmensa soledad de Gógol que finalmente no pudo escuchar más que a Dios aun cuando en sus últimas publicaciones llama a un público de lectores a hablar sobre su obra. La furia contra lo incomprensible y lo ajeno lo hace sostenerse en una literatura hermosa que él mismo destruye atribuyendo a Dios su voluntad de no vivir. Me entristece en verdad que ese genio no se haya casado, no haya tenido hijos ni amores y se haya exiliado incluso de su querida Rusia. Me encantó en cambio la historia del abuelo que sigue a pie juntillas lo que le dicen sus sueños.
Se cuenta que el abuelo de Nicolai Gogol llamado Ivan a los catorce años sueña que se casará con una bebé y obsesionado por esa idea se dedica a buscarla. La encuentra en un pueblo vecino y decide esperar a que crezca, la visita, le lleva regalos y juega con ella cuando es niña. Cuando ésta cumple trece años la pide en matrimonio comprometiéndose a esperar un año más para efectuar la boda, pero tiene otro sueño que le confirma que no hay duda de que ella es por lo que Iván precipita las cosas y el matrimonio se realiza a las dos semanas.
En el primer sueño es la virgen quien le indica su destino. La madre de Nicolái Gógol es una mujer muy bella y apegada a lo místico por lo que no se opone a la revelación y siente que el deseo de Dios está presente en su linaje. Nicolai tuvo siempre un gran afecto a su madre y cuando éste muere a los cuarenta y dos años es preso de un deliro místico que lo lleva a quemar su última obra, la segunda parte de Las almas muertas que escribió durante diecisiete años. Gogol fue un solitario que nunca besó siquiera a una mujer, pues vivió siempre solo, al lado de Dios.
Carmen Tinajero
Se cuenta que el abuelo de Nicolai Gogol llamado Ivan a los catorce años sueña que se casará con una bebé y obsesionado por esa idea se dedica a buscarla. La encuentra en un pueblo vecino y decide esperar a que crezca, la visita, le lleva regalos y juega con ella cuando es niña. Cuando ésta cumple trece años la pide en matrimonio comprometiéndose a esperar un año más para efectuar la boda, pero tiene otro sueño que le confirma que no hay duda de que ella es por lo que Iván precipita las cosas y el matrimonio se realiza a las dos semanas.
En el primer sueño es la virgen quien le indica su destino. La madre de Nicolái Gógol es una mujer muy bella y apegada a lo místico por lo que no se opone a la revelación y siente que el deseo de Dios está presente en su linaje. Nicolai tuvo siempre un gran afecto a su madre y cuando éste muere a los cuarenta y dos años es preso de un deliro místico que lo lleva a quemar su última obra, la segunda parte de Las almas muertas que escribió durante diecisiete años. Gogol fue un solitario que nunca besó siquiera a una mujer, pues vivió siempre solo, al lado de Dios.
Carmen Tinajero
Pederastia y seducción
Los meses recientes hemos sido testigos de una serie de escándalos al interior de la Iglesia Católica, a causa de los probados actos pederastas de algunos de sus sacerdotes. El asunto ha tomado dimensiones tales que recientemente han renunciado seis obispos (cuatro irlandeses, un noruego y un belga), al aceptar su responsabilidad en la comisión o encubrimiento de estos actos.
Del total de los casos que han salido a la luz pública, una sorprendente mayoría (un estimado de 90%) han sido cometidos con varones, cuyas edades oscilan entre 11 y 17 años. Esto debería despertar nuestra curiosidad. No basta afirmar que el celibato en sí mismo es el problema, o considerar con el cardenal Tarsicio Bertone que los actos pederastas son cometidos por una minoría de religiosos con “tendencias homosexuales”. Estas explicaciones lineales (A + B= C), aunque parezcan sostenerse por los datos duros que arroja la realidad, no hacen más que parcializarla y ocultarnos otras posibilidades de interpretación.
Un estudio a profundidad del tema implicaría poner en diálogo una serie de disciplinas: historia, filosofía, psicología social, psicoanálisis, política, teoría queer, semiótica, antropología y aún estética e historia del arte, lo cual excedería estas breves líneas, pero quisiera al menos poner sobre la mesa un aspecto que me parece relevante.
Durante siglos la transmisión de saberes iniciáticos o ciertas formas de autoridad, han implicado el modelo discipular. Así, tanto pedagogos, filósofos, curanderos y religiosos han requerido atraer hacía sí a otros, que vendrán a ser cercanos al maestro, para ser formados y perpetuar así la experiencia que ofrecen al mundo. El cristianismo no ha sido diferente, Jesús habría escogido entre sus discípulos a los doce llamados “apóstoles”, sus hombres de confianza (uno de ellos, Juan, “el discípulo amado”), a los cuales transmitió “los secretos del reino” y a su muerte fueron ellos quienes se ocuparon de organizar y acrecentar la comunidad.
Esta transmisión discipular está de hecho marcada por Eros, como lo muestran explícitamente los diálogos de Sócrates y el Banquete de Platón: un hombre barbado (erastés, amante) y un jovencito (erómenos, amado) entablaban una relación amorosa, que buscaba convertir al muchacho en un militar valeroso, iniciarlo a la vida filosófica o simplemente cultivarlo como ciudadano de provecho. Como vemos, no se trata de “homosexualidad” en el sentido moderno del término; es probable que ni siquiera hubiese relaciones sexuales (en el Banquete, Sócrates rechaza al bello Alcibíades).
Sigmund Freud nos ha indicado que la sexualidad puede sublimarse, convertirse en creación intelectual, artística, espiritual. La educación, la filosofía, la religión y todas las creaciones humanas, serían una forma de sublimación, de metamorfosis de lo puramente biológico en cultura. El discipulado pone esto en escena.
Ahora bien, este modelo discipular en el cristianismo, seguiría operando: el llamado a la vida religiosa no ocurre porque una persona vea un anuncio en la tv o el periódico, sino porque alguien, con su vida y su testimonio le ha conmocionado. La promoción vocacional se da entre los jovencitos de la parroquia, sobre todo entre aquellos más cercanos al servicio del altar (como los monaguillos), gracias a la cercanía de los ministros religiosos, quienes favorecen el contacto con ellos, practican deportes juntos, ríen, charlan, tienen intimidad emocional. Que en algunos casos esto se traduzca en intercambios carnales no hace más que recordarnos que este llamado, por más espiritual que aparente ser, es en el fondo una forma de seducción.
Moisés Hernández
Del total de los casos que han salido a la luz pública, una sorprendente mayoría (un estimado de 90%) han sido cometidos con varones, cuyas edades oscilan entre 11 y 17 años. Esto debería despertar nuestra curiosidad. No basta afirmar que el celibato en sí mismo es el problema, o considerar con el cardenal Tarsicio Bertone que los actos pederastas son cometidos por una minoría de religiosos con “tendencias homosexuales”. Estas explicaciones lineales (A + B= C), aunque parezcan sostenerse por los datos duros que arroja la realidad, no hacen más que parcializarla y ocultarnos otras posibilidades de interpretación.
Un estudio a profundidad del tema implicaría poner en diálogo una serie de disciplinas: historia, filosofía, psicología social, psicoanálisis, política, teoría queer, semiótica, antropología y aún estética e historia del arte, lo cual excedería estas breves líneas, pero quisiera al menos poner sobre la mesa un aspecto que me parece relevante.
Durante siglos la transmisión de saberes iniciáticos o ciertas formas de autoridad, han implicado el modelo discipular. Así, tanto pedagogos, filósofos, curanderos y religiosos han requerido atraer hacía sí a otros, que vendrán a ser cercanos al maestro, para ser formados y perpetuar así la experiencia que ofrecen al mundo. El cristianismo no ha sido diferente, Jesús habría escogido entre sus discípulos a los doce llamados “apóstoles”, sus hombres de confianza (uno de ellos, Juan, “el discípulo amado”), a los cuales transmitió “los secretos del reino” y a su muerte fueron ellos quienes se ocuparon de organizar y acrecentar la comunidad.
Esta transmisión discipular está de hecho marcada por Eros, como lo muestran explícitamente los diálogos de Sócrates y el Banquete de Platón: un hombre barbado (erastés, amante) y un jovencito (erómenos, amado) entablaban una relación amorosa, que buscaba convertir al muchacho en un militar valeroso, iniciarlo a la vida filosófica o simplemente cultivarlo como ciudadano de provecho. Como vemos, no se trata de “homosexualidad” en el sentido moderno del término; es probable que ni siquiera hubiese relaciones sexuales (en el Banquete, Sócrates rechaza al bello Alcibíades).
Sigmund Freud nos ha indicado que la sexualidad puede sublimarse, convertirse en creación intelectual, artística, espiritual. La educación, la filosofía, la religión y todas las creaciones humanas, serían una forma de sublimación, de metamorfosis de lo puramente biológico en cultura. El discipulado pone esto en escena.
Ahora bien, este modelo discipular en el cristianismo, seguiría operando: el llamado a la vida religiosa no ocurre porque una persona vea un anuncio en la tv o el periódico, sino porque alguien, con su vida y su testimonio le ha conmocionado. La promoción vocacional se da entre los jovencitos de la parroquia, sobre todo entre aquellos más cercanos al servicio del altar (como los monaguillos), gracias a la cercanía de los ministros religiosos, quienes favorecen el contacto con ellos, practican deportes juntos, ríen, charlan, tienen intimidad emocional. Que en algunos casos esto se traduzca en intercambios carnales no hace más que recordarnos que este llamado, por más espiritual que aparente ser, es en el fondo una forma de seducción.
Moisés Hernández
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