miércoles, 11 de agosto de 2010

De la anorexia a la pederastia

No basta con decir a las adolescentes que la belleza es relativa y que la delgadez no es más que un modelo impuesto por los medios masivos de información. Ellas no quieren explicaciones, quieren ser atractivas a los ojos de los muchachos. Y a ellos les gustan los prototipos impuestos por la televisión.
No basta con informarles a los jóvenes que la anorexia y la bulimia son trastornos de la alimentación que pueden ocasionar graves consecuencias a la salud. Ellos lo saben, de la misma manera que saben que el tabaco, el alcohol y las demás drogas son nocivos. A pesar del conocimiento al respecto, el consumo entre la juventud se incrementa día con día.
Para entender el problema de la anorexia es importante preguntarnos –entre otras cosas– por las condiciones socioculturales que posibilitan la proliferación de este fenómeno social.
En relación con lo primero, preguntémonos ¿cómo es que los ideólogos de los medios masivos, que tienen la posibilidad de imponer las modas, han decidido que la delgadez extrema es un ideal de belleza? Una explicación puede encontrarse en las motivaciones o propósitos de la economía neoliberal, apoyada por los valores promovidos por la posmodernidad.
Por una parte, la posmodernidad ha exacerbado la crítica a los valores tradicionales, relativizándolos al grado de su difuminación y aniquilamiento. Por otra, el neoliberalismo –con su voracidad por las ganancias monetarias exageradas y a corto plazo– ha buscado ampliar sus mercados hacia nuevos consumidores. La promoción de la sexualidad, con su consecuente consumo (condones, cigarrillos ligth, cervezas “ligeras”) son sólo una muestra del intento por incorporar a los jóvenes al consumo. Ambos procesos (posmodernidad y neoliberalismo) han impuesto el valor por “lo nuevo”, y con ello, la cultura de “lo desechable”, con una alta rentabilidad inherente.
Los comerciantes son conscientes de esto. Ellos lo han hecho posible. De esta manera, la estética y el comercio se han infantilizado, con lo cual podemos ver en los anuncios comerciales que los modelos –mujeres y hombres– son cada vez más jóvenes. Son ellos los principales protagonistas de la oferta de toallas sanitarias, cremas faciales, golosinas, refrescos y un sinfín de mercancías. La evidencia la puede constatar el lector con unas cuantas horas frente al televisor.
Y en una lógica comercial salvaje, que no respeta valores ni se hace responsable de las consecuencias sociales, no sólo ha transformado a la infancia en consumidores potenciales sino en mercancía en sí misma. Porque en la difusión de artículos para el consumo no sólo nos bombardean con las imágenes de sus productos, sino con los modelos de belleza –humana– que la representan.
La delgadez no es un ideal de belleza que emerja arbitraria o inocentemente. El patrón de belleza está determinado por la imagen de lo infantil, de lo joven, de lo “nuevo” y “sin estrenar”.
Es verdad que esto no conduce a la pederastia. Para ello se requiere un sujeto sin control de impulsos, sin escrúpulos, con una falta de respeto por los deseos y necesidades del otro. Pero la oferta es social. Se encuentra por todos lados, flotando en el aire.

Miguel A. Escalante

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