De pie, frente a pinturas de los grandes maestros, nos extasiamos admirando cada trazo, intentando descifrar los elementos que hacen el total de un Gaugin, Manet o Rembrandt. Sentados en butacas, los asistentes a un concierto se dejan seducir por las notas de Vivaldi, Mozart o Verdi. Mikhail Baryshnikov danza, corre y brinca por el escenario mientras Miguel Ángel, a golpes de cincel, deja entrever lo que el mármol se empeña en ocultar. Así sea el simple e incoherente Dadá o el maniqueo estilo de Magritte, pasando por la fuerza del expresionismo o el dulzón romanticismo, todos estos estilos intentan acercarse a lo que se denomina “arte”. Si partimos de la tesis de Gombrich acerca de la inexistencia del Arte (“lo que existe son artistas” decía él), nos quedamos entonces con meras manifestaciones humanas que tienen como finalidad sacarnos de nuestras endebles construcciones que llamamos certezas bajo el amparo del goce estético. El arte nos recuerda que tenemos certezas hasta que nos enfrentamos a la experiencia artística y su retórica nos atravieza ¿Qué vió Dalí en el Angelus de Millet?, ¿qué se preguntó?, más aún ¿qué se atrevió a responder, cuya respuesta redefinió una pintura realizada hacía más de 70 años?
“Cuando el arte sirve para... ¡entonces no es arte!”, sentencia el semiólogo Joan Costa. El arte no debe darnos un piso firme sobre el cual caminar, más aun, debe ponernos dificultades en el paso, colocando preguntas ahí donde creíamos existían certezas, ¿cómo?, ¿porqué?, ¿cuándo?, esa es la función del arte, preguntar, inquietar al sujeto, convertirlo en espectador, esto es, tenderle la expectativa pero sin posibilidad de respuesta inmediata. Ahí donde la mutilación se une con el mito, entra a escena Caravaggio, ahí donde la armonía aspira al infinito está Bach, pero ¿Caravaggio o Bach nos dan acaso respuestas acerca del porqué de lo erótico de la mutilación o lo atrayente de lo infinito?, no, ellos sólo lo exponen a su manera, siendo deber de cada espectador al arte intentar responder la gran interrogante que éste plantea: ¿por qué?, ¿por qué?
Cada trazo, cada nota, cada cincelada no es más que un intento árido por parte del artista de darse respuestas. A nosotros como espectadores no nos va mejor, no encontramos con facilidad las respuestas, si ésto fuera así, al ver un sólo cuadro, al escuchar una sóla melodía en nuestra vida fueran suficientes para saciar nuestra sed de arte. En la repetición está la falta de respuestas.
Alejandro Ahumada
este artículo me hiso sentir mejor.... entendí que he estado frente a verdaderas obras de arte y precisamente por eso no las entendí... jaja
ResponderEliminarpobre iluso...
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