domingo, 7 de noviembre de 2010




























in Volución del goce

En 1856, Charles Darwin propone el mecanismo que hace posible la evolución, la selección natural, y por otro lado se abre la puerta para posturas biologicistas que han impedido la investigación de lo humano. La ciencia funciona a través de metáforas performativas que construyen lo que investigan. De esta manera, analizar lo humano desde el ámbito de la biología, ha dado como resultado un mapeo corporal que define perfectamente las zonas de placer y goce. Categorías como hombre y mujer, se ven poderosamente sustentadas desde el edificio de las ciencias exactas. El cuerpo humano, sin embargo, es más que eso, es plástico y moldeable. La visión etológica de nuestra sexualidad nos ha colocado en un punto donde cualquier variante es considerada enferma. La sociobiología se empeña en buscar raíces evolutivas en comportamientos emanados de articulaciones simbólicas. El goce y el placer no están enredados en la molécula de ADN ni en el mapa corporal. Los órganos sexuales no son 2 ni están polarizados, esas categorizaciones son rastros del biopoder surgido en el siglo XIX, que ve abyecta cualquier manifestación, no reglamentada, de la sexualidad. Lo Queer, como teoría de la diversidad, ejemplifica que para avanzar en el conocimiento -en el saber-debemos dejar de lado estudios cuantitativos y cualitativos, números, perfiles y tendencias genéticas, para avocarnos en qué es lo que provoca el goce en cada quien, para, una vez sabiéndolo, crear una categoría uno a uno. Cada individuo dentro de su propia categoría.

La propuesta de Darwin pertenece al saber de la biología, extender su teoría para intentar explicar, y con ello señalar conductas sexuales fuera de la norma, da como resultado una ridiculización a los planteamientos evolutivos y un manejo circence a uno de los trabajos más originales del siglo XIX.

Ana Lilia Herrera

Editorial

Esta edición de Contrafirma® es temática, como serán las subsecuentes. Este proyecto, planteado de inicio como un interesante, y, ¿por qué no?, divertido experimento, se ha impuesto sobre el camino retos que lo hacen aún más atractivo. Verter mes a mes temas que generen ideas y caminos específicos en este espacio es la apuesta. No se prentende, por supuesto, agotar el tópico o realizar un análisis exégito del mismo, se trata, sí, de plantearlo, para problematizarlo, iniciar debates y concluir en una posición diferente que al principio, ¿cuál posición?, cada quien la definirá. La temática sugerida será, también, pretexto para un estudio personal del tema para volver a él en su momento. Dificil al principio, las plumas se fueron soltando hasta completar la edición, la exigencia de transmitir un conocimiento determinado, ese y no otro, se convirtió en un interesante proceso, a opinión de los involucrados.
Goce y muerte se hacen presente en Contrafirma®. Desde varias disciplinas nos acercamos a estos temas que deben de pensarse así, en par, indisociables, pensar uno sin el otro es imposible, pensar el goce sin muerte es pensar el llano placer. Eros guía nuestra lectura, empezando por el esclarecedor texto que lo define. Éste comienzo tiene como finalidad no perder la brújula de lo que hablamos, es verdad que se encontrarán posturas ideológicas y teóricas diferentes en cuanto al goce, sin embargo nuestro recorrido debe permanecer en la idea de que en el comienzo de todo ello está el Eros. 
Desde los obscuros y esotéricos Vanitas, hasta la infaltable presencia de Bataille, Contrafirma® intenta atestiguar que la presencia del goce y la subsecuente muerte más allá de darnos risa, como intenta suponer una visión simplista de la mexicaneidad, provoca desamparo, reflexión e incertidumbre. Mientras un suicida mediocre cambia su epígrafe y una supersticiosa renuncia a la escritura “por si las moscas”, alguien más encuentra a la muerte en las redes sociales, otro hasta en las caricaturas políticas y un pornógrafo se centra en el goce excesivo que da muerte al deseo. Las propuestas escriturales, amén del tema en el cual convergen, tienen un punto en común: un desconcierto ante lo enigmático de estos temas, tal como se lee en La contradicción de existir. Esta contradicción está presente en esta edición, si no fuera así, ¿cómo justificar la falta de respeto que la portada representa? Contradicción nos impulsa a escribir e intentar crear más preguntas para, si no iluminar el camino, al menos si obscurecerlo más para tomar otro.

Deseo, drogas y más allá

Es habitual alarmarse un poco cuando alguien cercano, o nosotros mismos, comienza a beber de más y con frecuencia. Social y médicamente suele haber persecución sobre aquel quien abusa del alcohol: se le llama adicto, es señalado, diagnosticado y bombardeado por diversas buenas personas preocupadas por su salud. Se quiere curarlo o liberarlo de su enfermedad: el alcoholismo.  Y el sujeto ¿quiere ser curado?, ¿es su “bebe” algo a ser curado en el mismo sentido en el que lo es la salmonelosis o la apendicitis?, ¿qué relación establece el sujeto con su bebida -una relación intensa ciertamente-?
Una sustancia química o natural por sí sola no hace adicto a nadie, ni su consumo per se; es preciso el continuo consumo y la subsecuente obtención del placer propio de cada producto. Las campañas contra el alcoholismo y la drogadicción apelan a la razón o a la culpabilización del consumidor haciéndole el inventario de las nefastas consecuencias orgánicas  (enfermedades sistémicas, susceptibilidad a infecciones, falla renal, cardiaca, etc., etc., etc.) y familiares (abandono, divorcios, división, repudio de los hijos, etc.) de su “enfermedad”, sin embargo, frecuentemente fallan en su cometido. No basta con informar a alguien sobre las consecuencias de sus actos para cambiar su comportamiento, la inteligencia y la razón no rivalizan con el tremendo arrastre que posee el placer obtenido por el consumo de sustancias estimulantes; no es difícil constatar que muchas personas consumidoras de drogas conocen a la perfección las consecuencias negativas de sus actos y aún así continúan y continúan. Lo mismo ocurre con muchos enfermos de diabetes: saben lo estricto de su dieta y no pueden dejar de tomar refresco de cola, pan dulce y demás. Los médicos internistas ven frecuentemente casos de personas que reingresan constantemente por tomar “unas cuantas cervecitas” cuando padecen cirrosis hepática, por ejemplo. 
Para comprender estos comportamientos humanos es necesario establecer un hecho: fumar, beber, comer  y  drogarse son placenteros. Estas acciones humanas conciernen al cuerpo, a la dimensión aquella en donde el sujeto se compromete en un lazo erótico en el cual el cuerpo gozante se pone en juego, se apuesta con él y se usufructúa: ganancia y pérdida de placer. Así las cosa, notamos como quedan excluidos el pensar, la cognición y la voluntad del vínculo erótico del sujeto con su objeto-sustancia; persuadir a alguien de dejar el alcohol o las drogas, si se insiste en ello, no es cosa fácil si se trabaja en la ingenuidad, en la buena voluntad o, peo aún, por el bien del sujeto. De cualquier modo no es fácil.
Eros (ερως) ha sido mal comprendido en las tradiciones literarias y culturales occidentales puesto que suele confundirse con amor (love, amour, Liebe). La imprecisión en el uso de estos términos, a más de mostrar falta de rigor en el pensamiento, refleja un equívoco original proveniente de la censura e inconmensurabilidad de ambos términos por parte de los escritores cristianos. No faltan inexactitudes y ambigüedades a la hora de establecer cuándo, dónde y quien o quienes escribieron los evangelios, el documento más antiguo conocido es el papiro p77 que contiene nueve versículos de una copia del evangelio de Mateo y ha sido datado cerca del año 200 D. C. y está escrito en griego. No se tienen hallazgos de documentos anteriores ni mucho menos escritos en otra lengua. Fue Jerónimo (San Jerónimo) en el año 382 quien comenzó a traducir del griego al latín (Vulgata) los evangelios y los terminó en el 405.
La influencia que la literatura cristiana tuvo en occidente a través del imperio romano primero, y posteriormente con la iglesia católica, favoreció la imprecisión e incomprensión de toda una zona de experiencia conocida por el mundo griego mediante la palabra ερως. En lugar de ella, los evangelistas optaron por el uso de las palabras agape (αγαπη) y filia (φιλια) para referirse a formas de Ser que no corresponden con la vivencia griega. Agape suele traducirse como “amar” pero en el sentido de “acoger con cariño” desinteresadamente y también caridad; suele referirse al hecho de amar a dios (αγαπησεις Ѳεον). Por otro lado, filia es claramente un afecto que puede ir o no acompañado de atracción física y en forma sustantiva el castellano vierte como “amistad”, en todo caso, se infiere un matiz de “gusto”, “afición”, “interés”, tal como ocurre en la palabra φιλοσοφια (philosophía): se dice de quien está en amistad, tiene el gusto por, siente interés por… la sabiduría.
Eros en cambio, alude a otra cosa. Una feliz traducción al castellano sería deseo, aunque, habría que diferenciarlo de “anhelo”, eros refiere mucho mejor a “deseo sexual”. Aquí la definición que da Sócrates en el Fedro de Eros:
“El deseo irracional que domina la opinión que se tiene de lo recto, que se deja llevar hacia el placer de la belleza, y que se encuentra fuertemente reforzado por otros deseos semejantes a él relativos al cuerpo […], tomando su nombre de su propia fuerza, se llamó Eros.”
Así las vivencias eróticas son aquellas en dónde el sujeto (principalmente su cuerpo) se halla en estado deseante: buscando activamente aquello que cree podrá completarlo, satisfacerlo acaso. Nadie busca aquello que posee, en todo caso lo hace para poseer más (lo cual evidencía de nuevo su carencia): buscamos (deseamos) lo que nos falta y, en el horizonte de los objetos  (reales o fantaseados) supuestamente capaces de satisfacernos, el “adicto” sitúa su preciada sustancia.
 Pero no sólo quien desea alcohol o drogas, sino también el amante pone allí a su amada (o amado), el emprendedor a su “amada” empresa, el artista su obra… es decir, en toda búsqueda apasionada por hallar ese objeto enigmático que nos completaría (ese oscuro objeto del deseo, Luis Buñuel) actúa Eros.
Finalmente; la droga con sus artilugios químicos no basta para crear una adicción, es preciso que, tras varias experiencias placenteras, el sujeto comience a necesitarla, a no poder abandonarla (así como no se abandona fácilmente a un amante). Jesús Martínez Malo es mucho más claro en su artículo del número 5 de Me cayó el veinte: “[Necesidad de gozar con la sustancia] Goce mortífero […] goce a cualquier costo, sin ningún límite, obtenido a cualquier precio, incluyendo el riesgo de la muerte (¿qué es sino una “sobredosis” mortal producida, digamos por heroína o barbitúricos, en la que el cuerpo llegó y sobrepasó el límite permitido al goce?)” El goce implica un límite, uno que es vulnerable en el conocido “pasón” o tolerancia: la necesidad de consumir cada vez más producto para producir el mismo efecto. El más allá  es para los muertos.

Angel Pereyra

El suicidio, una forma de morir (primera parte)

En este artículo subrayo un rasgo presentado por cada acto suicida: el suicidio es una forma de morir, es una vía para que la muerte se haga visible en nuestras vidas. Ese trazo desata entre los sobrevivientes un monto de tristeza de bastas dimensiones, tristeza que inicia o acompaña al duelo, sea cual sea la causa de la muerte. Un suicidio nos afecta, pues implica una muerte y con ella, la desaparición de un semejante, es la muerte de una parte de sí mismo que está en el “exterior” o que viene del “exterior”. ¿Cuál?...

Un ser enloquecido está en cierta forma muerto porque no participa de lo que nosotros consideramos como vida: la comunicación, el amor, el placer, el trabajo. De cierto modo es un objeto, su cuerpo no existe aunque se mueva. Está sumido en el silencio aunque hable, porque dice cosas que nadie comprende. Los muertos no hablan y los locos tampoco lo hacen porque  nadie los entiende. 

Acallados, Martha Pacheco, pintora, Guadalajara, junio, 1994[1].

Estim@dos lect@res propongo localizar un trazo del acto suicida: cada  suicidio es una forma de morir que hace presente la muerte para cada sobreviviente. Esa huella despliega entre los sobrevivientes, en ocasiones: un monto de tristeza, desgano y fatiga, ausencia de actividad sexual que acompañan al duelo, sea cual sea la causa de la muerte.
Un suicidio nos afecta, implica una muerte, y con ella, la desaparición de un semejante. Es la muerte de una parte de sí mismo que está en el “exterior”: el adiós a la vida de un ser querido o inclusive de un ajeno ¿Cuál parte de sí mismo? Conviene subrayar este trazo pues en la actualidad, a veces, las “teorías psi…”  añaden leña a la caldera de la victimología. Esa teorías le añaden al dolor de una muerte los supuestos “efectos traumáticos” que atribuyen a quienes viven una pérdida ¿Será poco el dolor de quien lo vive que el mundo “psi” propone sumarle más “traumas”? ¿Quién decide que las “víctimas” de una inundación, de la caída de un edificio, de un terremoto o del incendio de un local de baile tienen que recibir atención “psicológica”, “psicoanalítica”, “psiquiátrica”, “psicoterapéutica”? ¿Cómo es que se obliga a esas personas a recibir tratamiento de forma obligada?
Veamos, según el Taller de Primeros Auxilios Psicológicos, Facultad de Psicología, UNAM, México, DF, se dibuja el siguiente cuadro: El impacto psicológico que enfrentan damnificados de huracanes, sismos, explosiones en grandes ciudades o víctimas de violencia social se puede tratar de inmediato para evitar traumas posteriores (Periódico Reforma, México, DF, 16/07/2005).
El dolor que, quizás y sólo quizás, experimenten los sobrevivientes por esa forma de la muerte es un hecho sólo si ellos así lo viven ¿Cuál es el tiempo para ese dolor? Allí estamos ante un dolor fuera de la urgencia, ese dolor en ocasiones perdura toda una vida. Peor aún, perdura más si se le exige ser breve y pasar a otra cosa.
El suicidio es una pérdida absoluta de una persona que se lleva algo con ella. Es, no es seca ni tampoco es húmeda. La humedad, la sequedad, el tono seco lo muestran aquellos que sobreviven a esa muerte al quedar afectados por ella. Convendría notar que no es obligatorio para nadie estar afectado por la noticia de una muerte. Los deudos de una persona que fallece, sea por suicidio, sea por causa “natural”, muestran una forma singular de darle cuerpo al desaparecido: en este sentido pueden tomarse los informes médicos que indican el aumento de trastornos corporales en los sobrevivientes que mantienen un lazo hecho por el deseo con una muerte a causa del suicidio.  El suicidio y la muerte “natural” nos recuerdan algo de lo que no queremos saber nada: estamos hechos para la muerte. Ella nos espera sin que podamos saber cuándo pasará a buscarnos. El suicida tampoco controla la vida, por eso se suicida. Su preparación o planificación no implica tener un control sobre la vida y la muerte, el suicida carece de opción, no elige lo que hace. El suicidio pone en tela de juicio el control de su “vida”. Una demostración de ausencia del dominio son los suicidios fracasados.
Suicidio: filosofía, poesía
Erasmo de Rotterdam en Elogio de la locura menciona a Quirón que, pudiendo disfrutar de la vida y de la inmortalidad, prefirió la muerte. Nietzsche indicó la tragedia del asno que sucumbe ante una pesada carga. ¿Quién puede obligarlo a soportarla? ¿Quién logrará convencerlo de que su muerte sería una “puerta falsa del narcisismo” ante el peso que lo agobia?
Estos filósofos mostraban la extraña articulación entre suicidarse y tener un saber respecto de la vida: ella no vale nada. De la boca de los sabios –los que algo saben- han salido palabras llenas de dudas, plenas de melancolía, de cansancio de la vida, de resistencia contra la vida. Freud, en Más allá del principio del placer no retrocedió un ápice y escribió: La meta de toda vida es la muerte, y, retrospectivamente: lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo. Lacan, un poco más sutil y más incisivo, no dejó de subrayar la neotenia, la incompletud corporal, que acecha a cada humano. Lacan no dudo en colocar el acto analítico como la posibilidad de efectuar un suicidio del objeto a efectos de que el analizante viva una vida vivible.
Enrique Santos Discépolo, poeta surrealista y  autor de tangos describía con atinada pertinencia la queja que afecta nuestra vida: ¿Cómo olvidarte en esta queja…?/En tu mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas/yo aprendí filosofía…dados…timba/ y la poesía cruel/ de no pensar más en mí. El poeta anuda suicidio con sabiduría ¿Qué saber está en juego en un suicidio logrado? Más aún ¿Estaremos dispuestos a recibir el saber que nos concierne ante el suicidio de un ser querido? ¿Cuál es la cifra ignorada que nuestros suicidas nos dejan como herencia?


[1] “Acallados”, es el texto que acompañó la exposición de Martha Pacheco, pintora, Guadalajara, México. Son retratos de los cuerpos abandonados en el Semefo –la morgue- de la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Ella añade: “Estos cuadros quizá no serán adquiridos para colocarse en la sala de estar de alguna casa”.

Alberto Sladogna

Volver a la nada

Comía con unos amigos cuando alguien comentó sobre el terrible accidente del hermano de uno de sus colaboradores y que lamentablemente lo tiene debatiéndose entre la vida y la muerte, luego, alguien más contó otro incidente y luego otro; sin darnos cuenta el tema nos acompañó durante toda la comida: la muerte se sentó a la mesa con nosotros. 

Al despertar y escuchar las noticias ahí estaba de nuevo, justo en el asiento del copiloto riéndose descarada se encontraba esta lúgubre compañera. El locutor anunciaba: “La lista de muertos por el crimen organizado aumenta y parece no cesar”, “Se  derrumba un cerro y hay once muertos”, “En el sur de México los ríos se desbordan y comienzan a cobrar vidas” y entre la naturaleza y el hombre, el cual no cesa de buscar su muerte, la parca camina felizmente entre nosotros. Curiosamente “hoy la muerte está más viva que nunca”.  

Obviamente, la muerte existe desde el inicio de la vida, es nuestra única certeza, nacemos para morir y la forma en la cual cada uno transita por la vida  tiene que ver con su relación particular con la muerte, con el modo en el cual caminamos inevitablemente hacia el polvo. Polvo eres y en polvo te convertirás -dicen en la iglesia- o lo que es lo mismo, en el origen, existía la muerte, la vida tiende al restablecimiento de sus orígenes.

Freud a partir de la observación clínica desarrolla un concepto maravilloso -pulsión de muerte- para definir una tendencia inherente a toda vida orgánica la cual se evidencia en actos encaminados a la búsqueda de un estado anterior a la vida.

El creador del psicoanálisis fue muy enfático en mencionar que dicho concepto partía de la observación clínica para no ser catalogado como un místico ni un poeta por esta idea.  Freud observó en sus pacientes la incesante repetición sintomática que sumerge en el goce al analizado y lo llamó compulsión a la repetición. La  compulsión de repetición es una ley general, en virtud de la cual todos los dinamismos psíquicos tienden al restablecimiento del estado inicial. 

Y es así como entra la muerte en el consultorio, como se pasea burlona, brincando como en celebración de día de muertos en el discurso del paciente cada vez que vemos una suerte de inversión de la perspectiva del tiempo. Como si se tratara de repetir todo aquello que me ha marcado en el pasado, como si tropezar con la misma piedra fuera parte constitutiva de los humanos. 
No es necesario esperar a Noviembre para mostrar nuestra fascinación por la muerte, no es necesario esperar los altares y las fiestas multicolor, basta con poner un poco de atención para encontrarla en todos lados. En nosotros mismos. En todas las veces que la pulsión empuja hacia lo inanimado, hacia el silencio, en esta sociedad buscadora compulsiva de su destrucción, que se acerca hacia el inicio.  Sólo que en el inicio estaba la nada.

Tal vez valdría la pena redescubrir esas primeras huellas repetitivas, en forma disfrazada, enigmática, sublimada o perversa con una monotonía incesante e intentar bajarnos de ese barco pues de otra forma quizá pronto logremos que no haya nada.



Rubén Salas

Muerte por placer

- ¿Y de qué murió? - Murió en la cama; un ataque al corazón - Por lo menos no sufrió.
- ¿Y de qué murió? - Ya estaba muy enfermo, su cuerpo no resistió más - Ya está descansando.
- ¿Y de qué murió? - Lo atropellaron cuando iba de camino al trabajo - Que mala suerte, pero a todos nos llega la hora.
- ¿Y de qué murió? - Estaba borracho y se “estampó” contra un poste - [Silencio]
- ¿Y de qué murió? - Murió de SIDA - [Silencio]

Si es que acaso existe una verdad universal, ésta es que todos vamos a morir en algun momento; sin embargo cada muerte es diferente. No es cuestión de decir que existen causas infinitas para llegar a ese momento, sino que cada contexto es individual y las reacciones ante la muerte de alguien dependen en gran medida de la identificación de un culpable: el paso del tiempo, el azar, la pasión, o las decisiones que tomamos día a día.

¿Qué pasa cuando creemos que la razón de la muerte de alguien es su propia búsqueda del placer? Cuando decimos que alguien “se lo buscó”, eso nos obliga a pensar que podemos ser nosotros los agentes causales de nuestro propio deceso y eso nos obliga a tomar (las más de las veces) una perspectiva moral.

Navegando por Facebook me encontré con una sorpresa: el “Obituario LGBTTTI Mexicano”; y eso me llevó a cuestionar mi propio conocimiento sobre el mundo de la diversidad sexual. El primer nombre en mi cabeza fue Carlos Monsiváis; después de él, desafortunadamente, mucha gente que en algún momento estuvo cerca de mi... pero cuando alguien muere de lo que menos se habla es de su orientación sexual.

En el México actual no son pocos los casos en los cuales, todavía, la familia de los hoy occisos intenta que la muerte de sus consanguineos pase desapercibida por el simple hecho de no haber sido heterosexuales; después de su muerte sólo hay silencio. Como si por el simple hecho de “entregarse al placer de ser homosexuales” hubiesen firmado un contrato que los obligara a morir prematuramente y en anonimato.

Hay quienes hoy en día todavía creen que aquellas personas que mueren de SIDA “se lo buscan” y “se lo merecen”; como si por placer lo hubiesen decidido. También hay quienes creen que un crimen pasional entre dos hombres es un tema del que no se debe hablar, y que si existe un crimen de odio por homofobia seguramente fue culpa del homosexual por haberse querido ligar al victimario.

La muerte, cuando está unida al placer y la culpa, lo único que provoca es silencio... y desafortunadamente los no heterosexuales hemos crecido acostumbrados a él. Es gracias a proyectos como el Obituario LGBTTTI* Mexicano y el Centro de Investigación y Documentación de las Homosexualidades** que a pesar de que no hemos podido romper el cerco del silencio, por lo menos hemos hecho al del anonimato tambalear.

*El Obituario LGBTTTI Mexicano recibe información a través de Facebook sobre cualquier persona mexicana de la diversidad sexual que haya muerto, sin importar la causa de su muerte.
**El Centro de Investigación y Documentación de las Homosexualidades está a cargo del Colectivo Sol y se dedica a recolectar y recuperar documentos históricos e historias de vida  de la comunidad LGBTTTI.

Pablo Herrera

La contradicción de existir

(Algunas reflexiones sobre la muerte y el goce desde la perspectiva de Bataille1)

El goce se sostiene en el más allá, y la vida se inscribe en el más acá
pero no en cualquier parte sino en el límite de lo imposible.


Leo entre líneas en el prefacio que el mismo George Bataille hace a su libro titulado “Lo imposible”3, que en el hombre existe por un lado el ser violento del horror y la muerte y, por otro, el de la dimensión real de la productividad  expresada por la ciencia. En esto radica su contradicción esencial, su ruptura, su división.
El hombre se percibe impotente ante la violencia de la muerte y no obstante trata de responder a ese imposible con su existencia. Las huellas que deja a través de la historia atestiguan su lucha. La literatura lo enfrenta, a través de la ficción y la poesía da un paso más intentando nombrar lo innombrable. Podríamos decir que en el principio de la humanidad está la violencia y a partir de ésta se organiza la lógica del ser vivo.
La muerte es la encarnación de la violencia y el horror que ésta le despierta al hombre al advertir  su destino en ella, le hace dar un paso atrás tratando de evitarla ¿cómo? trabajando. Cuando los hombres se someten a las leyes del trabajo instauran una colectividad que, sabiendo que va a morir intuye que es necesario reprimir la violencia para vivir, esta es la tesis que Bataille expone en su libro titulado “El erotismo”.   George Bataille, El erotismo, Tusquets Ed., México 1997 Pag. 48 y sgs.
El mundo del trabajo es el mundo de la razón con el que el hombre se opone al mundo de la violencia que sin embargo lo habita. El trabajo lo ordena, lo inserta en una comunidad con reglas e intereses comunes, lo aleja de la muerte que ahora puede contemplar como algo postergable. La muerte de sus seres queridos lo pondrá siempre en contacto con su propia muerte pero los rituales y el entierro del cadáver lo preservan de nuevas violencias.
Así nos damos cuenta que la violencia no es abolida sino reglamentada, está siempre en el hombre y nada evita que fuera de los límites de sus leyes pueda volver a ella  e incluso llamarla en caso de sentirse amenazado.
Bataille me hace pensar en la violencia de la locura y en lo grave que es separar al loco de la colectividad, de las leyes del trabajo. Con tristeza me enteré hace poco que una paciente que conozco bien del hospital psiquiátrico destruye, pega e intenta matar, con una violencia ajena a toda ley. Pienso que el resto del mundo se ha vuelto su enemigo y al sentir que no forma parte de la colectividad lucha contra ella ajena a las leyes que la rigen; la paciente carece de armas contra su propia violencia y la ejerce contra ella y contra los demás. La violencia es ella, se ha identificado con ella, no es ejercida como transgresión (para esto tendría que haber introyectado la ley) sino como expresión natural de su existencia. Los golpes la vinculan a la vida y a la muerte sin mediación simbólica, sin ley.
Nos enseña la historia que el hombre ante la muerte y ante la actividad sexual se queda desconcertado, turbado y no sabe qué hacer, por lo tanto, ha sido necesario reglamentarlas para poder lidiar con ellas. Esta ley  que posibilita el sexo y soporta la muerte, dice Bataille, tiene siempre como punto de mira la violencia que da pavor pero que fascina. Las coordenadas que nos proporciona Bataille en esta consideración son de una importancia fundamental para la comprensión del ser humano que encuentra en la transgresión el goce.
Ante un cadáver surge en nosotros un sentimiento de vacío que experimentamos desfalleciendo. Esto es similar al horror que nos producen algunos objetos, pero lo sorprendente es que podemos situar allí el principio de nuestro deseo en la medida de que ese objeto abre en nosotros un vacío no menos profundo que la muerte. Hay un vínculo entre la promesa de vida -que es el sentido del erotismo- y el sentimiento de pérdida total que es la muerte. Los muertos dejan su lugar a los vivos y la vida se inscribe en este ciclo, la muerte es condición de vida.  Por esto el hombre soporta la angustia hasta el límite queriendo vivir lo ilimitado confundiendo, fundiendo la sexualidad y la muerte. El hombre se engaña a sí mismo queriendo siempre un poco más, queriendo la inmortalidad.
Conviene aclarar que la sociedad humana no está fincada solamente en el  trabajo. Bataille divide el mundo en dos, al profano corresponderían las prohibiciones y al sagrado las transgresiones limitadas. El mundo sagrado es el mundo de las fiestas (en las que se suspenden momentáneamente algunas leyes), los recuerdos y los dioses. Y así, la transgresión organizada forma con lo prohibido un conjunto que define la vida social.
Lo sagrado designa los contrarios. Es sagrado lo que es objeto de una prohibición. La prohibición rechaza la transgresión y la fascinación la introduce. Lo divino es la prohibición transfigurada. Dios todo lo puede, no es casual que la mayoría de los delirios psicóticos incluyan a Dios. Dios está situado en poder lo que no se puede, en lo imposible.
El éxtasis se funda en la superación del horror, es decir en la transgresión, es ésta la que le da sentido, no la observación de la ley. El éxtasis se encuentra en un más allá siendo la abolición del límite lo que introduce al ser humano en  la dimensión del goce. Y el movimiento alternativo entre lo prohibido y la transgresión es escenificado en el juego erótico donde el deseo se abre ante el objeto prohibido, ante el objeto velado que se erige como tentación del hombre.

1 George Bataille (1897-1962) Poeta, filósofo y escritor francés que perteneció al grupo de los Surrealistas
2 George Bataille, Lo imposible, Ed. Fontamara México, D.F. 2007 pag. 14
3 George Bataille, El erotismo, Tusquets Ed., México 1997, Pag. 48 y sgs.

Carmen Tinajero

Horror de pais

“Si se legalizan las drogas, nos volveremos un país de drogadictos”, es un argumento frecuentemente esgrimido por quienes se oponen a la legalización de las drogas, por lo general personas que podríamos
calificar de conservadoras.

El argumento no tiene ni pies ni cabeza. Ya existen drogas de uso legal, como el alcohol y el tabaco, y no somos un país de alcohólicos y fumadores.

Resalta la similitud que tiene con algunos argumentos de quienes se oponen a reconocer los matrimonios entre personas del mismo sexo y la adopción por parejas del mismo sexo (“condenan a los
niños a ver el acto sexual anal”).

Por sus dichos, infiero que para tales personas, homosexuales y quienes usan drogas (posiblemente con la excepción del alcohol y el tabaco), son anatema.

Que horror debe ser, para ellos, vivir en un país en donde todo el mundo es drogadicto y homosexual a la espera la legalización de las drogas y de los matrimonios entre personas del mismo sexo para dar cauce, de forma legal obviamente, a sus deseos.

Ilán A. Goldfeder

Por si las moscas

Pensar en la muerte es un tema confrontador, cada vez que lo hago termino contrariada, con más dudas que al principio y en un estado de ansiedad que elimina mis intentos futuros. ¿Porqué alguien habría de pensar en su muerte? No tiene sentido, y sin embargo el pensamiento en mi muerte y no en la muerte es recurrente. La resistencia a realizar el testamento es una muestra del no querer pensar en lo inevitable: tarde que temprano nos iremos de aquí.

¿Goce y muerte?, que cosa más rara, sin embargo los suicidas parecen encontrar el ángulo de cierre de esas dos palabras., sino, no lo harían, algo prometedor se debe de encontrar en ese acto que se repite con tanta insistencia. Visto así, la muerte no es una salida, más bien es una entrada, ¿a dónde? Pensar la muerte, mi muerte, como gozosa, es algo particular, un encanto retorcido que no alcanzo a definir. Vaya este es un nuevo enfoque. Dicen que tengas cuidado con lo que piensas porque se te puede cumplir, por si las moscas, aquí le paro.

Martina Cabrera

El fracaso de un suicida

Cuando yo me muera no quiero homenajes, ni que nadie diga, "ay, que bueno fue".


Fue mi primer contacto con la muerte, con la idea de mi propio cuerpo bajando en un ataúd a la oscuridad definitiva, lejos de todo, sin creer en la inmortalidad ni en Dios; la soledad absoluta. Nunca he llorado tan tristemente como ese día que descubrí: todos vamos a morir; también los niños y los bebés que aprenden a caminar y se meten, jugando, debajo de las llantas de los coches.
A los quince años intenté mi primer suicidio (¿el primero?) tragando todas las pastillas que encontré en el botiquín del baño mientras escuchaba ese himno generacional: “Mátenme porque me muero”, una y otra vez, sin saber cuál era mi “enfermedad incurable”. Hasta quedar entre la vigilia y el sueño con la incertidumbre si amanecería, sin haber escrito una carta de despedida:
“Cúlpese al mundo de mi muerte, a la escuela reprobada, a los padres que se aman sobre todas las cosas (aunque luego resulte que no) al hermano Caín, a la prima muerta, a la soledad…”
Aparecería mi cadáver en un cuarto de azotea, que era el mío, joven y bello como lo quería Jim Morrison: Nadie sale vivo de aquí. Y mi madre se arrepentiría por regañarme cuando vomité en el lavabo del baño de abajo, pidiendo ayuda… Pero desperté y ya no quise vivir allí, dejé el teléfono cortado, repetí tercero de secundaria y cambié a mi novia: madre y señora, por una quinceañera que me inició en los placeres carnales, en el eros.
La verdad nunca pensé vivir mucho, me gustaba la idea del novelista checo Milán Kundera: cada quien debería poder cargar una dosis mortal de veneno para tomarla en el momento que se te dé la gana.  Sin embargo, ya en mis años 30 llegaron dos niñas a pedirme: “No te mueras nunca, papá”, y dentro de lo posible les he prometido llegar a viejito, aunque a veces piense como Miguel Ríos:
“Qué difícil se me hace mantenerme en este viaje / sin saber a dónde voy en realidad / si es de ida o de vuelta / si volver es una forma de llegar.”
Ahora me guía el oscuro deseo de contradecir mi epígrafe, bueno, el del cantante de El Personal, quien se sabía portador del VIH:
“Cuando yo me muera quiero  homenajes y que todos digan, ay, qué bueno fui”.
Pues, como plantea el psicoanálisis, denegación (acción y efecto de no conceder lo que se pide) es ley.

Templos de goce

Se impone el goce (…). Es como una
moral kantiana al revés.

Slavoj Zizek

La permisividad de las sociedades contemporáneas en cuanto al goce, se enfrenta a la paradoja de que esa disposición va de la mano con un Estado cada vez más represivo. Es precisamente a través de este imperativo kantiano inverso que la sociedad cruelmente empuja al individuo al goce desmedido y sin control. Prácticas sobre el cuerpo del tipo tatuajes, piercings, y la apertura a la pornografía, insinúan una desacralización a lo corpóreo como antes nunca. La posición actual frente a lo pornográfico, de obscenity a on/scenity, es decir, de lo prohibido y vedado a lo cuasi permitido, manifiestan un síntoma social de este nuevo enfoque. Los pornstar como invitados a programas de televisión abierta se han convertido en algo cotidiano para algunas sociedades. Ver lo porno como una manifestación hegeliana del mito del amo y el esclavo es una de las salidas cotidianas. Garañones  poseyendo a doncellas, es la representación teatral de esta práctica, misma posición aplicable para el tercero en este esquema… el espectador. Él, como pieza fundadora de lo porno, (si no existe un tercero, la relación sexual no pasa de ser perversa, pero nunca pornográfica, es el otro el que la define así) se ve sometido también a la relación amo/esclavo, como rehén de cualquier soporte de la imagen que se impone bajo un único e incuestionable mandato: ¡mírame!

Las pornstar, como Mesalinas modernas de la mano de Príapos orgullosos se muestran gustosos de hacer el pase de lo privado a lo público, manteniendo siempre una cara de éxtasis marmórea, cincelada por el mismo Bernini, funcionando así, como referentes aparentemente incuestionables de un deber ser sexual. ¿No al estar empujando al individuo al goce, la sexualidad moderna se está volviendo normativa? Multiorgasmos y sesiones maratónicas deben formar parte del festín sexual. Arribar al goce sin más, es cortar el nudo gordiano de tajo. Una renuncia al goce no es la solución, un cuestionarse nuestro deseo, sí.

Los bienes de consumo ya cumplieron su cometido al querer integrarnos. En su momento compramos para pertenecer. La actual etapa consumista, emanada (económicamente hablando) de las regulaciones legales en cuanto a monopolios en los 80`s, trajo como resultado que el bien de consumo funcione como bisagra entre el goce artificial mercantilista y el deseo individual (cf. Delleuze y Lipovetsky): pertenecer no es lo importante, tampoco el placer inmediato emanado de una adquisición, lo es el goce que ese producto representa para mi y mi concepto de vida, ya no se consumen productos, servicios, o se aspira al status, valores y estilos de vida es lo que obtenemos. La compra de algunas bebidas energizantes y seudomedicamentos tienen como función velada un supuesto incremento de la actividad sexual, pero ¿hasta qué rango?, ¿el qué deseo… o el qué debo de desear? La carrera que nos lleva a gozar nos coloca en una posición de jueces morales siempre cuestionantes, encontrando degenerados al sólo alzar la vista y ver al otro, misma conducta degenerada que emulamos sin culpa, pasado el impacto. Un perverso es siempre quien tiene más sexo que el que juzga, pero el mercado acaba dirigiéndonos hacia ese punto. La posición del sujeto con respecto al goce, el vendido por la industria del sexo, le coloca en una situación complicada, ¿cómo hacer dialogar su deseo con el deseo del sexsistem? Aparentemente no existe mucho diálogo. La oferta del mercado indica que la demanda va en esa dirección. De la mano de la cultura de la esbeltez va la cultura de la hiperactividad sexual, porque finalmente, ¿a dónde se dirige el cuerpo delgado que propagan los juglares publicitarios si no a la erotización del mismo? Ese cuerpo erotizado está ya listo para fungir como engrane de la industria sexual que lo convierte, ahora, en un cuerpo sexoso, herramienta final y receptáculo, simultáneamente, de cualquier etiqueta normativa. Delgados y jóvenes no son ya referentes de salud corpórea, son el significante del deseo que con esfuerzo se han articulado sobre y dentro del cuerpo para un único fin: gozar y ser gozados. Dar y recibir goce no debería ser un problema si no fuera planteado como imperativo por la sociedad de hiperconsumo. El cuerpo, históricamente, se ha construido de muchas maneras, es en su construcción como templo de placer donde el sujeto se encuentra confundido, el goce ¿no debería de ser opcional? Las tendencias actuales en cuanto a performance intentan crear un diálogo más intenso entre el espectador y el artista, situación que ha llevado a buscar nuevos espacios de representabilidad desde, por ejemplo, la sexualidad. La pospornografía sugiere crear nuevas maneras de interactuar con el cuerpo, el placer de lo tradicional da paso al goce actual. Nuevos montajes procuran satisfacer la demanda del otro con búsquedas de placer novedosas, cayendo en el goce. La pospornografía vista como una crítica ante la pornografía dominante y sus estereotipos de género y sexo. (…) [que] emerge precisamente de una politización de la mirada pornográfica, ¿no es un intento de normar la sexualidad desde el discurso de la diversidad? Normar la pornografía, hacia la dirección que se quiera, parece un esfuerzo de regular al cuerpo y lo que se hace con él. La situación de que con el cuerpo se pueda hacer algo no significa que se quiera. No debería hablarse de La Pornografía, son Las Pornografías, como manifestaciones de la sexualidad, las que deben ser escuchadas sin suprimir alguna.

Alejandro Ahumada

Vanitas

Cristiano que hoy me pisas / detente a considerar, / que has de venir a parar / a ser como yo: cenizas.

Así reza el epitafio de una lápida que halla (y pisa) todo aquel que entra por la puerta frontal de la nave del Evangelio, en la Basílica de San Francisco de Asís de la Habana. Recordatorio que hoy día cuando la muerte es un tabú, espanta a muchos por su “morbosidad”. Pero si lo enmarcamos en su momento, época del Barroco, en que el tema de la muerte, el memento mori y la vanitas mundi llenan la espiritualidad y la vida cotidiana, no nos resulta tan llamativo. Incluso lo veríamos normal, tanto como hoy leemos un reportaje sobre sexo o belleza, impensables en la época de nuestro difunto, dispuesto a ser hollado por miles de pies, con tal de darnos su mensaje: “vanidad de vanidades, todo es vanidad”.

El tema de lo pasajero de los placeres y constante acecho de la muerte no pasó desapercibido en el arte de la época. La Iglesia, consciente desde hacía siglos de la importancia de las representaciones gráficas a la hora de trasmitir un mensaje, no tardó en procurar que la vanidad del mundo entrara por los ojos de los fieles. Vamos, que si alguien descubrió hace siglos y de forma masiva al mundo occidental que “una imagen vale más que mil palabras” fue precisamente la Iglesia.

Calaveras, relojes de arena, balanzas, espejos, flagelos y demás elementos relacionados con la vida cotidiana y su volatilidad comienzan a aparecer en las representaciones de santos. San Francisco de Asís o la Magdalena no se desharán jamás de un cráneo, hasta hoy en día. San Onofre o Santa Margarita de Hungría llevarán su corona a los pies, demostrando que la fuga mundi les ha dado la gloria y la santidad. Pero más allá se fue: la vanitas mundi llegó a tener su representación propia: un acechante esqueleto, rodeado de bolsas de dinero, armas, libros, instrumentos científicos, etc. Y en la mano una amenazante guadaña, recordando que los logros de este mundo eran nada y que en cualquier momento podían sernos arrebatados... y que entonces sólo contarían las virtudes y la santidad. Es por ello que una cruz solía coronar semejantes representaciones.

Un ejemplo es una pintura de Juan Valdés Leal, pintor del siglo XVII conocida como in ictu oculi por el texto que aparece en la parte superior de la misma: En esta bella a la par que inquietante pintura, un esqueleto de aspecto frágil, pero con una presencia imponente invade la escena, llenándola. En un excelente trazado pictórico y ejercicio de equilibrio, la muerte posa su pie sobre un orbe, casi rozándolo, y este es el mensaje principal: ella llega a todo y a todos. Parece irrumpir de pronto, desde un lateral, con lo que se nos trasmite otro mensaje: aparece en cualquier momento. Y, ¿entonces? ¿en qué se convierten la sabiduría, la belleza, los blasones o los actos heroicos? Pues en un amasijo de trastos, permítaseme emplear esta palabra, amontonados, sin valor ni gloria. Así representa el pintor toda esta vanidad humana, no escapan ni las dignidades eclesiásticas o militares, ni las artes o las ciencias.

No deja de ser curioso cómo el Barroco, que tanto alertó sobre la vanitas mundi fuera quien más boato empleara precisamente para recordarla. Pinturas de gran tamaño, esculturas detallistas y agobiantes en su realismo, y, sobre todo, sepulcros de papas, obispos y nobles. Tal vez inconscientemente se promovía aquello que se pretendía combatir. La vanidad del mundo, sí, pero expresada precisamente en aquel lugar donde menos hacía falta la fastuosidad: la tumba. Sepulturas reales, con la estatua del dueño yaciente u orando, pretendiendo permanecer para siempre mostrando su grandeza. Mausoleos de papas que parecen pequeños palacios. En definitiva, y paradójicamente, verdaderos monumentos a la vanidad, como si la vanitas mundi, considerada un obstáculo para la vida eterna, ya no lo fuera en el momento de la muerte.

Otro ejemplo; tal vez no suficiente son los denominados corposantos, presuntos mártires extraídos de las catacumbas romanas, los cementerios usados por los antiguos cristianos en la época de las persecuciones para esconderse, celebrar los sacramentos y reuniones y, claro, para enterrar a sus muertos. Aunque el traslado de estos cuerpos a iglesias se pueden verificar lo menos desde el siglo IV, con San Dámaso; es en los siglos XVI, XVII cuando se convierte en una moda: religiosos, sacerdotes, o laicos ricos solicitaban a Roma, y obtenían con cierta facilidad, estos cuerpos. O sea, en pleno Barroco (incluso hasta los siglos XVIII y XIX), la exposición de estos cuerpos a la veneración pública reafirma la precedencia de las virtudes y la vida santa a los placeres del mundo, a la vanitas mundi. Es en Europa del Norte, especialmente Alemania, donde esta exposición halla su máximo impacto, con la misma idea de trasmitir lo efímero de la vida y lo que todos seremos un día. Esqueletos ensamblados, vestidos solamente en las “partes pudendas” y toda la osamenta visible. Y otra vez, la paradoja: las joyas y las ricas telas adornan profusamente estos cuerpos, en ocasiones con un aspecto que hoy impresiona aún más que antes: ojos rellenos con piedras preciosas o dientes de oro. Elementos considerados contrarios a la sencillez de vida cristiana, que se emplean precisamente para lo contrario.

Y, para terminar, otra frase, conocida en los ambientes monásticos, que traigo a recordatorio hoy, cuando la muerte parece no existir en nuestras vidas, frenéticas por el ritmo de vida, por la búsqueda del bienestar constante: “Hermano, de la muerte no se escapa, ni el pobre, ni el rey, ni el papa”.

Ramón Rabre

Paradojas existenciales

Sólo el goce
de la muerte
me permite vivir
un día más

Manuel A. Tosca

La muerte secuestrada

¿Se les ha ocurrido alguna vez que la muerte ha sido secuestrada?, cualquiera me puede decir que no entiende el por qué de esta afirmación, y pudiendo ser miserable para explicarme, si no es que ignorante para plantear esta idea en su totalidad, trataré, aún así, de darme a entender.
A través de la historia la muerte ha sido parte del ciclo de vida de los seres  que cohabitamos en este planeta, ha sido pues la encargada de mantener un equilibrio en nuestro mundo para que la vida como la conocemos funcione sin problema alguno, es la muerte el engrane que hace funcionar esta maquinaria que, junto con otras leyes naturales como el nacer,  regulan la supervivencia de nuestra especie misma.
Los seres humanos hemos dotado a la muerte de características que la transmutan, lo mismo es un ser que vaga por el mundo recogiendo almas, una plaga que arrasa con pueblos enteros, un estado espiritual que nos espera al momento de perecer, un personaje de sátira social creada por un caricaturista, una golosina de azúcar o un ídolo al cual encomendarnos cuando todos los demás nos han abandonado.
La ciencia, la tecnología, la política y los vicios han despojado de funciones y atribuciones que solo a  la muerte le correspondían; en ciencia: alargando y acortando el periodo de vida de los seres humanos y animales,  la tecnología: arrancándoles de sus “manos” a personas que ya eran suyas, en la política: creando genocidios so pretexto de luchas armadas en busca de libertad y justicia, en los vicios: dejándole trabajo con la guerra entre capos.
La muerte ha perdido su autonomía, ahora está al servicio de unos cuantos, esos que tienen a su servicio ejércitos que luchan contra imperialistas, infieles y conquistadores, en manos de los que pelean territorios de distribución de sustancias ilegales, sirve a los que trafican con gente, a los que en su nombre ofrecen sacrificios rituales humanos y animales, a los que la quieren para sí solos siendo de nadie o de todos, ellos son quienes la tienen plagiada, acaparada, para sí solos, para saciar sus deseos personales, olvidándose de que algún día pasaran a ser un numero más en su  labor como cegadora de la vida.
¿Se les ha ocurrido que la muerte ha sido secuestrada?...

Eduardo Vargas