En 1856, Charles Darwin propone el mecanismo que hace posible la evolución, la selección natural, y por otro lado se abre la puerta para posturas biologicistas que han impedido la investigación de lo humano. La ciencia funciona a través de metáforas performativas que construyen lo que investigan. De esta manera, analizar lo humano desde el ámbito de la biología, ha dado como resultado un mapeo corporal que define perfectamente las zonas de placer y goce. Categorías como hombre y mujer, se ven poderosamente sustentadas desde el edificio de las ciencias exactas. El cuerpo humano, sin embargo, es más que eso, es plástico y moldeable. La visión etológica de nuestra sexualidad nos ha colocado en un punto donde cualquier variante es considerada enferma. La sociobiología se empeña en buscar raíces evolutivas en comportamientos emanados de articulaciones simbólicas. El goce y el placer no están enredados en la molécula de ADN ni en el mapa corporal. Los órganos sexuales no son 2 ni están polarizados, esas categorizaciones son rastros del biopoder surgido en el siglo XIX, que ve abyecta cualquier manifestación, no reglamentada, de la sexualidad. Lo Queer, como teoría de la diversidad, ejemplifica que para avanzar en el conocimiento -en el saber-debemos dejar de lado estudios cuantitativos y cualitativos, números, perfiles y tendencias genéticas, para avocarnos en qué es lo que provoca el goce en cada quien, para, una vez sabiéndolo, crear una categoría uno a uno. Cada individuo dentro de su propia categoría.
La propuesta de Darwin pertenece al saber de la biología, extender su teoría para intentar explicar, y con ello señalar conductas sexuales fuera de la norma, da como resultado una ridiculización a los planteamientos evolutivos y un manejo circence a uno de los trabajos más originales del siglo XIX.
Ana Lilia Herrera
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