miércoles, 1 de junio de 2011

Edición impresa, Junio








Editorial: Locura

Locura es la palabra más adecuada para calificar la condición humana en estos tiempos que corren. La nosología psiquiátrica en las últimas ediciones de su conocido manual diagnóstico ha tratado de enajenar a la locura de su íntima relación (y responsabilidad) con el alma humana. No encontramos allí sino enfermedades mentales: esquizofrenia, psicosis, depresión… y, además, cuando de explicar su origen se trata, las causas suelen imputarse a factores externos o genéticos, es decir, roban el lazo que conecta la locura con la historia familiar del sujeto.

Esta edición de Contrafirma® pretende operar como sitio de convergencias para un sentido más originario de la locura, uno al menos reconocible en nuestras vidas. Desde la portada, Carmen Tinajero trascribe en la mejor forma posible el saber decantado durante largos años de trabajo con personas tocadas por la locura más notable, más claramente apreciable, tanto más cuanto se las ha recluido en un hospital psiquiátrico. El estilo del aforismos es el que mejor se presta para hacernos llegar, y no, un saber, una verdad que “sólo puede ser dicha a medias”; las sentencias contenidas en su trabajo son pequeñas joyas.

Por otro lado, en éste número contamos con la apreciable participación del Grupo Metonimia A.C. de Chiapas a través de uno de sus miembros; Alfredo Flores nos participa de la investigación que realizan con adolescentes en situación de conflicto con la ley, con chicos que han sido catalogados como delincuentes. En su trabajo analizaron los vínculos que se generan entre la estructura familiar y la condición delictiva; es notable así mismo que su método de investigación lo es también de intervención: en las entrevistas con los adolescentes éstos tienen la oportunidad de simbolizar aspectos de su historia familiar y, así, efectuar en sí mismos un trabajo de reestructuración subjetiva sin duda salvífico. Con un abordaje distinto, Alberto Slagdona analiza los efectos producidos en el sujeto por los sonidos: éstos, a diferencia de los signos con sentido que son las palabras, el lenguaje, pasan de largo a la razón (condición aborrecida por Freud) y se clavan en el alma, en el cuerpo. Las referencias a Grecia y al psicoanálisis hacen de ese texto una experiencia recomendable.

En las páginas centrales hallará el lector una pequeña parte del trabajo poético de Alda Merini (1931-2009), poetiza genial italiana quien debiera vérselas con graves episodios de locura, tantos que pasó muchos años de su vida asilada en instituciones mentales; ello no le impidió (tal vez debido a ello) obsequiarnos una obra poética llena de lucidez y creatividad.

Varios otros escritos -entre ellos alusivos al erotismo y a la locura ecocida-, completan esta edición de Contrafirma®, la cual hemos disfrutado particularmente; esperamos que el amable lector incube en sí tantas inquietudes despertadas por éstos textos irredentos como nosotros al publicarlos.

Aforismos y pequeños textos locos

No me siento humana, me dijo una paciente, no puedo llorar, hace un año que no puedo llorar, no puedo tampoco disfrutar de nada, no me siento un ser humano. Esta paciente ha sido declarada inimputable ¿cómo existir en un mundo, cuyas leyes le son ajenas?

Carmen Tinajero, psicoanalista, miembro de la elp

Horizontalidades

La biología no nos facilita el camino, aún menos tratándose de la sexualidad humana. Ésta toma distancia de la sexualidad animal pues se aleja de una búsqueda de procreación como  primer y único objetivo. La subcultura del transexualismo es un buen ejemplo, pues legitima lo que la experiencia clínica aporta, que el sexo anatómico de cada uno no es su verdadero sexo.

A decirlo con todas sus letras: la sexualidad humana es el dispositivo por el cual nos hacemos seres  gobernables.

De la pesquisa no sobrevivimos y fuimos tomados por la sexualidad, aquella que nos dota de identidad y que  acredita nuestro ser.

Doble dimensión ésta: por una parte somos tomados y, por otra, nos escabullimos; no cesan de presentarse todas aquellas variantes de la sexualidad que intentan escapar al gobierno de las prácticas de represión. Las posibilidades de ejercer nuestro erotismo libremente van en aumento y siempre en completo movimiento: homosexual, gay, queer, travesti, transexual, bisexual, transgénero, drag queen, etc. Aún cuando originalmente estos términos aparecen en el campo de la medicina, se ha logrado despatologizarlos para así ampliar los horizontes.
  
Se trata, entonces, de escaparnos de la influencia del poder médico; escaparse de aquellos que pretenden detentar un saber verdadero acerca de una de tantas aristas que constituyen lo humano. 

La pluralidad de horizontes surge, así, ante la necesidad de  problematizar e investigar lo erótico a condición de que dicha problematización quede fuera del criterio normal/patológico.

La necesidad de plantear la siguiente pregunta se hace imperante: ¿Es posible comenzar a pensar la vida y experimentar lo erótico sin acudir al uso de las nosografías clínicas?



Daniela Hernández, Mta. en Teoría Psicoanalítica

La locura ecocida

La locura ecocida, último libro del Dr. Luis Tamayo, se subtitula “ecosofia psicoanalítica”, indicando con ello que no se trata sólo del recuento pormenorizado de las catástrofes ambientales en las cuales la humanidad se ha metido hasta el cuello, sino también de la exploración de aquel ámbito íntimo del Ser que encadena al hombre a guerrear contra la naturaleza, es decir, contra sí-mismo.

La primera parte del libro contiene datos esclarecedores sobre la torpeza con la cual el ser humano ha explotado los recursos naturales. Podemos leer por ejemplo que “El hombre de la era industrial no se dio cuenta de que al extraer el petróleo de manera desaforada para utilizarlo para los más diversos asuntos (desde la generación de energía eléctrica hasta la refinación de gasolinas para automotores y demás máquinas, así como la fabricación de plásticos y otros productos) y colocarlo en la atmósfera y biósfera, lo que estaba haciendo era contravenir el acto más importante realizado por la naturaleza durante millones de años (si de generar vida se trata): el ya referido secuestro del carbono atmosférico. El Dr. Tamayo argumenta con datos fidedignos cómo la humanidad en su explotación irracional del petróleo se ha encargado de liberar en pocos años los dañinos gases de efecto invernadero que Gea (la tierra) capturó bajo tierra durante milenios.

También son consignadas en el libro las crisis contemporáneas respecto al calentamiento global, degradación de los suelos, sobrepoblación, enfermedades emergentes, descenso de la capacidad de regeneración de los ecosistemas, envenenamiento de la tierra, etc. Encontramos allí datos reveladores respecto a nuestra relación con el medio ambiente, por ejemplo que: dentro de los ya conocidos gases de efecto invernadero producto de la quema del petróleo, “no olvidar el recientemente denunciado Trifluoruro de nitrógeno, gas utilizado en la producción de pantallas de plasma y LCD de televisores y computadoras, el cual es 17000 más dañino que el CO2.”. Así mismo, hallamos en el apartado dedicado a la sobrepoblación una cita de T. R. Maltus “la población humana aumenta a una tasa geométrica, duplicándose cada 25 años más o menos si no encuentra obstáculos, mientras que la producción agrícola lo hace a una tasa aritmética, con mucha mayor lentitud”. Es decir que la reproducción humana irresponsable (los hijos que dios quiera) aunada a la deforestación y desertificación de los suelos (el Centro de Investigación en  Geografía Ambiental de la UNAM informó recientemente que para el periodo 1976-2000 la tasa de deforestación fue de 0.43% anual, es decir, 545 mil hectáreas por año, cifra similar a la que ocupa el Estado de Aguascalientes) eventualmente nos conducirán a una carestía alimentaria crítica. 

¿De dónde proviene la locura ecocida? “En los albores de la humanidad, sin embargo, la humanidad se vio conminada a separar al mundo de sí para poderse proteger de la muerte que ronda, indefectiblemente, en torno. Considerar a la naturaleza como una entidad ajena era la primera y más simple reacción para poder considerarla una enemiga y así justificar una batalla para defenderse de ella. Pero esa reacción, como ya vimos, nos ha conducido a la suicida destrucción de nuestro mundo.” En el segundo capítulo, Luis Tamayo argumenta que la locura ecocida está íntimamente ligada al nacimiento del hombre. A diferencia de los demás animales, el ser humano posee sistema simbólico, el lenguaje, el cual engendra la ficción del Yo, una entidad ilusoria pero al mismo tiempo integradora del cuerpo humano y “la mente”. El lenguaje realiza la imaginaria separación del hombre respecto a la naturaleza; propicia palabras capaces de nombrar el “afuera”, lo otro distinto a mi (Yo), es decir, concreta la ya mencionada distancia necesaria entre el hombre y su entorno: desde que puedo decir yo… forzosamente me separo de lo otro. El hombre no vive en un mundo de cosas sino en un mundo de palabras, habita en la ficción del lenguaje y eso lo vuelve ciego respecto a su indisoluble pertenencia a la tierra. Ciertamente esa ceguera fue útil para sobrevivir y lo es para mantener a raya a la angustia, la cual horroriza pues aparece toda vez que recibimos recordatorios de nuestra vulnerabilidad, de nuestra muerte como cualquier otro ser vivo en el planeta. En éste capítulo el autor, apoyado en Foucault,  también hace un recuento de las figuras históricas de la locura así como una valoración de la importante función social del loco. Proveniente de su formación en el psicoanálisis, el autor es claro en cuanto a ponderar la importancia de no oscurecer la locura con una visión psiquiátrica o patológica, más bien, nos indica que los síntomas son verdades a ser escuchadas y no a medicar. Verdades que de ser recuperadas por los hombres nos harán un poco más libres. Cierra el capítulo segundo con la identificación de dos tipos de locuras ecocidas: las de los activos, quienes crean empresas claramente nocivas para el planeta (refresqueras, curtidoras, manufactureras de pilas, unicel, agroquímicos tóxicos) y las de los  pasivos; de ellos dice: “El loco ecocida pasivo, por desconocer los procesos que generan los productos que consume, no diferencia entre aquellos que dañan el entorno -y a sí en consecuencia- y aquellos que lo respetan. En muchos casos, sobretodo en el tercer  mundo, los adquiere basándose solamente en el precio. El loco pasivo lo es por comodidad e ignorancia… pero eso no lo hace menos cómplice”.    

“El hombre actual […], no se muestra racional, sino más bien, apático, sin asombro, autoritario, alienado, racista. A dicha humanidad televisada se le han anulado el interés y la creatividad”.

El tercer y último capítulo nos habla en su extensión el profundo interés que el autor tiene en la “cura de la locura ecocida”. Con un análisis del mito de Dioniso, Tamayo nos muestra los efectos devastadores del desconocimiento de la verdad presente en el linaje del semidios. Un acto de repetición simbolizada y resuelta frente a Perseo, quien en lugar de responder al ataque guerrero de Dioniso, reconoció su divinidad negada (le construyó un templo en su honor), detuvo la locura destructiva de éste.  Amén de la imprescindible lectura del capítulo, cito la propuesta desprendida de él por el autor: “Quizás con la locura ecocida pueda seguirse un programa similar. En primer lugar es menester obrar como Freud y Perseo: en lugar de contraatacar, es necesario mirar hacia sí, curar la locura ecocida en nosotros mismos mediante una reincorporación lo más respetuosa posible con nuestro ecosistema y, gracias a ello recuperar, precursar la muerte”.

Proveniente de la filosofía de M. Heidegger, la noción de precursar la muerte implica, y esto es central para comprender las propuestas del capítulo, el reconocimiento de nuestra indisoluble pertenencia a la naturaleza, es decir, la sujeción a la muerte que afecta a toda creatura viva. Precursar alude también a las transfiguraciones subjetivas (ontológicas) efectuadas en el sujeto por la asunción y paso de la angustia inherente a la develación de la verdad.

Ésta acerca al pensador Heidegger a la asunción de los límites, a la renuncia voluntariosa por alcanzar su objeto (el Ser). Posterior a narrar los avatares que llevaron a Heidegger a precursar la muerte, Tamayo nos indica la actitud a la cual arriba el pensador merced al trabajo que ha dejado realizar en sí por la verdad, dice: “La serenidad (o “dejadez”, traducción menos literaria pero más literal) implica para Heidegger, una conversión de sí mismo, una renuncia a la voluntad, a la afirmación de sí, se trata: <<… de una trans-formación de la voluntad pro-positiva y legisladora en una no-voluntad acogida en el ámbito (Gegnet) de lo originario.>>”

EL libro de la locura ecocida es uno de esos textos indispensables cuando uno quiere saber en dónde está parado,  obliga al lector a mirar en torno y a mirarse así mismo con nuevos ojos, no sin inquietud, pues lo escrito en él no dejará tranquilo al lector, lo hostigará, de hecho. Tal como se decía de Sócrates, éste libro es un tábano molesto y doloroso que obliga a conocernos a nosotros mismos.

Angel Pereyra, Mto. en Filosofía

El crimen de los adolescentes

a participación de adolescentes en actividades ilegales, que habían sido adjudicadas exclusivamente a los adultos, se convierte en un problema social cada vez más profundo debido a su alarmante aumento. Hace algunos años, las cifras eran visiblemente menores, ahora se evidencia el incremento de la delincuencia juvenil y el desvanecimiento de los límites de edad dentro de los que se realizaban tales actividades.

Desde una mirada psicoanalítica sabemos que la estructuración de un sujeto se edifica en las relaciones más primarias de su vida, es decir, en la infancia, con los otros; por tanto, estamos convencidos de que las formas estructurantes de un adolescente que ahora está en conflicto con la ley, y muy probablemente contenido en un centro de reclusión, sin duda las podremos encontrar, reconocer y analizar recurriendo a la realización de entrevistas donde ellos brinden información sobre su historia de vida. Por ello, para hablar de la constitución del sujeto, desde dicho marco, es necesario analizar su génesis incluso antes de ser concebido, es decir, un origen que nada tiene que ver con la biología. Esta construcción tiene una raíz ancestral ubicada antes de la infancia y está relacionada con el orden del deseo, ya que a partir de cómo se conciba al niño, será el camino que éste tome; al nacer, es la madre quien ocupa el lugar de ese Otro y quien lo constituirá psíquicamente a través del lenguaje. Así, los sujetos que se adhieren a las bandas son sobre todo aquellos que han venido de familias destruidas, que tienen madres prostitutas, padres drogadictos, sicarios, golpeadores, alcohólicos o que parecen muy enérgicos y en realidad no pueden tomar un camino que dé lugar a la Ley del Padre.

Partiendo del interés sobre la situación de los jóvenes en conflicto con la ley, Grupo Metonimia A. C., durante 2010, llevó a cabo un Proyecto de Investigación que tuvo como objetivo principal analizar los vínculos que se generan entre la estructura familiar y la condición delictiva, así como los elementos institucionales y sociales que participan en la transgresión y en los comportamientos destructivos de los jóvenes sometidos a un diagnóstico de "infractores". Desarrollando, a su vez, una instrumentación que permitiera la disminución de las tendencias destructivas y mortíferas de los internos, para producir efectos sobre el comportamiento y la resignificación del sujeto en la posibilidad de su integración social. 

Los resultados surgidos de la ejecución del proyecto abren un análisis respecto de la perfecta lógica de lo que se ha conformado en tiempos modernos como las poblaciones residuales de la sociedad pues, dice Zigmunt Bauman, son un excedente que no encuentra solución ni en la exportación de éstas a otros espacios geográficos, como parecía que en antaño se resolvía, ni tampoco en los propios lugares productores, donde ya no son incorporadas a la vida económica tal y como se diera en los tiempos de la producción agrícola; es decir, que los problemas que anteriormente se solucionaban con la migración y que eran problemas globales, se devuelven convirtiéndose en problemas locales, ya que en esta lógica de la exceptuación, los excesos poblacionales retornan a su lugar de origen provocando que la sociedad busque crear sus extraños como justificación; un ejemplo de ello, son las pandillas, que se tornan en algo negativo que hay que desarticular, descalificar, se convierten en una amenaza social.

Sin embargo, esto no tiene que ser así, pues los adolescentes recluidos -que ya forman parte de las poblaciones residuales de la sociedad- consiguieron por medio del arte una vía de simbolización; es decir, que los participantes de este proyecto comenzaron a encontrar una salida a su historia: algunos por medio de la creación literaria como cuentos o cartas; otros por medio de la música o el dibujo. Estas expresiones permitieron a algunos de los internos mostrar lo que el encierro les provocaba; sólo que en esta ocasión, no a través de cortes, tatuajes o consumo de drogas sino de la música. A continuación, un fragmento de una canción compuesta por “el Marley”:

“…encerrado me encuentro aferrado en las rendijas de mi celda viendo a los batos que se van a la verga, yo aquí en mi celda, fumando hierba viendo a los batos mariguanos, alzando el súper flow, en villa crisol no me pega el sol, directo y sin razón aquí me encuentro haciendo rimas para llegar a tu encuentro, esto no es un cuento perdiendo el tiempo, sin embargo aquí me encuentro con esta salida quién me detendría como el otro día cruzando esas bardas sin medida ahora solo me encuentro, por las tardes no duermo, solamente pienso en ti, ayúdame a vivir…”

Expresiones como la anterior se convierten en procesos de simbolización que llevan a los adolescentes a no vivir sólo en la tendencia del acto, ya que para salvar la vida, la creación es un elemento fundamental; sin embargo, lo implementado en este proyecto ha sido sólo el inicio, ya que se necesita lograr una continuidad para que los adolescentes en reclusión hablen de esa tendencia destructiva que tienen contenida.
Aunque con el proyecto se obtuvieron las bases para el abordaje de una problemática que nos atañe a todos -los nexos entre la delincuencia y nuestros jóvenes, cada vez a más temprana edad-, el trabajo es arduo y espinoso, pues los sujetos de la reclusión conforman una dificultad para todos en materia de seguridad, pero por sus tintes de residuo social, en las acciones a pocos interesa. De tal manera, este proyecto no queda concluido, por el contrario, abre cuestionamientos a la metodología empleada, sugiere la creación de mecanismos complementarios al procedimiento llevado a cabo, por ejemplo, identificar y extender nuevas vertientes para nuestro quehacer y considerar las especificidades de apoyo que requerimos como Asociación para continuar con nuestro compromiso como actores de la sociedad civil y, a partir de todo esto, vislumbrar y repensar las vías que nos permitan afrontar este fenómeno para tener mejores efectos.

Ante tal situación, la sociedad se ve obligada a reflexionar acerca del lugar en que ha colocado a su población más joven, viéndose exigida a emprender acciones efectivas para que esta última tenga opciones diferentes de vida. Serán las propuestas que la sociedad civil ponga sobre la mesa, las que permitirán tener una visión más amplia de las circunstancias que enfrentan los jóvenes en conflicto con la ley al estar contenidos en una institución. Y es que no basta con reconocer las carencias, el dolor, la soledad o los malos tratos que viven a diario al interior del Centro, hay que generar los mecanismos de intervención que les posibiliten significar esas historias marcadas por la indiferencia y la violencia.

Alfredo Flores, Psicoanalista, Director de Grupo Metonímia A.C.

Rebelión

Me convertiste en algo extraño,
un bosque petrificado
que llorar no puede
su maternidad en ruinas. 
Me has convertido en una floresta
donde reptan sierpes venenosas
y la hiena está al acecho,
porque yo era una ninfa
enamorada y gentil,
cuidaba tiernos cachorros. 
Pero mis uñas sedientas
limpias cavan la tierra,
así yo Medusa
fijamente te miro a los ojos.
Yo experta soñadora
que también hoy me cobijo en un lecho
envuelto en luto
para no sentir la carne. 

Alda Merini,  poetisa italiana. 
(Milán, 21 de marzo de 1931 
Milán, 1 de noviembre de 2009)

Tomado de La tierra santa
publicado en español por Pre-textos.

La locura sonora, su locura

“¿Qué es la música? Es una locura, se trata del odio sonoro.” Pascal Quignard, en La haine de la musique (El odio de la música).  Allí se lee:

Nosotros cubrimos de telas una desnudez extremadamente hiriente, infantil… Estas telas son: las cantatas, las sonatas, los poemas. Eso que canta, eso que suena, eso que habla. 

El sonido cubre nuestra desnudez. Una envoltura ¿de qué nos protege? del sonido. 

En Grecia, la musa musical, tenía por nombre Erato, profetiza del dios Pan, dios del pánico, viajaba en transe bajo los efectos de la bebida y de consumir carne humana.

Las telas  son eso que envuelve al infante cuando él sale de la noche materna y descubre su voz, emitiendo su primer quejido, que dispara el ritmo propio a la actividad pulmonar “animal” que será la suya hasta la muerte. 

La música es sonido y a la vez transmite lo que no es verbalizable. Haydn decía de su música que era golpe de martillo que martillaban  sus manos,  pegando en sus pies. La definía como: un día de tormenta mientras que él se encontraba sobre una cruz, en lo alto de un monte.

Con la música lo patético del lazo infantil se precipita.  Ante la invasión de la música, de pronto las lágrimas brotan, son lágrimas antiguas anteriores a la identidad que nos acoge ¿De dónde vienen?

Ciertos sonidos [son]  aquel “tiempo antiguo” que se hace actual en nosotros.

El sonido hace presente un tiempo donde no había medida del tiempo. La música cuenta con un tabique -el tímpano- que produce el sonido, y al mismo tiempo, esa membrana es una protección.

La música está ligada de manera originaria al tema del  “tabique sonoro”.

Los decires en el diván: “Ella le sopló la vida con sus susurros”. Bergman filmó Gritos y susurros. El tímpano, el oído -el odio- es parte de una pieza que convocó a Sigmund Freud y a Jacques Lacan: Hamlet, su padre muere al verterle veneno en la oreja ¿Qué música estaba escuchando?

Según un verso de Hesíodo: Mousiké, verter pequeñas libaciones de olvido sobre la tristeza. Recuperar la alerta animal nos coloca sobre aviso de un daño que nos acecha. La función fálica del sonido:

La musa Euterpe lleva en su boca una flauta. Aristóteles, dice en la Política, que la musa tiene la boca y las manos ocupadas exactamente como una prostituta que sopla con ayuda de sus labios y de sus dedos la Physis con el fin de dirigirla a su bajo vientre, a efectos de que él emita su semilla  

La ópera nombra  un hecho; las obras que en Grecia y en Roma hacían los esclavos. Esa posición surge cuando escuchamos  óperas. ¿Qué universo instala el sufrimiento sonoro? Ese sufrimiento establece un lazo con la música:

Música añadida que agujera la tierra, que se dirige sobre todo hacia los gritos que nosotros hemos sufrido sin que nos sea posible nombrarlos, y entonces no sería posible que nosotros hayamos visto su fuente. Son sonidos no visuales, que ignoran la vista, que deambulan en nosotros. Sonidos antiguos que nos han perseguido. No veíamos todavía. No respirábamos aún. Nosotros escuchábamos.  

Freud tenía estas sensaciones ante la música: 
     
Siempre quise aprehender a mi manera, o sea, reduciendo a conceptos, aquello a través de lo cual obraban sobre mí de ese modo. Cuando no puedo hacer esto -como me ocurre con la música, por ejemplo-, soy casi incapaz de obtener goce alguno. Una disposición racionalista o quizás analítica se revuelve en mí para no dejarme conmover sin saber por qué lo estoy, y qué me conmueve. (El Moisés del Miguel Ángel)

En efecto Freud tenía una experiencia del real que su sistema simbólico no le permitía sobrellevar. A qué se debía esa experiencia: La música es un monstruo, ¡That is the question! :

En los instantes más extraordinarios se podría definir a la música: algo, una cosa menos sonora que el sonido…O este monstruo más simple: un fragmento del sonido semántico desprovisto de sentido.   

La música es un monstruo real del sonido sin sentido, carece de imagen y el ordenamiento simbólico tampoco da cuenta de ella y no sirve para localizar la fuente del sufrimiento sonoro.

Ulises atado al mástil de su barco mientras el canto de las sirenas -esa figura monstruosa, mitad mujer, mitad pez- lo asalta y trata de seducirlo, si logra su objetivo él se estrella: La música es un anzuelo que toma a las almas y las conduce a la muerte… En el encuentro de la música con la oreja, ésta no se puede cerrar.  

Nosotros estamos condenados a buscar los vestigios de la vida sexual, condena producida por haber nacido de eso ¿De qué hemos nacido?

Nosotros hemos nacido de otros que no somos nosotros. Hemos nacido en un acto donde no figurábamos. Hemos nacido en el curso de un nudo entre otros dos cuerpos que no eran el nuestro y que estaban desnudos: que nosotros queremos ver. Resulta que agitándose el uno contra el otro, gemían. Nosotros somos el fruto de un movimiento entre dos pelvis desnudas, incompletas, vergonzosas una delante de la otra cuya unión era quemante, ritmada, gemida.  

Una danza erótica nos trajo al mundo. ¿Con qué música o sonido?

Primo Levi prisionero en el Lager  -Auschwitz -, escribió de la presencia de la música allí, escribió en Si esto es un hombre:

Era necesario escucharla sin obedecerla, sin sufrirla, para comprender lo que ella representaba, por qué razones premeditadas los Alemanes habían instaurado ese rito monstruoso, y porqué , hoy día aun, cuando una de estas inocentes canciones regresan a nuestra memoria,  sentimos nuestra sangre helarse en las venas 

Primo Levi  añade a manera de conclusión:

Ellas serán, en forma segura, la última cosa del Lager que nosotros olvidaremos pues ellas son la voz del Lager 

Por si estos elementos fueran poco incluye un dato más:

Es el instante donde el tarareo al resurgir se metamorfosea en un ruido. El melos -la melodía- perturba el ritmo corporal, se confunde con la molécula personal, entonces, la música aniquila. La música se transforma en la “expresión sensible” de la determinación con la que los hombres se dedican a aniquilar a los hombres. 

No saquemos los dedos del renglón y retomemos nuestra pregunta por la estructura real de la pulsión sonora. Volvamos al comienzo de cada uno de nosotros.

El lazo entre el infante y la madre, el reconocimiento del uno por el otro, después la adquisición de la lengua materna se forja en el seno de un empollamiento sonoro muy rítmico que data desde antes del nacimiento, prosiguiéndose después en el alumbramiento, reconociéndose por gritos y vocalizaciones, luego por tarareos y formulas, nombres, nombrecitos, frases reiteradas, constrictivas, transformadas en ordenes. Pascual Quignard  nos informa que:

La audición intrauterina es descripta por los naturalistas como lejana, la placenta aleja los ruidos del corazón y del intestino, el agua reduce la intensidad de los sonidos, los vuelve más graves, los transportan en largas olas masajeando el cuerpo. En el fondo del útero reina una suerte de ruido de fondo grave y constante que los estudios de la acústica comparan con un “silbido sordo”. El ruido del mundo es percibido ahí  como un”ronrón sordo, dulce y grave”, sobre  el cual se eleva el melos - la melodía- de  la voz de la madre, repitiendo el acento tónico, la prosodia, la frase que ella agrega  la lengua que ella habla. Es la base individual del tarareo o canturreo de cada quien. (Op. Cit. pp. 209-210)

El sonido  se introduce, hiere nuestro cuerpo, es una experiencia del más allá…de nosotros, eso se llama la  muerte ¿Se tratará de la primera muerte que le debemos a la naturaleza? La música sensible es engendrada por una música anterior a lo sensible.

En el vientre materno, el corazón del embrión permite al infante soportar el ruido del corazón de su madre, lo transforma en su propio ritmo. Desde las primera horas del nacimiento los sonidos en el aire hacen trepidar al recién nacido, modificando su ritmo respiratorio (su “soplido”, es decir su psyche, es decir su animatio, es decir su alma), transformando su ritmo cardíaco, le hacen parpadear sus ojos y mover de manera desordenada todos sus miembros. Desde la primera hora están expuestos al llanto de otros recién nacidos, y entonces se desata  su propia agitación y vierte sus propias lagrimas. 

La locura del sonido musical es el impacto real del sonido sobre el cuerpo de un sujeto que no se ha hecho cargo aún de “su” cuerpo ¡Qué locura…lo cura!

En las primeras horas del nacimiento cada sonido provoca un minúsculo terror. Terror en latín remite  a Tremit; Tremo; Tremor; Tremulus la serie latina incluye desde el terror hasta la vibración, eso producido por un sonido, mueve, hace temblar el tímpano.

 Nonius Marcellus reúne en doce libros las palabras romanas: Compendiosa doctrina per litteras. El volumen V registra una palabra: terrificatio,  Marcellus es el único en conocerla. Su sentido es espantapájaros de pájaros. La música es un espantapájaros sonoro. Tal como para los pájaros, el canto de los pájaros, estamos en presencia de algo que nos aleja, nos asusta, nos advierte, nos impide acceder al alimento. 

El terror está presente en sus diversas figuras en varios aspectos de la vida cotidiana, incluso por qué no de la psicopatología de la vida cotidiana. Asistimos a la presencia de la alarma, la inquietud, la transpiración del miedo -recuerdan ustedes el filme El salario del miedo- , el castañeo de los dientes, temblar, doblarse en dos. Todas y cada una de estas manifestaciones corporales  acompañan por ejemplo la práctica del amor, baste recordar el primer encuentro, las proximidades o los momentos previos a la presentación de un trabajo, a la recepción de un título. En un cuadro de Lucien Freud -Reflection with two children (self portrait), 1965-, donde los niños miran a su padre, asistimos a la condensación de esa situación, en el mejor de los casos ellos sólo ven las rodillas del personaje que aparece dotado así de un poder inmenso, un poder que genera terror, por qué no horror y locura sonora... 

Alberto Sladogna, psicoanalista, un miembro de la École lacanianne de Psychanalyse (elp)

Hablando de locura

Con motivo del 30 aniversario de la publicación de Historia de la locura en la época clásica, de Foucault, se recopiló parte de lo debatido sobre ese tema en el IX Coloquio de la Sociedad Internacional de Historia de la Psiquiatría y el Psicoanálisis en formato de libro, llevando por título Pensar la locura, editado por E. Roudinesco. Ahí se lee, sobre Foucault,: (...) su objeto de investigación no era la verdad psicológica de la enfermedad mental, sino la búsqueda de una verda ontológica de la locura. En una época de excesos y sofistas se tiende a darle un carácter romántico y relativista a la sin razón. Una lectura errática de Historia de la locura puede llevar a conclusiones diferentes a las originalmente concebidas. Entender la construcción de la locura como forma moderna de alienación no exime la estructura psicótica presente en el loco. Su desterro, su uso para justificar la razón, su caracter abyecto, es lo que se decanta de Historia de la locura. Una enfermedad del alma a donde los medicamentos no pueden llegar, no un relativismo corpotamental poniendo en la misma balanza al poeta y al multihomicida. Pensar la locura, más que un título, es un ejercicio para tratar de entender donde estamos situados situados y por qué. El boom en el s. XIX del asilo, la máquina de curar, (Claude Quetel), no habla de más locos, sino del imperio abrazador de la razón. 

Alejandro Ahumada, Diseñador y Psicólogo

Infografía, encabezados reales

Anna Nicole, de 25 años, 
se casa con hombre de 90 años, 
“Es por amor”, dice ella.


Multan a gallina 
por cruzar la calle 
sin permiso.

Lorena Bobbitt le corta el pene 
a su esposo con un cuchillo.

Pierre Rivière degolla a su madre, 
hermana y hermano.

6 mil pesos al mes da para 
casa, auto y colegiatura

“No estoy loco”, 
dijo El pozolero.

Isobel Varley, la mujer 
más tatuada del mundo 


Elogio a la locura (Fragmento):

¡Oh, dioses imortales! ¿Existen seres más felices que esos hombres comunmente llamados locos, aturdidos, necios y estúpidos, epítetos que en mi opinión son los más honrosos?  Desde luego que no.

Erasmo de Rotterdam, Humanista

¡Pero yo no quiero estar entre locos!

Hace ya varios años, cuando estaba por terminar la escritura de mi tesis de licenciatura en psicología (la cual versaba sobre mi encuentro con  una  mujer loca),  un amigo me regaló una cita de Lewis Carroll, tomada de Alice in Wonderland, proponiéndome ponerla como epígrafe de mi trabajo. La cita era exactamente esta:

“Pero yo no quiero estar entre locos“ señaló Alicia, “Oh, no puedes evitarlo“ dijo el Gato “aquí todos estamos locos, Yo estoy loco, tú estás loca“. “¿Cómo sabes que estoy loca?“, preguntó Alicia. “Debes estarlo“, dijo el Gato. “De otra forma no habrías venido aquí“.

Yo, que muy a mi pesar siempre acabo siendo muy académico, terminé por escoger una cita de Jaques Lacan, el psicoanalista cuya obra revolucionó mi pensamiento. Pero la cita no  ha dejado de hablarme a lo largo de los años, a veces más que los discursos de Lacan y que los textos impenetrables de muchos de sus fans; mucho más que las estadísticas y los argumentos de los psiquiatras y de la ciencia dura. Poco a poco he ido viendo con más nitidez los efectos de aquella locura no reconocida que me/nos habita, aquella locura que me/nos ha llevado ingenuamente a pensar  que la locura es algo externo, un desorden que debemos remediar o erradicar, pues como Alicia, no queremos estar entre locos.

Todos los llamados a combatir o erradicar la locura, vienen de otros igualmente locos. Por ejemplo, EUA, que se dice una sociedad primermundista, avanzada y que vela por el “bien”, que persigue la así tenida como “irracional violencia del terrorismo religioso fundamentalista de los talibanes”, exhibe también esa irracionalidad que dice combatir. Con la caída de las Torres Gemelas, muchos fundamentalistas islámicos salieron a las calles a celebrar y regalarse dulces,  ahora, con la muerte de Bin Laden, muchos gringos salieron hasta en pijama a celebrar en las calles, a dar gritos patrióticos, emocionados por el asesinato del líder talibán; Bin Laden sostenía que sus acciones estaban avaladas por su Dios, que eran justicia pura y que sus triunfos no conocerían límites; por su parte,  después de asesinar al cabecilla de Al-Qaeda, el presidente Obama declaró lo siguiente: “recordemos que podemos hacer estas cosas no sólo por la riqueza o el poder, sino porque de lo que somos: una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos”. Esa guerra terrible y tal vez infinita, ¿no se fundamenta en un mismo tipo de locura religiosa y patriótica, no reconocida, que une irremediablemente a ambos bandos en pugna?

Señalar la estulticia de los demás siempre será fácil, pero me parece más grave distraerse en ello para no reconocer la propia. Cuando estamos implicados con otro, con otros, padeciéndolos (lo disfrutemos o no), sin poder tomar distancia de ellos, algo hay de nosotros en juego, algo de nuestra propia irracionalidad, de nuestra propia locura. De otra forma, como advierte el Gato de Cheshire a Alicia, no podríamos habernos colocado allí.
  
Reconocer la propia locura no es una latera fácil, pero siempre abrirá la puerta a una mejor forma de vérselas con la locura de los demás, una que no sea simplemente hacerle la guerra o intentar erradicarla. 


Moisés Hernández, Filósofo