La biología no nos facilita el camino, aún menos tratándose de la sexualidad humana. Ésta toma distancia de la sexualidad animal pues se aleja de una búsqueda de procreación como primer y único objetivo. La subcultura del transexualismo es un buen ejemplo, pues legitima lo que la experiencia clínica aporta, que el sexo anatómico de cada uno no es su verdadero sexo.
A decirlo con todas sus letras: la sexualidad humana es el dispositivo por el cual nos hacemos seres gobernables.
De la pesquisa no sobrevivimos y fuimos tomados por la sexualidad, aquella que nos dota de identidad y que acredita nuestro ser.
Doble dimensión ésta: por una parte somos tomados y, por otra, nos escabullimos; no cesan de presentarse todas aquellas variantes de la sexualidad que intentan escapar al gobierno de las prácticas de represión. Las posibilidades de ejercer nuestro erotismo libremente van en aumento y siempre en completo movimiento: homosexual, gay, queer, travesti, transexual, bisexual, transgénero, drag queen, etc. Aún cuando originalmente estos términos aparecen en el campo de la medicina, se ha logrado despatologizarlos para así ampliar los horizontes.
Se trata, entonces, de escaparnos de la influencia del poder médico; escaparse de aquellos que pretenden detentar un saber verdadero acerca de una de tantas aristas que constituyen lo humano.
La pluralidad de horizontes surge, así, ante la necesidad de problematizar e investigar lo erótico a condición de que dicha problematización quede fuera del criterio normal/patológico.
La necesidad de plantear la siguiente pregunta se hace imperante: ¿Es posible comenzar a pensar la vida y experimentar lo erótico sin acudir al uso de las nosografías clínicas?
Daniela Hernández, Mta. en Teoría Psicoanalítica
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