miércoles, 1 de junio de 2011

La locura sonora, su locura

“¿Qué es la música? Es una locura, se trata del odio sonoro.” Pascal Quignard, en La haine de la musique (El odio de la música).  Allí se lee:

Nosotros cubrimos de telas una desnudez extremadamente hiriente, infantil… Estas telas son: las cantatas, las sonatas, los poemas. Eso que canta, eso que suena, eso que habla. 

El sonido cubre nuestra desnudez. Una envoltura ¿de qué nos protege? del sonido. 

En Grecia, la musa musical, tenía por nombre Erato, profetiza del dios Pan, dios del pánico, viajaba en transe bajo los efectos de la bebida y de consumir carne humana.

Las telas  son eso que envuelve al infante cuando él sale de la noche materna y descubre su voz, emitiendo su primer quejido, que dispara el ritmo propio a la actividad pulmonar “animal” que será la suya hasta la muerte. 

La música es sonido y a la vez transmite lo que no es verbalizable. Haydn decía de su música que era golpe de martillo que martillaban  sus manos,  pegando en sus pies. La definía como: un día de tormenta mientras que él se encontraba sobre una cruz, en lo alto de un monte.

Con la música lo patético del lazo infantil se precipita.  Ante la invasión de la música, de pronto las lágrimas brotan, son lágrimas antiguas anteriores a la identidad que nos acoge ¿De dónde vienen?

Ciertos sonidos [son]  aquel “tiempo antiguo” que se hace actual en nosotros.

El sonido hace presente un tiempo donde no había medida del tiempo. La música cuenta con un tabique -el tímpano- que produce el sonido, y al mismo tiempo, esa membrana es una protección.

La música está ligada de manera originaria al tema del  “tabique sonoro”.

Los decires en el diván: “Ella le sopló la vida con sus susurros”. Bergman filmó Gritos y susurros. El tímpano, el oído -el odio- es parte de una pieza que convocó a Sigmund Freud y a Jacques Lacan: Hamlet, su padre muere al verterle veneno en la oreja ¿Qué música estaba escuchando?

Según un verso de Hesíodo: Mousiké, verter pequeñas libaciones de olvido sobre la tristeza. Recuperar la alerta animal nos coloca sobre aviso de un daño que nos acecha. La función fálica del sonido:

La musa Euterpe lleva en su boca una flauta. Aristóteles, dice en la Política, que la musa tiene la boca y las manos ocupadas exactamente como una prostituta que sopla con ayuda de sus labios y de sus dedos la Physis con el fin de dirigirla a su bajo vientre, a efectos de que él emita su semilla  

La ópera nombra  un hecho; las obras que en Grecia y en Roma hacían los esclavos. Esa posición surge cuando escuchamos  óperas. ¿Qué universo instala el sufrimiento sonoro? Ese sufrimiento establece un lazo con la música:

Música añadida que agujera la tierra, que se dirige sobre todo hacia los gritos que nosotros hemos sufrido sin que nos sea posible nombrarlos, y entonces no sería posible que nosotros hayamos visto su fuente. Son sonidos no visuales, que ignoran la vista, que deambulan en nosotros. Sonidos antiguos que nos han perseguido. No veíamos todavía. No respirábamos aún. Nosotros escuchábamos.  

Freud tenía estas sensaciones ante la música: 
     
Siempre quise aprehender a mi manera, o sea, reduciendo a conceptos, aquello a través de lo cual obraban sobre mí de ese modo. Cuando no puedo hacer esto -como me ocurre con la música, por ejemplo-, soy casi incapaz de obtener goce alguno. Una disposición racionalista o quizás analítica se revuelve en mí para no dejarme conmover sin saber por qué lo estoy, y qué me conmueve. (El Moisés del Miguel Ángel)

En efecto Freud tenía una experiencia del real que su sistema simbólico no le permitía sobrellevar. A qué se debía esa experiencia: La música es un monstruo, ¡That is the question! :

En los instantes más extraordinarios se podría definir a la música: algo, una cosa menos sonora que el sonido…O este monstruo más simple: un fragmento del sonido semántico desprovisto de sentido.   

La música es un monstruo real del sonido sin sentido, carece de imagen y el ordenamiento simbólico tampoco da cuenta de ella y no sirve para localizar la fuente del sufrimiento sonoro.

Ulises atado al mástil de su barco mientras el canto de las sirenas -esa figura monstruosa, mitad mujer, mitad pez- lo asalta y trata de seducirlo, si logra su objetivo él se estrella: La música es un anzuelo que toma a las almas y las conduce a la muerte… En el encuentro de la música con la oreja, ésta no se puede cerrar.  

Nosotros estamos condenados a buscar los vestigios de la vida sexual, condena producida por haber nacido de eso ¿De qué hemos nacido?

Nosotros hemos nacido de otros que no somos nosotros. Hemos nacido en un acto donde no figurábamos. Hemos nacido en el curso de un nudo entre otros dos cuerpos que no eran el nuestro y que estaban desnudos: que nosotros queremos ver. Resulta que agitándose el uno contra el otro, gemían. Nosotros somos el fruto de un movimiento entre dos pelvis desnudas, incompletas, vergonzosas una delante de la otra cuya unión era quemante, ritmada, gemida.  

Una danza erótica nos trajo al mundo. ¿Con qué música o sonido?

Primo Levi prisionero en el Lager  -Auschwitz -, escribió de la presencia de la música allí, escribió en Si esto es un hombre:

Era necesario escucharla sin obedecerla, sin sufrirla, para comprender lo que ella representaba, por qué razones premeditadas los Alemanes habían instaurado ese rito monstruoso, y porqué , hoy día aun, cuando una de estas inocentes canciones regresan a nuestra memoria,  sentimos nuestra sangre helarse en las venas 

Primo Levi  añade a manera de conclusión:

Ellas serán, en forma segura, la última cosa del Lager que nosotros olvidaremos pues ellas son la voz del Lager 

Por si estos elementos fueran poco incluye un dato más:

Es el instante donde el tarareo al resurgir se metamorfosea en un ruido. El melos -la melodía- perturba el ritmo corporal, se confunde con la molécula personal, entonces, la música aniquila. La música se transforma en la “expresión sensible” de la determinación con la que los hombres se dedican a aniquilar a los hombres. 

No saquemos los dedos del renglón y retomemos nuestra pregunta por la estructura real de la pulsión sonora. Volvamos al comienzo de cada uno de nosotros.

El lazo entre el infante y la madre, el reconocimiento del uno por el otro, después la adquisición de la lengua materna se forja en el seno de un empollamiento sonoro muy rítmico que data desde antes del nacimiento, prosiguiéndose después en el alumbramiento, reconociéndose por gritos y vocalizaciones, luego por tarareos y formulas, nombres, nombrecitos, frases reiteradas, constrictivas, transformadas en ordenes. Pascual Quignard  nos informa que:

La audición intrauterina es descripta por los naturalistas como lejana, la placenta aleja los ruidos del corazón y del intestino, el agua reduce la intensidad de los sonidos, los vuelve más graves, los transportan en largas olas masajeando el cuerpo. En el fondo del útero reina una suerte de ruido de fondo grave y constante que los estudios de la acústica comparan con un “silbido sordo”. El ruido del mundo es percibido ahí  como un”ronrón sordo, dulce y grave”, sobre  el cual se eleva el melos - la melodía- de  la voz de la madre, repitiendo el acento tónico, la prosodia, la frase que ella agrega  la lengua que ella habla. Es la base individual del tarareo o canturreo de cada quien. (Op. Cit. pp. 209-210)

El sonido  se introduce, hiere nuestro cuerpo, es una experiencia del más allá…de nosotros, eso se llama la  muerte ¿Se tratará de la primera muerte que le debemos a la naturaleza? La música sensible es engendrada por una música anterior a lo sensible.

En el vientre materno, el corazón del embrión permite al infante soportar el ruido del corazón de su madre, lo transforma en su propio ritmo. Desde las primera horas del nacimiento los sonidos en el aire hacen trepidar al recién nacido, modificando su ritmo respiratorio (su “soplido”, es decir su psyche, es decir su animatio, es decir su alma), transformando su ritmo cardíaco, le hacen parpadear sus ojos y mover de manera desordenada todos sus miembros. Desde la primera hora están expuestos al llanto de otros recién nacidos, y entonces se desata  su propia agitación y vierte sus propias lagrimas. 

La locura del sonido musical es el impacto real del sonido sobre el cuerpo de un sujeto que no se ha hecho cargo aún de “su” cuerpo ¡Qué locura…lo cura!

En las primeras horas del nacimiento cada sonido provoca un minúsculo terror. Terror en latín remite  a Tremit; Tremo; Tremor; Tremulus la serie latina incluye desde el terror hasta la vibración, eso producido por un sonido, mueve, hace temblar el tímpano.

 Nonius Marcellus reúne en doce libros las palabras romanas: Compendiosa doctrina per litteras. El volumen V registra una palabra: terrificatio,  Marcellus es el único en conocerla. Su sentido es espantapájaros de pájaros. La música es un espantapájaros sonoro. Tal como para los pájaros, el canto de los pájaros, estamos en presencia de algo que nos aleja, nos asusta, nos advierte, nos impide acceder al alimento. 

El terror está presente en sus diversas figuras en varios aspectos de la vida cotidiana, incluso por qué no de la psicopatología de la vida cotidiana. Asistimos a la presencia de la alarma, la inquietud, la transpiración del miedo -recuerdan ustedes el filme El salario del miedo- , el castañeo de los dientes, temblar, doblarse en dos. Todas y cada una de estas manifestaciones corporales  acompañan por ejemplo la práctica del amor, baste recordar el primer encuentro, las proximidades o los momentos previos a la presentación de un trabajo, a la recepción de un título. En un cuadro de Lucien Freud -Reflection with two children (self portrait), 1965-, donde los niños miran a su padre, asistimos a la condensación de esa situación, en el mejor de los casos ellos sólo ven las rodillas del personaje que aparece dotado así de un poder inmenso, un poder que genera terror, por qué no horror y locura sonora... 

Alberto Sladogna, psicoanalista, un miembro de la École lacanianne de Psychanalyse (elp)

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