miércoles, 1 de junio de 2011

¡Pero yo no quiero estar entre locos!

Hace ya varios años, cuando estaba por terminar la escritura de mi tesis de licenciatura en psicología (la cual versaba sobre mi encuentro con  una  mujer loca),  un amigo me regaló una cita de Lewis Carroll, tomada de Alice in Wonderland, proponiéndome ponerla como epígrafe de mi trabajo. La cita era exactamente esta:

“Pero yo no quiero estar entre locos“ señaló Alicia, “Oh, no puedes evitarlo“ dijo el Gato “aquí todos estamos locos, Yo estoy loco, tú estás loca“. “¿Cómo sabes que estoy loca?“, preguntó Alicia. “Debes estarlo“, dijo el Gato. “De otra forma no habrías venido aquí“.

Yo, que muy a mi pesar siempre acabo siendo muy académico, terminé por escoger una cita de Jaques Lacan, el psicoanalista cuya obra revolucionó mi pensamiento. Pero la cita no  ha dejado de hablarme a lo largo de los años, a veces más que los discursos de Lacan y que los textos impenetrables de muchos de sus fans; mucho más que las estadísticas y los argumentos de los psiquiatras y de la ciencia dura. Poco a poco he ido viendo con más nitidez los efectos de aquella locura no reconocida que me/nos habita, aquella locura que me/nos ha llevado ingenuamente a pensar  que la locura es algo externo, un desorden que debemos remediar o erradicar, pues como Alicia, no queremos estar entre locos.

Todos los llamados a combatir o erradicar la locura, vienen de otros igualmente locos. Por ejemplo, EUA, que se dice una sociedad primermundista, avanzada y que vela por el “bien”, que persigue la así tenida como “irracional violencia del terrorismo religioso fundamentalista de los talibanes”, exhibe también esa irracionalidad que dice combatir. Con la caída de las Torres Gemelas, muchos fundamentalistas islámicos salieron a las calles a celebrar y regalarse dulces,  ahora, con la muerte de Bin Laden, muchos gringos salieron hasta en pijama a celebrar en las calles, a dar gritos patrióticos, emocionados por el asesinato del líder talibán; Bin Laden sostenía que sus acciones estaban avaladas por su Dios, que eran justicia pura y que sus triunfos no conocerían límites; por su parte,  después de asesinar al cabecilla de Al-Qaeda, el presidente Obama declaró lo siguiente: “recordemos que podemos hacer estas cosas no sólo por la riqueza o el poder, sino porque de lo que somos: una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos”. Esa guerra terrible y tal vez infinita, ¿no se fundamenta en un mismo tipo de locura religiosa y patriótica, no reconocida, que une irremediablemente a ambos bandos en pugna?

Señalar la estulticia de los demás siempre será fácil, pero me parece más grave distraerse en ello para no reconocer la propia. Cuando estamos implicados con otro, con otros, padeciéndolos (lo disfrutemos o no), sin poder tomar distancia de ellos, algo hay de nosotros en juego, algo de nuestra propia irracionalidad, de nuestra propia locura. De otra forma, como advierte el Gato de Cheshire a Alicia, no podríamos habernos colocado allí.
  
Reconocer la propia locura no es una latera fácil, pero siempre abrirá la puerta a una mejor forma de vérselas con la locura de los demás, una que no sea simplemente hacerle la guerra o intentar erradicarla. 


Moisés Hernández, Filósofo

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