domingo, 7 de noviembre de 2010

Templos de goce

Se impone el goce (…). Es como una
moral kantiana al revés.

Slavoj Zizek

La permisividad de las sociedades contemporáneas en cuanto al goce, se enfrenta a la paradoja de que esa disposición va de la mano con un Estado cada vez más represivo. Es precisamente a través de este imperativo kantiano inverso que la sociedad cruelmente empuja al individuo al goce desmedido y sin control. Prácticas sobre el cuerpo del tipo tatuajes, piercings, y la apertura a la pornografía, insinúan una desacralización a lo corpóreo como antes nunca. La posición actual frente a lo pornográfico, de obscenity a on/scenity, es decir, de lo prohibido y vedado a lo cuasi permitido, manifiestan un síntoma social de este nuevo enfoque. Los pornstar como invitados a programas de televisión abierta se han convertido en algo cotidiano para algunas sociedades. Ver lo porno como una manifestación hegeliana del mito del amo y el esclavo es una de las salidas cotidianas. Garañones  poseyendo a doncellas, es la representación teatral de esta práctica, misma posición aplicable para el tercero en este esquema… el espectador. Él, como pieza fundadora de lo porno, (si no existe un tercero, la relación sexual no pasa de ser perversa, pero nunca pornográfica, es el otro el que la define así) se ve sometido también a la relación amo/esclavo, como rehén de cualquier soporte de la imagen que se impone bajo un único e incuestionable mandato: ¡mírame!

Las pornstar, como Mesalinas modernas de la mano de Príapos orgullosos se muestran gustosos de hacer el pase de lo privado a lo público, manteniendo siempre una cara de éxtasis marmórea, cincelada por el mismo Bernini, funcionando así, como referentes aparentemente incuestionables de un deber ser sexual. ¿No al estar empujando al individuo al goce, la sexualidad moderna se está volviendo normativa? Multiorgasmos y sesiones maratónicas deben formar parte del festín sexual. Arribar al goce sin más, es cortar el nudo gordiano de tajo. Una renuncia al goce no es la solución, un cuestionarse nuestro deseo, sí.

Los bienes de consumo ya cumplieron su cometido al querer integrarnos. En su momento compramos para pertenecer. La actual etapa consumista, emanada (económicamente hablando) de las regulaciones legales en cuanto a monopolios en los 80`s, trajo como resultado que el bien de consumo funcione como bisagra entre el goce artificial mercantilista y el deseo individual (cf. Delleuze y Lipovetsky): pertenecer no es lo importante, tampoco el placer inmediato emanado de una adquisición, lo es el goce que ese producto representa para mi y mi concepto de vida, ya no se consumen productos, servicios, o se aspira al status, valores y estilos de vida es lo que obtenemos. La compra de algunas bebidas energizantes y seudomedicamentos tienen como función velada un supuesto incremento de la actividad sexual, pero ¿hasta qué rango?, ¿el qué deseo… o el qué debo de desear? La carrera que nos lleva a gozar nos coloca en una posición de jueces morales siempre cuestionantes, encontrando degenerados al sólo alzar la vista y ver al otro, misma conducta degenerada que emulamos sin culpa, pasado el impacto. Un perverso es siempre quien tiene más sexo que el que juzga, pero el mercado acaba dirigiéndonos hacia ese punto. La posición del sujeto con respecto al goce, el vendido por la industria del sexo, le coloca en una situación complicada, ¿cómo hacer dialogar su deseo con el deseo del sexsistem? Aparentemente no existe mucho diálogo. La oferta del mercado indica que la demanda va en esa dirección. De la mano de la cultura de la esbeltez va la cultura de la hiperactividad sexual, porque finalmente, ¿a dónde se dirige el cuerpo delgado que propagan los juglares publicitarios si no a la erotización del mismo? Ese cuerpo erotizado está ya listo para fungir como engrane de la industria sexual que lo convierte, ahora, en un cuerpo sexoso, herramienta final y receptáculo, simultáneamente, de cualquier etiqueta normativa. Delgados y jóvenes no son ya referentes de salud corpórea, son el significante del deseo que con esfuerzo se han articulado sobre y dentro del cuerpo para un único fin: gozar y ser gozados. Dar y recibir goce no debería ser un problema si no fuera planteado como imperativo por la sociedad de hiperconsumo. El cuerpo, históricamente, se ha construido de muchas maneras, es en su construcción como templo de placer donde el sujeto se encuentra confundido, el goce ¿no debería de ser opcional? Las tendencias actuales en cuanto a performance intentan crear un diálogo más intenso entre el espectador y el artista, situación que ha llevado a buscar nuevos espacios de representabilidad desde, por ejemplo, la sexualidad. La pospornografía sugiere crear nuevas maneras de interactuar con el cuerpo, el placer de lo tradicional da paso al goce actual. Nuevos montajes procuran satisfacer la demanda del otro con búsquedas de placer novedosas, cayendo en el goce. La pospornografía vista como una crítica ante la pornografía dominante y sus estereotipos de género y sexo. (…) [que] emerge precisamente de una politización de la mirada pornográfica, ¿no es un intento de normar la sexualidad desde el discurso de la diversidad? Normar la pornografía, hacia la dirección que se quiera, parece un esfuerzo de regular al cuerpo y lo que se hace con él. La situación de que con el cuerpo se pueda hacer algo no significa que se quiera. No debería hablarse de La Pornografía, son Las Pornografías, como manifestaciones de la sexualidad, las que deben ser escuchadas sin suprimir alguna.

Alejandro Ahumada

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