Ocurrencia A- Un general, ¿podría argumentar ante un tribunal de guerra que cuando dijo “Avancen” sólo sugirió que avancen?
Ocurrencia B- Si notamos que un sacerdote dice “Bautizo a tal” estando distraído ¿podremos acusarlo de no haber bautizado?
Detenerse en estas ocurrencias, intentar contestarlas, posibilitan apreciar un aspecto crucial de las palabras: Hablar es hacer algo, se hacen cosas con las palabras, más allá del estado de quien habla, más allá de las buenas o las malas intenciones. La práctica del psicoanálisis da cuenta de que la palabra es una moneda corriente que circula entre los seres humanos, y que lleva consigo cierta fuerza, cierta magia, que proviene de la cultura en la cual esa palabra es proferida.
El general y el sacerdote de nuestras ocurrencias, po drían alegar en su defensa que las palabras como las armas las carga el diablo. A esa diabólica potencia algunos filósofos del lenguaje la designan: fuerza performativa: propiedad del acto de lenguaje que hace que decir sea hacer algo (jurar, prometer, pedir, ordenar, etc.) distinto al sólo hecho de hablar (J. L. Austin).
Vivimos en un tejido de lenguaje por el cual somos producidos, un aspecto de esa fuerza performativa se presenta, por ejemplo, en la pasión por clasificar.
Los medios de comunicación cuentan con el recurso de la performatividad, un caso reciente da cuenta de ello. En el mes de marzo una noticia recorrió los periódicos de México y voló por la red digital: Una niña, Paulette había desparecido, a partir de lo cual los avatares de la investigación el resultado de la misma, fueron motivo de escándalo y debate. Sin embargo, desde el comienzo unas palabras estuvieron tan a la vista que nadie pareció prestarles atención:
“No puedo valerme por mi misma necesito a mis papás” “… soy discapacitada.”
Así decía la manta exhibida para la búsqueda de la niña, colocando esas palabras en boca de Paulette.
Ese decir: “…(él o ella ) es discapacitada/o” produjo el caso de Paulette, ese decir fue el performativo que realizó esa vida, fue el lugar que generó a Paulette.
Señalemos que esas palabras al pronunciarse, también marcan una cicatriz en la espalda de lo cuerpos de quienes habitamos este lazo social. La manta también decía “llevo una cicatriz en la espalda del lado izquierdo” ¡Del lado del corazón!
Pero el performativo no es sólo poder de un discurso que profieren los medios, o sea los otros y los ajenos. El psicoanálisis nos muestra que podemos hacer una maniobra apostando a la singularidad.
¿La discapacidad nos llega de un discurso impuesto?, pues bien comencemos por preguntarnos:
¿En qué cada uno de nosotros, tiene la suerte y el honor de llevar la cicatriz de la discapacidad? Es un paso.
Claudia Weinner
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