miércoles, 11 de agosto de 2010

Nicolái Gogol

Cuando terminé de leer  las Almas muertas de Nicolái Gógol me conmovió su tristeza y empecé a pensar en él como su personaje errante que pretendiendo engañar se engaña a sí mismo. Desde que leí el prólogo me llamó la atención su historia porque encuentra en sus antepasados el germen de la locura, de la magia y del tormento. Me estremece la inmensa soledad de Gógol que finalmente no pudo escuchar más que a Dios aun cuando en sus últimas publicaciones llama a un público de lectores a hablar sobre su obra. La furia contra lo incomprensible y lo ajeno lo hace sostenerse en una literatura hermosa que él mismo destruye atribuyendo a Dios su voluntad de no vivir. Me entristece en verdad que ese genio no se haya casado, no haya tenido hijos ni amores y se haya exiliado incluso de su querida Rusia. Me encantó en cambio la historia del abuelo que sigue a pie juntillas lo que le dicen sus sueños.

Se cuenta que el abuelo  de Nicolai Gogol llamado Ivan a los catorce años sueña que se casará con una bebé y obsesionado por esa idea  se dedica a buscarla. La encuentra en un pueblo vecino y decide esperar a que crezca, la visita, le lleva regalos y juega con ella cuando es niña. Cuando ésta cumple trece años la pide en matrimonio comprometiéndose a esperar un año más para efectuar la boda, pero tiene otro sueño que le confirma que no hay duda de que ella es por lo que Iván precipita las cosas y el matrimonio se realiza a las dos semanas.

En el primer sueño es la virgen quien le indica su destino. La madre de Nicolái Gógol es una mujer muy bella y apegada a lo místico por lo que no se opone a la revelación y siente que el deseo de Dios está presente en su linaje. Nicolai tuvo siempre un gran afecto a su madre y cuando éste  muere a los cuarenta y dos años es preso de un deliro místico que lo lleva a quemar su última obra, la segunda parte de Las almas muertas que escribió durante diecisiete años. Gogol fue un solitario que nunca besó siquiera a una mujer, pues vivió siempre solo, al lado de Dios.

Carmen Tinajero

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