Filas interminables entran y apenas y se difuminan al interior del local, mientras los pasos hormiguean buscando un rincón donde detenerse a degustar una chela, pues aquí el alcohol es barato y la música, que lo invade todo, también emborracha. El ambiente es delirante, alucinógeno, luces de colores, muñecas decapitadas en las paredes, arte kitch, sillas y mesas de metal plegable como en las viejas cantinas arrabaleras, fotos del centro histórico, y presidiendo la asamblea de trasnochados, un enorme retrato sacrílego, que parodia el símbolo religioso más popular de México: un atlético “chacal” (como se llama a los chavos de rasgos chilangos que venden su amor en las calles de esta vieja ciudad), dentro de unos jeans entallados con el mismo diseño floral del vestido de la Virgen, una playera entalladísima color rosa con un cuello idéntico al de la santa y un gorro con estrellas, todo rodeado del resplandor guadalupano sin olvidar las rosas que adornan sus pies…
Mientras algunos que se creen intelectuales pontifican sobre “la posmodernidad”, los habitantes de esta ciudad fastidiada, sobrepoblada, de este país que se precipita a los infiernos a pesar de los gritos que exigen “¡No más sangre”; los desempleados como yo, los ninis, también los chicos bien, que se aburren de sus antros costosos con aromatizante y floreros en los baño; las parejas de casados, (juntos o por separado), los ejecutivos, los universitarios, los militares y los curiosos, en fin, los cazadores de emociones nos jugamos el pellejo para ir a perder la consciencia en estos arrabales de las calles del centro de la ciudad, que repentinamente se han puesto de moda. No importa que en la esquina la noche le saque brillos de ira al cuchillo, pues como dijo la canción, “aquí la vida no vale nada”.
Tan solo entrar, repentinamente ya tengo una chela en la mano, mientras María Daniela y su sonido laser nos introduce al delirio nocturno: “Me provoca el bar, cada vez más fuerte, /sentimientos encontrados / relaciones peligrosas / me voy acercando, bailo caminando / dame una copa que sea triple en las rocas / Si me toca el bar me provoca / torbellino de emociones / la estoy pasando bien”. Fluye el alcohol, cubetadas de cerveza clara y oscura, bara, bara… Y junto con el alcohol, la música, ahora es Kinky, que evoca el calderónico desastre de nuestra vida cotidiana: “La vida está por arrollarnos sobre el cruce de peatones / allá en el cielo llueven flores, aquí se llenan los panteones / Quiéreme, quiéreme, que el tiempo es humo / quiéreme, quiéreme que me esfumo.” Luego suena Shakira y un par de jotitas toman la barra y se contonean, “una loba en celo, tiene ganas de salir, auuuuuuuu”. Los ríos de gente me empujan, nos empujan, se han convertido en un mar que ahoga la consciencia, el antro está lleno, pero yo tengo otra chela, el alcohol comienza a tomar dominio de mi cuerpo, de repente hay un paréntesis a la música en español, y todo el antro se vuelve uno, todos cantamos a coro con Rihana, como una plegaria dirigida a ningún lado, desde el abismo de nuestras vidas posmodernas “I wanna take you away / Let's escape into the music DJ let it play / I just can't refuse it /Like the way you do this/ Keep on rockin to it / Please don't stop the, please don't stop the music! Sí, es una suerte de plegaria, ante el desastre cotidiano, ante el país que se cae en pedazos, ante la obscena incompetencia de los políticos, ante los intelectuales que prefieren buscar la posmodernidad en los libros y no en la realidad que padecemos; ya que no está en mis manos cambiar nada de ello, please, don´t stop the music!
Ana Osorio, Educadora (desempleada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario