El que tenga una canción
tendrá tormenta.
Silvio Rodríguez
A Manuel Alfonso Ovando Ovando
In memoriam
Manuel Ovando fue profesor de ciegos por más de nueve años. Durante ese tiempo enseñó a decenas de ellos a ver el camino donde la vida parecía más que oscura. No es una metáfora. En contraparte, descubrió con ellos que somos los demás, los normo-videntes, los que con demasiada frecuencia nos negamos a ver lo que es tan evidente: que el otro es, en última instancia, un otro yo.
Aferrados al paradigma de la Modernidad, con la racionalidad científica como valor fundamental, los docentes suponemos que el saber existe y que hay que transmitirlo al alumno. Pero ¿cómo enseñar a ver a un ciego? En su trabajo con personas que padecen ceguera adquirida, Manuel partió de una premisa diferente: “el ciego ya sabe hacer muchas cosas, pero la pérdida de la vista le hace suponer que ahora no las puede hacer”. Por consiguiente, la tarea educativa consiste en solicitarle al estudiante (a veces animarle, otras veces exigirle) que nos enseñe aquello que sabe hacer. Y el alumno se convierte en maestro.
Con este proceder pedagógico, un alumno de Manuel regresó a la carpintería y nos conmovió de alegría y angustia al verlo introducir la madera en la veloz y afilada sierra circular de banco. Otro estudiante recuperó su confianza (y su trabajo) como músico tecladista. Uno más estudia ingeniería en sistemas computacionales. Algunos más alcanzaron logros tan elementales pero significativos como salir de su casa y hacer nuevamente vida social. Todos con grandes aprendizajes para la vida, en el sentido más literal de la expresión. Y cuando el exceso de trabajo y las complicaciones institucionales le impidieron pasear por las calles de la ciudad con sus estudiantes, instauró una nueva estrategia: los ciegos con mayor destreza en orientación y movilidad acompañaron a los nuevos estudiantes.
Sabemos que después de una propuesta de innovación el docente es otro, o por lo menos no vuelve a ser el mismo de antes. Lo mismo ocurrió con Manuel. Sus preguntas por las capacidades de los sujetos con ceguera adquirida lo llevaron a preguntarse por las posibilidades de aquellos con ceguera de nacimiento y de ahí por las capacidades de los sujetos sin ceguera y por sus propias capacidades y por su ceguera personal y por la ceguera de los normo-videntes y por tantas y tantas cosas.
En este proceso de construcción de la vida del otro, el maestro se construye a sí mismo. Se pregunta por su ser. Pocos días antes de su muerte Manuel reflexionaba sobre el sentido de su vida y su labor docente. Apoyado en los tres principios de la orientación que utilizaba para dar clase a los ciegos se preguntaba para sí mismo ¿Dónde estoy? ¿Hacia dónde está mi objetivo? y ¿Cómo puedo llegar a ese objetivo? En el contexto de tal reflexión escribía que “Hay un propósito en la educación que no comprendemos. Se está en la búsqueda de respuestas, y quisiera poder ser quien les acompañe en ese caminar, pero reconozco que no se puede continuar desde la soledad, desde la individualidad”.
Esta reflexión no fue casual ni aislada. Se gestó en el intercambio frecuente con el grupo en que estudiaba la maestría en Educación Especial. Espacio en el que también nos dejó grandes aprendizajes. Con él aprendimos que su forma de trabajo es aplicable a todas las discapacidades (ceguera, sordera, discapacidad intelectual o motora), porque las mismas no están en la persona del otro, sino en nuestra propia incapacidad para confiar en ellos, para formarnos expectativas elevadas en torno a ellos.
En este sentido, con Manuel aprendimos que la educación no es un acto científico sino un acto humano integral. No implica sólo el saber racional del docente. Depende además de la relación de amor entre maestro y discípulo. No es un acto Moderno sino Posmoderno.
Es verdad que en la época denominada Modernidad el proyecto filosófico consistió (y consiste) en imponer la razón como norma trascendental a la sociedad y que la Posmodernidad se caracteriza -entre otras cosas- por el desencanto hacia la primera. No obstante, la época actual no renuncia (necesariamente) a los aportes de la ciencia, sólo reniega de su supremacía sobre los valores humanos.
La Posmodernidad trajo nuevas reglas del juego social. Si bien es cierto que se renunció a las utopías y a la idea de progreso comunitario para abrir el camino a la superación individual e individualista -lo cual constituye una de sus más fuertes críticas- también trajo la posibilidad de redirigir la mirada hacia el sujeto que mira.
Ese fue el último gran proyecto de Manuel: mostrar en su tesis de maestría su propia transformación. La de un maestro ciego que se creía normo-vidente en otro que aprendió a ver a través de la mirada de sus alumnos ciegos. Ya no podremos ver esa tesis, pero la leeremos con el corazón.
Miguel Angel Escalante, Docente y Dr. en Linguística
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