domingo, 1 de mayo de 2011

Editorial: Posmodernismo


En el actual Contrafirma® hemos querido reflexionar sobre un tema que, fuera de los círculos académicos o filosóficos, no tiene mucha difusión. Escribir sobre posmodernidad ha resultado difícil de a ratos; y esto probablemente debido a la poca disposición señalada del concepto. Aún así, en esta edición disponemos de varias perspectivas intelectuales y artísticas que han tomado de modo personal aquello vinculado para cada escritor con la palabra posmoderno.

El concepto fue empleado desde mediados del siglo XX en diversos ámbitos, pero fue el filósofo Jean-François Lyotard quien lo popularizó a partir de su memorable obra “La Condición Posmoderna”. Este trabajo le fue encomendado en los años 70´s del siglo pasado por el ministerio de educación de Quebec. Ellos quería saber cómo reestructurar sus planes de estudio y sistema educativo a fin de brindar a sus jóvenes una formación acorde a los tiempos, los cuales ha de recordarse, habían visto dividirse al mundo entero en dos grandes núcleos de poder político y militar, así como habían visto también el frenético avance de la tecnología y la amenaza de exterminio nuclear.
En ese texto, Lyotard explica cómo las condiciones del conocimiento en el mundo habían cambiado, los discursos en los cuáles éste se manifestaba tenían ahora una función y una estructura radicalmente distinta de lo que habían sido en el largo periodo llamado “era moderna”. Si bien no es fácil precisar las fechas de tal era, sí podemos señalar algunas de sus características: Pretensión de completud explicativa (la física de Newton, la filosofía de Aristóteles), de exactitud representativa y rigurosa perspectiva (Leonardo Da Vinci, Botticelli), de antropocentrismo en cuanto al agente de la voluntad humana (René Descartes, Augusto Comte).

Así también, Lyotard muestra explícitamente el papel que juega en la aceptación de los discursos (y no en su verdad) la autorización. Ya no es la palabra de una gran autoridad la que garantiza la veracidad de los discursos sino su carácter performativo, es decir, la capacidad de los discursos para “hacer cosas” o mover a las personas a aceptar cierto estado de realidad social. En un mundo que ha dejado de creer en los maestros, los padres, los dioses, se imponen cientos de micro discursos que pretende llevarnos a donde le conviene a tal o cual grupo humano. Ha dejado de ser primordial la justicia y la verdad para dar peso a la utilidad de las cosas y los actos humanos. De allí, de acuerdo a Lyotard, que el capitalismo y el consumismo sean ahora los criterios de validación de los discursos y no ya la ciencia o la religión.
Los invitamos pues, amables lectores, a acompañarnos en la visión que nuestros contrafirmantes han plasmado en esta edición a propósito de tan peculiar temática.

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