Los planteamientos iniciales de la postmodernidad comenzaron siendo incisivamente críticos y transformadores. Se planteaba que los ideales de la modernidad no se habían alcanzado, que el proyecto moderno de bienestar educativo y económico para la mayoría, había ya fracasado y se debía pasar a una nueva era, un nuevo proyecto de civilización. Pero estas propuestas pronto fueron sustituidas por las propuestas que conocemos, más adaptadas y conformistas. Una arqueología de la historia del pensamiento filosófico nos muestra como en México la posmodernidad se ha convertido en una paradoja psicopolítica. Sin haber vivido plenamente la modernidad con sus beneficios plenos en el ámbito educativo, la tradición crítica y el laicismo, la postmodernidad contribuyó al crecimiento del conservadurismo filosófico. Las consecuencias negativas que ha procreado la proliferación postmoderna han propiciado entre otras, mantener al margen la concepción dialéctica de la filosofía, la razón y la conciencia. Descartes no dialectizado. Esta fenomenología de la postmodernidad a la mexicana se puede observar en lo que sucede hoy en México, en la calidad del debate y el nivel en que se presentan los argumentos del conservadurismo neokantiano y racionalista, y la manera en que pueden explayarse a sus anchas, ciertos personajes de una intelectualidad contraria al espíritu de la ilustración, sabiendo que su formación, escasamente superior al término medio, los faculta para situarse en una posición ideológica activamente conservadora, y aún así manifestarse como herederos de la tradición liberal. En los hechos políticos se trata de los defensores, por omisión o comisión, del gobierno de derecha, preferible para ellos, con todo y sus excesos sangrientos, a la posibilidad de un gobierno de izquierda. Las consecuencias del postmodernismo despolitizado se puede ver también en la continuidad del desastre educativo y la deplorable cultura política de la militancia de izquierda. La mayoría de los líderes de opinión de la izquierda son fácilmente rebasados por los tecnócratas en su actual estado de horfandad intelectual. La heroica voluntad y la posición combativa no suplen la necesidad estratégica del pensamiento político ilustrado tan imprescindible para hacer un frente de debate que desenmascare a los adversarios políticos. Se trata de un frente de batalla en el ámbito de las ideas que se propagan demasiado lentamente no digamos entre la población esencialmente joven y universitaria, sino entre la militancia más decidida. No existen las condiciones ni el tiempo necesario para propiciar un clima intelectual que naturalmente pueda avanzar más allá de la gazmoñera pudibundez mediática acompañada de su obscena radicalidad proclive a la militarización represiva y sangrienta que estamos viviendo. ¿Hasta cuándo? Es un tema altamente postmoderno.
Edwin Sánchez, psicoanalista y catedrático
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