lunes, 30 de agosto de 2010

El jardín de la señora Murakami

Mario Bellatin es un descubrimiento reciente para mí. Hace unos días leí su cuento llamado Biografía fantasma, en la revista Letras Libres de agosto del 2007 y de inmediato sentí que valía la pena su escritura, fue entonces cuando me tropecé con El jardín de la señora Murakami que me pareció genial. Es un libro culto y riguroso que nos transmite las costumbres orientales, las creencias y sentimientos de los personajes mostrándonos el contexto exacto donde la escena tiene lugar sin nombrar ningún país y ninguna ciudad en específico.

Quiero hacer unas reflexiones sobre éste, sin contarlo porque le quitaría el lector la oportunidad de degustarlo por sí mismo y al mismo tiempo no me atrevo a dejarlo pasar sin decir algo sobre él en relación a los efectos que causó en mí.

Habría muchas cosas que comentar pero solamente quiero hacer énfasis en su dimensión trágica. Pienso que es una obra trágica porque la señora Murakami es ajena al drama que como torbellino la arranca de la vida y al terminar el libro me queda la impresión de que la señora Murakami, no existe, tampoco su jardín.

El autor pone en claro que la existencia depende de cosas muy ajenas a ser engendrado y da una relevancia extraordinaria al mundo subjetivo en el que nuestros actos siempre tienen consecuencias estructurantes. La joven estudiante que vive apegada a las costumbres milenarias de la sociedad burguesa se siente tentada a cambiar, a lograr una posición intelectual y artística que la saque de ese mundo tan convencional, tan hecho. Sin embargo se cuida muy bien de conservar el estilo que le corresponde de acuerdo a su linaje. Vive muy bien, tiene una dama de compañía que le permite desentenderse de las actividades domésticas excepto el cuidado de su padre enfermo del que ella se encarga acuciosamente. Digamos que es una joven rebelde pero temerosa de Dios.

La señora Murakami no se explica por qué los hombres la dejan, pero no se lo pregunta tampoco, se deja llevar como si ella no tuviera que ver con el destino que la arrastra. En cada acto de su vida ella pareciera decir: las cosas son así.

Al encontrarse un día con el señor Murakami, se siente obligada a hacer una fuerte crítica a lo que él ancestralmente atesora, pero no advierte qué es lo que le atrae de ese personaje controvertido y extraño al que percibe que está ligada. Lejos de acercarse a él, que al conocerla queda fuertemente impresionado con su finura y su belleza, rechaza los regalos que éste le manda sin demostrarle que le fascinan y se une a los enemigos de Murakami entablando una encarnizada lucha contra lo que ama, sin darse cuenta.

La señora se empeña en hacer público que el señor Murakami no es de los suyos y se empeña en demostrarlo aun cuando algo muy fuerte se revuelve en sus entrañas, pues la atrae sobremanera.

Sin preguntarse nada, sin aclarar nada con él, ¡sin advertir lo que ella misma hace! sigue adelante y ¡es asombrosa su pretensión de que la ame sin advertir que las estocadas tienen consecuencias fatales!

Ella supone que él la sigue amando como antes de que ella se declarara su enemiga y lo humillará descalificando lo que para él era tan familiar y tan valioso. Pero el señor Murakami, que es un hombre inteligente y sensible, le quita a su amante enemiga, todo aquello que la hacía existir incluyéndolo a él, por supuesto.

En la novela la señora Murakami es una sombra, nos parece que ha existido cuando Bellatin cuenta su historia pero como ella no puede advertirlo permanece muerta en lo que pudiera haber sido su vida.

Bellatin nos muestra que la vida tiene un precio y si pretendemos ignorarlo habremos de pagar con nuestra propia existencia. Es la ley del talión lo que pone en juego su propia historia pero lo siniestro, lo verdaderamente trágico no es el monto del precio sino la ignorancia de la deuda.

Carmen Tinajero,

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