lunes, 30 de agosto de 2010

Homofobia:violencia y autodesconocimiento

El 17 de mayo de 2005, promovido por Louis-Georges Tin, se celebró por vez primera la “Jornada mundial de lucha contra la homofobia”; 15 años exactos desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidiera suprimir la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Aún así hoy día, la actitud generalizada de los adultos ante la salida del closet de sus hijos suele oscilar entre el escándalo, la frustración, el enojo y la visita al psicólogo. Claro, hay quienes además o en vez de, van con el pastor, el cura, el psiquiatra o el exorcista. El recibimiento dado en estos ámbitos al sujeto, la más de las veces suele responder a la moral cultural heteronormada en la cual vivimos.
Resulta pasmoso saber frecuentemente de casos en los cuales varones jóvenes son remitidos por el psicólogo al laboratorio químico para realizarles perfiles hormonales de testosterona, y bochornosas exploraciones médicas a fin de descartar organogénesis ante la abierta aceptación de sus gustos eróticos. Que algún médico poco informado proceda de éste modo es comprensible, pero que un psicólogo responda con criterio tan obtuso ante una manifestación particular de la sexualidad humana, habla del poco profesionalismo de algunos clínicos, por un lado, y del constante y ciego intento por identificar “salud mental” con normalidad estadística. Lo normal es aquello que más se repite, y lo bueno depende de los valores propios de la moral en turno que califica a tal o cuál comportamiento humano como aprobado o rechazado.
¿Por qué la elección de una persona del mismo sexo como objeto amado sigue generando escándalo y rechazo, y peor aún, cuál es la base de esa actitud tan terrible y destructiva llamada homofobia?
Si damos por sentado que los gustos homosexuales son patológicos, malos y condenables per se, si nos tragamos el anzuelo de la supuesta naturalidad genética del amor heterosexual y, si guiados por una autocomplaciente bondad, tratamos irreflexivamente de conducir al prójimo hacia “el camino del bien”, estaremos ensanchando la brecha entre los buenos y los malos, estaremos violentándonos.
Esto sin duda en detrimento de nuestras vidas y nuestra libertad. ¿Acaso el odio y el amor no son caras de la misma moneda, el bien y el mal no son dos nombres para una misma pulsión humana?
Freud estudia de cerca en tres ensayos para una teoría sexual el desarrollo del placer y la emergencia de la sexualidad en los niños; para la primera década del siglo XIX, estas investigaciones despertaron el odio furioso de muchos sectores de la sociedad pues mostraban que el recién nacido era capaz de experimentar sensaciones placenteras de índole sexual, las cuales iban focalizándose en diversas partes del cuerpo durante el crecimiento: la boca, el ano, los genitales. También halló la bisexualidad en la base de la sexualidad. Sólo a través de la educación y la cultura, el niño o la niña se inclinan más hacia un sexo o el otro. Así mismo sabemos que los seres humanos albergamos dos inclinaciones de la misma intensidad y con igual presencia: la pulsión de vida y la de muerte (Thánatos, destrucción). Thánatos nos incita a realizar actos de alto riesgo los cuales proporcionan enorme cantidad de placer o goce pero acarrean consecuencias mortíferas. En este sentido, la agresividad es entendida como una violencia dirigida hacia otro quien está ubicado para nosotros en un lugar que nos debería pertenecer: odiamos a quienes más se nos parecen. A este fenómeno se le denomina identificación: sin darnos cuenta vemos atributos nuestros en el vecino y a la vez rechazamos en “los demás” nuestras inclinaciones intolerables, distintas al ideal que tengo de mí mismo.

La otra cara de la homosexualidad masculina es la súper valoración de la virilidad, al respecto menciona Tin: “El culto del poder físico y sexual inherente a la constitución de la identidad masculina, al menos como se concibe en nuestras sociedades, tiende a valorizar y por lo tanto a favorecer, las demostraciones de fuerza, por más brutales que sean, lo cual permite comprender la correlación totalmente sorprendente entre violencia y masculinidad”. La homofobia corresponde entonces a un rechazo violento de todos aquellos ajenos al ideal (imaginario) del hombre o mujer pretendidamente natural. Ello nutre el impulso dado por nuestras sociedades a la violencia como atributo de un supuesto hombre absolutamente masculino.
“(…) los vínculos de esta cultura de la identidad masculina y de la fuerza viril no se perciben a primera vista, pero sin embargo explican que a menudo los hombres más violentos sean al mismo tiempo los más homófonos y los más sexistas (denigración al genero femenino) y, por otro lado y al mismo tiempo, profesen una pasión completamente profunda y sincera por la mujer.”
La violencia ha impregnado de sangre nuestras ciudades y amenaza el mundo en el cual vivirán nuestros hijos. Considero importantísimo no condenarnos a la destrucción cerrando los ojos ante la verdad propia que nos es ofrecida (inconcientemente) por aquellos a quienes consideramos diferentes. La religión propone ofrecer la otra mejilla, el conocimiento de sí invita a preguntarnos -quién soy, qué estoy haciendo con mi vida, qué parte de mí tiene ese otro a quien detesto, quizá injustamente.

Angel Pereyra

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