lunes, 30 de agosto de 2010

La vigencia del psicoanálisis

En más de una ocasión he escuchado a psicólogos y estudiantes de psicología preguntar por la vigencia del psicoanálisis, “¿qué acaso no tiene ya 100 años?”, se preguntan. Para ellos la respuesta está en la misma que se plantean, pues califican al psicoanálisis de viejo. A propósito de la lamentable muerte de José Saramago, él decía que en esta sociedad la ciencia nos ha castigado con una longevidad que nunca antes había alcanzado la humanidad, pues no se quiere a los viejos ya que no sabemos qué hacer con ellos.
El psicoanálisis no necesita que lo defiendan ante la pregunta que inicia esta disertación. La clínica psicoanalítica, y el conjunto de teorías que la sostiene, permanecen vivos a partir de sus efectos. Los sujetos que entran a consulta salen otros, setransforman, viven un “antes” y un “después”, aún mejor, un “desde que”.
El psicoanálisis trabaja con la palabra del sujeto sufriente que hace una demanda de cura. Esa palabra es la promesa de vida de la clínica psicoanalítica, aquella que la medicina se ha negado a escuchar. Larga vida al psicoanálisis que escucha las palabras del doliente para así hacer tratamiento desde el alma.
Freud nos enseña que el cuerpo y el alma son uno y lo mismo: aquel sufriente que cruza el umbral de la puerta de nuestra consulta padece del cuerpo y, por lo tanto, del alma. Mientras la ciencia aborda el cuerpo preocupándose por los procesos mórbidos padecidos por el organismo, así como de aquellos microorganismos que provocan enfermedades, el psicoanálisis asume los nexos entre lo corporal y lo anímico, nexos cuya existencia es innegable. La ciencia no cesa de intentar (intento por demás destinado al fracaso) estudiar el cerebro, así como el sistema nervioso en su conjunto, con el fin de encontrar ahí las respuestas a nuestro padecer. Es el psicoanálisis quien, por otro lado, no cesa de señalar que el sufrimiento no proviene sino de la influencia perturbadora de la vida anímica sobre el cuerpo.
La medicina, ante la dificultad de curar los síntomas histéricos, envía al doliente de nuevo a casa, padeciendo éste la imposibilidad de una cura. La psicología envía al doliente al médico, pues considera que el cuerpo no es de su menester. El psicoanálisis, sin embargo, se hace cargo del discurso que el paciente elabora respecto a su síntoma, respecto a tal o cual parte del cuerpo en el que su historia tiene que ver. El psicoanálisis, en consecuencia, hace caso del cuerpo doliente.
Para ser un tanto foucaultianos digamos que el psicoanálisis se trata de una búsqueda, de una práctica, de una experiencia por la cual el sujeto opera sobre sí mismo las transformaciones necesarias para tener acceso a la verdad: estamos ya en el carácter espiritual del psicoanálisis.
Emprender un análisis, ir a análisis es tener cuidado de sí, es la prueba fehaciente del cuidado que se tiene del ser mismo de uno.
Para concluir traeré a estas líneas lo que nadie puede decir mejor que Jean Allouch: Demandar un análisis, comprometerse con él, llevarlo a su término, es haber percibido, por la gracia del síntoma, que era calamitosa la manera en que, hasta ese momento, uno cuidaba de sí.

Daniela Hernández

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