sábado, 2 de abril de 2011

Diseño corrupto

Hace unos días, cuando me solicitaron que escribiera algo referente a la corrupción en el diseño, de entrada, el tema se me hizo ajeno; sin embargo, después de analizarlo me pareció lo contrario y por demás interesante al igual que vasto.

Durante el tiempo que he ejercido esta profesión por la que siento un profundo respeto y una gran pasión, me ha tocado ver de todo y pasar por todo, tanto en los proyectos que me son encomendados como en la docencia.

La palabra corrupción viene del latín corruptus, que significa “destruir o romper” y se relaciona directamente con la confianza. Es decir, quien incurre en la corrupción rompe o destruye la confianza que los demás han depositado en esa persona. Corrupto, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, define esta palabra como algo o alguien que se ha dejado sobornar, pervertir o viciar.

Ahora bien, ¿cómo, entonces, en el diseño pueden darse casos de corrupción? Si nos remontamos al origen, a las aulas de la universidad, donde el futuro diseñador se formará, podremos ver muchos ejemplos. A continuación presento uno que me tocó vivir.

Hace algunos años, mientras impartía la materia de Identidad visual, solicité a dos alumnas que diseñaran el logotipo para una empresa que operaba sin fines de lucro y cuya labor social era bastante loable. El logotipo, así como el resto de su identidad visual serían determinantes para proyectar una imagen profesional, mediante la cual se obtendrían fondos para seguir operando. El día que a las jóvenes les tocó hacer su exposición, presentaron una solución gráfica que era idéntica a otra que había sido publicada por una reconocida editorial a nivel internacional; de hecho, ningún trazo cambiaba si ambas se superponían. Negaron todo y hasta se indignaron ante mi llamada de atención. Así que en la siguiente clase decidí llevar el libro para demostrar que lo que decía era cierto. Las dos jóvenes se quedaron sin argumentos y fueron remitidas al consejo académico; ahí declararon que ellas no eran culpables, pero admitieron que le habían pagado a un compañero, también diseñador, para que les hiciera el trabajo y que jamás imaginaron que esa persona haría un plagio. Si por alguna razón esta acción poco profesional no hubiera sido detectada a tiempo, la empresa contratante hubiera incurrido en un delito, al igual que las “creativas” y el “solidario” compañero que por unos pesos las “ayudó”.

Imaginemos lo anterior en un contexto distinto donde podremos evidenciar mejor lo grave del caso. Pensemos que un profesor de la carrera de Ingeniería civil solicita a los alumnos de octavo semestre el cálculo estructural para ganar un concurso de un edificio que está a punto de ser construido. Éstos, por negligencia, flojera o apatía acuden a otro compañero, quien copia literalmente los cálculos de un edificio cuyas características y dimensiones son muy diferentes y cuya carga es bastante menor. Ahora, supongamos que el profesor no se da cuenta del error y el proyecto, por alguna mala jugada del destino, gana. No quiero imaginar ni por un instante la evidente catástrofe en la que, con toda seguridad, muchas personas perderían la vida.

Veamos el siguiente ejemplo hipotético. A un diseñador profesional le es encomendado un proyecto: el diseño de un empaque para una bebida energética. El cliente le explica las bondades y ventajas del producto; sin embargo, omite que a la larga tiene efectos secundarios irreversibles: daño al sistema nervioso central, al corazón, a los riñones y al páncreas. El diseñador, confiando en la información que le fue proporcionada, comienza a trabajar en el proyecto. Con el fin de conocer más acerca del tema, investiga y encuentra bibliografía donde descubre lo que el cliente omitió. Así que solicita una nueva reunión. El cliente trata de tranquilizarlo explicándole que hay muchas bebidas similares en el mercado y que ninguna menciona estos daños. El sentido común del diseñador le dice que algo no está bien y que la explicación del cliente no es del todo convincente. Le hace ver que esto es serio y que está de por medio la salud; incluso, la vida de mucha gente. El cliente minimiza la observación y le menciona que si logra hacer un empaque atractivo y vendedor, promete darle más trabajo, garantizándole ingresos permanentes durante un largo período de tiempo. Ante tan tentadora oferta, el diseñador accede y crea un envase y etiqueta espectaculares. En cuanto es lanzado al mercado, las ventas se disparan dramáticamente y la bebida se convierte en un fenómeno mercadológico. Dos meses después aparece un comunicado en los principales periódicos nacionales, los encabezados hablan de gente hospitalizada en estado crítico, muy grave y muchos han comenzado a morir a causa de una nueva bebida energética, curiosamente, la misma que este cliente sin escrúpulos había lanzado al mercado, apoyado por un diseñador ambicioso. Reza el dicho, “tanto peca el que mata a la vaca como el que le detiene la pata”.

Otro caso hipotético podría ser el que planteo enseguida. Comienzan las elecciones populares para elegir a un nuevo alcalde. El candidato convoca a su equipo de trabajo y solicita el apoyo de una empresa de diseño para realizar la identidad visual que dará personalidad a la campaña. Como dato importante, cabe mencionar la pésima reputación del candidato, así como los malos manejos en los que se ha visto involucrado durante su trayectoria política. Por consiguiente, debe recurrir, además, a una agencia de mercadotecnia para crear toda una estrategia (marketing político) que reconstruya su reputación. El despacho de diseño tiene que lograr que, visualmente, la campaña invite a la votación por este sujeto y que, además, ayude a que se muestre confiable, humilde y preocupado por los intereses del pueblo. “Si ganamos, durante toda mi gestión serán mi despacho de cabecera, el que se encargará de manera oficial de la comunicación visual del gobierno municipal. Habrá trabajo y mucho dinero [del pueblo, por supuesto]”, explica el político, con cierto aire irónico, a los diseñadores y mercadólogos.

Creo que está por demás ahondar en el caso descrito arriba, sabemos bien lo que sucederá; siempre habrán muchos dispuestos a ser cómplices del engaño. Por fortuna, también habrán otros -los menos, por desgracia- que rechazarán la tentadora oferta. Si el nefasto candidato gana, también sabemos cuál será el final de la historia a la conclusión de su mandato. Pero, ¿cuál será la de los diseñadores involucrados? Dejo a los lectores sacar sus propias conclusiones.

Último caso hipotético y uno de los más comunes: la crema milagrosa. Un laboratorio mediocre, a punto de irse a la quiebra, necesita urgentemente un producto que lo salve del inminente fracaso que se avecina. Los socios se reúnen y deciden hacer una riesgosa jugada, cambiar la identidad de una crema lubricante para venderla como “un maravilloso producto anti-edad”. ¿Les suena familiar? ¿Han visto algo así en alguna parte? Seguro que muchos lectores -sobre todo, lectoras- se han topado con estos frecuentes engaños. Como la situación financiera de la empresa no es la mejor, buscan a un diseñador freelance (independiente). Hablan con él y le explican que necesita tomar una serie de fotografías de varias personas que ya comienzan a mostrar los estragos del tiempo en su cara y que debe retocarlas digitalmente para que parezcan más jóvenes. En pocas palabras, hay que trabajar las imágenes en Photoshop, un programa de edición y manipulación digital. Eso sí, es importante conservar las tomas originales, a fin de mostrar el dramático “antes y después”. La campaña publicitaria se apoyará en las fotografías para persuadir (¿manipular?) al mercado y vender la crema. El diseñador propone que es mejor presentar los casos de estudio reales. El cliente le explica que la documentación se extravió y que por ello es necesario hacer lo que le está solicitando. A sabiendas de que esto es un fraude, el diseñador accede, pues no le parece algo grave. El resto de la historia también la dejo para que cada quien la concluya como mejor le parezca.

Si tuviera que hablar de más casos, seguro este artículo terminaría convirtiéndose en un libro y, luego, en una colección de varios tomos. A lo largo de la historia la corrupción siempre ha estado presente en todas las disciplinas, sería ingenuo suponer que en el diseño gráfico el fenómeno no se da. Debido a que el mercado y hasta el diseñador mismo, en ocasiones, entienden a esta profesión como arte, lo cual es muy triste y vergonzoso, minimizan lo delicado del tema. Aun cuando el arte posee un estrecho vínculo con el diseño de la comunicación visual, su función es harto diferente. El artista trabaja para sí mismo, el diseñador lo hace para lograr un objetivo: comunicar de manera organizada, eficiente y eficaz un mensaje que será decodificado mediante la vista.

El ser humano, al contrario de la mayoría de las especies animales, salvo casos como ciertas aves y felinos, confía en su sentido más desarrollado, el de la vista. El diseño gráfico puede convertirse en un arma poderosa que, sutilmente, es capaz de manipular. De ahí lo grave del escaso entendimiento de sus alcances.

De igual manera, ser corrupto no se limita solamente al soborno, también está ligado con acciones negligentes por parte del prestador del servicio. Por ejemplo, cuando le es solicitado un trabajo y con plena conciencia lo hace mal o con descuido, a pesar de que conoce el daño que puede causarle al cliente. También, cuando suele adjudicarse los créditos que le corresponden a otro u otros. Cuando intenta resolver un proyecto y sin conocer a fondo la problemática no informa al cliente de su incapacidad para solucionarlo de manera adecuada.

Con base en los casos y puntos de vista que expongo antes, considero que los valores éticos y morales en el ejercicio de la profesión del diseño gráfico son un asunto de alta prioridad. Las universidades deben incluir una materia que aborde el tema y ahonde en él durante toda la carrera, a fin de formar diseñadores éticos y conscientes del impacto de su trabajo en la sociedad y en la economía. No se trata de darles una “embarrada” sino de sumergirlos en la problemática y obligarlos a pensar, razonar y sacar conclusiones.

Es un hecho que nunca dejará de existir el frijol en el arroz: el diseñador que nació para ser corrupto, pero si no propiciamos el cambio ni insistimos en la importancia de los valores, el arroz se saturará de frijoles y, tarde o temprano, éstos siempre terminan agriándose.

Juan Carlos García, Lic. en Diseño Gráfico


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