Los niños y adolescentes marginados que viven en México, es decir la mayoría de la población total de menores de 18 años, pasan a formar parte de una juventud donde la función educativa ocupa un lugar cada vez menos importante en sus vidas. Es la calle y sus bandas, sus pandillas, la zona de socialización urbana que mas los seduce, los invita, los acoge, los protege, y les impone sus reglas y su cultura. Así el pasaje socializante de la niñez a la pubertad o de la pubertad a la adolescencia tiene lugar, cada vez más en la calle. En gran número también las familias, predadoras y violentas los empujan a salir a buscar algo mejor, pues la institución familiar también decae progresivamente en cumplir su función conductora, delimitante y diferenciadora, por la vía de la normatividad y la ley. Esto es bastante claro con respecto a la ausencia de padre o de padres inmersos en la ilegalidad, la transgresión o el analfabetismo disfuncional. Las nuevas generaciones paulatinamente vienen al mundo de la socialización y los intercambios primarios, sin haber pasado por la transmisión normativa, lo cual los hace más atrevidos, impetuosos, y refractarios a una conducción educativa. En la calle, los grupos generan su propia cultura, sus reglas de convivencia, su manera de hablar y de vestir y su propia ley que termina siendo la ley de la calle, la ley del más potente. Expuestos a la intensidad sin mediaciones normativas, las drogas, la violencia, la delincuencia, van ganando terreno en sus vidas. En este sentido podemos decir que estamos asistiendo al fracaso civilizatorio de la función escolar. Es decir el Estado cada vez más deja de tener injerencia delimitante y formadora en la conducción de los potenciales ciudadanos que integran una nación. Es una de las lecturas que acepta la creciente deserción escolar. De esta manera las bandas juveniles convencen fácilmente con sus nuevas reglas, sin proyecto ni pacto social, sin más porvenir que el consumo inmediato que rodea la vida transgresiva y su consecuente derroche de dinero inmediato, temerariamente obtenido. La posibilidad de convertirse en adulto es para ellos demasiado lejana, casi improbable, sus parámetros psicosociales no alcanzan a generar proyectos de vida. Sus planes no van más allá de un futuro inmediato. En este contexto de varias generaciones de transmisión normativa deficitaria se empiezan a conocer los casos de adolescentes transgresores que a los 16 años tienen ya una carrera de adicciones y actividades delincuenciales. La degradación de las condiciones normativas estructurales que hacen posible la reproducción de la vida, favorecen estos fenómenos preocupantes que indudablemente van en aumento. Es decir los números y porcentajes de medición poblacionales que documentan el aumento de la delincuencia tienen su origen en la caída de la legalidad, la normatividad, la Ley y sus otrora figuras e imágenes representantes. La imagen emblemática de quien representa el orden normativo ha dejado de ser verosímil, no existe más. Ha de observarse de manera urgente que nuestro proyecto civilizatorio está perdiendo la capacidad de incorporar a su población a una vida integrada a los intercambios necesarios que hacen posible la vida dentro de los parámetros de la normatividad, la reciprocidad, y el pacto social.
Edwin Sánchez, psicoanalista y catedrático
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