Cuando leí El proceso de Franz Kafka hubo un momento en que me angustié por lo que el autor planteaba en su novela: en este mundo de leyes hechas por el hombre, todos somos culpables. Me pareció angustiante y hasta me hizo desistir terminar de leerla, pues todo lo que vivió el Sr. K en su proceso -salido de la nada- me pareció absurdo y loco a la vez. Sin embargo, ahora que me ha tocado estar muy cerca de la ley, por circunstancias adversas a mi familia, me doy cuenta, clara y horrorosamente de la gran verdad que enuncia la novela y que el artículo 18 de la constitución mexicana que dice “se presume que todo acusado es inocente hasta que se pruebe que es culpable” y en el artículo 11 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, sólo se queda ahí, en el decir, pues en el paso del dicho al acto de aplicarla cuando es requerida, esta frase se invierte y parece ser que todas las leyes inscritas en los juzgados están hechas para que todo aquel que caiga en sus manos ´sea culpable hasta que se demuestre lo contrario´ tal como sucedió a unos amigos y a mi cuñado, coincidentemente, unas semanas atrás.
Cuenta una amiga que a su esposo cuando salía de una tienda lo detuvieron cuatro hombres que decían pertenecer al sistema judicial. En un primer momento este se opuso a la detención pues sabía que nohabía cometido delito alguno y como los judiciales insistieron en que él era culpado por robo les pidió la orden de arresto y las credenciales que los acreditaban como judiciales pues los cuatro iban vestido de civil. Mi amiga cuenta que su esposo entró en un estado de shock pues la desconfianza que esos cuatro hombres le transmitieron le hizo pensar en un posible secuestro. El caso es que cuando lo presentaron esposado ante la persona que lo acusaba, esta negó que fuera él el delincuente y lo dejaron en libertad. Mientras tanto el rato de zozobra en que estuvo, nadie se lo quita, pues estar en la mano de la justicia para él fue equivalente a estar en la mano de la injusticia.
Mi cuñado tiene qué trasladarse a su trabajo por carretera federal, y en estas últimas fechas han estado haciendo trabajo de mantenimiento. Él, al mirar el señalamiento de uno de los trabajadores que le indicó detenerse, bajó la velocidad y se detuvo. Lo mismo hizo el conductor del auto que le seguía pero el que iba detrás de este, un taxi, no pudo frenar a tiempo y colisionó fuertemente con el segundo coche y éste con el primero que era el de mi cuñado. El chofer del taxi en un momento inadvertido por los otros se dio a la fuga y cuando llegó el federal de caminos, después de momentos de plática, detuvieron a mi cuñado y al otro conductor del auto golpeado porque hubo heridos en el taxi y mientras no apareciera y compareciera el chofer causante del choque estos serían los responsables de las personas heridas. Y así, sin deberla ni temerla, además de salir afectados sus coches, ambos conductores pagaron el precio de su inocencia en ese accidente con dos días y una noche encerrados en los separos de la Procuraduría General de Justicia, pagando unos buenos miles de pesos cada uno para tener derecho a la libertad y además, de dar unos cientos de pesos clandestinamente a los celadores para que los ahora “culpables” del hecho fueran tratados “humanamente” mientras estuvieran encerrados.
Cosa similar le ocurrió a una compañera de trabajo, quien iba en su coche manejando en la noche y de pronto se le atravesó un hombre en la carretera, esta frenó pero no pudo evitar darle un golpe y este cayó al asfalto. Lo primero que hizo ella fue bajarse y ver al hombre que resultó con algunos raspones en la cabeza y estaba ebrio. Llamó a la ambulancia pero él no quiso ser atendido y se fue a su casa. Cuando llegaron los agentes de tránsito el atropellado ya se había ido, y aunque mi compañera les dijo que ella venía manejando con prudencia y que este había salido repentinamente a la carretera, la llevaron detenida bajo el argumento de que el hombre podía levantar una demanda en su contra. El caso es que el hombre no apareció en toda la noche ni en los días venideros y mientras tanto, cuenta la maestra, se la llevaron esposada y la metieron a una celda tratada como una delincuente y que cinco horas después salió, no porque el afectado no haya ido a declarar en su contra o a su favor, sino porque su marido tuvo que soltar unos miles de pesos para que la dejaran libre, con la consigna de que la averiguación quedaría abierta por si se presentaba el “afectado” a declarar.
Entonces nos damos cuenta de que en esta sociedad de instituciones corruptas no importa si eres culpable o inocente y que sólo sale libre aquél que puede pagar la cuota que le asignan entre la fianza, el carcelero, los abogados, jueces y otros funcionarios; o aquel que mantiene relaciones públicas con algún influyente quien con sólo hacer una llamada por teléfono a quien esté a cargo del caso le indique lo que debe hacer al respecto.
Queda la interrogante ¿yo de qué lado estoy? Pero sobre todo ¿yo, quién soy, qué soy en esta sociedad al parecer inevitablemente corrupta? ¿Soy uno más del montón que por x o y causa no puede destrabarse de la telaraña soberbia y corrupta del poder o soy un Zavalita, protagonista de la novela Conversación en la catedral de Mario Vargas Llosa, quien pagando el precio del exilio familiar y social en un Perú corrupto, logró ser en un lugar donde pareciera que lo único que no se puede es ser? Tú ¿de qué lado estás?
Magnolia Vázquez, Mtra. en Letras
No hay comentarios:
Publicar un comentario