sábado, 2 de abril de 2011

A propósito del “caso Kalimba”

Hace varios años casi no veo tele, mucho menos Televisa o Tv Azteca, pues los contenidos de estas últimas me parece que no merecen mi atención. Pero la televisión nos persigue, parece ser omnipresente, permea nuestras vidas aunque intentemos resistirnos a ella, llena los titulares de los periódicos con sus personajes, sus “estrellas” sin ningún mérito académico dan conferencias y pontifican sobre cómo debe ser la vida y cuales los valores que debemos seguir; la tele también se inmiscuye en la política y sus actrices se han casado hoy y ayer con políticos, haciendo de ello un show mediático y hasta ridículo del que las multitudes están ávidas. Así, parecía imposible no toparse aquí y allá con el  “caso Kalimba”. No voy a reseñar algo que muy probablemente el querido lector también ha tenido que padecer en todas partes, más bien quisiera narrar algunas ocurrencias  a propósito de este asunto.
  
Por principio, sin tomar partido por el acusado o la acusadora, sino mirando el caso en contexto, cuando México vive una situación de desintegración social y económica pasmosa, ¿qué relevancia tiene el feroz seguimiento por parte de los medios de una acusación que a fin de cuentas es un asunto de particulares? Se diría que se trata de una figura púbica y por tanto, su vida y aún los detalles de su intimidad le pertenecen a su público, pero, ¿qué hace de esta persona patrimonio o propiedad de los telespectadores? Y ahora no se diga que su talento, pues francamente dudo de ello, ya que sin haberle prestado atención a su música, dudo mucho que él escriba sus propias canciones por una sencilla razón: Kalimba no sabe escribir.

No se trata de que nuestro personaje no haya pasado por educación primaria y tenga tal vez hasta título universitario, pero, de la misma manera que arañar una guitarra no es hacer música  o poner en línea las piezas de un rompecabezas no supone haberlo armado, Kalimba, aunque habla y sabe usar un lápiz o un teclado de computadora, como muchísimos mexicanos, es un analfabeta funcional. Desde que existe twitter podemos estar al tanto de la capacidad de las personas para poner dos ideas juntas sin pasar por la corrección de estilo, y si entramos a la cuenta del cantante encontramos cositas como éstas:

Que nustros (sic.) gobernantes se presionen a cumplirle a un pueblo justo y unido. No lo haran (sic) con uno que se hace de la vista gorda como nosotros (sic).

Algunos" harry poter" (sic), otros "el secreto"(sic), algunos bibliografias (sic), algunos "libro baquero"(sic). Asi (sic) que porque (sic) yo no mi biblia. Be blessed.


No me detengo a comentar cada error ortográfico, pero es evidente la ausencia de acentos, el uso incorrecto de mayúsculas, la sustitución de una letra por otra, así como algún error de sintaxis y finalmente la falta de elegancia en la forma de expresión. Vemos entonces que no sólo los personajes ficticios de la televisión mexicana  (pensemos en ejemplos como Marimar) tienen dificultades con el lenguaje, sino aún las personas de carne y hueso que les dan vida en las telenovelas y otras producciones similares. También en mi experiencia como profesor universitario he constatado una y otra vez los problemas  bastante generalizados de expresión oral y escrita, así como de comprensión de textos que es posible encontrar en la población estudiantil y aún en los profesores (recuerdo alguien que a pesar de haber ocupado un puesto directivo en una universidad no puede escribir siquiera un párrafo).  Pero todo esto no tendría por qué extrañarnos, pues en el espejo de la televisión los mexicanos tienen problemas de expresión, así hay  incluso un programa que se llama “Cien mexicanos dijieron” (sic.) conducido por “el Vitor”, un microbusero encarnado por Adrián Uribe, quien hablando no da una.  

Wittgenstein escribió alguna vez “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”; es decir, la experiencia que tenemos de la realidad está construida por medio de las palabras. Las palabras nos permiten “ver” el mundo, pues sin ellas sería solo una masa caótica de estímulos. Y por otro lado, las palabras no existen sueltas, sino articuladas, estructuradas, pues el lenguaje funciona como un juego social (Wittgenstein lo llamaba “juegos de lenguaje”); el lenguaje instaura campos de posibilidades, relaciones con los otros, “formas de vida”.   Y Televisa, consciente o no de ello, se ha ocupado de erosionar y desarticular el banco de posibilidades expresivas de la población de nuestro país, limitando la posibilidad de la gente para “ver” el mundo, “pensar” la realidad o siquiera “decir” algo sobre ella.

Moisés Hernández, Filósofo

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