jueves, 2 de diciembre de 2010

La impronta de la imprenta

Tenía, creo yo, 8 años cuando tuve mi primer acercamiento con las letras. Este acercamiento fue al corazón mismo de ella: La imprenta. Mi padre me llevó a una, me parece, que iba a recoger un trabajo, no sé bien. No diré de manera cursi que el aroma de la tinta es el aroma más exquisito que he olido en mi vida a la manera de Zabludovsky, sí diré, acaso, que el ver el lugar donde se armaban los libros (que ya empezaban a formar parte de mi) causó una impronta que me ha marcado hasta el día de hoy. La imprenta como sinónimo artesano del saber, preámbulo del conocimiento masivo que cambió la manera de interactuar del mundo. Inmersos, como diría Mclluhan, en la Galaxia Gutenberg, han llegado hasta nosotros voces diversas de personas que se nos antojan tan lejanas. Gracias a la imprenta podemos traer a nosotros gente interesantísima, ¡Que hubiera sido de mis reuniones con amigos si no nos hubiesen acompañado los grandes autores! Claro que tema de plática habría, pero definitivamente no sería tan interesante y enriquecedor y polémica la velada.

Aún puedo verme caminando por aquella imprenta, aquella enorme imprenta, ¡la más grande del mundo! Tenía 8 años y era la única que conocía, eso la hacía la mejor. Caminar por sus espacios flanqueados por pilas de libros y hojas de papel sueltas, con ese aroma irreconocible inundándolo todo al igual que el ensordecedor ruido fue uno de mis mejores paseos hasta ahora. Hoy, al ver la biblioteca de mi casa, no puedo dejar de pensar en el origen de todos esos libros. Sin importar su autor, editorial, precio, todos comparten un pasado en común, fueron paridos en una imprenta, antes de eso, eran hojas sueltas, bits de información almacenados en alguna computadora, fue su llegada a la imprenta la que les otorgó la cualidad de libros. Literatos, hombres de ciencia, sabios, todos encuentran en el libro la plataforma, el podium, para ser escuchados. Cada vez que compro un libro siento el mismo placer de cuando inicio una conversación, sé que el libro algo me dirá, quiere ser escuchado y cuestionado, una promesa de una buena lectura es la  invitación a una deliciosa charla. Alguna vez, alguien me dijo: “cuando oigo que un hombre tiene el hábito de la lectura, estoy predispuesto a pensar bien de él”. Estoy de acuerdo con ello.

Este escrito pasará indudablemente por la magia de la imprenta, para salir, no en formato de libro, más sí en revista, plataforma con el que no comparto todos mis afectos, sin embargo por esta ocasión no tomaré en cuenta mi sentir negativo, para dejarme llevar por el hecho de que compartimos, la revista y yo, un común denominador: la imprenta, ese espacio artesanal que la creó y que de niño me marcó, sin saberlo, el camino.

Oscar Contreras, Mto. en Diseño Gráfico y Semiótica


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