Uno de los primeros libros escritos por Álvaro Mutis y el segundo en caer en mis manos, fue un poemario de 1984 titulado “Los emisarios”. De ese volumen quedó girando mucho tiempo en mi imaginación el ala de una polilla desconcertante: como epígrafe pude leer el siguiente verso del poeta persa Al Mutamar ibn Al Farsi: “los emisarios, esos que tocan a tu puerta, tú mismo los llamaste y no lo sabes".
Luego de ensayar varias salidas y haber olvidado el enigma por un largo tiempo, me construí una solución, la expongo ahora a la benevolencia del lector:
En francés carta se escribe lettre; en la Interpretación de los Sueños Freud hace patente la censura provocada por el inconciente sobre el material onírico que contiene mociones de deseo incompatible con el dormir, las más de las veces se trata de un material opuesto al Yo conciente del sujeto, en todo caso, el aparado psíquico (Freud dixit) deforma aquello que más desea sin saberlo el sujeto, lo desfigura para crear un compromiso entre lo prohibido y la imagen idealizada que el soñante tiene de sí mismo; el resultado es una serie de imágenes alucinatorias a las cuales llamamos sueños. Estas imágenes plásticas Freud las compara con la escritura jeroglífica egipcia.
Freud en el clímax de su más célebre sueño ve ante sí escrito con caracteres gruesos todas las letras de la palabra Trimetilamina; en ese momento lanza la conclusión de que los sueños son realizaciones de deseo. Esa palabra debía interpretarse con las libres asociaciones del soñante; la trimetilamina es un producto de la descomposición de sustancias orgánicas, pero para Freud significaba un compuesto integrante del semen. El sueño de la “inyección aplicada a Irma” termina leído deficientemente por Freud quien concluye que realmente debe tener el sentido de sacarse la culpa por haber errado el diagnóstico de su paciente Irma, es decir, de haberla señalado como histérica cuando en verdad padecía una tremenda infección de los cornetes nasales fruto de una mala cirugía hecha por W. Fliess, amigo íntimo de Freud. Hoy sabemos que la palabra trimetilamina figuraba en el sueño de Freud sus deseos sexuales no advertidos hacia su paciente; ello es comprensible pues, aunque él poseía la Piedra Rosetta (sus asociaciones libres) necesitaba de otro (un analista tal vez) que se la hiciera visible, no podemos escapar solos de la misma censura que creó el sueño.
Los sueños son emisarios entregándome cartas (lettres) escritas con las letras de mis más ignorados deseos y soy incapaz de leerlas sólo.
Angel Pereyra, Mto. en Filosofía
No hay comentarios:
Publicar un comentario