Recientemente compré el libro Varias especies de animales extraños cubiertos de piel jugando en una cueva con un pico mientras Richard Dadd observa desde un calabozo de Bethlem, de Jeremías Marquines.
Lo compré sólo por el título y la palabra Bethlem, porque se trata de una visón desde ahí, desde ese manicomio inglés que encerró la mirada de un tal Dadd a la que Marquines le puso palabras. El título es loco, increíble, por eso fue imprescindible para mí leerlo.
Hace tiempo que tenía ganas de escribir poesía loca, de pedir prestadas las palabras a los locos y usarlas para construir su verdad. Tomar sus palabras como las piezas de un carro, como los ladrillos de un edificio que no son nada si no se juntan unas con otras.
El libro habla de los testigos de la verdad que se relacionan entre sí, habla de las cosas que acompañan a los locos y cobran vida para transportar las palabras que de otra manera no tendrían a donde ir. Se trata de las hileras de hormigas, de los árboles y del viento que se cuela por las hendiduras de ese Bethlem sin ventanas, sin sol. Se trata de los recuerdos que se revuelven y apelmazan unos con otros. Se trata de lo imposible de olvidar que insiste una y otra vez. Se trata del sexo y de la muerte que fueron azuzados por las drogas y fragmentan los cuerpos taladrando las neuronas cada día. El loco encerrado en Bethlem ha unido el coño con la cabeza y al padre que ha matado con la amante que lo ha hecho vivir. ¡Imposible le dice a la madre! tú no existes y se acurruca en sus senos que no cesan de dar leche y tiene frío, el frío que ha cercenado su vida aunque tenga la idea de haber sido niño y de haber sido hombre.
El loco de Bethlem vive colgado de ese hilo delirante y terrible, vive de haber sido, vive de orgías y aquelarres; vive de haber matado y de haber sexuado. Vive loco, vive muerto por haber matado.
¡Que cerca están el sexo y la muerte!
¡Que cerca están los padres y los hijos del amante!
¡Que cerca está el encierro de la vida!
¡Que cerca están los locos de la pulsión!
¡Qué cerca está el encierro de las palabras!
¡Que cerca está lo absurdo de lo bello!
¡Que cerca está el día de la noche!
¡Que cerca está la locura de la realidad!
¡Que cerca está lo lejos de lo cerca!…
Siento que el libro de Marquines de manera extraña habla de mí. Jeremías tiene apenas dos años más que mi hijo mayor, me aterra su juventud y sus palabras me llenan también de miedo, sé que vive y eso es bueno, olvido cada palabra suya después de leerla porque tiene la fuerza de la locura y allí mi memoria no responde, sin embargo creo entender que advierte sobre el peligro de los colores y sobre los ojos que cerrados ven; nos previene sobre el peligro de creerse alguien, de los deseos; de ser. Sabe que las cosas no son lo que parecen, que lo pájaros cantan a deshoras, que los labios cortan cuando simulan besar; sabe que el silencio es musical y es necesario; sabe que no es fácil pintar un rostro humano.
No trataré de traducirlo ni de entenderlo, pero sí de atrapar la imagen que aparece en mi alma como revelación de sus palabras: es el hombre en la cárcel, de paredes obscuras que hace al poeta clamar por un lápiz y un papel.
Después del libro trato de imaginar la pintura de Richard Dadd (¡Se apellida Dad: papá!) the Fairy Feller Master- Stroke, expuesta en la Tate Britain de Londres, y pienso que tal vez nunca vea el cuadro original, eso no me preocupa, lo aterrador es lo que el hombre es capaz de hacer al hombre, me preocupa la distancia del amor, el malentendido y la irremediable transgresión. De pronto sé que vivo en una isla de bienestar y la angustia sobreviene cuando advierto que soy parte de la hilera de hormigas que cruzan sin cesar el camino de la mirada de Richard Dadd quien se ha tragado la cabeza de su padre.
Carmen Tinajero psicoanalista, miembro de la elp
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