viernes, 28 de enero de 2011







Editorial: Monstruos

Para este mes de febrero en Contrafirma®, hemos propuesto a nuestros amables colaboradores que escribieran sobre aquello evocado en su imaginación apropósito de la palabra monstruo. El resultado ha sido fructífero y sorprendente; en las siguientes páginas mostramos el desarrollo de una idea peculiar: lo monstruoso, a contrapelo del pensar común, está imbricado profundamente en cada uno de nosotros, se halla cerca, muy cerca.

Ciertamente lo más característico de lo monstruosos es su apariencia externa, así como las emociones concomitantes despertadas en sus observadores, en principio lo monstruoso es un fenómeno que apela a los ojos, a la mirada. Nuestra portada, a cargo de Vicente Gómez, trae a colación eso: trabaja en la reseña reflexiva de la genial película “El hombre elefante” de David Lynch. Allí nuestro escritor se lanza a una dura crítica social de la avaricia y la discriminación hacia las personas con diferencias anatómicas.

Lo “monstruo” alude muchas veces a los contenidos propios de nuestra historia personal que no deseamos o no podemos reconocer, ese es el tono del escrito propuesto por Carmen Tinajero en el cual desarrolla sus ideas respecto a la paranoia y la voz de Dios. Alberto Slagdona, por su parte, retoma los trabajos de Leo Strauss para comprender el trato paranoico dado por Lacan a sus escritos a fin de hacernos, como dirá Strauss de Maimónides, “leer entre líneas” aquella literatura que es perseguida. Destacamos de ese trabajo la idea de que la persecución pone en juego la sensación de estar siendo mirado, asociada a “una chispa erótica”.

Fue M. Foucault de los más notables pensadores que trataron el tema del monstruo en particular y de los anormales en general; con él arranca su reflexión Alejandro ahumada en el texto dedicado al monstruo masturbador. Oscar Contreras nos sorprende con un libro que captó su gusto y atención, Cryptozoology el cual está poblado por bestias imposibles y sus anatomías fantásticas, cuyo realismo pseudobiológico nos hacen dudar de la realidad orgánica animal. Un texto fantástico más: Fabricando un monstruo de Pablo Herrera, nos deleita con una breve reflexión y la transcripción del complejo fragmento de un conocido cuento.

Cerramos la editorial deseando que ustedes disfruten del nuevo Contrafirma® tanto como nosotros haciéndolo. Por punto final dejamos a Moisés Hernández quien cita acertadamente en su escrito sobre zombis a José Saramago para decir “dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos.”

¿Cómo medimos la humanidad?, sobre El hombre elefante, de David Lynch

Cuando conoces la historia de Joseph Merrick, mejor conocido como el hombre elefante, no sé por qué lo llaman John,  te sientes aterrado ante la maldad humana. Mucho peor que la bestial, la de las bestias. Cuando ves la cinta de David Lynch (USA, 1946) te das cuenta que eres un miserable ser, el más despreciable engendro de la vida. Joseph Merrick fue encontrado por el doctor Frederick Treves en un circo. Lo señalaban como el aborto nacido de una mujer a quien atacó un elefante salvaje. La cinta de David Lynch comienza así justamente. Con el sueño de Merrick, con esa aterradora pesadilla donde su madre es ultrajada por el paquidermo. La esforzada visión de Lynch ante los pesares de Merrick no es nada comparado con la cruda realidad de esta historia. Merrick es rescatado para el circo de la ciencia por Treves (Anthony Hopkins jovencísimo). La duda que nos deja Lynch ante esta dualidad curiosa es esa precisamente, quién es más inmoral, si el despreciable “dueño” de Merrick o Treves por sacarlo de donde tenía cobijo para exhibirlo ante los científicos, como un fenómeno más, pero ahora visto por la ciencia. ¿Qué ojos son mejores? ¿Los del sabio porque ven con bondad, los del feriero porque ven al fenómeno como mercancía? Treves se cuestiona estas cosas porque sabe que su aprecio por el hombre elefante no es más que su anhelo por subir en la escala social de la medicina. No es lo mismo el médico de pueblo que Louis Pasteur. Joseph Merrick (John Hurt en su mejor actuación) lidiará no sólo con las crueles vistas nocturnas de un borrachín que lleva a prostitutas y maleantes a juguetear con el fenómeno sino con los hipócritas sentimentalismos del doctor Treves. Merrick, en la visión de Lynch, es una analogía de Cristo, un horrible Cristo que salva a la Humanidad. El sacrificio de Merrick al ser devuelto al circo, donde los fenómenos se encargan de salvarlo, es verdaderamente la peor parte de la cinta. Merrick regresa al hospital a morir. No tiene salvación. Ha sido exhibido en ferias y salas de conferencias, ante mendigos y científicos. Ninguno mostró piedad por él. Sólo la princesa, esa, la histórica princesa de Gales, esposa de Eduardo, el alegre príncipe disipado, modelo de la última década del siglo XIX, papel que interpreta medianamente bien Anne Bancroft, es la que siente piedad por él, por este desdichado del que todos abusan, del perdido  entre sombras, del que balbucea al hablar, del que tiene una inmensa cabeza, del que duerme con 10 almohadas, sentado, porque dormir como todos le provocaría asfixia. Así se decide a morir Joseph Merrick, asfixiándose, cortándose el aire, perdiendo para siempre la única cosa que no ha sido valiosa. La vida misma. Merrick es el luchador vencido, el héroe de nuestros sueños, sería mejor decir de nuestras pesadillas, que resultó muerto por su fealdad, por su absurda fealdad. ¿Lo resumimos en una sola palabra? Discriminación. Merrick fue víctima de la sociedad inglesa en el tiempo en que la sociedad victimaba a los diferentes. Véase si no el caso de Oscar Wilde. Merrick y Wilde son hijos de la misma desgracia, seres diferentes a quienes la sociedad les exige diversión, malabarismo, funambulera distracción. Cuando el monstruo se atreve a pensar, cuando les dice sus verdades a la sociedad, entonces la sociedad  se lanza sobre ellos, los acogota, los jode, los asfixia. A Wilde con la cárcel, a Merrick con sus almohadas. El sueño, como todas las metáforas lynchianas (vean el sueño del joven Muad'Dib en la cinta Dunas, véase el de Sailor en Corazón salvaje) es el área de sufrimiento, es donde el protagonista sufre lo indecible, lo peor, lo más horrendo. Significativamente, el sueño es la salida de Joseph Merrick. Es la única forma en que morirá siendo lo que no fue. Humano. Esta cinta es verdaderamente un canto a la desgracia. Lynch no concede. No es una cinta para pesimistas ni para optimistas. Los primeros saldrán a suicidarse, los segundos criticarán el aura de feroz redención que la circunda. Es una de las mejores cintas del realizador norteamericano, digna de verla. Quizá no de volverla a ver.

Vicente Gómez Montero,
escritor y guionista

Estética de lo ominoso

“Haber deseado y ver el sexo masculino flácido conllevan siempre un éxtasis extraño: >una diferencia horaria con el paleolítico<. El deseo y el temor provienen del mismo tronco. Tiene miedo. Está lleno de angustia. Se mantiene como una estatua. El placer, como la muerte, “fascinan” a su presa de la misma forma petrificante”.
Pascal Quignard, El sexo y el espanto


Freud se ocupa de un componente de lo estético poco abordado: lo ominoso. Mientras que la filosofía y los tratados sobre la estética se ocupan preferentemente de lo bello y lo atractivo a las miradas y los entendimientos, se deja de lado el tema de lo repulsivo. La definición propuesta por Freud ayuda a simplificar las cosas. Es la siguiente: lo ominoso es una variedad familiar de lo terrorífico. Ahí donde lo conocido y familiar (heimlich) deviene desconocido y extraño tenemos el principio de lo ominoso.  Si pensamos en la fotografía de Arbus y miramos esas imágenes de la realidad cotidiana tenemos ese principio actuante de lo ominoso. Lo social cotidiano, sabido y conocido, viene a presentarse como un ruido que  hace desconocernos en la familiaridad que deja de ser. La palabra inglesa predilecta para referirse a lo ominoso es uncanny. Es lo que sucede con todos los niños o personas con alguna deformidad, síndrome o tara que hace aparecer todo aquello que conocemos como familiar y conocido, justamente como siniestro. La parte familiar, el heimlig de lo humano de esas fotografías generan esa ominosa presencia de aquello que se convierte en poco familiar, horrendo. Pero además de la parte conciente de esta extrañeza de los rasgos humanos mostrados, como aberrantes y repulsivos tenemos el componente sexual. Ellos también son seres sexuados. Las fotos difíciles de Joel Peter Witkin, nos muestran eso, los individuos “aberrantes” también tienen un sexo.  Desde esa perspectiva la familiaridad representada por algunas imágenes tienden a cerrar la brecha entre lo ominoso, lo excluido de la mirada y lo familiar.

Lo siniestro de la estética de Witkin es sexual, al menos en una parte de sus fotografías. El sexo rompe con la bella familiaridad estética del hogar y la sosegada satisfacción de lo íntimo.

El sexo no es hospitalario y en su violencia contenida no hay calidez. El encendido erotismo que busca precipitarse por el borde del orgasmo no es sosegado. Aquellas imágenes destinadas a permanecer ocultas por tratarse de la privacidad y la decencia estética, son ahora expuestas de diversa forma por los artistas contemporáneos y fotógrafos como Witkin. 
En el ejemplo literario utilizado por Freud, el “hombre de arena” de la narrativa de Hoffmann, que arranca los ojos a los niños, trae ante nosotros el tema de la angustia, lo ominoso dentro de lo angustioso, relacionada con la castración, ese concepto difícil e incomprendido por la mayoría de los lectores de Freud. Justamente los ojos de la mirada ante las escenas posibles y las representables, ¿hasta donde llegarán los artistas plásticos, los fotógrafos?  La estética de la castración es evocada por Freud en la imagen de la medusa que representa en la cadena inconsciente de representaciones, los genitales femeninos.

Witkin también recrea ciertas representaciones inconscientes de andróginos cuya fascinación oscila con lo demoníaco. Esos andróginos de diversa naturaleza se escenifican ante la mirada capturada de los espectadores, entre fascinantes y repulsivas.  Imágenes liberadas de la mirada del padre castrador. Un retorno de lo reprimido. A ellos no les falta nada tienen ambos sexos. Estamos ante una modalidad de lo ominoso de la fantasía, en este caso el de la creación fotográfica, a la que podemos oponer las palabras de Freud cuando se refiere a la realidad de la creación literaria. Lo ominoso de la realidad supera lo unheimlich de la fantasía.

Edwin Sánchez, 
psicoanalista y catedrático

Demonios

La Bestia por antonomasia; el dragón de las siete cabezas; la antigua serpiente; el macho cabrío con cuernos, garras y busto humano; el torturador sádico de los infiernos puede tomar el cuerpo de un adorador o convertirse en delirio.

Delirium tremens nos muestra una serie de casos, uno de un hombre que se ve torturado por diablitos crueles y terribles. Por cierto, Ignacio Solares, el autor, hizo esta investigación a partir de su experiencia como hijo de un alcohólico.

Ahora leo Brujería y magia negra y me sorprende la paranoia de la edad media al ver demonios donde sea y crear brujas y brujos para quemarlos, como poseídos. También me sorprende el fervor de monjas y monjes que eran capaces de “dejarse arrancar un seno”… “Hasta el punto de colgarse de un clavo y de pretender ser crucificados”; incluso, el libro cita testimonios de varias crucifixiones de hermanas (“sólo mujeres y muchachas se someten a esta cruel operación”), como castigo a Satanás, como tributo a Dios (“los que creen ver en todo esto la obra de Dios, ponen por prueba la ausencia de sufrimientos de las víctimas”).

Todo esto me recuerda a un tío quién dice que su cuñada está habitada (viven en la misma casa) por varios demonios desde hace cuarenta años. Él lucha contra ellos, a veces con los puños; parece una lucha a muerte. Aunque, como a las bestias en cautiverio, la mantienen sedada la mayor parte del día, a veces empieza a dar vueltas, a caminar como presa en su celda que en cualquier momento puede atacar.

En esa morada se tiene temor de Dios, se le nombra todo el tiempo desde hace cuarenta años, tal vez por terror a los demonios que la habitan: Astarot, Lucifer, Luzbell… 



Rodrigo Arteaga, 
Lic. en Lengua y 
Literaturas Prehispánicas.

El Otro




El viejo tuerto me mira con su cuenca vacía, 
¡del fondo de mi alma sale un grito de horror!, 
su ojo ciego ha localizado al monstruo que hay en mí.



¿Qué es un monstruo? ¿Un ser deforme?, ¿Un atrevimiento? ¿Un raro, un freak?; ¿Un ser que nos acecha y amenaza?, ¿Nuestro lado obscuro hecho carne?, ¿El perseguidor amado?, ¿La madre que se come a sus hijos? ¿Dios?


Ya en el mundo clásico se hablaba del Leviatán y se vivían sucesos inquietantes, niños deformes, pegados,  mujeres con barba, seres de doble sexo; pájaros con alas extrañas, minotauros, unicornios; lluvias de fuego, terremotos. Julio Obsecuente en el S. IV d.C. consignó en un tratado todos los fenómenos extraordinarios que acontecieron en los siglos que lo precedieron  y la manera como éstos eran entendidos por los protagonistas de tales vivencias que además se seguían sucediendo encarnando el horror. Y así la interpretación de los hechos prodigiosos e inexplicables vividos como desgracia inevitable de la humanidad  construía a los monstruos que iban  encontrando su lugar en las mitologías y las leyendas de los pueblos. Platón bebe de esta agua e inspirado por todas estas figuras horrendas sitúa el mal en la figura del andrógino, muy cerca del bien. No acabo de entender la paranoia por más que le doy vueltas y vueltas.  El que persigue es el ser amado pero es como si una y otra vez me negara a reconocerlo y pienso en los monstruos. Lo monstruoso es el lado obscuro de nosotros mismos y el lado obscuro viene del lado claro. Platón lo descubre cuando describe a los andróginos y dice en la voz de Dios: -tenemos que separarnos, partirnos para sobrevivir; arrancarnos eso que nos corroe y nos hace gozar, huir de eso, ponerlo en otro, en ese que nos acecha desde un lugar monstruoso acusándonos de lo que somos, queriéndonos comer, queriendo incorporarnos a él otra vez para saborearse como la bruja de Hansel y Gretel que esperaba a los niños para meterlos en el horno.

Imagino a Saturno comiéndose a sus hijos pero sobre todo a la madre ucraniana que desesperada en la hambruna stalinista se come a sus dos hijos que morían con ella de hambre, eso lo supe por el texto de Vasili Grossman (Todo fluye, Ed. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2010 p.190) “...algunos campesinos habían enloquecido, sólo hallaban paz en la muerte. Se les reconocía por los ojos brillantes. Éstos eran los que troceaban los cadáveres y los hervían, mataban a sus propios hijos y se los comían. En ellos se despertaba la bestia cuando el hombre moría en ellos. Vi a una mujer, la habían traído bajo escolta desde el centro del distrito. Su cara era la de un ser humano pero tenía los ojos de un lobo. Dicen que a éstos, los caníbales, los fusilaron. Pero ellos no eran culpables; culpables eran los que llevaron a una madre hasta el extremo de comerse a sus hijos. Pero ¿crees que se puede encontrar al culpable? Ve y pregunta... Es por hacer el bien, el bien de la humanidad que llevaron a las madres hasta ese punto.

No me puedo desprender de la cara monstruosa de esa madre muerta, sus ojos desorbitados, su transformación en animal mítico, su desolación, su miseria. El horror a los monstruos es el horror a uno mismo, el Leviatán que nos come las entrañas, el caos y el intento de reconciliación con eso es la perversión, la paranoia que intenta sacar al monstruo de nosotros e incluso la bondad. La bella y la bestia, King Kong; el síndrome de Estocolmo, la tortura, el goce de la esclavitud, el arte.

No puedo mirarme al espejo, decía una paciente, cuando lo intento miro todo aquello que no quiero ver, soy fea aunque la gente diga que soy bonita, ¡soy despreciable! En el hospital psiquiátrico no hay espejos, los pacientes se miran en nosotros, los que nos autodenominamos normales; se miran con indiferencia, todos estamos muertos dice don Leandro. Han matado al monstruo, ellos simplemente no son, no buscan, saben que el perseguidor está afuera y se defienden en su infinita soledad ¿qué es la paranoia sino la cercanía del monstruo de su vida?  Los seres divididos buscan a su otra mitad dice Platón (dando voz a Aristófanes en el Banquete), ese es el amor, la unión de lo claro con lo obscuro, la completud, la plenitud, incorporar lo perdido. Cómeme a besos le dice el amante al amado. En el internet un hombre busca a otro que quiera ser comido por él y lo encuentra; la histérica busca un amo para someterse a él; el sádico al masoquista, el bueno al malo.

Al comer, al coger, el hombre repite la acción de lo monstruoso. Hera inocula la locura a Heracles y él después de matar a sus hijos realiza los doce trabajos y se encuentra a otra mujer. Las mujeres tienen hijos y los mandan a la guerra. Los hijos creen matar lo malo de otros, creen matar al monstruo y se matan a sí mismos. Los hijos luego son padres y también tienen hijos que huyen de los monstruos. Esa parece ser la ley de la vida y pensando todo esto viene a mi mente la frase de Eurípides: “cuando Dios quiere destruir a alguien primero lo vuelve loco” ¿no es eso monstruoso? 

Carmen Tinajero,
psicoanalista, miembro de la elp

Seminario en línea de la elp

Am@r: el coraje del hablar franco sincero.
A cargo de Alberto Sladogna,  analista, un miembro de la elp.

Ese otro, indispensable para decir 
la verdad de uno mismo, tiene, o mejor, debe tener, 
para ser efectivamente, para ser eficazmente 
el  socio del decir veraz sobre si, una calificación determinada. 
M. Foucault.



Freud subrayó que el enamoramiento surgido en la transferencia no puede procurarnos nada favorable a la cura: La paciente, incluso la más dúctil hasta entonces, pierde de repente todo interés por la cura y no quiere ya hablar ni oír hablar más que de su amor, para el cual demanda correspondencia (1915). Freud con audacia mostraba un cambio en el discurso, diremos un cambio de discurso.

Tiempo después Lacan avanzó un trazo: Parece imposible eliminar del fenómeno del am@r aquello que se manifiesta en la relación con alguien a quien se habla. Esto constituye una frontera, indica al mismo tiempo no ahogar su fenómeno en la posibilidad general de repetición (1960/1961).

Lacan en ese año producía un cambio en el territorio amoros@ del análisis: Pasó del discurso amoroso de la pareja “neurótica” -Papá y mamá- al discurso amoros@ de la pareja de la semejanza del amante con su amado (Erastes/erómenos). Sin saberlo, ese acto dejaba vislumbrar el horizonte  desplegado por Michel Foucault; horizonte ampliado por el movimiento práctico y las teorías alegres, cotorras, chamuyeras (queer).

Otra, otra, otra vez Lacan se acerca al tema al localizar la tontería fálica: el am@r es el signo de que se cambia de discurso (1972/1973) y poco tiempo después precisa el fracaso del Un-desliz es el amor (1976-1977). Así el am@r permite pasar del inconsciente al desliz, un terreno donde en la lengua compartida suele producirse el am@r.

Michel Foucault gravemente afectado despliega un camino: El coraje de la verdad (1983/1984); ese coraje no será otro más que el hablar franco. El hablar franco es un estilo del decir veraz. Foucault detecta cuatro variedades de la verdad: la profecía, la sabiduría, la enseñanza y el decir franco;  descubre sus formas de anudarse que mantienen su separación. Juntos pero no revueltos, de forma semejante al nudo del real, el simbólico, el imaginario con su síntoma. Un nudo sin anudamiento individual.

El hablar franco pone en tela juicio cualquier individualidad e incluso desarma el disfraz de la particularidad y/o singularidad: el hablar franco arriesga a quien lo dice y hace correr un riesgo a quien lo escucha. Es un decir franco que tiene sus consecuencias. Se trata del decir del guía espiritual, es decir, del analista. El hablar franco no es un oficio, es algo difícil de discernir, es un papel indispensable para la ciudad y sus habitantes. No hay hablar franco en soledad, sino con otro, con otros.

El decir franco es un nudo olvidado que ha quedado detrás lo que se ha dicho en lo que se dice de la asociación  libre y de la supuesta cadena de un significante con otro. Es por ello que ese seminario estará destinado a establecer un diálogo del decir franco con los elementos del am@r desplegados en la experiencia analítica.

Lugar: salón ambientado con cámara, micrófono y pizarrón de documentos. Cada participante o colectivo de participantes requiere contar con una conexión a Internet de las más alta velocidad posible de las que disponen los servidores en uso.

Fecha: El viernes 18 de marzo del 2011 y el sábado 19 de marzo del 2011.

Horarios: el día viernes 18/03/2011 será de 18 hrs. a 21 hrs; el día sábado 19/03/2011 será de 10 hrs. a 13 hrs; luego de 15 hrs. a 20 hrs. En esos horarios se contemplan recesos para café, descanso, etcétera.

Participación en los gastos: USA $50 (su equivalente en la moneda del país).


Inscripciones, dudas:

Angel Pereyra
pereyraha@hotmail.com

Alejandro Ahumada
ahumada110373@yahoo.com.mx
contrafirma@gmail.com

Fabricando un monstruo

Cuentan que Frankenstein fue construido de pedazos de cadáveres humanos y por acción de la electricidad y artes de ciencia cobró vida. Pero ¿por qué artes seguimos fabricando monstruos en la época contemporánea?, ahora resulta que estamos rodeados de monstruos y sin necesidad de ciencia. Ya no tememos a vampiros, hombres lobo, momias o fantasmas si no a secuestradores, homicidas, criminales y políticos. No se tome ésto como una queja sin sentido que raya en el lugar común, es más bien una reflexión sobre nuestra necesidad de dicotomizar la vida: encontrar al malo de la historia aunque lo tengamos que fabricar; porque no importa lo que pase, creemos ciegamente que el bien siempre triunfa sobre el mal. Tal vez por eso siguen existiendo las telenovelas; materializan nuestra esperanza de un futuro mejor y nos distraen de la idea sin sentido de que nosotros podamos ser los monstruos. En lo personal, prefiero los monstruos de ficción.

(Versión del “Jabberwocky” en traducción latina para  Alicia en el País de las Maravillas [Burton / Disney 2010])

Pablo Herrera,
estudiante de literatura



El monstruo de la persecución




Ustedes saben hasta qué punto un discurso de la palabra perseguida
-como dice alguien llamado Leo Strauss- en un régimen de opresión política 
puede hacer pasar ciertas cosas pretendiendo refutar 
los argumentos que constituyen su verdadero pensamiento. 
Jacques Lacan




La persecución cotidiana surge en momentos de crisis vital (un enamoramiento; una chispa erótica,…): Ellos me están mirando. Experiencia trivial que no carece de angustia. Sí, nos miran ¿Cómo veo esas miradas? La visión traiciona, estoy mirando a quienes me miran. La persecución que vivieron Freud y Lacan es un estilo de la vida ¿Cómo quedar concernidos por aquello divido entre lo que veo y aquello que miro?

Jacques Lacan citó a Leo Strauss en sus Escritos 1 (3ra.ed., 1976, p.194), con anterioridad en su seminario oral lo menciona sólo una vez  (1953/1954). Leo Strauss asistió con Lacan a los cursos de Alexandre Kojevè (1933-1939) para estudiar a La Fenomenología del Espíritu de G. W. F Hegel. Fueron atravesados por la dialéctica del amo y del esclavo. Esa dialéctica sostiene la erótica de la persecución en las enseñanzas de Lacan.  Leo Strauss es citado en los Escritos y en el seminario oral, Lacan lo menciona practicando  la retórica persecutoria: sólo un simple y trivial detalle, allí está la cuestión.

Sigamos ese texto, La persecución y el arte de escribir (Amorrurtu Editores, Bs. As, 2009). Son escritos de 1941, editados como libro en 1952,  edición empleada por Lacan. Recién en 1985 apareció en lengua francesa. Breve: ese texto organizó  la estrategia y táctica de la enseñanza de Lacan, fue su texto de cabecera. Esa enseñanza responde a una pregunta, a una brújula: ¿Cómo hablar, escribir, transmitir un imposible que está prohibido?

Leo Strauss estudia eso en especial con Maimónides  en La Guía de extraviados (CONACULTA, México, 1980). Veamos su lectura metódica. La Guía se presenta como un libro pero sólo son cartas; letras escritas pues Yosef -a quien se dirige- se mudó lejos; no eran para el público, eran como si fuesen sólo para él. Maimónides logró transmitir, enseñar y escribir lo prohibido gracias al estilo del como si fuese…

¿Para qué leer a Maimónides un intelectual de la Edad Media?  ¿Qué objetivo tiene presentar un texto de Strauss editado hace 58 años? Comentando a los antiguos hacemos como que investigamos el pasado, sin tocar al presente. Eso implica alejar  un pre juicio ¿Cuál? El juicio de que los autores tratan temas de manera directa, sin vueltas y sin inconvenientes para tratarlos ¿Será así con Jacques Lacan?

Leo Strauss estudió experiencias exitosas ante la persecución; ellas están disponibles para quienes se arriesgan. Sólo pocos toman riesgos, no por un afán elitista sino por constituir una minoría que se aleja de la lógica equina:

Lo que en un gran número de casos se llama libertad de pensamiento se reduce a la competencia para elegir entre dos o más opiniones diferentes presentadas por la pequeña minoría que son oradores públicos o escritores. ..Por tanto la persecución es la condición indispensable para la mayor eficacia de lo que puede llamarse la lógica equina. Según Parménides arrebatado por sus caballos, no se puede decir “aquello que no es” 

La lógica equina es un procedimiento: una aseveración (o una cita) de un autor con una posición  respetable es siempre tomada como verdad (¿…?). Estas posiciones hacen funcionar la persecución contra quienes se atreven a poner en duda esa verdad que tiene tal respaldo. Añade Strauss:

La persecución no puede siquiera impedir la expresión pública de la verdad heterodoxa, porque un hombre de pensamiento independiente puede expresar sus opiniones en público y permanecer incólume, con tal de que opere con circunspección. Incluso las puede proferir por escrito, sin incurrir en peligro alguno, con tal de que sea capaz de escribir entre las líneas

Y luego:

La expresión “escribir entre líneas” indica el tema de este argumento. Porque la influencia de la persecución sobre la literatura consiste en que precisamente obliga a todos los escritores que sostienen posiciones heterodoxas a desarrollar una técnica peculiar de escritura,  la técnica a la que aludimos cuando hablamos de escribir entre líneas

Encontramos un cruce con la guía espiritual del psicoanálisis. Aparece un método de lectura: la lectura entre líneas. Articulación entre: Escribir entre líneas----à leer entre líneas---à. Tal horizonte  es compartido: se despliegan en un lugar que no permite ni la escritura ni la lectura; entre las líneas no se escribe, y entre líneas, un lugar en blanco, no hay nada que leer ¿Qué se escribe, qué se lee ahí?

Esta expresión es claramente metafórica. Cualquier intento de expresar su significación en un lenguaje no-metafórico llevaría al descubrimiento de una terra incógnita

La terra incógnita está en nuestras manos: al traducir al lenguaje psiquiátrico, al decir el campo paranoico de las locuras, de las psicosis, esos adjetivos dejan en cubierta la terra incógnita e impiden estudios de las retóricas de la persecución. Se olvida que delirar es tocar la lira -de lira- de otra manera, es salirse del surco previo. No se puede asegurar que este método perse implique una cura (¿De qué habría que curar al salirse del surco?) sólo hace posible seguir el curso -el seminario- de quien vive eso. Lacan sostuvo: Si fuese más paranoico sería mejor psicoanalista ¿Acaso debemos prescindir de ese territorio para  desplegar la acción espiritual analítica?

En México la escritura entre líneas goza de una larga tradición. Strauss describe a  un historiador, miembro de los sectores privilegiados, afiliado al partido oficial y único. Él escribe un ensayo donde ataca los sistemas liberales, es una persona respetable, describe  ese sistema, lo crítica acompañado de las citas de la ortodoxia oficial.

Su lector puede tropezar con un hallazgo anodino: el ensayo informa de una amplia bibliografía sobre el sistema liberal que no es conocida; describe un sistema que él desconocía pues la literatura permitida no lo menciona, así toma nota de algo novedoso: las citas oficiales contienen aditamentos que su pomposa presentación dejan en cubierta para otros. Entre líneas se ve que están… modificadas. Eso es posible constatarlo en los Escritos de Jacques Lacan, modificados por él sin anunciarlo.

La persecución, entonces, hace surgir una técnica peculiar de escritura, y por ende, un tipo peculiar de literatura, en la cual la verdad respecto a todas las cosas cruciales es presentada exclusivamente entre líneas

Localizamos una acción privada, íntima, llevada a cabo a plena la luz pública. Se tiene la ventaja de la difusión sin una desventaja: la cabeza  del autor no corre peligro, sigue siendo un ortodoxo irreprochable. Lacan guardo bajo llaves que desde 1953 había sido expulsado de la IPA, había perdido su título de analista didacta. ¿Cómo puede realizarse esta literatura? ¿Cómo llevarla a cabo difundiéndose entre el público?

Lo que hace posible esta literatura puede expresarse en este axioma: los hombres que no piensan son los lectores descuidados y sólo los piensan son lectores cuidadosos

Los lectores de Sigmund Freud ¿Cuántos textos citados por  él citados hemos leído? Cuando Lacan retaca con citas y autores su tesis, sus Escritos ¿Estamos ciertos de que esa bibliografía fue leída?  No he leído un solo artículo de los citados al inicio de Tres ensayos para una teoría sexual (Freud, 1905) Esa inflación de saber referencial opaca la superficie del título: una teoría calificada de sexual no es una teoría de la sexualidad.

Existen diferencias entre cuidadosos y no cuidadosos: los primeros leen el detalle (año de  edición, ver si hay edición previa o posterior). Cuando  enfrentamos un evento cotidiano, un pasaje al acto (matar a alguien), el cuidado está en leer ese acto escrito fuera de nuestra norma compartida. Así cuando José de León hace un acto toral, lo hace en público, diciendo algo al público; pasó a la historia como José de León Toral: su magnicidio contra el Gral. Álvaro Obregón (17/07/1928) dio lugar al PRI, partido que setenta años después perdió el gobierno por otro magnicidio a cargo de Aburto. Las cosas terminan por donde comienzan.

Indico trazos del método de la persecución para enfrentar a la persecución:
1.-leer entre líneas está prohibido cuando sería menos exacto que no hacerlo así; 2.-Se lee entre líneas cuando se parte de una consideración lo más cercana a las afirmaciones literales del autor; 3.-El contexto debe construirse antes de interpretar. La persecución interpreta, nos toca leer ; 4.-No se privilegia un pasaje sobre otro antes de leer sin inocencia tal cual se presenta; 5.-Ante un autor, maestro en escribir complicado - se dice de Lacan- “sus” errores son indicaciones para variar el punto de vista; 6.-Leer la distancia del autor con los personajes que pueblan su relato: una alusión debe tener pruebas suficientes para atribuírsela al personaje; 7.-La propuesta del autor no está siempre presente en reiteraciones de una posición

Estos elementos del método ¿son universales e intemporales? Strauss contesta de manera sencilla y clara:

Si existe una correlación necesaria entre persecución y el escribir entre las líneas, entonces existe un criterio negativo necesario: que el libro en cuestión haya sido redactado en una época de persecución, es decir, en un momento cuando alguna ortodoxia política u otra era impuesta por la ley o la costumbre… El término persecución recubre una variedad de fenómenos, que van desde el tipo más cruel, ejemplificado por la Inquisición Española, hasta el más benigno, el ostracismo social

Maimónides, Sigmund Freud y Jacques Lacan fueron, entre otros, el blanco preferido de una persecución: el ostracismo social por transmitir lo prohibido.




Alberto Sladogna, 
psicoanalista, un miembro de la École lacanianne de Psychanalyse (elp)

Vampiros posmodernos



Los vampiros actuales ya no son los de antaño. Adolescentes enfrascados en conflictos existenciales entre sus pares o perturbados por la relación ambivalente establecida con los humanos, dejaron de producir la sensación de terror y desasosiego con que nos recreábamos hace un par de décadas en la literatura, el cine o la tradición oral. De hecho, dejaron de ser monstruos.

La transmutación no es casual. En una sociedad en que lo monstruoso ha quedado del lado humano -como lo muestra con maestría Guillermo del Toro en El laberinto del fauno (2006)- los vampiros resultan estulticias. La lectura cotidiana de los diarios también lo confirma.
Los mitos en torno a seres sobrenaturales bebedores de sangre existen desde la antigüedad en prácticamente todas las culturas. Seres enmarcados por las creencias humanas que atribuyen a la sangre ser fuente de poderío vital o vehículo del alma, se recrean constantemente por el temor a la muerte y la fascinación por la inmortalidad y los bajos instintos. Pero tales creencias, temores y fascinación -como todas las cosas- también evolucionan, y con ello, los mitos.

Difundidos durante siglos por la tradición oral, los vampiros son seres malvados “muertos en vida”. Pueden ser creados mediante la posesión de un cadáver por parte de un espíritu malévolo o al ser mordido por otro vampiro. En tiempos remotos la creencia en tales leyendas fue tan habitual que en algunas zonas se registraron casos de histeria colectiva e incluso de ejecuciones públicas de las personas sospechosas de ser vampiros.
Con el cine y la literatura se desarrollaron algunos rasgos del vampirismo que matizaron su esencia monstruosa. En particular se  atenuó su apariencia terrorífica a favor de una imagen más seductora hasta llegar al grado de ser atractiva, mientras que por otra parte, se privilegió la narración sobre el sentido de su existencia. Así, de ser malévolo, representante del mal y amenaza de la vida y de la humanidad misma, pasó a ser víctima de una maldición que lo condena al sinsentido, al vacío de una vida que no tiene final y que -por consiguiente- no le permite disfrutar ni valorar las vivencias cotidianas.

Esta humanización de los vampiros que los convierte en protagonistas -y no en villanos- de las narrativas contemporáneas contrasta con la vampirización de los humanos. Y no sólo de los personajes ficticios, sino de los de carne y hueso. De quien esto escribe y del lector también. Ya Ángel Pereyra  (Contrafirma®, N° 1, Julio 2010) nos advertía que “la medicina moderna (…) nos ha robado la muerte”. ¿Qué mejor expresión que ésta para describir el vampirismo contemporáneo? 
Presos de la angustia de vivir en un mundo convulsionado por múltiples tipos de violencia y la ausencia de referentes (lo que algunos llaman “pérdida de los valores”) nos vemos bombardeados por la promesa de juventud y vida eterna. La oferta es convertirnos en vampiros. La enfermedad y la vejez -sobre todo ésta última- dejan de ser procesos naturales para convertirse en los nuevos monstruos de nuestro tiempo. Y el mercado, exorcista por antonomasia de los demonios de la posmodernidad, nos ofrece la salvación: el consumo.
Gracias al consumo podemos “detener los efectos del envejecimiento”, “desaparecer esas terribles arrugas”, “bajar esos kilos de más”, “comer lo que desees sin consecuencias indeseables”, “eliminar el colesterol”, “detener la caída del cabello”, “(…) mantener su color natural y desaparecer las canas”, “recuperar la potencia sexual” (…) “como cuando tenías veinte años”, “beber sin los efectos del día siguiente” y tantas promesas más. Todo ello en poco tiempo y sin esfuerzo. Esos son los parámetros de una vida exitosa, sin consecuencias, es decir, sin muerte.

El camino a la inmortalidad vampírica no concluye con esto. Finalmente el consumo señalado -aparentemente- no le atañe más que al consumidor. Hay que apoderarse además de la vida de los otros, cual si fuéramos vampiros clásicos. Entonces hay que “ser los mejores”, “emprendedores líderes en el ramo”. Hay que aniquilar a la competencia y ser un triunfador. En caso contrario deberemos atenernos a la posibilidad de ser aniquilados.
Y ni qué decir de la posesión de otros cuerpos. De la insufrible batalla de encontrar un donador de sangre cuando requerimos de una operación, de la búsqueda de un órgano cuando el propio ya no nos funciona más, de la prisa por que la ciencia descubra el remedio para la diabetes, el SIDA, el cáncer, el Alzheimer. Pronto. Antes de que sea demasiado tarde.

Pobrecitos de los vampiros. Tan humanos y tan poca cosa. Preocupados por el amor mientras que nosotros, producto de nuestro tiempo y nuestras circunstancias, nos enfrentamos a la inmortalidad. 




Miguel Angel Escalante, 
Docente y Dr. en Linguística

Anatomía imposible


El recurso de la infografía es valorado por la gran cantidad de información que despliega en poco tiempo, requisito en esta época de sobresaturación visual. Desde análisis políticos, hasta láminas médicas, de movimientos sociales a posturas filosóficas. Me parecía, entonces, que la infografía había encontrado la pared que delimitaba su avance. Sin embargo, el ilustrador Waldor Correa lleva esta disciplina un paso más adelante. En su reciente libro, titulado Cryptozoology, realiza una disección de una serie de monstruos fantásticos: sirenas, hombres manatíes, híbridos entre un oso hormiguero, un caballo y un ser humano, cíclopes, y una larga lista de seres salidos de una imaginación febril son retratados desde sus entrañas, explicando los procesos fisiológicos que lo hacen posible, así como sus estructuras anatómicas. La idea del libro emerge (dicho en entrevista por él) de la lectura de un texto de Sigmund Freud de 1919, en torno a lo no doméstico, extraño y que causa miedo (unheimlich, lo ominoso, N.E). Asesorado por biólogos, médicos y anatomistas, Correa delinea lo que para él hubiese constituido, por ejemplo, una sirena: La distribución de los huesos, en su intersección del ser mujer a la animalidad, el espacio para las vísceras sin olvidar la matriz, pulmones, corazón, hígado, todo aparece con claridad y ricamente documentado. El libro mismo es uno de sus seres fantásticos. Al leerlo entramos en una amena clase de fisiología, al mismo tiempo que apreciamos un libro de arte y bestiario medieval. Difícil catalogarlo, difícil no resistirse a hojearlo. Sea como meros lectores curiosos, como diseñadores o por el simple placer de poseer algo diferente, este libro es una verdadera delicia.

Correa difumina la línea que separa estos monstruos de su mundo fantástico al mundo real. Al hablar en términos científicos, con claridad y reforzando su análisis con claras ilustraciones sobre cada detalle corporal, a momentos nos hace creer en la posibilidad de existencia de estos seres, olvidando por un momento que estamos ante una imaginación y talento francamente ecléctico, mezcla de ciencia, literato y artista.


Oscar Contreras, 
Mto. en Diseño Gráfico y Semiótica

Una mirada a lo monstruoso

(Ver infografía para asociar el texto correspondiente)


El ojo social señala lo monstruoso de manera clara y contundente, desde deformaciones físicas hasta morales, desde aberraciones de la naturaleza hasta creaciones fantásticas de los artistas más rebeldes. La mirada inside día a día desde el ojo de cada ser, es esa mirada la dictaminadora de los cánones de belleza y su correspondiente fealdad, de lo bueno y lo malo, de lo normal y anormal. Los protagonistas deformes de los circos, refugiados en las sombras al no dar su espectáculo, es posible que deambulen por la calle en otra época, mostrando orgullosos su fealdad, siendo los otros los que oculten su normalidad ¿No la palabra mediocre viene de medio-creer, medio vivir, estar en la media, dentro de la norma, ser normal?, así entonces, ¿qué es un monstruo? 

Paradigma de la mostruosidad hacia la raza humana, Hitler, el Führer del Reich no. 3, representa el arquetipo contrario a la bella en cualquier historia. Iván “El terrible”, Idia Amin, Andrei Chikatilo y una larga lista representa lo que para la sociedad es monstruoso. La monstruosidad como algo ajeno a lo físico y más bien constitutivo del sujeto da paso a visiones de lo feo no encontrando como límite la estética ¿Qué monstruo irrumpiría con más fuerza en nuestras pesadillas?
Castigo de Poseidón, el Minotauro refleja los miedos más profundos de la sociedad griega: Una bestia mitad hombre, mitad toro que sólo se alimenta de carne humana. Teseo libera a Creta de 27 años de terror dándole muerte en el mismo laberinto construido por Dédalo para contener su furia. Estas bestias híbridas de fantasía poco han cambiado al pasar los siglos, muestra que el miedo a los monstruos permanece, en sus bases primarias, inamovible. Lo que despertaba en las noches a los griedos es lo mismo que nos despierta a nosotros milenios después.
La erótica hacia lo diferente, raro, abyecto, no es novedosa. El arte pictórico es rico en ejemplos. El español Velázquez lo mismo pintaba a las Meninas que a los enanos de la corte cuyo trabajo era entretener. Varias son las pinturas que reflejan la atracción que tanto el artista como la sociedad del s. XVII sentían por las personas que ocupaban un lugar marginal en el contrato social. En “Historia de la fealdad”, U. Eco da ávida cuenta de la fascinación que no sólo por la belleza sino de un modo perverso se tenía también por la fealdad. El estilo de Goya y Lucientes, en particular en sus trabajos sobre gigantes y mitos griegos, da cuenta clara de una estética de lo feo que no es privativa de un pequeño grupo o una época.
El capitalismo, en su modalidad de consumismo abrazador, reconoce nuestra fascinación por lo ominoso. Películas, libros, videojuegos, música, ropa, programas de T.V., páginas de internet, blogs, revistas y todo lo comercializable encuentra en lo monstruoso un campo fértil para producir capital. La belleza vende y muy bien, pero no menos lo hace su contraparte ¿Es lo anterior una señal?, ¿es muestra de una descomposición en el lazo social?  No lo parece así, sólo lo comercializable en extremo merece aquí nuestra atención, el gusto por lo mostruoso no nos aleja de la mirada de cualquier espectador morboso de siglos atrás que asistía a algún espectáculo itinerante mostrando a la mujer barbuda, por ejemplo.
En épocas recientes, lo monstruoso a pasado de ser el modelo de ente despreciable que nos ayudará a la educación condicionada de los niños a personajes que pueden, a través de sus mismas diferencias, lograr conectarse con su visión de la vida. Los cuentos de Perrault, y los hermanos Grimm, con sus concepciones de lo monstruoso a través de la bruja mala o el lobo feroz sentaron las bases para poco a poco habituarnos a dejar convivir a los niños con historias que incluyeran seres diferentes. Monster Inc. (Pixar, Inc., 2001) lleva lo anormal al extremo al realizar el impase de monstruos malos a monstruos buenos, conviertiendo lo despreciable que lo caracteriza y lo constituye en un ser   tierno, no por ser bueno, sino por ser diferente, imposibilitando la igualdad. Valorar al feo y diferente por eso y no por sus actos parece ser una regla que se manifiesta en la culpa social moderna a los discapacitados, disfrazada de altruismo. 


Contrafirma

Zombis


La figura del zombi tiene sus raíces en el folklor vudú, pero sus rasgos mejor conocidos comenzaron a delinearse apenas en 1968 con la aparición de La noche de los muertos de George A. Romero, quien también  filmó El amanecer de los muertos (1978), El día de los muertos (1985), La tierra de los muertos (2005) y Diario de los  muertos (2008). Algunas de las características usuales de estos muertos ambulantes son los siguientes: devoran a los vivos, la sola mordedura produce la muerte de la víctima y su eventual regreso como zombi (aunque tanto en el cine de Romero como en algunas otras producciones cualquiera que muera se convierte en zombi aunque no haya sido mordido), solo pueden ser desactivados al golpearlos o darles un balazo en la cabeza. Además es frecuente que no se conozca la causa de su regreso desde la tumba, haciendo énfasis así en las reacciones humanas ante el peligro y lo desconocido.

Los cadáveres reanimados que atacan o devoran a los vivos no son un tema novedoso pero los zombis llevan la marca de la posmodernidad, en la cual se han resquebrajado las convicciones religiosas y las esperanzas en la ciencia, la democracia y la idea del bien. A diferencia de los vampiros, las momias o el monstruo de Frankenstein, y apartándose de su origen en el vudú, los zombis del cine y los comics no suelen ser producto de fuerzas sobrenaturales o de experimentos humanos; por tanto ningún ser racional (divino, demoniaco o humano) los ha creado o gobierna, simplemente existen y actúan por puro impulso. En el número 60 de la conocida historieta The walking dead, el doctor Eeugene Porter considera a las hordas de muertos ambulantes como “una fuerza más de la naturaleza”, a la manera de los tornados, los terremotos o las inundaciones; no actúan con lógica ni tienen una finalidad última. Esta ausencia de  lo que llamaríamos “maldad” los hace diferentes de otros monstruos que a lo largo de los siglos nos hemos ideado para contrastarlos con la supuesta “bondad” humana.

Debido al abandono del tema clásico de la lucha del bien contra el mal (el héroe que derrota al monstruo), los zombis suelen ser sólo el ruido de fondo para las acciones de los vivos. En los 80 capítulos hasta ahora publicados de la saga en comics The Walking dead no hay grandes secuencias sobre el comportamiento individual o colectivo de los muertos ambulantes, menos aún alguna complacencia del dibujante en las escenas en las cuales atacan y devoran a sus víctimas. Lo que sí  se explora cuadro por cuadro son las fronteras cada vez más difusas entre lo permitido y lo prohibido en el afán de los personajes por sobrevivir y sobrellevar la existencia, en un contexto en el cual ya no tienen que guardar las buenas apariencias que nos exige la sociedad. Según transcurre la historia los verdaderos monstruos se revelan en cada uno de los sobrevivientes, quienes llegan a provocar más muertes entre sus prójimos que los propios zombis: el pequeño Carl da un balazo al rival de su padre, un pueblo de refugiados se distrae arrojando forasteros a los zombis, Morgan Jones  también arroja animales y hombres al zombi de su pequeño hijo en la ilusión de que el niño siga viéndolo como su padre, un ministro religioso  rehúsa dar albergue a sus fieles en su Iglesia abandonándolos a su suerte, una mujer viuda se arroja para ser devorada para remediar su soledad, una pandilla al verse rodeada sacrifica a uno de los suyos para poder escapar, un pequeño grupo de hombres y mujeres incapaces de cazar animales capturan humanos para alimentarse de ellos y confiesan haber comenzado cocinando a sus propios hijos. “Nosotros somos los muertos ambulantes” llega a decir alguno de los personajes de la historia al percatarse con horror de las cosas que quienes sobrevivieron al apocalipsis zombi han sido capaces de hacer;  aquí vienen bien las palabras de la chica rubia del Ensayo sobre la ceguera de José Saramago: “dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos”.  Así, en el género de zombis,  el monstruo ya no es un ser sobrenatural sino lo humano mismo; la ficción del comic o el cine apunta a la ficción en la que usted y yo querido lector vivimos inmersos  si ingenuamente creemos que existen los buenos y los malos, los normales y los anormales, los héroes y los monstruos.

El género de zombis también toma nota del hecho de que al igual que los muertos ambulantes, somos puro habito: vestimos de acuerdo a estereotipos, consumimos de acuerdo a las normas del mercado, actuamos de acuerdo a convencionalismos, creemos sin chistar en aquello que se nos ha inculcado (sea religión, ciencia, ideas de superación personal…), etc.  Las películas de George Romero hacen mofa, entre otras cosas, del consumismo, la división de clases sociales, el patriotismo estadounidense… 
También el cine queer ha encontrado atractiva la figura del zombi para denunciar la ridícula complacencia que tenemos con lo que llamamos normalidad. En Otto, or, up with dead people filmada en 2008 por Bruce LaBruce, uno de los personajes, Medea Yarn, quien se encuentra grabando una película “épica-política-porno-zombi en la que ha trabajado por años”, declara que sólo aquel a quien la sociedad señalaría como anormal es capaz de percatarse que la normalidad no es más que un estado de “zombificación”, en el cual las personas se limitan a seguir estereotipos y las normas del mercado. Parece entonces que para LaBruce el queer, rarito o paria,  tendría entonces el privilegio de poder mirar con sospecha las convenciones sociales de la vida cotidiana, las cuales reducen a las personas  a un automatismo en el cual además alegremente se complacen.

El estreno de la adaptación televisiva de The walking dead coincidió con mi encuentro con varios trabajos fotográficos sobre violencia, drogas y muerte, publicados en el sitio <www.zonezero.com>. Quedé muy impresionado ante  algunas imágenes que retratan a los adictos como apenas un poco más que  cadáveres casi animados languideciendo bajo los puentes de Tijuana; justo acababa de leer un reportaje sobre la creciente cantidad de personas que yacen narcotizadas en parques, calles y baldíos de las ciudades fronterizas como zombis. Sería muy fácil identificarlos a ellos con los muertos ambulantes privados de crítica y voluntad, pero ¿qué hay de la sociedad que de formas diversas genera estas condiciones de “zombificación”? ¿Y qué hay de las buenas consciencias que, creyéndose diferentes de estos “enfermos”, “malhechores” o “pecadores” se esfuerzan en promover valores fundados en no se sabe cuál quimera que simplemente hay que obedecer? Una vez más pienso en Otto, or, up with dead people: donde LaBruce pone en boca de Medea estas palabras:
  
“En una sociedad industrializada,  la cual ha alcanzado un punto de bonanza, caracterizada por la producción, de bienes improductivos, dispositivos tecnológicos, desperdicio excesivo, planeación obsolescente, objetos de lujo, militarización excesiva, etcétera, cierta represión mayor y mucho más allá de aquella necesaria para avanzar culturalmente ha forzado a sus ciudadanos al trabajo redundante e innecesario, desde el cual  el capitalismo ha sido predicado, ocasionando  un efecto mortífero o estupidizante, una especie de estado zombi,  resultando en la enajenación de las necesidades personales y  sexuales.  Una persona que funciona normalmente en una sociedad enferma, está ella misma enferma”.



Moisés Hernández
Mto. en Filosofía