domingo, 27 de febrero de 2011

Amé-monos mucho

Hace un par de años leí un texto de Martin Amis que trataba sobre la industria más lucrativa del mundo, le doy al lector una oportunidad para adivinar cuál es. ¿Ya? Perfecto, continuemos. Ahora bien, es lucrativa porque se crea, se produce muchísimo, y ¿por qué? Pues porque hay demanda.

La pregunta que me gustaría plantear es, ¿realmente es sexo lo que se está consumiendo?

La definición de pornografía, ya tan repetida ad infinitum que hasta escribirla me parece ligeramente tedioso, pero necesario, es la imagen de la prostituta, pero a partir del siglo XIX se retomó la palabra griega para describir lo que conocemos hoy en día como tal; la representación del sexo. Entonces, cuándo consumimos pornografía, ¿estamos consumiendo representaciones? ¿no se suponía que era sexo? ¿Es eso lo que nos excita? ¿la representación?

Me parece que más allá de las reflexiones sobre lo que es la pornografía y las imágenes de sexo explícito, existe un recinto más certero, más conciso dentro del cual nos introducimos al consumir imágenes sexuales.

Ese espacio, es el del amor propio. Por supuesto podrá parecer absolutamente absurdo el combinar las nociones pornográficas, generalmente con alusiones emocionales a lo perverso, frío, volátil, superficial,  burdo, con el amor propio, con la certeza del quererse a uno mismo, pero es cierto.

¿Por qué consumimos porno? ¿para qué? Uno consume porno para ¿ponerse cachondo? ¿reírse? ¿masturbarse? ¿divertirse? ¿investigar nuevas nociones sexuales?

En la novela Snuff de Chuck Palahniuk, la actriz porno en el desplome que la edad otorga está por realizar el mayor acto pornográfico de su carrera y de su vida, se acostará con 600 hombres, uno tras otro. Lo explicito del sexo se lleva a un espacio ajeno, a la antecámara en el que esperan los hombres para ser “atendidos” por la diosa del sexo, mientras, desnudos y sudorosos se pasean por el almacén, esperando su turno y, ansiosos por que su erección no desfallezca.

Es una imagen más cómica que sexual, pero al momento de penetrar a la antecámara y ser transportados ante el objeto de sus deseos, la divinidad encarnada, es entonces cuando lo pornográfico se consume en su totalidad. Se distrae la percepción de la representación sexual para encarnar en un acto más sublime. El acto en el que todo consumidor de pornografía recae una y otra vez. La dádiva de someterse a 600 hombres es para cumplir una fantasía amorosa, a distintos niveles, con los fans, obviamente, y con su hij@ perdid@. Le dará todo el dinero recabado con esta “gran acción porno” para compensar la inexistencia de su maternidad.

Las acciones de la actriz son símiles de las de los consumidores de pornografía, al comprar, al enfrascarse ante imágenes y representaciones de lo que podría parecer banalidades superfluas, realmente se están encontrando con un espacio de “ceremonia” en el que el apapacho y la colisión sexual es, realmente, con uno mismo. El deseo se abre ante la imagen y se produce una alquimia en la que el resultado es un levantamiento del ego, en el sentido más positivo de la palabra.

El consumo de la pornografía produce, sin lugar a dudas, una sublimación y  sublevación del autoestima del consumidor, además de ser divertida, cachonda y tabú, así que, ¿es sorprendente que sea la industria más lucrativa del mundo?

Kelly A. K.,  Escritora, traductora, profesora y conductora 
de televisión cultural. Erotofílica y pornógrafa

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