domingo, 27 de febrero de 2011

Más brillante, más rápido, siempre mejor


Refrescos, zapatos, cigarros, camisas, cereales, computadoras, lapiceros, teléfonos celulares, televisores, autos,  refrigeradores, perfumes, películas, libros y una interminable lista de objetos son colocados ante mis ojos con la única finalidad de ser adquiridos. Cada vez más, más brillantes, más grandes o más pequeños, más rápidos, más llamativos, por pretextos no paramos. La mercadotecnia se encarga de identificar las tendencias y las procesa para darle la forma de unos bonitos aretes. “Un fantasma recorre el mundo, el fantasma del consumismo”, se oye decir. El miedo de antaño por las ideas revolucionarias de izquierda son vistas con ternura ante la aplastante realidad que el mercado de consumo hace con cada uno de nosotros. Comunismo y consumismo, una pequeña variante nos arroja a caminos diametralmente opuestos. Apenas se derrumban las fronteras en la Europa del este, las grandes marcas comerciales penetran y se instalan en las calles, casas y en las personas mismas, creando la sensación de bienestar, colocándolos en la zona de confort que ilusoriamente despliega el capitalismo. No se trata de criticar el sistema, pero sí sus excesos, la tendencia a comercializar todo, a crear productos desechables para su reposición inmediata, se trata de realizar un crítica a los sistemas políticos que en aras de la producción de capital, fomentan leyes que expanden el imperio de consumo sin notar como poco a poco las pociones generales se van acotando. Un amigo me decía ¿Qué tipo de sociedad necesita 200 modelos de celulares?, ¿porqué los necesitaría? La sociedad se ha dejado seducir por lo novedoso, la forma está por encima del fondo, la sustancia aplasta a la esencia, antes de que nos demos cuenta qué estamos consumiendo, ese producto se agotó, orillándonos a la compra compulsiva de su equivalente iniciando el ciclo, sin tener tiempo de cuestionarnos, de detenernos un momento en qué es lo que hacemos al hacerlo. El consumismo impera, y su imperio es despótico, no permite cuestionamientos, no nos da oportunidad, y al hacerlo nos presenta un nuevo producto que acalla nuestra voz, siempre más rápido, siempre mejor.


Enrique Vázquez, Sociólogo

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