Hace algunos meses un compañero de trabajo llegó a la oficina con una hicotea y dijo -Dame doscientos, te la vendo, la encontré en la orilla de la carretera. No faltó quien gustoso pagara por aquel animalito. Buen negocio, sin inversión ganó, gracias a la vida que él no sembró, un dinero sin esfuerzo. ¿Y si todos aquellos que capturan tortugas, no devuelven nada a la naturaleza, habrá hicoteas para nuestros hijos? Ese asunto me hizo pensar en el hecho simple de comprar cualquier cosa sin reflexionar, ni un poquito, el daño colateral que las empresas hicieron para fabricar el producto que ahora alegremente consumimos y, luego, cuando no sirve más desechamos. ¿pensamos acaso a dónde van las miles de botellitas del agua que a diario compramos (pues nos han hecho creer que eso es mejor que filtrarla y purificar en casa)? Cuando se calculan los costos de producir un objeto, por ejemplo las bolsas de plástico que “regalan” en el supermercado, se consideran, para fijar su precio, la materia prima, la mano de obra, el transporte y se añade un extra que suele llamarse utilidad y ¡voila! Ya está la bolsita, pero, ¿Cuánto costará limpiar el aire que contaminan las refinerías que preparan el poliuretano, cuanto las especies marinas asfixiadas con dichas bolsas cuando llegan desechadas, vía los ríos, al océano, cuánto el Co2 emitido a la atmósfera por los tráileres encargados de transportarlas a todo el país, cuánto limpiar el terreno infértil donde reposan cientos de años esperando comenzar a degradarse poco a poco? ¿cuánto, cuánto, cuánto? De niño, mi abuela solía llevarme al mercado y, recuerdo, metía las mercancías en un morral de manta gruesa que le compró a su vecina y éste, día con día, volvía a ser empleado sin problema.
Ese costo “oculto”, es decir, la destrucción del entorno, sencillamente no lo pagan las empresas productoras, lo pagamos todos al vivir en un ambiente cada vez más inhóspito. Al igual que con la hicotea de marras, el valor monetario es inconmensurable respecto al objeto de consumo, es decir, el dinero dado a cambio de un producto no es idéntico a todos los elementos en juego porque, hay que decirlo, el aire, el agua, la tierra no pueden ser tasados en dinero. Y por qué: Porque nos pertenecen a todos (¿sí?) pero hay algunos que acaparan más que los demás.
Otra: El unicel en México no es reciclable, su costo de mercado es bajísimo pues no se cobra un impuesto especial por producirlo (lo que sí ocurre en Alemania con las empresas depredadoras del medio ambiente), su degradación comienza a los 500 años y, si usted decide meterlo al microondas, libera dioxinas, sustancias directamente relacionadas con la aparición de cáncer (sopas estilo marucha, etc.). Además, este poliestireno en espuma al quemarse libera gases de ácido cianhídrico (emparentado con el cianuro) venenosos; ni que decir que en su producción se libera a la atmósfera clorofluorocarbono, gas destructor de la capa de ozono. Es ignominioso que consumamos un producto tan nocivo para todos.
Por favor, reflexione sobre si los productos que consume, a la larga, no nos cuestan más caros a nosotros y a nuestros hijos. Infórmese sobre los efectos del consumo desmedido sobre la vida humana, le recomiendo al final del escrito dos sitios web para comenzar. Actúe responsablemente, compre sólo aquellos objetos que pueden impactar mínimamente nuestra vida en la tierra. Ciertamente los humanos solemos comportarnos como virus, terminamos matando (¿por placer?) al huésped que infectamos: ¿eso puede cambiar?
http://www.youtube.com/watch?v=MKsPc2Y63xk
http://www.ecosofia.org.mx
José Hernández, Aprendiz de brujo
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