domingo, 27 de febrero de 2011

Consumir es vivir

Probablemente el título de esta reflexión haga felices a los visitantes asiduos de los pequeños y grandes almacenes, quienes piensan que tal actividad es parte de su vida. Nada  más ajeno a tal idea. La esencia de la vida, es decir de los seres vivos, es el consumo de energía. Por medio de la combustión ocurrida en el metabolismo de los organismos aeróbicos la vida se consuma y se consume. Así, en el núcleo mismo de la actividad vital se encuentra el origen de su destrucción. La vida es la causa última de la muerte. El oxígeno es el que nos da vida… y nos oxida hasta morir.

No todo mundo entiende esta ecuación de la misma manera. Por lo menos no en el terreno de la vida cotidiana. En la búsqueda de sentido, que es inherente al ser humano, encuentran en el comercio la satisfacción de sus necesidades existenciales. Pero comprar no es consumir, no en el sentido de “gasto de energía” característico del acto de vivir. Comprar es intercambiar y -si la relación de fuerzas está de nuestro lado- acaparar.

Muchas de las compras que cualquier persona realiza están asociadas a la vida. Son, en más de un sentido, combustible para la ejecución de actividades. Tal es el caso de la comida, por citar el ejemplo menos polémico.

Otras mercancías, sin embargo, tienen el propósito opuesto: acaparar. Quien las adquiere no tiene la intención de consumir energía (sinónimo de vivir) sino todo lo contrario. Apuestan por productos que nos permitirán vivir la vida fácilmente. Aparatos que nos quitarán la grasa excedente de nuestro cuerpo, moldear nuestras piernas y nalgas, desaparecer la celulitis. Sistemas que nos permiten aprender otra lengua mientras dormimos. Utensilios de cocina con los que podremos elaborar platillos complicados en pocos minutos. Hornos. Planchas. Zapatos milagrosos. Programas de estudio para los que no se requiere más que inscribirse. Todo ello, por supuesto, sin consumir tiempo ni esfuerzo.

En suma, son mercancías que nos permiten “tener” sin “vivir”. Poseer sin esfuerzo, sin consecuencias, sin sacrificios, sin errores, sin riesgos. Será quizá por ello que luego de la compra y los primeros intentos para utilizarlos se van arrinconando, guardando, apilando, almacenando. Tal vez porque a fin de cuentas  resulta innegable que la vida está en otra parte.

Miguel Angel Escalante, Docente y Dr. en Linguística

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